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Hoy es un día distinto para mí, tuve que trasladarme a La Orotava para cumplimentar unas diligencias rutinarias y al resolverlas fui atraído por nostálgicos recuerdos de viejos tiempos que no volverán, recordar, aunque sólo fuera fugazmente, tantas vivencias y ocasiones entrañables que no se deben olvidar. Aquellos años de paz e ilusión, cuando en nuestra Sociedad había menos tensión. Al menos a mí me lo parecía, entonces las gentes sonreían, éramos menos desconfiados y lo veíamos todo muy distinto, sin los miedos de hoy ni las tensiones y desesperanzas inspiradas por nuestro incierto futuro…
Vine hasta aquí, a visitar el Bar Restaurante La Barraca, a saludar a mi viejo amigo don Isidro y su familia. No estaba abajo, en el negocio, pero si tuve ocasión de saludar a su hija Isabelita. Doña Concha estaba ocupada en la cocina, preparando un bacalao… No quise interrumpirle, no se si lo haré antes de irme. Sólo estoy de paso. Pero sin que ella se diera cuenta, le tomé una foto en plena faena, a pesar del flash de la cámara, escapé sin que me viera.
Esta estupenda familia los transito desde hace muchos años, desde cuando trabajé en La Orotava, en la Casa de Socorro y Urgencias de la Seguridad Social. Entonces siempre iba a comer, primero abajo, en la finca, la primera “Barraca” de donde guardo tan buenos recuerdos, luego en la actual dependencia, sita en la Calle Dr. Sixto Perera, núm. 2, esquina con la antigua Calle Tomás Zerolo, en El Mayorazgo. Un lugar ideal para degustar los ricos platos elaborados por doña Concha y el trato familiar de todos ellos, que hacen del ratito que estemos disfrutando, las delicias insospechadas del momento.
Les trato desde hace muchos años, más de treinta, más, siento como si me quedara corto al calcular. Es que el tiempo para tan rápido… Aquellos ratos ya no es posible repetirlos, primero que ya somos mayorcitos, luego con los persistentes y desmedidos controles de alcoholemia, uno ya no puede “extenderse” como era antes, cuando éramos más libres y dueños de nosotros mismos, responsables de nuestros actos.
Al cabo del tiempo, muchos amigos que conocimos en “La barraca” se han quedado en mitad del triste camino tantas veces andado, con los que amigablemente departíamos, en aquellos encuentros inolvidables, la experiencia sana de la solidaridad, animosamente. A ellos, los que se fueron para siempre, recordándoles, aún me parece estarles acompañando.
Ya me voy, sólo vine atraído por la nostalgia, me voy según llegué, de puntillas, sin saludar a los demás, en silencio, no sin antes contemplar las paredes del lugar, sus múltiples títulos ganados, trofeos bien merecidos por su exquisita cocina. La mesa que solía ocupar seguramente seguirá reservada para mis sueños nostálgicos. Me voy sin decir adiós, ojala sea hasta siempre…
Celestino González Herreros
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