15/1/12

SÚBITA ALBORADA DE AMOR

No sé qué aires me empujan hacia algún lugar extraño que se me aproxima… No sé si es mi destino. Siento desplazarse todo mi cuerpo y el alma, sigilosamente, sin permitirme detener estos impulsos que me alejan del habita mío, del lugar donde han nacido los sueños más hermosos y los fantásticos delirios de mi lejana juventud.

La ruta a seguir parece ser la huída, nunca por cobardía, que hay sentimientos que también navegan, como las solitarias barcas que zozobran y rompen las olas enfrentándose a ellas y trasponen esa dimensión distante del aislamiento… No sé qué aires me acarician, sólo sé que mis fuerzas, adormecidas por algún éxtasis, también desconocido, me arrastran en busca de algo así mismo desconocido, pero imperioso.

Aunque pudiera, no quisiera detener mi marcha, ni cambiar los itinerarios que pudieran haber sido concertados. Esta vertiginosa huída eleva a mi espíritu, que aunque sucumbiera en lagunas deificadas, en ellas resurgiría para seguir andando por mis sueños…

El amor cuando llama lo cambia todo, nos desarma y la espada olvidamos y al protector escudo. Luchamos a corazón abierto, mostrando todas nuestras miserias y cuidando aquellas virtudes que aún prevalecen en nosotros, buscadores del oro oculto en ese otro ser idealizado que nos lo promete todo, lo bueno y lo malo, pero dispuestos a reverdecer los caminos que juntos andemos y cada nueva primavera, siempre juntos, verlos más tarde de nuevo florecer…

Aún no sé qué aires me empujan, pero sí, que la bonanza que siento en estos sublimes momentos me elevan, tanto, que ya no resisto la ilusión, de este placer que en mí rebosa, como rebosan las aguas de la inspiradora fuente que bajan lamiendo las piedras salientes del acantilado de mis dudas y a la vez, la persistente idea de que no estoy soñando, que ella está a mi lado, despierta. Que camina, que sigue mis cansados pasos y que frenéticamente me llama como lo hiciera antes, con el miedo propio al desengaño y que a la vez trata de evitar nuestro furtivo encuentro al despertar del angustioso sueño. Tener que alejarnos nuevamente, ¿quién sabe por cuánto tiempo?, mientras no vuelva aparecer en mis distantes letargos, noches tan largas, cuando ya se hayas ido.

Es obvio, que también los viejos soñamos imposibles y despertamos, a veces, angustiados… Y en las sombras de la noche siempre buscamos hallar eso que llaman amores imposibles, presencias que se entregan y nos envuelven en la trampa de sus cálidos labios y sus suaves brazos, acariciándonos sexualmente, o con la timidez propia de la más pura inocencia; que nos llaman y suplican persistentemente, como si temieran hallarse tan solas en las agudas tinieblas de la soledad…

Celestino González Herreros

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