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Imaginemos por momentos en medio del clásico silencio de la soledad un
soplo de cálida brisa, muy tenue y sigilosa, que al cruzar dejar el lastimero
eco de una suave melodía, distraída como la estela que dejan las fugaces
estrellas en el firmamento que no se detienen, sólo se pierden el vacío,
dejando como lamentos profundos en su precipitado curso.
Imaginemos que pudiéramos acariciar ese soplo nostálgico y pudiéramos
detenerle para identificarle, saber descifrarle y apagar su llanto melancólico.
A veces, intuyéndole cual cascada musical, nos parece adivinar en la cadencia
de sus rítmicas notas musicales el lamento que arrastran consigo al ver
distenderse su contenido por aquellos
causes silenciosos… Y ver correr como el agua del arroyuelo, como la fugaz
estrella, como si se nos escapara de entre las manos y huyera de nosotros
despavorida entre la maraña de nuestras dudas e imaginables intuiciones. Ese
dorado hilo musical sólo deja la estela del tiempo consumido y los sueños
rotos, viéndole volatizarse y alejarse sollozante, como un delicado llanto que
en la distancia se apagara, se esfumara lentamente.
Así son los días de nuestro calendario, cuando se desprenden las hojas
mustias del viejo curso del melancólico anuario; y en cada nuevo amanecer
buscamos un nuevo eco de paz y de amor, en el futuro año de nuestra incierta
existencia. Que cada nuevo amanecer sonriera igual para todos y recuperemos la
dignidad perdida y el equilibrio socio económico tan necesario para reorganizar
nuestras vidas, con música e ilusión, con trabajo y respeto. Que veamos nuestro
futuro más alentador, que no se lleven las aguas del arroyo esos deseos
nuestros de paz y felicidad.
Celestino González Herreros
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