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Al Drago milenario quisiera saber llegar con la exquisitez que supieran hacerlo otros más adelantados en estos menesteres; y como no sé esperar y ante el temor de que mañana ya sea tarde, a mi modo, le rindo el culto más emocionado... Hoy que tengo ocasión de admirarle me extasío en él, tal contemplación me conmueve, además de milenario, tan fuerte y elegante, tan lleno de sabia, tan hermoso símbolo nacional y por ser tan fiel testigo de tantas generaciones étnicas; que sabe, por ser viejo, la historia de todos los icodenses, desde que brotó de su embrionaria semilla y que como un hermoso ramo de luces divinizadas, del corazón de esa generosa tierra como ejemplo de belleza brotara... Hoy viéndole, siento como un lamento dentro de mí, una queja que me enternece y me obliga a pensar -como habrán pensado tantos - ¡qué pena que tanta sabia algún día se pueda secar!, entonces, ¿cuál fuente más pura calmaría la sed de nuestra imaginación? Si hasta parece que fuera un faro que alumbra hacia las estrellas sus flores todas ellas proyectadas siempre al cielo. Como dos manos sobrenaturales que juntas en ademán de súplica se abrieran alabando a las Alturas, pidiendo gracia divina. ¿Quién duda, que El Drago sea el protector eminente del pueblo icodense? Su ancho tronco parecen brazos musculosos asidos fuertemente que se treparan buscando el azul del infinito con la energía que brota de su viejo corazón y, a la vez tierno, pero sumamente vigoroso. Y todos nosotros decimos siempre lo mismo: "antes me voy yo, que no tendré su suerte de vivir tanto y tan respetado siempre."
Qué poquita cosa nos sentimos en nuestro fuero interno, cuando le miramos con el delicioso asombro que inspira. ¡Qué pequeños nos sentimos ante tanta grandeza y belleza!..¡Cuántos vendavales habrá frenado su augusto cuerpo y cuántas inclemencias!..Y siempre erguido como nuestro Teide querido... Atalayas, los dos, milenarios monstruos de belleza y fantasía incomparable, símbolos naturales que hacen más atractivas aún la isla de Tenerife.
De paso me detuve a verle y al comprobar su esbeltez, no pude menos que brindarle mis humildes elogios, sublimados como siempre, por mi admiración... y me voy alejando de él con el natural sentimiento que me depara el temor de que no le vuelva a ver.
Celestino González Herreros
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