ABORDO DE LA NORIA DEL TIEMPO
La magia que guarda el silencio en la bahía impone
sobremanera, se percibe, incluso, un halo de tristeza y nostalgia íntimamente
unidas al acontecer de pretéritas décadas del tiempo, cuando aquellos viejos
marinos luchaban por conservar su autonomía y la amplia libertad de la
actividad en sus faenas cotidianas. Había menos limitaciones y el horizonte
parecía más amplio dentro de las ilusionadas perspectivas, dentro de las
estrecheces económicas del momento. Dicho más sencillamente, eran más dueños de
la mar y el entorno pesquero. Entonces, hubo días de capturas copiosas,
llegaban las traiñas hasta la bocana de los distintos fondeaderos a tope y el
marino arribaba con una clara expresión de contento que difícilmente podía
ocultar. Hubo de todo y no todos tuvieron la misma suerte. Lo cierto es, que
venían gentes de los municipios vecinos a comprar el pescado; o eran llevados a
ellos por las típicas pescadoras y muchas de ellas lo cambiaban por hortalizas,
papas y frutas, con lo cual se hacía un intercambio inteligente ya que se
traficaba recíprocamente para cubrir en los lapsos de escasez, las primeras
necesidades alimentarías. Ese arraigo cultural y socio económico valía para
todas las clases sociales y debe ser más antiguo que Matusalén. Asimismo, los
merenderos y casas de comida del Puerto de la Cruz , podían ofrecer a sus clientes, gran
cantidad de pescado, preparado al gusto del consumidor y con ello proporcionar,
a cada cual, la sabrosa degustación previamente apetecida...
Paradójicamente, había menos dinero, pero las gentes
no se privaban de comer pescado en cualquiera de sus modalidades culinarias,
con papas guisadas en abundancia - no como hoy, que te las cuentan y las sirven
en platitos de postre - y el buen vino de aquellas lejanas épocas. ¿Quién no
recuerda las tardes en los lugares acostumbrados del Puerto? El barrio La Ranilla , sin ir más lejos,
no era necesario salir de nuestro entorno, por doquiera hubo donde pasar un
buen rato. Eso sí, los parroquianos nos recogíamos muy pronto y dentro del más
estricto orden, aun con los vapores báquicos subidos...
Mientras estoy evocando esos momentos, recuerdo siendo
yo muy joven, las tascas atestadas de personas conocidas, siempre en estrecha
armonía. Unos cantando en alegres coros, canciones antiguas o las que fueran de
actualidad entonces. Acordeones, guitarras y, por supuesto, nuestro popular
timple, dándole al ambiente el encanto melodioso de sus notas musicales de la
mano de un canario; sin que nadie se molestara por ello, ya que cada cual iba a
lo suyo y lo que importaba, fundamentalmente, era pasarlo bien, sin molestar a
los demás, y salir del lugar, satisfechos en todos los sentidos. Cada cual, de
acuerdo a su presupuesto económico, salía a la calle con lo que podía y a la hora
de pagar no había problemas si unos ponían más u otros menos que los demás.
Hubo una solidaridad increíble y un concepto cabal de la camaradería.
Envidiable, ¿verdad? Tantas veces he pensado, ¡Cuánto disfrutarían nuestros
“turistas” hoy día dentro de ese ambiente! No les dejan respirar ni elegir…
Todo son intereses creados. Los extranjeros vienen, se va y no han vivido
nuestro verdadero ambiente. Si nosotros salimos fuera nos gusta conocer y
probar las cosas de ese lugar. Aquí, en Canarias desde que llegan los turistas
los secuestran las Agencias de Viaje y las mismas dependencias hoteleras.
Comisiones si, libertad no.
También recuerdo, con nostalgia, muchos momentos que
ya no tienen actualidad, los que fueran irrepetibles; ni las personas somos
iguales, ni existe aquel condicionamiento: época y gentilicio, como si imperara
entonces un sentimiento social libre, cuando había ciertas discrepancias
políticas y sociales, pero ello no nos impedía, a los ciudadanos de a pie, que
disfrutáramos de los momentos de ocio como mejor nos pareciera y sin dejar de
respetar el orden público. Aunque estuviéramos todos juntos, y no revueltos,
participábamos de la humana ocasión que la vida nos brindaba. Y participábamos
en esas tardes portuenses, en las que los más viejos, los que no eran tan
maduros y tantos jóvenes, dando riendas sueltas a la ilusión que vivíamos,
después de haber cumplido el fatigoso compromiso laboral, cansados de currar,
para recuperar la alegría comprometida tantas veces en el cotidiano quehacer...
Recordemos siempre a toda aquella buena gente, con
quienes compartíamos lo que tuviéramos donde estuviéramos; y las horas de
inenarrables experiencias y acontecimientos, que son, en definitiva, los más
hermosos episodios de nuestra historia personal; esas vivencias que, a veces,
comentamos entre los pocos amigos que ya quedamos, y que, despiertan entre
nosotros un sentimiento especial de ternura, capaz de emocionarnos
tremendamente. Esos recuerdos evidencian nuestra condición social
inquebrantable.
Hoy, sin hacer grandes esfuerzos, podemos repetir...
Buscando ilusionarnos, y sólo íbamos a conseguir convencernos de que será
imposible realizarnos como ayer, alegrar el ambiente y participar en el sin
nuestra vitalidad; ni hay tales energías ni el éxitos será el mismo. Nos limitaríamos
a observar a la hermosa juventud y sonreiríamos con tristeza, ya que no podemos
seguirles; y nuestros achaques nos impiden imitarles como en realidad desearíamos.
Los años no perdonan... Ya nuestras miras no son las
mismas, pero quedan los recuerdos en los cuales solemos refugiarnos y en
nuestra soledad, compañera inseparable y vivimos con aquella lucidez y el
encanto de todas las fragancias, del pasado perdido, sin desvirtuar cada
momento, lo que aportó a esas vivencias entrañables la ilusión de nuestra
juventud y todo lo que en ella disfrutamos; también la efímera infancia y todo
aquel bagaje transitorio que dejó huella indeleble en nuestro corazón.
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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