La mente es como un amplio escenario que cuando el telón está caído no vemos nada, queda todo desierto. Como un párpado caído y sólo se oyen detrás algún murmullo, el subconsciente que habla solo, o el ruido de las cosas que ruedan empujadas entre sí por los mismos desniveles de la vida.
La mente cuando se abre es como una singular ventana proyectada hacia el pasado, antes que nada. En ella están soterradas todas nuestras decisiones, las más íntimas apetencias, agrupados todos nuestros pensamientos, aunque no siempre ordenados; y se anidan en ese magnífico seno todas nuestras ilusiones. Es como el inmenso mar que no podemos abrasarlo todo a la vez, donde navegan nuestros proyectos y naufragan algunos incomprensiblemente; y donde bogando alcanzamos nuestros principales objetivos y donde naufragan, a veces, los más hermosos afanes. Nos dibuja los caminos y los profundos causes de nuestro destino y en sus solitarias oquedades, como en la mar, reposan eternamente los recuerdos más amargos y aquellos que aún nos llaman y que cautivaron a nuestras vidas.
Cuando decimos que nuestra mente se nos ha quedado en blanco, eso quiere decir otra cosa que habría que corregir. La mente se ha quedado oscura ante el telón de la vida caído repentinamente, como una mano sentenciosa que no permite dar paso a la luz de la evidencia, a la espontánea representación de los extraños impulsos que sufrimos. Cuando la mente se ve afectada así, es como morir en vida, las bellas proyecciones de nuestra vida se detienen súbitamente. Se apagan las voces, los movimientos se detien, las sombras se oscurecen aún más y el llanto se oye alejándose indefinidamente como si también se apagara allá, a lo lejos…
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
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