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¿Acaso el silencio, cuando cesa el murmullo de las brisas, cuando se detienen los pulsos de la vida y se ahogan las palabras, no delata la presencia de un vacío profundo, de una oquedad sin límites que se pierde en el infinito?
Vio caer la tarde presurosa, como ocultándose en la lejanía y fueron las últimas sombras deformándose en su mente, apagándose. El sentía como un lamento; como si al quebrarse y hasta despuntar las primeras estrellas en el negro manto de la noche, le sentenciara la agonía que sufría en esos callados momentos. Apenas si se movían sus cansados párpados, por el triste llanto que cegaba sus ojos, que a su alma enlutada no llegaba consuelo, ni con el propio llanto. Y su corazón, lleno de ira y de espanto, sentía que le arrancaban el encanto de tantas ilusiones soñadas y tantas promesas -hoy profanadas- con la huída despiadada; más lejos que su razón. Tan distante como los vientos que se fueron con su alma -sin señalarle el camino- tan lejos…Cuánto envidiaba a los vientos, que, aún sin alas, podían alcanzarla, que esa pena suya se perdiera en la lejanía.
Y hasta que prendió el alba estuvo llorando, sus lágrimas no cesaron entre tanto, como la pertinaz lluvia que estaba cayendo, persistentemente; mientras estaba en ella pensando.
Entonces seguía esperando a que se detuviera la lluvia, se amparaba en el portal donde en otros felices momento habían estado charlando con ella, de tantas cosas, que muchas veces se repetían, sin conseguir avanzar un paso, sin saber del embrollo donde estaban metidos. Los segundos se les escapaban de las manos y no se decían nada, todo lo más, incoherencias o tonterías. Pero cuando sus miradas se encontraban les atraía un sentimiento tal y tan extraño. El afecto que se profesaban crecía… Hubo veces que sus manos intentaban buscar las de ella mientras miraba sus carnosos y rojos labios que temblaban y al cerrarlos parecían que susurraban idílicos murmullos, algo que entendía, pero no podía… Sentía miedo de que tal vez ella se molestara; no podía hacer nada. Y deseaba tenerla entre sus brazos y decirle cuanto le gustaba y todas esas cosas que sentía. Temía perderla, ante todo eso. No poder estar más a su lado por haberse precipitado. También pensaba que, posiblemente, sólo le viera como a un buen amigo, nada más que eso.
Al día siguiente, la encontró -como cada día- en el Colegio. Se saludaron y siguieron juntos hasta entrar en el aula de matemáticas, se sentaros cada cual en su sitio y sacaron los cuadernos y demás enseres, ordenándolos sobre la mesa, antes de comenzar la clase. Algo cayó al suelo y se agacharon al unísono para recogerlo. Sus mejillas casi se rozaron y luego sus manos se juntaron, como nunca había ocurrido; y súbitamente se sonrieron casi temblando. No se dijeron nada, pero el corazón de ambos les daba vueltas de felicidad y dolor al mismo tiempo. Sentía que estaba fuera de sí. Mas, no supo nada de la clase, ni una sola palabra de lo que explicara el profesor. Ella también parecía estar completamente ajena a todo lo que no fuera el extraño sentimiento que había vivido. Se miraban con cierta insistencia, como suplicantes. A ella, sus bellos ojos la delataban -ardientes y encendidos- parecía que hubieran llorado, estaban enrojecidos. Y sus labios temblaban, como sus pálidas manos, que se retorcían entre sí.
Cuando salieron a la calle, ella sonreía, estaba radiante y seductora. Más bella que otras veces, más complaciente y no dejaba de mirarle.
¿Sabes?, este verano mis padres van de vacaciones y quieren llevarme, la abuela está muy mayor y ya sabes… Pero seguirás siendo mi mejor amiga, ¿verdad? Yo te escribirá siempre y te contaré. Oye, ¿por qué cambias de semblante, he dicho algún inconveniente? Qué quieres, estás muy desvaída, anda, siéntate aquí. Se te pasará. Debe ser que ya aprieta un poco más el calor.
¿Y tú, te irás también? ¿A dónde será este año? ¿Igual que la vez pasada? Claro que si, la abuela…
No me has dicho nada en todo el trayecto. Me gustas muchísimo más cuando te veo alegre. Hoy te ocurre algo, de repente así, sin más, ni más… Dame la mano, ahora no nos verá nadie, quiero decirte algo, pero me cuesta mucho. Así, ¿ves? Oye, estás muy fría, ¿te sientes mal, estás enferma? No lo entiendo ¿Y esas lagrimitas que asoman a tus ojos? ¿Por qué estás triste? ¿Qué habré hecho, qué habré dicho?
No, estaba muy feliz y al decirme tú que te ibas con tus padres y que te alejarías de mí, que no estaríamos juntos como todos los días, me he disgustado mucho.
Pero date cuenta, en el verano no se dan clases, el Colegio estará cerrado. De todas formas no nos dejarían salir a la calle solos, dirían que no hay razón para ello.
Si, pero, ¿y nosotros qué?
Me estás insinuando… ¿Acaso soy para ti algo más que un amigo?.. Déjame decirte que a mí me ocurre igual, sólo que tengo miedo de romper nuestra gran amistad, que la pueda enturbiar si confieso mis verdaderos sentimientos. Yo se que somos aún muy jóvenes, que nos queda mucho por caminar. Pero, antes que seas tú quien se delate primero, óyeme lo que te digo: ¡Te quiero! ¡Te quiero!.. Soy muy feliz a tu lado, no me cansaría nunca… Y sufro mucho si no te veo.
Yo igual, ya no lo puedo ocultar más, siempre te he querido. Y por favor, no me dejes sola, inventa cualquier cosa.
La llevó hasta cerca de su casa, le besó sus manos y acarició sus sedosos cabellos. Le ahogaba la emoción que le robaba el aire. Miró como un ladrón al acecho, en todas direcciones. ¡Estaban solos! Y sin meditarlo, siquiera ni un instante, sujetó nuevamente sus manos y volvió a besarlas.
Hasta luego, mi vida, ¡qué feliz me has hecho! Vete con Dios, amor mío; y que sueñes esta noche muchas cosas bonitas… Y ya sabes, seguimos siendo buenos amigos. No se lo digas a nadie, ya iremos creciendo. Mientras, nos veremos a escondidas, correremos por los campos y jugaremos a los novios, como si fuéramos fantasmas… E imitaremos a las estrellas alejándonos como ellas, columpiándonos en el cielo. Y bajo el azul celeste, acariciando la tierra, nos expondremos tendidos sobre la fresca hierba. Percibiendo la suave y tibia brisa, nuestras cosas nos diremos. Jugaremos con el agua que baja de la cascada a morir en el silencioso arroyuelo, donde por vez primera deshojamos la blanca margarita en aquella tarde de alegre primavera y bajo los encendidos rayos del dorado sol, que nos brindara ese día fulgidos destellos que agonizaban ya en la lejanía. Con sólo tus miradas me cautivaste.
Y se fueron los pétalos cause abajo, hasta que se despeñaron y se perdieron dispersándose sobre el agua, como hoy se diluyen las lágrimas que brotan de su alma.
Chapoteando el agua, cabizbajo y meditabundo, siguió calle abajo cargando el fardo de sus desventuras. Cada vez, cuando mira a su alrededor, mira más a lo lejos, sintiendo el consuelo de ver pasar el tiempo con sus huidas incontroladas, acortando las distancias.
Intuía que estaba cerca el momento que podrían estar nuevamente juntos, de alguna manera, indefinidamente y para nunca más separarse, sin horas que les asedien en sus encuentros, ni tiempos que delimiten su eterna contemplación. Cabalgando por entre las estrellas… No será necesario deshojar más margaritas ni volverán a ocultarse ante los demás. Sus manos se llenarán de otros pétalos aún más sonrientes y la desnudez de sus pies podrá cubrir con ellos. Todo será distinto, allá, en el Edén prometido, cuando estuvieren juntos.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
Vio caer la tarde presurosa, como ocultándose en la lejanía y fueron las últimas sombras deformándose en su mente, apagándose. El sentía como un lamento; como si al quebrarse y hasta despuntar las primeras estrellas en el negro manto de la noche, le sentenciara la agonía que sufría en esos callados momentos. Apenas si se movían sus cansados párpados, por el triste llanto que cegaba sus ojos, que a su alma enlutada no llegaba consuelo, ni con el propio llanto. Y su corazón, lleno de ira y de espanto, sentía que le arrancaban el encanto de tantas ilusiones soñadas y tantas promesas -hoy profanadas- con la huída despiadada; más lejos que su razón. Tan distante como los vientos que se fueron con su alma -sin señalarle el camino- tan lejos…Cuánto envidiaba a los vientos, que, aún sin alas, podían alcanzarla, que esa pena suya se perdiera en la lejanía.
Y hasta que prendió el alba estuvo llorando, sus lágrimas no cesaron entre tanto, como la pertinaz lluvia que estaba cayendo, persistentemente; mientras estaba en ella pensando.
Entonces seguía esperando a que se detuviera la lluvia, se amparaba en el portal donde en otros felices momento habían estado charlando con ella, de tantas cosas, que muchas veces se repetían, sin conseguir avanzar un paso, sin saber del embrollo donde estaban metidos. Los segundos se les escapaban de las manos y no se decían nada, todo lo más, incoherencias o tonterías. Pero cuando sus miradas se encontraban les atraía un sentimiento tal y tan extraño. El afecto que se profesaban crecía… Hubo veces que sus manos intentaban buscar las de ella mientras miraba sus carnosos y rojos labios que temblaban y al cerrarlos parecían que susurraban idílicos murmullos, algo que entendía, pero no podía… Sentía miedo de que tal vez ella se molestara; no podía hacer nada. Y deseaba tenerla entre sus brazos y decirle cuanto le gustaba y todas esas cosas que sentía. Temía perderla, ante todo eso. No poder estar más a su lado por haberse precipitado. También pensaba que, posiblemente, sólo le viera como a un buen amigo, nada más que eso.
Al día siguiente, la encontró -como cada día- en el Colegio. Se saludaron y siguieron juntos hasta entrar en el aula de matemáticas, se sentaros cada cual en su sitio y sacaron los cuadernos y demás enseres, ordenándolos sobre la mesa, antes de comenzar la clase. Algo cayó al suelo y se agacharon al unísono para recogerlo. Sus mejillas casi se rozaron y luego sus manos se juntaron, como nunca había ocurrido; y súbitamente se sonrieron casi temblando. No se dijeron nada, pero el corazón de ambos les daba vueltas de felicidad y dolor al mismo tiempo. Sentía que estaba fuera de sí. Mas, no supo nada de la clase, ni una sola palabra de lo que explicara el profesor. Ella también parecía estar completamente ajena a todo lo que no fuera el extraño sentimiento que había vivido. Se miraban con cierta insistencia, como suplicantes. A ella, sus bellos ojos la delataban -ardientes y encendidos- parecía que hubieran llorado, estaban enrojecidos. Y sus labios temblaban, como sus pálidas manos, que se retorcían entre sí.
Cuando salieron a la calle, ella sonreía, estaba radiante y seductora. Más bella que otras veces, más complaciente y no dejaba de mirarle.
¿Sabes?, este verano mis padres van de vacaciones y quieren llevarme, la abuela está muy mayor y ya sabes… Pero seguirás siendo mi mejor amiga, ¿verdad? Yo te escribirá siempre y te contaré. Oye, ¿por qué cambias de semblante, he dicho algún inconveniente? Qué quieres, estás muy desvaída, anda, siéntate aquí. Se te pasará. Debe ser que ya aprieta un poco más el calor.
¿Y tú, te irás también? ¿A dónde será este año? ¿Igual que la vez pasada? Claro que si, la abuela…
No me has dicho nada en todo el trayecto. Me gustas muchísimo más cuando te veo alegre. Hoy te ocurre algo, de repente así, sin más, ni más… Dame la mano, ahora no nos verá nadie, quiero decirte algo, pero me cuesta mucho. Así, ¿ves? Oye, estás muy fría, ¿te sientes mal, estás enferma? No lo entiendo ¿Y esas lagrimitas que asoman a tus ojos? ¿Por qué estás triste? ¿Qué habré hecho, qué habré dicho?
No, estaba muy feliz y al decirme tú que te ibas con tus padres y que te alejarías de mí, que no estaríamos juntos como todos los días, me he disgustado mucho.
Pero date cuenta, en el verano no se dan clases, el Colegio estará cerrado. De todas formas no nos dejarían salir a la calle solos, dirían que no hay razón para ello.
Si, pero, ¿y nosotros qué?
Me estás insinuando… ¿Acaso soy para ti algo más que un amigo?.. Déjame decirte que a mí me ocurre igual, sólo que tengo miedo de romper nuestra gran amistad, que la pueda enturbiar si confieso mis verdaderos sentimientos. Yo se que somos aún muy jóvenes, que nos queda mucho por caminar. Pero, antes que seas tú quien se delate primero, óyeme lo que te digo: ¡Te quiero! ¡Te quiero!.. Soy muy feliz a tu lado, no me cansaría nunca… Y sufro mucho si no te veo.
Yo igual, ya no lo puedo ocultar más, siempre te he querido. Y por favor, no me dejes sola, inventa cualquier cosa.
La llevó hasta cerca de su casa, le besó sus manos y acarició sus sedosos cabellos. Le ahogaba la emoción que le robaba el aire. Miró como un ladrón al acecho, en todas direcciones. ¡Estaban solos! Y sin meditarlo, siquiera ni un instante, sujetó nuevamente sus manos y volvió a besarlas.
Hasta luego, mi vida, ¡qué feliz me has hecho! Vete con Dios, amor mío; y que sueñes esta noche muchas cosas bonitas… Y ya sabes, seguimos siendo buenos amigos. No se lo digas a nadie, ya iremos creciendo. Mientras, nos veremos a escondidas, correremos por los campos y jugaremos a los novios, como si fuéramos fantasmas… E imitaremos a las estrellas alejándonos como ellas, columpiándonos en el cielo. Y bajo el azul celeste, acariciando la tierra, nos expondremos tendidos sobre la fresca hierba. Percibiendo la suave y tibia brisa, nuestras cosas nos diremos. Jugaremos con el agua que baja de la cascada a morir en el silencioso arroyuelo, donde por vez primera deshojamos la blanca margarita en aquella tarde de alegre primavera y bajo los encendidos rayos del dorado sol, que nos brindara ese día fulgidos destellos que agonizaban ya en la lejanía. Con sólo tus miradas me cautivaste.
Y se fueron los pétalos cause abajo, hasta que se despeñaron y se perdieron dispersándose sobre el agua, como hoy se diluyen las lágrimas que brotan de su alma.
Chapoteando el agua, cabizbajo y meditabundo, siguió calle abajo cargando el fardo de sus desventuras. Cada vez, cuando mira a su alrededor, mira más a lo lejos, sintiendo el consuelo de ver pasar el tiempo con sus huidas incontroladas, acortando las distancias.
Intuía que estaba cerca el momento que podrían estar nuevamente juntos, de alguna manera, indefinidamente y para nunca más separarse, sin horas que les asedien en sus encuentros, ni tiempos que delimiten su eterna contemplación. Cabalgando por entre las estrellas… No será necesario deshojar más margaritas ni volverán a ocultarse ante los demás. Sus manos se llenarán de otros pétalos aún más sonrientes y la desnudez de sus pies podrá cubrir con ellos. Todo será distinto, allá, en el Edén prometido, cuando estuvieren juntos.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
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