7/9/12

AL REGRESAR TODO AQUELLO FUE UNA FALSA QUIMERA

Nada extraño es que aquellos que vienen de cumplir sus reglamentarias vacaciones fuera de sus respectivas casas, les veamos con caras largas, ojerosos algunos y hasta demacrados y con expresión inconfundible de agotamiento. Ahora, los que tienen trabajo fijo, sólo pensar en que hay que currar y recuperar; y lo que es peor, con la zozobra de si lo mandan al paro dada las pésimas perspectivas de inseguridad laboral que reina acá, allá y en todas partes, viven asustados.

Menos dinero en los bolsillos, los estómagos revueltos, las juergas gozadas, el calor existente… La verdad, mejor se hubieran quedado en casa, en su pueblo natal, en torno a sus familiares y amigos, dándose unas escapaditas, de vez en cuando, a los lugares harto conocidos y visitados, lo nuestro.

Cada cual es dueño de hacer lo que le plazca, ¿quién soy yo para aconsejar a nadie? Hasta más delgados parece que viene y ojerosos…

Además, no está el horno para bollos. Y la crisis que estamos sufriendo no es cualquier cosa, ni lo que nos espera. Pero el hombre es así, ¡a como dé lugar!, no se priva de nada, aunque se pase el resto del año lamentándose y echándole la culpa de todos sus males a los políticos de turno.

Los campos de fútbol, las plazas de toros, los conciertos, los teatros, los cines, verbenas, etc., todo completo. ¿De dónde sale tanta gente? Además, esos desplazamientos en coche con las repetidas subidas del precio de la gasolina, las cervezas, los pinchitos y demás comidas, etc. ¿De dónde sacan el dinero? Así los políticos no se preocupan mientras a ellos no les falten sus jugosos sueldos; y se dan la vidota que les apetece. Ellos dirán que si el pueblo disfruta tanto, también tienen derecho a gozar lo suyo.

Todo es como una mera contradicción. Cerca de seis millones de parados y aquí no pasa nada. Los jubilados, algunos de ellos, toda la vida ahorrando lo que pudieron y ahora a mantener a sus familiares y ayudarles en todo, dinero para los toros, libros para el colegio, para la farmacia y los médicos, además de mantener los vicios de algunos familiares: alcohol, distintas drogas, hipotecas, multas… Los pobres viejos, que se pasaron el tiempo ahorrando para cubrir cualquiera emergencia que surgiera, ahora no les va a quedar ni para los gastos del entierro cuando mueran.

Claro, nos acostumbramos a vivir como si fuéramos ricos y ahora nos sentimos incómodos. Antes comprábamos en las ventitas, ahora en las grandes superficies, echando en el carrito un poco de todo hasta llegar a llenarlo. Como digo, viviendo mejor que los ricos y sin mirar hacia atrás.

Celestino González Herreros

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