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Cuando aún duerme el valle, cuando nuestra ciudad comienza a desperezarse las aves orquestan sus delicados trinos, animando con sus cantos la oportuna aurora matinal. Cuando los primeros rayos del Sol acarician la tersa cima del Teide, insignia universal por su belleza natural y la magnanidad de su poético entorno, pareciera que una mágica ventana se abriera y allá en su atalaya lo viéramos erguido y majestuoso como un símbolo de gallardía.
Aún la ciudad en silencio y sin haber aclarado la mañana, en mi balcón vi. asomadas las palomas que cada día vienen a limpiar las descuidadas migajas que caen al suelo de la tarde anterior… El arrullo de las mismas llegó a despertarme y como si intuyera que iban a corresponderme, les sonreí levemente y las dejé tranquilas donde estaban alimentándose.
Al correr del todo las cortinas y ávidamente levanté la mirada hacia el esplendoroso Teide, no pude menos que darle gracias a la vida por habérnoslo dado, por estar ahí, inamovible y vigilante, dándonos cada mañana su esbelta imagen y su característica sobriedad y hermosura.
Ya iba aclarando el día y mientras las luces de los pueblos adyacentes y de la misma ciudad nuestra, se apagaban era como una exhortación a la vida. Las montañas resplandecían y los campos reverdecidos, con esa luz que nos brinda el astro generoso acentúa la calidez de sus penetrantes brazos solares; eran cual caricias poéticas que lo embelleciera todo y transparentaran las sombras de la noche como un ritual virtuoso…
Si vez el Sol salir
corre al campo, amor mío
y cíñete a tu albedrío.
Cuando vayas a partir
ve por el caminito
que conduce al lago,
verás que vas a sentir
un placer infinito
y un poderoso halago…
En sus aguas cristalinas
cuando tu rostro inclines,
mientras el Sol ilumine
y hasta que decline,
estará refulgiendo
tu belleza angelical
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Como si temiera que el tiempo escapase, me apresuro a escribir estas espontáneas líneas, antes que llegue el expreso… Con la mente aún intranquila hago por ordenar los pensamientos. Trato de hallar la senda prometida al llegar a la encrucijada de mi vida, cuando vea deslizarse sobre los fríos rieles, hacia mí, la evidencia de la máquina fúnebre. Como si fuera un natural mensaje de amor que se aventura en su retirada.
Apenas repuesto de aquellas extrañas sensaciones, entre el cansancio y las ansias de libertad, esquivando la poca luz proyectada en el azaroso camino, salgo de mi letargo buscando despertar de mi aturdimiento en ese bello entorno que nos brinda la vida., viendo rostros sonrientes a mi alrededor, en aquellos que parecen no tuvieran en sus vidas motivo alguno que se lo impidan. Deslumbrados por los encantos presentes, por todo aquello positivo que pueda brindarles esta ciudad nuestra, mientras consumen las horas de su apacible estancia turística.
No se han percatado de que la ciudad tiene dos caras distintas, ignoran los problemas de los demás, de algunos cuyos destinos fueron truncados y hoy se sienten sin ilusiones; los desconsuelos de muchos, aquellos que buscan la salida del túnel donde se hallan. Seres que lo han perdido todo y se ven las manos vacías y el corazón desierto, y aún así, no se amedrentan, siguen buscando cómo escapar del agujero oscuro donde se hallan estacionados. Ellos, los más sonrientes, parecen felices, pero no lo son, tratan de serlo y sólo consiguen gesticular muecas estériles. Ni siquiera se fijan en los demás, como si aquellos fueran fantasmas callados y a la vez sumisos que sólo vegetan en este afortunado paraíso viendo pasar el tiempo inexorable. Sólo esperando, para ver cuando se detiene a recoger algún pasajero o un fortuito mensaje. Conformándonos viendo morir la tarde con sus tibias sombras avanzando por las calles de la ciudad entre tantas caras distintas.
Casi sin poder evitarlo, a veces me siento como un extraño, como las sombras que deambulan… Idiomas distintos, otras culturas, costumbres muy particulares y sentimientos diversos. Por ello, consecuentemente, ni sabemos a dónde mirar para ocultar nuestra turbación. Mi bella ciudad, espléndida y generosa, con su habitual deslumbramiento hace sentirme, por ende, un intruso entre tantos rostros dispares. Quiero sonreír y no puedo, no hallo la razón, posiblemente, nunca sepa qué me lo impide; y en silencio me aparto de esa loca gente.
Por suerte, siempre disponemos de bellas y tranquilas plazas públicas. También, a la orilla del mar, nos brinda el oportuno lugar por donde andar y meditar… En ellos me asomo buscando el lejano y estático horizonte, donde parece que se une el mar y el cielo. Y mientras la brisa me acaricia, siento un enorme consuelo y no reparo en sonreír, aunque de distinta forma a cómo lo hacen los otros… Lo hago dándole gracias a la vida por tanto que hemos recibido; y complacido vuelvo mis pasos hacia el hogar que me espera. Donde puedo escribir cosas como estas notas sentimentales, con lo cual, creo no hacer daño a nadie. Y puedo ver a través de mi ventana, cada nuevo amanecer y las cosas que afuera despiertan ante mis ojos; y tantas fingidas sonrisas que tratan de disfrazar sus miserias y callados pesares.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
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