Es evidente y desde todo punto de vista admirable, lo que suele suceder cuando el hombre “cambia” de lugar, cuando se aventura o se deja llevar hacia otros derroteros… Simplemente cambiar, ir a otros lugares antes no transitados no sólo por ignorancia, también hay obligaciones ineludibles. Lo experimenté últimamente, cosas de la edad, pienso yo. Busqué, o simplemente alterné un lugar distinto, lo tenía a dos pasos, como se suele decir. Al llegar al nuevo destino, sinceramente, dudé si hacía bien, hasta llegué a pensar que estaba equivocado de sitio… ¡Han pasado tantos años! ¡Y nos queda tan poco tiempo! Creí no soportarlo.
No conocía el lugar en su lúdico ambiente, de pronto comencé a ver caras conocidas y a varios amigos; aquello fue sentirme como pez en el agua. Brindamos por el encuentro y hablamos de todo un poco, menos de política hablamos hasta por los codos. En todo memento observaba a los allí presente, queriendo reconocerlos y les iba asociando con los conocidos de épocas pasadas y con algunos acerté, gentes que desde hace cincuenta y más años no les veía y hasta creía que ya no existían. Es asombroso lo que uno se pierde, hasta que nos jubilamos no tenemos ocasión de vivir plenamente. El trabajo nos absorbió completamente y es a partir de ahora, cuando podemos arrastrar los años que nos queden de vida, un poco más libremente, a ratitos, porque las obligaciones del hogar no perdonan.
Fue como despertar en una dimensión distinta, fue como amanecer en aquel mundo tan lejano, unos cincuenta, sesenta años, más o menos. E instintivamente, si pudiéramos, no sólo reencarnarnos, revivir los años perdidos, hoy nuestros rostros medio castigados por la inevitable influencia del tiempo que ha pasado. La huella innegable de nuestros blancos cabellos, ¡que dicen tanto! Súbitamente, me recordaron a otros muchachos de nuestra edad, aquella época de nuestra sensible juventud, cuando no éramos tan mayores. Resumiendo, fui capaz de dirigirme a todos ellos, el local estaba lleno, les miraba y para mis adentros decía: ¡Caray!, yo conozco a este, también al otro, a varios de ellos. Sus actuales rostros me recuerdan… Claro que si, son un montón de personas que no les veía hace mucho tiempo. ¡Cómo hemos cambiado! Fui al mostrador y apuré unos buches de vino, los necesitaba en esos importantes momentos, me estaba enfrentando a aquel lejano pasado, imborrable en nuestras vidas. Aunque ellos no se acordaran de mí, yo sabía, después de tanto estudiarles, quienes eran ellos, sólo me equivoqué en un par de ellos que no eran de aquí.
El local, debo decirlo, amplísimos y muy cómodo, un orden inusual, tanta gente juntas y apenas se oían sus voces. Aquel ambiente tan familiar y respetuoso me motivó bastante. No pensé que
Me abstuve entonces, me arrimé a una de las esquinitas del pequeño mostrador y reduje lo más posible el lugar que ocupaba para que otros se sirvieran del mismo.
Qué gran alivio, al ver que algunos se acercaban a mí para saludarme, gentes conocidas, amigos de la calle, de distintas circunstancias y generaciones, en fin, personas estupendas, algunos viejos confidentes de otras épocas y los nuevos amigos que ganamos cada día.
Celestino González Herreros
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