3/7/10

QUÉ FRÁGILES FUERON SUS HUELLAS...

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Algo había en la noche que tanto le subyugaba, sentía extrañas sensaciones que no podría definir con palabras buscadas, era un sentimiento que le atrapaba en una angustia voraz; le consumía entre dudas y tardíos requiebros en esas lagunas de la incomprensión que nadie alcanza a descifrar, o no sabemos hallarle una justificación... Nada suplía sus temores que fueron creciendo paulatinamente; era lento su padecer viendo la noche con su negro manto, enlutada y tanto silencio. Entonces, todo había enmudecido, apenas si se oía el tenue quejido de la brisa que silbaba su cántico melancólico. No había paz en ese entorno, sólo una diabólica amenaza que le inhibía en el callado nocturnal; sin claros de Luna, sin estrellas centelleantes que le custodien...
Era como una sombra que deambulaba, y susurraba sus jadeos noctámbulos pendulares del agónico tiempo que se consume errabundo hacia el infinito por los senderos ocultos, buscando horizontes perdidos en la lejanía. Nada podía más que esa fuerza oculta que le invadía. Sentía que su espíritu quedaba huérfano en medio de tanta soledad y sin hallar consuelo abandonó el lugar.
Todo había cambiado desde el día que partió, y al cabo de los años, ya no eran los mismos atardeceres y en nada se parecía esa noche, al recordar la cadencia de aquellas otras, entonces bellamente estrelladas, bajo el fulgor de la pálida Luna... Porque ya no estaba a su lado... ¡Hoy todo le parece tan distinto!... Con el paso de los años se han borrado las huellas que dejaron en los blancos caminos de la ilusión, ¡ha crecido tanto la hierba! Aquella casita abandonada, donde solían refugiarse de la lluvia, tampoco está en el lugar que la dejaron, la noche que mutuamente se entregaron, sin reparos, al juego inocente del amor y se juraron estar siempre juntos... ¡Qué crueles fueron sus destinos, ella se fue para siempre, dejando en la vida de él un vacío insondable de tan profundas soledades!.. Y aunque la busca por los escabrosos atajos de la desesperación, no oye su risa, ni escucha su dulce voz, aquella sinfonía que embelesaba, con acentos de ternura...
¡Cuántas veces se dormía en su regazo y al despertar ella le brindaba la más dulce sonrisa! ¡Cuántas veces corrieron juntos por el verde campo hasta quedar extenuado y acababan tendidos sobre la fresca hierba! Asimismo, bebían juntos el agua en las tarjeas y humedecían sus dorados cabellos, dejando entrever las transparencias en la blusa mojada; y sus pies descalzos cruzaban el corto trayecto hasta llegar a la era. Comían los frutos cogidos del árbol más próximo... Todo estaba al alcance, eran tremendamente felices... Ya nada queda de aquel sueño de amor, todo se ha perdido.

Al llegar cada nueva aurora, ¡qué cambio tan brusco, qué grotescos su sino, al privarles gozar de tantas sensaciones gratas!.. Empero, sigue buscándole anheloso, cabalgando en la fluidez de sus ensueños, aunque la noche sea triste y ya nada sea igual, aunque tenga que alejarse lo indefinible y la hierba haya borrado las huellas de aquellos pasos suyos, él la seguirá buscando...



Celestino González Herreros
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