SIEMPRE
Cuando uno va sumando años y se acerca el cenit de la vida, en el momento culminante de ese crítico y largo recorrido, hay un notorio paréntesis que encierra un caudal de experiencias que se acumulan con el tiempo, son esas vivencias, aparte de las circunstancias que las originaron, por qué se atesoran, es sin dudas algo muy íntimos que jamás quisiéramos olvidar. Ya poco nos queda después de haber agotado ese precioso tiempo. Hora sólo nos resta observar a los demás, ver el ritmo que llevan y aquello de adivinar la suerte que les espera en ese azaroso andar…
El perfil de una persona mayor pocos saben valorarlo, haber llegado tan alto en la imaginaria escalera de la misma vida, a favor de ellos dice mucho. Pese a las dudas y temores que hubiera o que puedan acompañarles en ese natural transito, resisten erguidos ante toda clase de adversidades y dudas, hasta completar el frágil ciclo de su sentenciada presencia.
Empero, aunque no cejen los temores, aquella resistencia, a veces mengua y el pánico cunde en el viejo que presiente lo peor de la aventura idealista, presumiblemente, y aquellos temores que otros han sufrido, nos toca también a nosotros sufrirlos resignadamente, aceptando la triste evidencia de tener que dejar para siempre todo aquello que para los viejos ha representado tanto…
Viéndose en el flácido espejo de la vida, tratando de no reconocerse, adivinan que ya no son aquellos de antaño y que las diferencias son notorias. Un viejo es siempre la viva imagen de una agotada leyenda sentimental. Un viejo cuando se mira en el estático espejo de la vida, a veces se desconoce, no sólo por su aspecto físico, hay una mueca en sus marchitos labios que le delatan, que dicen cuanto sus palabras quisieran obviar y en ellas ocultar quisieran sus desconsuelos fundamentales y el callado llanto de sus tristes apreciaciones.
¿Dónde está aquel que en vida dio tanto y tan poco exigió, dónde aquel viril sujeto que lucho por la vida y se le escapo de entre sus manos con todo el tiempo disponible y probó la soledad tantas veces esquivada para no morir de pena antes de llegar a lo que llegamos: viejos espíritus frente al fatídico espejo de la vida? Sintiendo como lo va perdiendo todo, e irremediablemente va quedando solo, sólo acompañado de sus persistentes temores y miserias, viendo en la plana imagen retroactiva su mustia apariencia consumiéndose, como se consume la luz del cirio encendido, hasta quedar sólo el quemado extremo del acabado pabilo, ya retorcido e inútil.
La juventud es como la sonriente fuente de la vida, es inspiración constante, llantos y alegrías. Es la juventud, quizás, un cálido nexo espiritual entre la existencia misma del ser humano, frente al inevitable poder de la muerte cuando la vida cesa. La juventud nunca fue eterna, como energía pasajera suele refugiarse en la vejez hasta que nos llamen a la puerta. Es nuestra corta existencia, el nexo que nos permite transitar todos los caminos imaginables, sólo que, no alcanzaremos a comprender jamás, que todo principio tiene un determinado fin y que alguna vez la juventud va a acabarse, si no existe la gran suerte de llegar a viejo. Es como un sello postal; la vida es el matasellos y la vejez (tal vez ignorada) el único espacio libre de ese sobre vacío que baga a través de las distancias sin algún contenido. La evidente realidad de la vida es la mencionada vejez, ella sigue y tiene donde ir, es su propio destino. Se va poco a poco hacia esos derroteros ilusionados de la otra vida que nos espera, la ausencia definitiva, el sueño perpetuo, sin retorno, la entrega espiritual hacia Dios en el más allá, disciplinadamente y a veces, hasta sonrientes.
Celestino González Herreros
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