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He tenido que refugiarme en un conocido y habitualmente transitado rincón, siempre concurrido, pero que hay una discreta esquinita al terminar el mostrador, que siempre me ha permitido aislarme casi por completo. Esta vez, como otras tantas veces, huyendo del mundanal ruido y la alegría desbordante que se advierte en casi todos los rostros presentes, según iba observándoles a lo largo del paseo por distintas calles y plazas públicas de la ciudad, me pareció ser el único, entre tanta gente, que andaba abstraído, meditando pasajes del pasado, recordando aquellos tiempos y tantas ilusiones que se han perdido. A la vez, me hallaba pensando más en el cercano futuro que me espera… Si alguien, entonces, me hubiera preguntado que a dónde iba, no hubiera sabido responderle. Buscaba algo, si, algo que ya no está, pues todo ha cambiado desde entonces. Ni la gente son los mismos, ni las plazas, donde los árboles han crecido lo indecible. Ni las calles, ni aquellas casitas terreras enjalbegadas de blanco, de puertas y ventanas verdes, tejados rojos… Todo está distinto. Y al verme asomado en el cristal de una de las tiendas, yo no era aquel que estaba reflejado en el, aquel era otro, con expresión tristona y el cuerpo todo desfigurado, sienes blancas y ojos cansados, todo aquello que aparecía reflejado en el frió cristal no era mi persona. No era yo aquel que me miraba fijamente, con desmesurada insistencia y que llegó hasta sonreírme como queriendo acentuar la burla, esa mueca que a veces tanto fastidia. Di media vuelta girando sobre mis talones con cierta dificultad y me fui de aquel inhóspito lugar, dando pasos confusos y la mirada gacha, fijándome donde iba pisando para evitar un fortuito tropiezo, disimulando mi agotamiento, no sólo el moral, también el físico, mientras seguía el corto trayecto.
Me sentía como un extraño por donde quiera que iba, creyendo que nadie me estaba reconociendo, que yo no era el otro espectro que vi. en el sucio y frió cristal de aquella ridícula tienda. Yo estaba ausente, corriendo de allá para acá, practicando los juegos propios de aquella tierna edad… Ausente entre el tumulto de las gentes que tampoco yo conocía, gozando aquella hermosa juventud, como nadando felizmente en ese mar ilusionado del amor, viéndome en los ojos de miradas serenas, de aquellas que me brindaron su atención… También estuve observando casas ruinosas, ya inhabitables expuestas para su futura venta y posterior derribo. Casas que me trajeron recuerdos inolvidables desde mi infancia, hasta me pareció ver asomadas en sus postigos y ventanas a tanta gente que uno conoció y ya no están entre nosotros, personas maravillosas algunas de ellas, cuya evocación me entristeció más.
Me sentía como un extraño por donde quiera que iba, creyendo que nadie me estaba reconociendo, que yo no era el otro espectro que vi. en el sucio y frió cristal de aquella ridícula tienda. Yo estaba ausente, corriendo de allá para acá, practicando los juegos propios de aquella tierna edad… Ausente entre el tumulto de las gentes que tampoco yo conocía, gozando aquella hermosa juventud, como nadando felizmente en ese mar ilusionado del amor, viéndome en los ojos de miradas serenas, de aquellas que me brindaron su atención… También estuve observando casas ruinosas, ya inhabitables expuestas para su futura venta y posterior derribo. Casas que me trajeron recuerdos inolvidables desde mi infancia, hasta me pareció ver asomadas en sus postigos y ventanas a tanta gente que uno conoció y ya no están entre nosotros, personas maravillosas algunas de ellas, cuya evocación me entristeció más.
Ahora, en este tranquilo rincón, donde me hallo, voy recuperándome un tanto, lo otro era muy doloroso, eso de ir de allá para acá, sin apetencia alguna, pero si, buscando todo aquello que perdí para siempre, sin hallar respuesta alguna. Eso acaba por entristecernos.
Aquí estaré sólo un rato más, cuidando, claro está, la noción del tiempo, escribiendo, sondeando mi mente y estrujando mi viejo corazón. Con un vaso de vino como único amigo acompañante, confidente del alma; y sintiendo en mis cansados ojos el calor inmenso de la soledad. Soltando la madeja de los sueños mientras oigo, muy quedamente, una musiquita que llega hasta mí, como queriendo alimentar a mi espíritu y que me recuerda que la vida sigue, que es muy bella y que mientras no me llegue el momento definitivo, cuando tenga que irme de esta aburrida escena, debo seguir haciendo el esfuerzo necesario para no entorpecer el normal desafío de la vida.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
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