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Siempre en el mes de julio. Cada año, se respiran otros aires en Puerto de la Cruz y hoy más que nunca me he percatado de ello. Razones, ¡hay tantas!, aunque haya menos dinero. Lo cierto es que llegó julio nuevamente. Y, por demás está decirlo, son fechas entrañables, cuando se dan cita para el banquete, gentes de todos los puntos de nuestra geografía insular, y al que asistirán invitados, propios y foráneos, a rendir homenaje a las veneradas imágenes del Gran Poder de Dios, a la Virgen de El Carmen y San Telmo. Cuando todos los portuenses, con emocionados ruegos, hacemos sentir la fe colectiva, con nuestras sentidas plegarias a la dulce Carmela y al Viejito Bueno, a cuantos nos visitan y vienen a unirse a nuestra devoción cristiana. ¡Quién sabe, para algunos la última vez!. Sin olvidar los variopintos actos lúdicos que este año sorprenderán.
Qué oportunidad tan sublime, poder acompañarles, otra vez, por las calles de nuestra ciudad, en sus magnas procesiones; y contarles “íntimamente” nuestras cosas, con la oración callada y nuestra devoción. Qué sensación de alivio y consuelo, seguir sus pasos hasta el final del recorrido. Elevad, pues, vuestros corazones, hermanos, hagamos llegar nuestro llanto y alegrías al Nazareno; veamos en su profunda y quieta mirada, su angustia. Leamos en su gesto humilde, su respuesta amorosa hacia nuestro pueblo y sus gentes. Y en la Virgen de El Carmen, la señora de la mar, con sus mejores galas, tan acompañada como siempre. Que aunque no estén todos, ni los mismos que en otros años le acompañaron. Aquellos que al piropearla, pusieron toda su alma en ese clamor, en ese grito amoroso de exaltación a la Reina y Madre de sus angustias y alegrías. Caras curtidas por el Sol, surcadas por tantos interrogantes y desesperanzas. Hombres que un día salieron a la mar ilusionados y no regresaron al lugar de partida, porque las aguas turbulentas del destino truncaron esas ilusiones…
Esa es la fiesta, exaltación y recuerdos, rabia y bonanzas, llantos que brotan desde lo más hondo del alma y se eleva como una ferviente plegaria, hacia esos Padres ranilleros que no cesan de mirarnos, como queriendo decirnos algo nuevo, como queriendo darnos las esperanzas tantas veces perdidas, e indicarnos el camino al seguir. Sus lentos pasos en busca del único destino: “Tu pueblo y la mar”
Alabado sea Dios, ¿cómo es que cada año, siente nuestro pueblo renovada la ilusión por sacar a la calle a nuestras veneradas imágenes en ese confortable y refulgente paseo en cristiana procesión? Y cuánto regocijo, al sentirnos comunicados entre si -como una piña- todos con el mismo pensamiento. ¡Y eso le halaga tanto al Viejito Humilde y Bueno, y a nuestra Madre Carmela! Observemos sus rostros, ¿acaso no lo estamos viendo? ¿No lo dicen sus encendidas pupilas que se agrandan en sus expresiones divinas cuando les llegan nuestras fervientes oraciones? He ahí la respuesta, con pasos lentos caminando de una punta a la otra de nuestro pueblo marinero, marinero por excelencia, hasta llegar a la playa de nuestro muelle pesquero.
Boga hermano, boga con fuerzas, que llevamos a la Reina a dar unas vueltas… Y al Gran Poder de Dios, pensativo, sobre su mano derecha apoyado su rostro cansado, observándonos… ¿Qué estará pensando, que no pronuncia ni una sola palabra y que parece estuviera su llanto ocultando?
¡Señor, Tu pueblo y la mar, les rinde el mejor culto y más fiel homenaje de amor... Que nuestras plegarias hallen consuelo, siguiendo la luz divinizada de tan expresiva mirada.
Que ya viene la Virgen de El Carmen, desde Santo Domingo bajando y parece que viene varando. Y no hay nadie a quien más amemos entre todas las reinas, como a la diosa de los mil mares, ni hay en toda la Tierra, más bellos altares que aquellos de la guapa Carmelita. La mar embravecida se agita, parece imposible embarcarla. Y, sólo su furia aplacarla podría, la Virgen del mar bonita. Viene bajando, dando saltitos… Va reclinándose hacia la izquierda, luego, hacia la derecha inclinada…guiñándonos sus ojos chiquitos. Parándose frente a la inquieta mar, la mira muy fijamente, seria. Viéndole le hace una reverencia y desde entonces se comenzó a calmar. Los fieles alborotados, le gritan: ¡Más mallitas Virgen del Carmelo! Y que sea Tu presencia consuelo si las olas de la mar se agitan. ¡Boga, boga hermano, mar adentro!, mira la de San Telmo cómo viene, a esa, ninguna mar la detiene. Es que sólo piensa en el encuentro… Y entre bandazos y la algarabía, a la Carmelo se la llevaron. Pero cuando a la playa llegaron, de tan contenta, no le reconocían. La multitud, con su amor ferviente, le siguió hasta la vieja Ranilla. La Virgen parecía una chiquilla, saltando de gozo entre su gente.
Celestino González Herreros
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