8/9/10

VOCES EN EL CAMINO YERMO

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Ir a pie hacia abajo, desde la parte alta del pueblo hasta el centro del mismo, supone un ejercicio enormemente positivo, primero desde el punto de vista salud, da vida… Desde el punto de vista social, nos enriquece yendo en pos de nuestra cultura histórica, vamos reconociendo nostálgicos motivos de pretéritas vivencias personales y despertando recuerdos, algunos casi olvidados, a medida que los vamos descubriendo en nuestros cotidianos paseos…

Caminar es la mejor terapia que pueda aconsejarnos nuestra propia conciencia. Aparte del placer que representa ir relajados, disfrutando de cada uno de esos viejos motivos que tantos recuerdos nos traen; parece que fuéramos palpando todo el entorno, tocándolo todo, observándolo. Como cuando éramos muchachos, la edad de las grandes ilusiones y buscadas aventuras. Estoy pensando en “viejos” amigos, gentes conocidos de mi pueblo, tan viejos como yo, y algunos mucho más. Les observo cada día. Salen de sus respectivas casas por las mañanas, desde el extrarradio de la ciudad de Puerto de la Cruz, desenfadados, despiertos Y parece que fueran flotando sobre sus pies, ligeritos y sonrientes, saludando a la gente que se encuentran, o deteniéndose para descansar un poco, sin borrar la sonrisa y arrancan de nuevo, con la ilusión del que sabe lo que hace. ¡Qué entusiastas! En verdad, recuperan vitalidad, aunque sigan teniendo la misma edad. Son envidiables. Los primeros días habrá sido un poco molesto, ahora, ya lo he dicho, van ligeros como una pluma al viento y han ganado en salud. Lo que no hubieran conseguido con “potingues y ungüentos” en varios años... Y es que nuestras Islas, siendo tan pequeñas y por muchos humos y gases que nos proyecten, siempre es inmensa la fuente oxigenada, limpia y yodada de nuestras tierras y el aire que respiramos. Echarse a la calle es una suerte que no pueden compartir todos… Pero hay un factor en nosotros, los humanos, algo negativo -universalmente- salvo ingentes excepciones; y es que somos incorregibles, terriblemente comodones y todo lo queremos fácil, usamos el coche para todo, aunque el objetivo que busquemos lo tengamos a dos pasos. Conmigo no vale eso, hace ya unos días he decidido caminar y no precisamente escondiéndome, me gusta ver la gente cuando voy de marcha, sobre todo los que van a pie. La vieja costumbre isleña de ir saludando a todo aquel con quien nos tropecemos: Buenos días, ¿cómo está usted? ¡Buen tiempo el de hoy! Y algún despistadillo que nos pregunta: ¿Qué, ya estás jubilado? ¡Que va, todavía me falta, estaría bueno! Esa barriguita, hay que bajarla… Tiene Vd.. buen aspecto, últimamente, ¿cómo lo consigue?.. Pues, mire, caminando todo lo más que puedo y evitando las calenturas… Qué bien, Vd. si que sabe Y sin perder el ritmo, bajamos por una calle, luego cruzamos a la otra, seguimos a la izquierda y así sucesivamente y siempre sonrientes, es mejor y no llevar el ceño fruncido, eso da mala imagen.
Hay que demostrar, que esto de caminar es bueno y, eso sí, de nada te sirve lo que estés haciendo al respecto por tu salud y placer, si fumas. Eso es malo, aunque los ignorantes no acaben de entenderlo.

Cuando salí el primer día, caminé media hora y como nada, ni el más mínimo cansancio. Pude contemplar desde lo alto, viendo en todas direcciones, entrando a Puerto de la Cruz por Las Cabezas, seguí por El Tejar, pero hacia abajo siempre, hasta llegar a Playa Jardín, Punta Brava y un poco más. Tuve que hacer varias y muy cortas paradas, altos en el camino, como suelen decir. Para recrear mi vista en los viejos rincones, lo poco que de ellos queda aún. ¡Qué distintos eran antes! Confieso que hay lugares en completo abandono, la desidia es patente, viendo esas viejas casonas y los solares contiguos, arruinados y desangelados, sin la menor atención y cuidados. Parece que hubiera ocurrido un gran cataclismo, todo ruinoso, lo que se ve en el primer plano visual. Es evidente que está ahí, nadie tiene la culpa y menos sus antiguos dueños, que ya ellos no están. Todo eso también está muerto.
Muchos de esos lugares eran bellezas incomparables, tenían el atractivo de las viejas cosas bien conservadas. Hoy todo eso son ruinas de un nostálgico pasado que no debió morir... Así como muchos terrenos agrícolas, de tierras fértiles, abandonadas a ver quienes vienen a comprarlas y fabriquen más edificios, como el Belait y otros tantos.
Mi Puerto de la Cruz, querido, ¡Cómo te han arruinado! Y nadie tiene la culpa, yo desde luego no, sólo quedan del pueblo aquel, los recuerdos, que esos no los borrará nadie.

Fui a detener mi marcha, donde el Paseo de Las Palmeras de Martiánez y sin detener el paso, hasta llegar a la playa, donde mil recuerdos me asaltaron, denunciando con tristeza el abandono de la gente de hoy por las cosas de antes, cada rinconcito por donde pasaba, cada lugar, me rompía el alma, por que yo sentía la tristeza que esos moribundos vestigios habrán sufrido y están condenados a seguir esa suerte. La vejez de las cosas tiene eso, que no se la respeta como debiera ser. ¿Acaso mi gente se olvidó de todo, de lo que representó para nosotros esos sitios, donde jugábamos, donde corríamos y saltábamos?..Al pasar por la Calle Valois, a la altura del Chorro Cuaco, chorro del agua que venía de la Fuente de Martiánez y la santa Cruz del mismo nombre, más recuerdos. ¡Ay, qué años aquellos!, en ocasión de celebrarse la fiesta del lugar, las verbenas, carreras de sacos en la calle también, las turroneras, los fuegos artificiales. Los muchachos y las muchachas… ¡Hoy, qué distinto es todo!
Y el Paseo de Las Palmeras, ¡cuántas promesas en la intimidad y en el silencio de su entorno paisajístico, viendo el mar al fondo como si se nos acercara! A esa edad todo nos parecía inmenso y dilatado. Las olas del mar las veíamos gigantes y las distancias inalcanzables. Los acantilados de la playa a un lado y en otra dirección, Los Llanos, inmenso platanar, rodeado por un muro blanco encalado y fuera, en el camino, los bellísimos tarajales, abajo la arenas, la orilla y aquellos bajíos y su célebres charquitos. La vieja Piscina… ¡Ay, los recuerdos!...

Y a pesar de todo lo fastidiado que me sentía en esos momentos reflexivos, pude advertir que no todo estaba acabado.
Aunque también fuera sonriente, como los otros buenos amigos, volví a ir al siguiente día, siguiendo el mismo trayecto. Tengo que acostumbrarme, aunque me cueste tanto aceptar esas lagunas lamentables y tan ciertas, que hoy en nuestra querida ciudad turística casi ya no sorprenden...Tales apreciaciones podrían ser producto de mis nostalgias “sensibleras” después de que tanto tiempo haya pasado sin transitar esos lugares a pie. Aún no sé por dónde voy a ir mañana; me lo voy a recorrer todo, voy a revivir cada momento de mi pasado, aunque no pise las mismas piedras, ni salte los mismos muros y antes de dar el último paseo, que también sé cuál va a ser…
Resumiré. Estoy seguro que otro Puerto de la Cruz como aquel, jamás habrá. Por muchos millones que se gasten. Será, sí, una preciosa y moderna ciudad, la más bella de la actualidad, si quieren nuestros administradores y amigos del Norte. Aunque también creo que, como mi Puertito marinero, ni para mí ni para nadie, otro igual jamás habrá.


Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com

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