6/12/11

SEMBLANZA SENTIMENTAL DE LA OTRA VENEZUELA

Entre las grandes reservas culturales que tiene Venezuela, podemos destacar la belleza de toda su colección musical: sus valses, joropos y demás repertorio nacional, interpretados, por ejemplo, algunos, por Aldemaro Romero, entre otros: Conticinio; Adiós a Ocumare; Luna de Maracaibo; Fúlgida Luna, etc., etc.

¿Quién se resiste, oyendo esas melodiosas interpretaciones? Acaso sea porque sus aires musicales me recuerdan gran parte de mi juventud, cuando esos embriagadores sones me acompañaban en cualquiera circunstancia, en la aventura de mis tiernos años. Fueron sus notas como fieles confidentes en la difícil tarea de abrirme camino allá, en aquel hermoso país. Cualquier tramo de rastro que anduve, para mí representaba un atractivo diferente. El mágico acontecer estaba hasta en los más insólitos lugares, en aquellos pequeños detalles al margen de los caminos o trepados en las frondosas paredes del vegetal entorno. Estaban las pequeñas flores y las más hermosas, abiertas y lozanas derrochando sus naturales encantos como si saludaran al caminante. El agua cantarina de las quebradas o los barrancos circundantes, llevando el eco sonoro de sus fuentes nostálgicas, era cual letanía de amor discurriendo en sus limpios causes por todo el largo y escabroso trayecto... El Llano, solemnemente, abría sus amplias puertas y a través del pensamiento cabalgábamos oyendo su sentimental música, que nos soltaba las alas de la evocación y trotábamos llamados por el llanto melancólico del arpa que nos transportaba deliciosamente y avanzábamos pisando la dorada hierba del paisaje llanero, cual inmenso mar vegetal bajo el sol ardiente y pertinaz de la llanura. Mas, el alma, cual flor lozana también cabalga, impulsada por tanta luz y la brisa que acaricia y nos devuelve el aliento imantado de tan dulces melodías.

Recuerdo aquella Caracas de antaño, cuando yo también era joven. A diestra y siniestra, a lo largo de los distintos caminos, más pareciera estar soñando o estar viviendo en otra dimensión. El verde abundaba por doquiera, era relajante; el halo perfumado de los ricos manglares entusiasmaba de forma extraña. La flora era abundante y el aire limpio. Sentía, entonces, tal embriaguez, que me dejaba llevar sin dar paso alguno y sentía que caminaba buscando nuevas sensaciones. Las aves se columpiaban despreocupadamente, aún viéndome seguían sus rituales amorosos sin asustarles mi presencia. Vi las flores más exóticas, de impresionante belleza. Las orquídeas de diferentes especies, abundaban como estrellas en el firmamento en una noche clara... No exagero, sólo apartarse un poco de la gran urbe capitalina, aquello era otro mundo cuya naturaleza invitaba a no abandonarla jamás. La tierra y el cielo, parecía un mágico espejismo de ternura y paz ecológica: sin ruidos ni malsana contaminación...

Oyendo los poemas musicales de Aldemaro Romero, sinceramente, sin poder evitarlo, retrocedí en el tiempo yendo a dar con mis años mozos en algunos de aquellos románticos momentos, cuando yo decía que al otro lado de la Cuna del Libertador, se escondía el valioso tesoro de su espléndida Naturaleza, lugar idóneo para reflexionar... Y así, integrarse uno mejor en ese noble país donde aprendí tanto y tantas buenas lecciones recibí y que jamás olvidaré. También aprendí a valorar lo que había dejado atrás.

Celestino González Herreros

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