5/9/10

EL MEJOR DE LOS TRIBUTOS

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Como secuencias filmadas pasan por mi mente las ideas, personas, pensamientos humanamente sentidos, casitas enjalbegadas de blanco y de tejados rojos, calles empedradas, las plazas públicas de siempre y el viejo muelle y su acogedora playita…
Todo un singular motivo de sentimental apego por sus múltiples generosidades, y el movimiento que contagia, de sus gentes como pueblo eminentemente laborioso, cuya industria hotelera fue pionera en nuestro marco regional y a pesar de los avatares sufridos por desprecio e inexperiencia de aquellos que nunca supieron conservar su esplendor y ocuparon su valioso tiempo en improvisar sin acertar una.

Gracias a los pocos nostálgicos que aún quedamos en pié, la ciudad de Puerto de la Cruz no morirá antes que nosotros y si ha de resurgir habrá sido por la inestimable ayuda de un puñado de hombres de bien que se lo han propuesto muy seriamente. Como importante fuente de trabajo no puede ser de otra manera. Hasta hoy hemos estado en babia y nuestros políticos más ausentes aún. Hemos dejado perderse un tiempo precioso, sin apenas darnos cuenta que múltiples destinos turísticos estaban organizándose debidamente y acondicionando sus ofertas antes que la guerra turística comenzara y una crisis como la actual no les impidiera ser aventajados receptores en la lucha calculada. Y nosotros en la luna de Valencia, mirándonos el ombligo en tantos nuestros competidores se ponen las botas. Si, nosotros asistiendo al espectáculo denigrante de esa anacrónica lucha política que no cesa entre unos y otros, todos iguales…Pero, repito, gracias a ese grupo de hombres de indudable valía que se han propuesto salvar a nuestra ciudad.; y que conste, definitivamente piensan acabar con tanto protagonismo y, por favor, dejemos de ser ya la comidilla de quienes han demostrado ser pocos sensibles con nuestros verdaderos problemas, que en definitiva son los problemas de todos. Puerto de la Cruz siempre generó abundante trabajo y es necesario activar nuevamente esa valiosa fuente, primero inspirando confianza a los inversionistas para que puedan apostar con sus dineros y los pongan a producir. Los Bancos que no hagan oídos sordos y nuestros representantes que aprendan un poco más de aquellos que están luchando con optimismo por salir adelante y lo conseguirán, Ahora quieren recortar, es demencial, con lo poco que nos queda acabarán mordisqueándose las uñas...

Los que ya peinamos canas no podemos eximirnos, ni dejar de sentir una gran nostalgia y a la vez lástima, al evocar todos aquellos elementos que conformaban nuestro viejo Puerto, desde antes y el después que nos está durando tan poco. Antes se relaciona con la posguerra española, la época más difícil para la mayoría de los canarios, cuando más desconsuelos y privaciones sufrió nuestra gente. Hubo escasez de todo, pero muchos ni se enteraron… Sin embargo al final también fueron salpicados y les tocó probar y aprender la lección de aquellas secuelas odiosas de la posguerra…Las malas consecuencias no respetaron alcurnias, ni posición social alguna, se generalizaron los críticos efectos de nuestra inestabilidad nacional. Después, al cabo de algunos años, pareciera que algo se iba olvidando, aquellos desmanes, aquellos privilegios y como somos así, las tensiones y rencores se fueron obviando y sólo pensábamos en trabajar, apagar aquellos rescoldos y sobre sus cenizas levantar nuestros pueblos sin escatimar esfuerzos, hombro con hombro y así veíamos resurgió poco a poco nuestro Puerto de la Cruz; y con los primeros turistas se marcó un hito histórico, cristalizando el deseo de todos y surgió el milagro… Lo triste es que hayamos perdido los papeles y hoy estemos a las puertas de la ruina total. ¿Qué podríamos hacer? ¿Sólo lamentarnos o luchar por recuperar cuanto hayamos perdido?..

Recuerdo la voz pregonera de aquellas vendedoras de pescado, conocidas y respetadas por todos, alegrando con sus simpáticas ocurrencias el ambiente del muelle, en la vieja pescadería. Y al señor cura, alertando y cuidando las almas de sus descarriladas ovejas. A los tontos del pueblo y aquellos que no sabían que también eran tontos… Las niñas al salir del colegio y los chicos, desgarbados y medios alocados, disfrutando del corto tiempo del obligado recreo. Al novio sonrojado de pasión y vergüenza, por que ella dijera sus cuitas amorosas, antes de conocerle bien.

La lluvia cayendo y bajo el frondoso laurel de India de la Plaza del Charco, haciendo planes, jurando promesas; sin sentir el frío de las ropa mojada de la espesa lluvia y el viento inclemente. Solos en la Plaza, ¡qué delicia, parecía un sueño!

No paro de evocar tales acontecimientos, son cosas que en realidad sucedieron y suceden cada día, así como caen las hojas del calendario, como si la vida del hombre fuera como la del árbol perenne, cuyas hojas van cayendo con el paso del tiempo y vuelven a nacer frescas y muy verdes, llenas de savia a representar la vida y todos sus misterios a lo largo de ella.

Los viejitos de entonces nos entristecían a medida que se iban yendo…Señor, ¡cómo te los llevas uno a uno!

Los perros callejeros y las mariposas en las plazas, acosadas por los niños que correteaban de un lugar a otro. Acuden a mi mente la proyección de otras imágenes también afectivas, la típica lechera con aspecto malhumorado y sus cálculos hechos -.tanto de leche, tanto de agua-. Y el molino del gofio lleno de gentes que iban a que les molieran el grano tostado, delicia de los hogares en aquellos lejanos tiempos...Y la Playa de Martiánez, San Telmo, Punta Brava, San Felipe, El Peñón… La Ranilla, sello indeleble de nuestro pasado portuense, con su tipismo inalterable, lleno de gracia, de historias y leyendas populares.

La mente es como una caja donde caben todas las vivencias que podamos retener con la memoria; y esas imágenes ordenadas nos deleitan con el recuerdo, cuantas veces quisiéramos, en cualquier momento de nuestra vida. Podemos llorar, soñar amar, reír, cantar… Si, podemos amar otra vez y muchas veces más, a quienes hayamos perdido y tanto quisimos. Podemos hablar otra vez de lo mismo, sentir la ilusión de aquellos momentos, más dulce que en los sueños. Volveremos a sentir… Recordemos, recordemos, y al recordar vivamos los momentos aquellos

A veces sentimos el peso de la soledad como si fuera una pesada losa. Caminamos y no sentimos nuestros pasos, vamos a la deriva, pensando en nada, como un barco abandonado que sin saberlo busca estrellarse. Me gusta ver las barcas amarradas, a buen recaudo, en la bahía de nuestro puerto. Verlas cuando se mecen, parece que escucharan una nana de cuna y durmieran ya con tal embeleso, el que les brindara la mar que les arrulla.

Y seguimos de largo, sin saber a dónde, hasta que nos aburre el paseo y nuestro horizonte no veamos. Sombras nada más de aquel pasado lejano, sombras que aún se mueven, que van por nuestras calles buscando el cobijo de sus ancestrales causes: gentes que se fueron, árboles talados, muros derribados… Hoy las sombras del recuerdo no saben donde ir, los pueblos no son los mismos. Y también estamos perdiendo al Valle… Donde jugaron nuestros niños. Todos sabemos qué pasó. Donde nuestros viejos moraban ya no quedan restos, ni donde conversaban ilusionados, pensando en los nietos -a veces, más que en los propios hijos- que les secundarían con sus tradiciones y el buen ejemplo. Todo se ha perdido, aunque el recuerdo proyectado por la mente, nos quiera devolver el consuelo de tantos de tantos días vividos en nuestros pueblos queridos, entre tanta gente buena, respetuosas y solidarias; y tantos viejos caminos que aprendimos a amar, para dejárselos a nuestros descendientes, senderos que sabíamos a donde conducían.
Por las noches dormíamos tranquilos, era un descanso reparador, confortado por la oración y la bendición del Cielo. ¡Daba gusto vivir! Hoy sentimos los recelos del miedo y la traición, la desconfianza que suele generar la inseguridad, tanto cívico-social, como moral y lo que es más triste, estamos abocados a caminar por el lodo antes de llegar al final del pedregoso camino de nuestra ancianidad, nuestra más difícil etapa de la vida, dominados por la incomprensión. No permiten que nos detengamos con nuestras cosas íntimas y nuestras maneras de siempre. Tenemos que seguir al ritmo de las fuerzas y no comprenden que no las tenemos ya ni para quejarnos. Y así acaba la vida, con esa contrariedad que no la pudimos salvar, como objetos mal hechos, decrépitos, como un estorbo nada más.

Y no menos duros serán, para sus mayores, los hijos de nuestros hijos. Habrá leyes de exterminio en masa y antes les llevarán a campos “especiales”, donde les recluirán para evitar que supongan un problema para sus nuevas formas sociales… ¿Cómo será la vida más adelante, aquí, en este infierno? Me apena pensar en estas cosas, pues no les veo otra trayectoria.

Hoy todavía, hablando de los ancianos, les ve uno sonreír con el espíritu renovado, capaz de liberarles de tantos inconvenientes, sin que nadie ponga impedimentos. Se agrupan complacidos en sus clubes de la Tercera Edad u otras asociaciones, y ahí toman decisiones, algunas de ellas muy interesantes. Viajes, concursos, eventos musicales, teatro, charlas divulgativas sobre algún tema determinado, literatura, poesía, etc. Un sinfín de motivaciones, las cuales yo admiro, a nivel personal, y me deparan tan grato y esperanzador placer, que no le temo tanto cuando me llegue la hora, si es que Dios lo quiere, para sentirme como un miembro más de esa gran familia; donde volverán a encontrarse tantos seres, que de una manera u de otra, forman parte del mismo pasado, capaces de reconstruir aquello, lo que ya casi teníamos olvidado por no tener quien nos escuchara… Volver a bailar boleros y, por qué no, también la polka y los valses vieneses. Decir chistes viejos, nuevamente… Hablar de pintura, prosa, poesía y música. Rememorar aquellas tardes primaverales paseando por el Parque Taoro, paseo de Las Sortijas, la Playa de Martiánez “Paseo de Las Palmeras” ¡AY, cuántos recuerdos! Desde cuando éramos adolescentes, ¡cuántas promesas y tantos sinsabores!

Y arrimados a los barcos, en el muelle de nuestro Puerto… Yo capitán de este navío, te llevaré conmigo más allá de aquel estático horizonte, donde nos esperan realizados tus sueños y los míos. Salir al campo en grupos previamente organizados. Ir de pesca… Ir en bicicleta por las calles del pueblo.

¿Cuántas cosas se han perdido desde ayer? Comprendo, es la vida, el tiempo no se detiene y las gentes van con el, otros se van quedando atrás, los que no pueden seguir… Pero ya ven, no renunciamos. Ni deseamos permanecer estáticos, petrificados en la soledad -al menos algunos- y se buscan entre ellos, con la ilusión de sentirse agasajados por los suyos, animados a sonreír nuevamente; en definitiva, a seguir viviendo hasta cuando Dios quiera, hasta que nos llegue la intrusa…

¿Qué mejor forma de ganarse la Gloria Eterna, que la de integrarse con la gente que nos necesita y nos miman? ¿Qué mayor tributo podemos pagarle a la vida que este, el del amor?

Celestino González Herreros
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