PANORÁMICA A VISTA DE PÁJARO EN EL AÑO 1.945
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En la vida existen contradicciones, pero también existen condiciones que
nos permiten analizar las distintas formalidades que se nos presenten
sorpresivamente. Lo uno permite estudiar los caracteres de lo otro. Nada más
satisfactorio que poder discernir las dudas, buscar los supuestos motivos
causante del desarreglo o las divergencias mismas. La verdad se halla
enfrentándonos a la sin razón cuando le desafiemos y atendamos; o recurrimos a
la razón para combatirla con la lógica. Es posible que alguna vez fracasemos en
nuestro sondeo, pero habremos intentado mediar o mitigar las asperezas que nos
dividían con sus contradicciones posiblemente infundadas.
El torbellino de las sensaciones, causa irrefrenable, es como el
vendaval que hasta cambia la fisonomía de las cosas, cuanto más, de los
sentimientos, elevándolos a alturas inimaginables, o por el contrario, si los
sepulta en el más mísero abismo donde tanto cuesta subir siempre. Esa
dificultad es como la noche y cada uno de los días que esperamos un cálido
amanecer, penamos…
Por mucho que quisiéramos decir respecto al Puerto de la Cruz, de cómo era nuestro
pueblo hace más de medio siglo, palabras si hallaríamos, pero no las precisas,
las que transmitieran las bellezas que tratamos de expresar, las imágenes más
expresivas jamás inenarrables. Las viviendas amontonadas y siempre dirigidas
hacia la orilla del mar; y al otro lado
las ordenadas plataneras y multitud de ellas entre las casas y lugares
públicos.
Puerto de la Cruz,
aún hoy, siempre ha sido decorado por ingente cantidad de árboles y un
abundante verde clorofílico donde plantas y matojos ocupan gran dimensión de su
superficie territorial. Y a donde dirijamos la mirada es ver ese color vegetal
que tanto anima.
Muchas personas poseían lo que llamaban “el sitio” en las respectivas
plantaciones, huertos para la siembra de legumbres, hortalizas, etc.… Además,
gañanías con algunas vacas, cabras, conejos, gallinas y otros animales
domésticos. Yo siendo un muchacho, aún recuerdo ir con un amigo de mi padre a
buscar verduras y huevos al referido “sitio” y, a la vez, ponerles la
comida a los distintos animales.
Los habitantes no eran muchos, todos se conocían, más o menos, aquello
parecía una extensa familia. Pueblo agricultor y marinero, a todo esto hay que
añadir las dotes que esa gente tenía para comerciar y hacer sus respectivos
negocios a la vieja usanza, así le daban vida al municipio y las familias se fortalecían
económicamente. Las mercancías entraban y salían como creo nunca más veremos.
Los caminos, carreteras, pistas, atajos, senderos, etc., siempre estaban
transitados por las célebres carretas tiradas por bueyes y mulas, como habitual
medio de transporte de entonces, trasladando los distintos géneros del campo.
La vida es un cúmulo de circunstancias específicas que sumadas dan
origen a las estaciones diferentes, encuadradas en épocas circunstanciales, a
saber, desde cuando nacimos hasta el final de nuestros días. En función a la
evolución y el progreso de los pueblos estos cambian su propia fisonomía y se
modernizan convenientemente. Así pues, quién lo vio como fuera ayer y lo palpa
hoy notará la gran diferencia.
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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