EL
TIEMPO, EL HOMBRE Y SU MENTE
La mente no necesita
calzados para andar por los lugares amados, es tan ligera y ágil como el aire
agitado del propio deseo; liviana como
el sutil suspiro... La mente liberada del hombre veloz recorre las distancias
sin límites: desde una orilla a la otra. Es como el pensamiento emancipado,
autárquico, corre abnegadamente en pos
de sus motivos idealizados, representados
en los sueños... Vivaz y muda, sin palabras que la delaten. La mente
sortea toda clase de adversidades, vence
en sus obstinados propósitos y llega siempre puntual donde desee llegar.
Sólo sí, a veces, no es correspondida esa abnegación y su etérea evocación se
ve limitada. El hombre y su mente, también, suelen ser víctimas de sus propios
impulsos, a pesar de la ingravidez de aquella.
¡Cuántas veces le hemos dado
rienda suelta!.. Y, cuántos momentos diferentes hemos vivido en aras de ese nexo espiritual al evocar
situaciones diversas; y cuántas veces la pena nos ha minado, provocando el
llanto callado que tratamos de ocultar siempre. Las doradas alas del
pensamiento, cómo me han obligado a recorrer esas largas distancias, más allá
de las fronteras que imaginamos, al final de todos los caminos, donde las voces
se apagaron y el aliento ahogado se hace silencio, eterno silencio... ¡Cómo
recuerdo cosas que han ido quedado atrás!..
Viendo, en la concurrida playa norteña, una pequeña
embarcación alejarse velozmente, que va dejando atrás la estela espumosa en el mar abierto, sinceramente, con
nostalgia he reflexionado en todo cuanto
digo: "el tiempo nos va separando de tantas cosas íntimas y queridas; como
la blanca estela espumosa"... Ahora, y
en cualquier momento lo pienso,
en cualquier lugar y situación. Pienso
en aquellas vivencias pretéritas y tantos recuerdos que conservo, con
tal reparo y conciencia, que valoro más el presente de esta corta permanencia
nuestra. Siento la natural embriaguez que me deparan estos sentimientos... Y
tanta añoranza de todo cuanto ya no puedo alcanzar por más que corra, o sea
ardua mi persecución. Lo que ha muerto descansa
en paz, aunque la mente siga atormentada, buscándole...
Uno busca, entre las
sombras, querencias perdidas de algún ser amado. Algún lugar, hoy desaparecido, donde nuestras huellas
estaban presentes, señalando momentos apasionados. "Aquel rincón
tranquilo: abajo el mar, moviéndose apaciblemente, sólo oyendo el susurro, cual
dulce y cadente melodía de sus olas. Arriba el blanco muro que bordeaba al
camino, tantas veces transitado. Perdida la mirada, sin decirnos ni una sola
palabra, mirando al mar, cogidos de la mano. Cosas así, muchas anécdotas más se
fueron alejando, como la espuma en la
mar, separándonos para siempre. Uno va buscando esas vivencias idealizadas, tal
vez, sin apenas percatarnos de la misma realidad. Teniendo tan cerca un corazón
que está latiendo por nosotros. Uno sigue buscando imposibles, obcecadamente. Y
aunque el camino sea escabroso y solitario insistimos buscando lo que ya no
existe; y morimos en ese empeño,
obviamente, sin alcanzar ver realizados esos sueños...
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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