3/2/12

LUMBRERAS ECEPCIONALES DE PUERTO DE LA CRUZ

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Los que hemos salido fuera y hemos estado ausente muchos años, cuando volvemos al terruño amado, de vacaciones o para siempre, la inquietud mayor que sentimos, el deseo más poderoso al llegar a casa o donde vayamos a pernotar, es salir cuanto antes a la calle a buscar a nuestros familiares, hallar a los viejos amigos y platicar con ellos largo rato. Interesarnos por los cambios habidos, y por aquellos que se hayan ido al lugar sin retorno…

Celestino - me decía Felipe Hernández Hernández, el médico sencillo y muy virtuoso, hijo de Puerto de la Cruz - llévame donde vive el amigo Jesús el Villero, tengo muchos deseos de verlo y abrazarlo, como tú sabes, somos amigos de toda la vida. Últimamente no sé de él. Ya han transcurrido unos cinco o más años desde entonces.

A los pocos días regresó a Venezuela, después de estar aquí sólo una semana y antes de un par de años falleció allá. Tuve que darles la luctuosa noticia a don Jesús y familia, lo que supuso un gran disgusto para ellos. A veces me pregunto: ¿Para qué vino Felipe al Puerto?. Salimos un par de veces juntos, los tres y hasta un par de vasitos de vino nos bebimos en grata compañía y tomamos fotografías para evocar en el futuro esos lugares visitados, especialmente en los alrededores de nuestro querido muelle pesquero.

Ambos eran personas de muy fluida conversación, sabían de todo y oyéndoles narrar sus aventuras, las historias de la juventud y todo aquello que comentaban, en verdad, me quedaba anonadado.

La fotografía que ilustra este sencillo escrito fue tomada en casa del maestro, cuando fuimos a verle. Entonces no estaba en su hogar, había salido a gestionar algunos asuntos personales y su esposa, Antonia Rodríguez, nos atendió con esmero y cariño; ellos se apreciaban mucho, eran buenos amigos. Cuando al cabo de cierto tiempo llegó don Jesús de la calle, como no esperaba encontrarse, así de sorpresa, con su gran amigo Felipe, se abrazaron como hermanos…, fue muy emotivo dicho encuentro. Dada la circunstancia de que tenía mi máquina fotográfica al alcance de mi mano, la tomé y disparé oportunamente. Para la posteridad tenemos esta bella y emotiva imagen, respuesta a la fidelidad de la verdadera amistad.

Allá, en Venezuela, trabajamos juntos en el Ministerio de Sanidad, en la Unidad Sanitaria (Dermatología Sanitaria) del Estado Lara, capital Barquisimeto, él como Médico Jefe, Lorenzo Abreu González, también hijo de Puerto de la Cruz, como Auxiliar de Campo y yo, como Sub. Inspector del Servicio de Dermatología. Como anécdota muy significativa, permítanme decir que en ese País, para desempeñar cargos de Jefes, si no te has nacionalizado no puedes desempeñarlos. Felipe se nacionalizó, yo no, ni Lorenzo, así pues no podía aspirar al cargo de Inspector. Ocurre distinto en España y sus hábitos, por ejemplo, que los de fuera se enganchan fácilmente, bueno, en Canarias los peninsulares…, no me lo tomen a mal, pero es la verdad. Y no es por que sean más listos que nosotros, es que son una cadena interminable de convencional solidaridad… compadreo y servilismo. Esa es y ha sido nuestra suerte desde siempre. Asunto concluido, OK?

Verdaderamente, cuando contemplo esta original foto, se me encoge el corazón, me rindo ante la evidencia, aún me parece incierto que estas dos personas, con un currículo tan hermosos ante los hombres y ante Dios primero; tan humanas y serviciales y desde todo punto de vista ejemplares, se nos hayan ido… Posiblemente, ese significativo abrazo, allá en la Morada de Dios, se esté repitiendo muchas veces, al encontrarse nuevamente con todos los suyos.

Dios les tenga en la Gloria, cada cual cumpliendo el Destino que la Divina Providencia les haya tenido reservado.

Les vamos a recordar siempre, sólo si pido encarecidamente, queridos todos, les tengan presentes en sus sentidas oraciones para que nunca les falte la Paz Divina.


Celestino González Herreros

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