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Con el silencio de la noche, se alejan los últimos susurros del camino, como un eco de nostalgias que va dejando atrás la dulce melodía de los gratos recuerdos de tantas noches tibias y sexuales y de transparencias celestiales, al ver caer caricias cadenciosas sobre el follaje de las verdes plataneras. No se oye el canto suave del agua de las viejas atarjeas que presurosa bajara desde sus frescos nacientes… Ni el arrullo de las tórtolas celosamente ocultas entre los secos matojos.
El campo enmudece discretamente y los bellos platanales van sufriendo el acoso del progreso que les señala y les condenan a ser reos de las injusticias del hombre. Ya están perdiendo, palmo a palmo, aquel encantamiento que transmitiera antaño a Alejandro de Humboldt la sensación de hallarse inmerso en un paraíso de impresionantes bellezas, quedando perplejo al asomarse en el camino y ver allá abajo la seductora aparición del Valle y, sobre sus anchos hombros al majestuoso Teide, que sobresale de entre las macizas cordilleras, alineadas en distintos planos de distanciamiento, como una visión señera su voluminoso encanto, queriendo alcanzar todas las alturas del firmamento, vigía avizor de nuestro Valle de la Orotava, galán perpetuo y enamorado desde su atalaya.
Otros ojos también han mirado los exuberantes y visionarios encantos desde los verdes pinares de las altas cumbres hasta las cálidas playas y acantilados de nuestras irregulares costas de abundantes caladeros… Y se perciben aún, cuando bajan las suaves brisas, aromas de romero, tomillo y de los brezales que traen desde lo alto, leves fragancias que nos recuerdan tiempos pasados que no volverán.
Como si estuvieran ocultas entre las sombras y la quietud del silencio, verdades y presagios esperando que señale la aurora los caminos de un nuevo amanecer.
La noche, manto frío que se posa sobre mi herido valle como una malla celosa que se extiende presurosa y calladamente lo oscurece todo, dejándole en las tinieblas de la indefensión.
Su exterminio premeditado ha progresado con pasos ocultos que han sido como crueles tentáculos en su avanzadilla. Han ahondado la afilada daga en su blando corazón sin piedad alguna. Se le ven las huellas en su trillada piel, donde asoman los espacios sombríos que le delatan por doquiera. Claros y sombras, como queriendo borrar su atractivo manto verde.
Las ramas de los arbustos y escasos frutales se van cimbreando movidas por los gélidos e inclementes vientos de los crudos inviernos, que también son distintos y van pasando más rápidos. Ya no se detienen como antes. Ni a posarse sobre la verde alfombra a beber el rocío y a jugar con las largas y anchas hojas de la generosa platanera hasta dejarla seriamente desgreñada y cuando no, en el suelo. Pero era un juego natural, una forma de manifestarse meteorológicamente, son otras leyes y más fuertes que las del hombre, no lo olvidemos.
El Valle de la Orotava, aquel emotivo y maravilloso espectáculo, aquella realidad palpable y de entrañable belleza, excitante caricia visual de candorosos y alegres alboradas, acompasadas y risueñas, ofrecían la tierra amada al madrugador campesino que la mimaba con la total entrega de sus fuerzas; y la atendía debidamente porque de ella recibía el pan de cada día. ¡Ay, si volviera a reverdecer en su plenitud!..Hoy sangra ante los ojos indiferentes de aquellos que bien pudieron -y aún está en sus manos- evitar la continuidad del genocidio que quieren o están cometiendo con nuestro suelo canario, y por el contrario, atendiendo a sus ambiciones materiales, le dieron a los depredadores todos los poderes, los pases y licencias debidamente firmadas, para que acabaran con lo poco que nos queda ya de nuestro hurtado patrimonio, por que el Valle es de todos.
Sorprendente y grandioso. Fue emotivo y seductor, ya que ofrecía un paisaje único, que nos hizo llorar alguna vez, al verle nuevamente después de largos años de obligadas ausencias. ¡Mi Teide y mi Valle, cuántas noches soñándoles!..
Sentado sobre una calcinada y voluminosa piedra del solitario descampado, donde llegué cuando me eché al camino, para convencerme de las cosas mal hechas que existen y que son la causa de mi alarmante preocupación en defensa de nuestros únicos y válidos recursos humanos: la tierra, mi asombro fue terrorífico. Aquellos lugares excepcionales, nuestros rincones canarios y sus lindos paisajes junto a nuestras tradiciones, todo perdido… Tuve con asombro que verlo preso de indignación y vergüenza.
Era evidente, vivía la sensación que uno siente cuando amaina la tormenta de viento y agua y nos asomamos a ver cómo ha quedado todo allá afuera. Hice el recorrido en breve tiempo sobre el ancho y largo lugar, que debo decir, aún conserva el sello de su estirpe, de su elogiada siempre belleza, a pasar de todo. Y avanzando en mis observaciones, llego lo más lejos que puedo, pero en silencio, recordando los verdes relieves de su exuberante vegetación y la señal oscura de los profundos barrancos hasta alcanzar la costa. Obviamente, me detengo en la contemplación de la multiplicidad de circulares estanques para el riego; y el agua corriendo por las atarjeas, que destella bajo los rayos salares. Me parece estar viendo cruzar por ese singular espacio a diversas especies de aves volando en distintos sentidos, o algunos cernícalos dibujando en el aire la danza acrobática de sus vuelos al acecho de las presas y verles lanzarse en picado como una exhalación.
Realmente, hoy está todo muy distinto, más erosionado y silencioso, todo está más callado… A mi mente llegan secuencias tan emotivas, como aquellos senderos hasta llegar al camino, animados con el ir y venir de hermosas bestias cargadas con frutas olorosas y frescas hortalizas. Y el tiempo de la recogida de papas, o cuando la vendimia. Ver todo el campo y por doquiera, grupos de animados campesinos –amigos y familiares entre ellos- haciendo las respectivas tareas con la ilusión propia de aquellas gentes. Y a la sombra del más frondoso árbol o arbusto, la barriquita con vino, y en la cestita de mimbre, la pelota de gofio, junto a otros manjares típicos. En los patios y azoteas desgranando el millo… Los becerros bebiendo agua en la fuente o en el chorro. Y cuando llegaba la tarde, las ventas y las tascas se llenaban. Las primeras de mujeres que irían a comprar alimentos necesarios para la comida subsiguiente. Los hombres, algunos, no todos, a sus acostumbradas tertulias y a echar la típica partidita con la baraja, acompañados de sendos vasos de vino y un puñado de chochos.
Cerrando los ojos soñamos más intensamente con ese mundo canario, acariciamos esta tierra nuestra con evidente nostalgia y cariño, nuestras costumbres y tradiciones. De tantas y tantas vivencias entrañables, que nos parecen más gratas hoy, cuando ha pasado el tiempo; y sentimos pena del despertar de ese encantador sueño de la evocación, para ver en esta cruel realidad, como en el caso de nuestro sufrido Valle de la Orotava, la huella del pié brutal sobre lo nuestro, lo poco que nos queda.
Ahora mismo, veo zonas destruidas, todo seco, desamparado y solitario, casi sin habitantes. Se fueron los que estaban; sólo se oye a un grillo que calla asustado cuando siente mis pasos. Posiblemente, hace algún tiempo que nadie visita este aburrido lugar. Y estoy lamentándome de la muerte de un paraje que debió haber sido un ensueño, un lugar paradisíaco. Aún queda un viejo cardón y algunas tabaibas. A poca distancia, a unos pájaros preciosos, verdes y muy pequeños, volando tras una mariposa de alas doradas que trata de ocultarse en la hierba seca y al pie del cardón. Es un poema lleno de lirismo contemplarles en medio de tanta soledad.
Como el Sol quema despiadadamente, tengo que buscar sombra, donde la encuentre y en su busca me voy alejando distraídamente del tétrico lugar, hasta salir de el.
Bajando con cuidado y sorteando obstáculos, caminé con el corazón oprimido, recordando cuántas veces, desde lo alto y en dirección al pueblo, corrí por las veredas y angostos caminos, entre plataneras, viendo avanzar el agua fresca y cristalina por las rústicas atarjeas rozando algunas veces a los rizados helechos que despuntaban de entre las piedras que formaban los clásicos muros, linderos de los cultivos; y las zarzas espinosas del borde de los mismos. Veía levantar el vuelo precipitado de las abubillas -tabobos- y las graciosas tórtolas junto a las nerviosas alpispas, saltando entre los matorrales cuando me iba acercando…
Mas, ahora todo es distinto, ha sucedido a través del tiempo que ha pasado sigiloso y cruel, de la premeditación y alevosía de unos cuantos, lo que delata el autentico fracaso ecológico que está sufriendo nuestro Valle, sentenciado por el hombre (¿?)
Me retiro apesarado, ciertamente preocupado. Voy alejando la mirada y con ferviente esperanza elevándola hacia el Cielo.
A MI VALLE
Me entristece el abandono/ que mi Valle está sufriendo/ mutilado le estoy viendo/siendo El Teide su trono…// Viéndole morir, me duele/ ¿Para salvarle qué hacer?/ ¿Cómo verle reverdecer?.../ Nada hay que le consuele.// Y nadie me diga que calle./ En el todo se va a perder/ mas, hoy le quiero defender/ ¡Cómo era antes mi Valle!// Desde la cumbre bajaba/ como verde pincelada/ cual romántica balada/ que a la costa llegaba// Que la verde platanera/ dé los frutos abundantes/ como nos los diera antes// nuestra riqueza primera// Y ver llegar a las aves/ a anidar en nuestros huertos/ florecer arbustos muertos…/ Y a la hierba en el lagar// Desde la arena cantando/ su angustia un canario/ vio al Valle milenario/ calladamente llorando// Ya no se oye su canto/ cuando la brisa pasaba/ y a mis sentidos llenaba/ de un sublime encanto.//Ahora sólo oigo llanto/ y resquebrajarse el suelo/ aproximándose el duelo/ cuando cese su quebranto// Mirando al Cielo, hoy clamo/ desesperado y triste/ y porque TU nos lo diste/ nuestro Valle yo reclamo.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
Me entristece el abandono/ que mi Valle está sufriendo/ mutilado le estoy viendo/siendo El Teide su trono…// Viéndole morir, me duele/ ¿Para salvarle qué hacer?/ ¿Cómo verle reverdecer?.../ Nada hay que le consuele.// Y nadie me diga que calle./ En el todo se va a perder/ mas, hoy le quiero defender/ ¡Cómo era antes mi Valle!// Desde la cumbre bajaba/ como verde pincelada/ cual romántica balada/ que a la costa llegaba// Que la verde platanera/ dé los frutos abundantes/ como nos los diera antes// nuestra riqueza primera// Y ver llegar a las aves/ a anidar en nuestros huertos/ florecer arbustos muertos…/ Y a la hierba en el lagar// Desde la arena cantando/ su angustia un canario/ vio al Valle milenario/ calladamente llorando// Ya no se oye su canto/ cuando la brisa pasaba/ y a mis sentidos llenaba/ de un sublime encanto.//Ahora sólo oigo llanto/ y resquebrajarse el suelo/ aproximándose el duelo/ cuando cese su quebranto// Mirando al Cielo, hoy clamo/ desesperado y triste/ y porque TU nos lo diste/ nuestro Valle yo reclamo.
Celestino González Herreros
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