Acabo de conocer la triste noticia del fallecimiento de don Jesús Hernández, el Maestro. En verdad, no lo esperaba… Siempre ocurre lo mismo, cuando una persona vale mucho, como lo fuera él en vida, es que no admitimos que se nos vaya para siempre y de hecho, aunque sólo sea a partir de ese luctuoso momento, a través de los recuerdos, solemos perpetuar a esa gente que lo hayan dado todo por sus más íntimos ideales. Uno de ellos fueron sus grandes anhelos por la educación de los demás, corriente heredada de su ejemplar madre, también Maestra, en
Por su experiencia y preclara vocación cultural, pasaron cuatro generaciones. Muchos de los antiguos alumnos de ambos sexo, los que hoy le lloramos, estamos rogando a Dios por el eterno descanso de su alma. No podremos, jamás, olvidar sus gestos, su perseverancia y su gran preocupación por que sus alumnos aprovecharan el tiempo de sus clases, con el deseo de hacernos más útiles en la sociedad al enfrentarnos con las posibles adversidades de la vida, las traiciones y cuantos cuántos obstáculos surgieran. Que supiéramos defendernos intelectualmente en aquel futuro que se nos avecinaba. A la vez, era cariñoso, cuando había que demostrarlo. Era como un amigo, al que esas cuatro generaciones que pasaron por sus manos, ante todo le respetábamos.
Aquel hombre sencillo, simple y humilde y a la vez alegre, contagiaba confianza, apego y desbordante simpatía.
Le recuerdo, al retroceder mis pensamientos, verle con un montón de muchachos, jugando al fútbol con aquellas pelotas artesanales hechas con badanas, en la playa de Martiánez, como un chico más. También en cualquier esquina, hablando de política, dando consejos, ayudando a quiénes le necesitara. Vigilando nuestros torpes pasos, cuando nos veía dudosos o desorientados, allí estaba el villero, don Jesús el Maestro; y hoy, repito, en medio de tanto dolor, pareciera que la mente se nos llenara toda ella de tantos recuerdos… Y junto con su esposa Antonia Rodríguez y sus hijos, disfrutando de esa gran familia que tanto amó.
Y el corazón, como si se nos abriera y quisiéramos darnos todo, para que siempre se halle arropado por nuestro cariño, recordándole con admiración.
Nuestro Norte de Tenerife, ha dicho adiós a tan querida persona, sólo un adiós terrenal, pero pensamos sin dilación alguna, en aquel lugar que Dios siempre le tuvo reservado…
También recuerdo, en
¡Que Dios les proteja a todos!
Hasta que nos veamos nuevamente, querido Maestro, Descanse en Paz.
Celestino González Herreros
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