8/9/12

PLATICANDO A TRAVÉS DEL HILO TELEFÓNICO CON VENEZUELA

¡Haló! ¿Me escuchas bien? ¡OK!

¡Qué bueno que te hallo en tu casa! Espero, como es natural, que todos estén bien… Por acá no nos quejamos, aunque a veces nos exasperamos por una u otra razón. La vida, querida prima. Ustedes allá, donde dejé un trozo de mi corazón eternizando tantos gratos recuerdos; nosotros aquí, recreándonos de nuestro sol, de nuestro cielo, el azul nítido que proyecta su mansa luz sobre el mar que nos baña y arrastran tanta melancolía sus discretas olas hasta la arena negra y virtuosa de nuestra pequeña playa del muelle pesquero… Frente a ese endiosado mar, a mi derecha, viendo de soslayo la casona de la antigua casa de Aduanas, me resisto a mirarla. Parece que les viera asomadas en sus ventanas y balconadas, cuando vivían allí. ¡Qué delicia desde arriba sentir las caricias de las suaves brisas de la mar! ¡Aquel suave y constante murmullo también retozaba dentro de nuestro ser, era el mismo eco del tranquilo oleaje! El espacio se llenaba del grato aroma del aire yodado, tibio y salitroso que a la vez nos acariciaba discretamente. Aquellos ratos tan felices vividos en familia hoy hace algo más de medio siglo. Viendo, desde la ventana del ancho salón comedor, salir en la tarde las pequeñas embarcaciones en busca de las capturas necesarias para poder subsistir, ellos y sus familias. Eran suficientes aquellas demostraciones que revelaban el coraje de nuestra gente marinera, la limpieza de sus nobles pasiones. ¡El hombre y la mar que les llama!

Ya sé que no olvidas a nuestro Puerto de la Cruz y sus gentes, a tantos amigos y conocidos y aquel habitual y diario trajín. Entonces, cuando aún éramos jóvenes, mucho antes de emigrar, cada rincón del mismo representaba lo inexplicable, todo lugar u objete tenía un valor intrínseco, su propia historia y mil leyendas, era algo íntimo que agradaba visitar, o al menos transitarlo y con nostalgia. Al recordarlo hoy, revivimos aquellos momentos evocadores. A mí me parece que, en determinados momentos, hasta la brisa cuando acaricia es la misma de ayer, salitrosa y un suave sabor a algas… Es imposible olvidar todo aquello, desde nuestra párvula edad, sumidos en la inocente inspiración propia de la edad hasta nuestros días y aquellos de la adolescencia, dando vueltas alrededor de nuestra irrepetible Ñamera, en la Plaza del Charco, viendo llegar a calmar su sed los pájaros que anidaban en los verdes y hermosos Laureles de India y las esbeltas palmeras… Con todo ello alimentabamos nuestras frágiles ilusiones y nuestros espíritus se alegraban discrecionalmente. Dando vueltas, muchas vueltas alrededor de la pila, la Plaza constituía un inmenso espacio donde girando matábamos el tiempo deliciosamente. Todo era tan grande y a la vez tan pequeño… No dábamos tregua a nuestras fantasías, jamás pensábamos que llegaríamos a peinar nuestras plateadas canas, ni que íbamos a jugar de nuevo como si fuéramos niños, con nuestros queridos nietos que nos están obligando a seguir viviendo, que son nuestro aliento y no quisiéramos nunca separarnos de ellos.

Nuestras vidas, es cierto, han sufrido grandes e importantes transformaciones. Grandes tempestades hemos resistido y no pocas veces, hasta sentimos nuestras fuerzas renovarse y en medio de tantas lucha nunca nos hemos sentido completamente solos, jamás nos ha faltado la mano de Dios; y nuestra fe es sin duda alguna, lo que nos ayuda a ser fuertes. Como si en realidad fuéramos niños, en los momentos más difíciles, como cuando estábamos dando los primeros pasos. Sentimos que EL nos sujeta para que no nos dañemos al caer… ¡Como si lo de la edad fuera una utopía y no, una consecuencia de la misma existencia nuestra!

Si cierro los ojos, frente al mar, intuyo allá afuera los mechones prendidos y los petroma encendidos… Adivino los marinos faenando, soportando el frío de la noche en alta mar, sin otro pensamiento que sus familias, cuando sea el momento de llegar, y eso si la suerte les acompaña… para sentir el calor del hogar y estar con los suyos. Nuestra mente no es capaz de calcular el verdadero valor de esos hombres, ni cuáles son los riesgos que corren, ni los peligros que en todo momento les acechan… Tu difunto esposo, Felipe Hernández Hernández, que descansa en la Paz del Señor, hombre versado en el tema, siempre hablaba de ellos con verdadera elocuencia y entusiasmo. Como médico era muy querido en todo el Puerto de la Cruz y donde le llevaran sus pasos. Recuerdo que en Venezuela poco menos que lo adoraban por lo humano y censillo que siempre fue con todos., no sólo como médico, también como persona. ¡Doy fe de ello!..

Bueno, querida prima, en otra ocasión seré más explícito, hablando de nuestro terruño amado se me va el santo al Cielo y ni reparo en el tiempo. Hasta la próxima, cariños para todos y cuídense mucho.

Celestino González Herreros

http://www.celestinogh.blogspot.com

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