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El calendario anuncia, al pasar el presuroso tiempo, que ha llegado nuevamente el mes de julio, con todo lo que ello implica para nuestro pueblo y su gente. El mes de julio es, quizás, en nuestros social acontecer, la fecha que dice más, en las que se asoman de forma relevante, sui géneris, a nuestro diario quehacer, todo ese cúmulo de agradables sensaciones que nos deparan nuestras constantes religiosas, aparte de las sociales, las lúdicas que inquietaron siempre, por su explosivo entusiasmo, a los habitantes de Puerto de la Cruz.
Cuando amanece cada día en julio, de forma mágica, se desperezan, al romper el alba, esas inquietudes anunciadoras y contagiosas, del supuesto encuentro feliz… El que nos ofrece la divina contemplación de nuestras veneradas imágenes, paseándose por sus calles… Como cada año, siempre igual.
Se rompe la monotonía y comienzan los preparativos de los días más grandes de nuestras tradicionales fiestas. Nuevamente nos disponemos a asistir con cristiana devoción alabándoles, a la cita anual con nuestro Viejito y la Virgen de El Carmen. Buscamos las mejores prendas y las flores más hermosas de nuestros frondosos huertos para ofrecerlas a tan sagrado Culto. Y con nuestras sentidas oraciones, les acompañamos, una vez más en julio, al Gran Poder de Dios y la Virgen Morena.
Las calles, solemnemente engalanadas en nuestra ciudad, paso a paso, hasta el final del largo recorrido, exaltan la sublime presencia del próximo acontecer. Como una promesa que se repite cada año. Pueblo consecuente y luchador, y por herencia marinero, parece que, con ansias incontenibles ya presintiera los cansados pasos que vinieran en el silencioso cortejo, que sobrecoge a muestras almas y las impregnan de tristeza o de bonanza, de dolor y tanto amor que hasta llega a resplandecer en la oscuridad de la noche, en ese paseo procesional. En todo su acostumbrado trayecto, en las ilusionadas calles de nuestro devoto pueblo.
Dichoso quien pueda contemplar y pueda descubrir, en sus dulces y serenas miradas, la bondad infinita que nos brindan, desde sus cimas. Hoy, con las más bellas flores de nuestro Valle, deliciosamente adornados. Dichoso aquel que pueda seguir sus pasos y acompañarle en todo el camino, desde la iglesia mayor, por los lugares de siempre, hasta el más distante rincón. Si, dichosos aquellos que tengan el consuelo de beber su propio llanto, reprimido largo tiempo. Otra vez en julio, despertando los callados recuerdos de los que se nos fueron, buscando, en el más allá, las huellas de otros caminantes que desde aquí partieron. Para ellos son nuestras oraciones y esa dulce mirada de nuestro Viejito y la Virgen madre de los hombres de la mar.
Me parece estar oyendo, transportado a mi pasado, la música de entonces, que nos invitaba al silencio y a la reflexión, arrancándonos del corazón las más sentidas plegarias, al paso callado y lento de nuestras queridas imágenes. Me parece oír aún, como un perpetuo y amoroso eco, un murmullo delicioso que es la oración de todo un pueblo que ha sabido respetar y conservar tan hermosas tradiciones.
Será así, cada año en julio… Levantemos nuestro corazón, busquemos fuerzas si no las hay; nuevamente somos requeridos por El Viejito y La Carmela. ¡Acompañémosles hasta el último instante!.. Elevemos el corazón. Echémonos al camino y busquemos en la divina presencia la paz. Elevemos nuestras calladas súplicas y pidamos la gracia eterna para los que, estando ausentes también ruegan por nosotros y nuestro querido pueblo. Y no olvidemos a aquellos que emigraron a tierras lejanas, por razones obvias, que no pueden hoy estar aquí, entre nosotros. Aquellos que, fervorosamente, con lágrimas en los ojos y el corazón oprimido, imploran y halagan su mano… ¡Señor, óyeles y mitiga sus penas y desconsuelos! Que son, quizás, ¡OH Dios!, los que más echen de menos el éxtasis que produces y la paz que transmites con tu silente mirada. Tus divinas pupilas, a veces, tan dilatadas, ¡dicen tanto!
Ya no suena el tambor, todo es silencio, sólo el parpadeo de los cirios encendidos, imitando la llama de nuestro, anuncia que no están solos. Se han detenido, un momento nada más, y están mirando fijamente, no sé a dónde. Sólo un momento. El Viejito se ha detenido y ha fijado su expresiva mirada, sus dilatadas pupilas, hacia la multitud que le aclama… En silencio, siempre en silencio, premia a su pueblo con su Bendición callada. Y se tornado silente, con expresión serena y resignada, apoyando nuevamente, su cansado rostro sobre su mano. Y haciendo un gesto de humildad y ternura pidió que le llevaran, sus fieles en hombros, como cada año en julio, hasta las calles de sus barrios, -EL quería verlo todo- y al final, volver al lugar de partida y allí esperar a que otro año, por las fechas de julio, en las calles de Puerto de la Cruz -alegre u soleado- nuevamente, pueda disfrutar de los suyos.
Al llegar al Templo se rompe el silencio que subyugaba, que atenazaba a nuestras conciencias de la tensión sufrida al reconocer nuestras faltas -ahora olvidadas con el perdón- que nos devolviera su última mirada.
Cada año parece que despertaran en mi pueblo los deseos más nobles de pronunciamiento marinero, como se le conoce y turístico por excepción. Se contagia todo y se prepara… Ya las barcas en la bahía, en el muelle pesquero, están listas. Las banderas hondean al viento y en las calles, en formación alineadas, lucen los adornos más variados, plumas, banderas, flores, etc. Las típicas turroneras y las cosas todas de las fiestas de pueblos. Norias, cochitos eléctricos, tómbolas, ventorrillos, conciertos de música en las plazas, cucañas, coches antiguos y paremos de contar. Pobres vecinos de los alrededores, hasta altas horas de la noche. Sufridos y valientes; y todo por conservar nuestras viejas y escasas tradiciones.
Si, todo está a punto para esas entrañables fiestas. Son fechas soñadas.
Me parece seguir oyendo aquellos conciertos en la Plaza del Charco. Se que nunca será igual, uno ha cambiado también, tanto o más que el pueblo, aunque de distinta forma. Tampoco estará presente aquella recordada y añorada Banda de música local… Otros ocuparán sus puestos, ese es el destino. Por eso insisto, que nunca será como antes. Lo único que no cambia y siempre será igual, es la expresión sublime y amorosa de la humilde mirada de El Viejito, sentado en su Trono. Viendo la transformación de su pueblo y buscando entre la gente a todos aquellos que no asistieron esta vez, por una razón u otra, al magno momento del gran reencuentro… A recibir la Bendición, aunque en su inmenso corazón, sin excepción alguna, todos estamos presentes.
El clarín anunciador de nuestras fiestas de julio, llega a todas partes, con la cadencia propia de una noble inspiración, que va alegrando a un mismo tiempo los semblantes ilusionados de los hijos de Puerto de la Cruz. Tal vez porque lo entendemos mejor, somos los primeros en percibir esa inquieta y pueblerina sensación que, luego contagiamos a quienes nos visitan para participar con plenitud de la algarabía que en nuestras plazas y calles se forma con explosiva animación.
En estas relevantes fechas nuestro pueblo bullanguero se engalanaba con las mejores prendas que tuviéramos y sonreía con la más generosa de las sonrisas. También había tiempo para la reflexión. Yo recuerdo ir acompañando al Gran Poder de Dios y ver, de soslayo, cerca de mí, a un señor mayor haciendo un gran esfuerzo para seguir sus pasos… Mirando hacia arriba, como buscando la expresiva mirada de El Viejito, y vi. que le caían las lágrimas a borbotones. ¿Por qué estaría llorando? Eso, sólo Dios lo sabe. Nunca se me olvida ese momento. Y esas son nuestras fiestas de julio, canto y llanto, recuerdos que despiertan y parece que también participan en la bulla, entre la gente del pueblo “obligado encuentro” el de la evocación de otros tiempos que vienen hoy, como en otros tanto años…
Puerto de la Cruz. Julio 2.010
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
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