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Oí sonar las campanas, el eco llegaba traído por la suave brisa y dejaba en mi alma la sensación sublime del recuerdo, algo desvanecido por el tiempo ya pasado. Pero era el mismo canto que sintiera antaño, su canto, cuando bajaba corriendo por los atajos en busca de ella, para encontrarnos en la puerta del templo, antes que comenzara el santo oficio de la sagrada Misa. Nos sentíamos unidos por los mismos pensamientos, volver a vernos al salir de la Iglesia, poder andar a su lado y en la bifurcación del camino, más tarde, irnos cada cual por su lado, hasta la próxima semana. Así nació un sentimiento que se convirtió en amor.
Pasaron los años y las viejas costumbres cambiaron, se abrieron nuevos caminos y en su constante transformación, uno fue dejando anulados los infantiles conceptos, maduramos también por dentro y vimos más lejos buscando nuevas sensaciones y experiencias, nos instruimos con el tiempo, para luego volver, ya viejos nuestros cuerpos… Y andar por aquellos senderos en busca de las cosas perdidas de la infancia, e inútilmente, seguir sin hallar el consuelo de oír la voz amiga, la risa amada, en la alborada de cada domingo, despierta por las mismas campanas del rancio campanario.
Hoy veo muchos senderos que antes no existían. Contemplo con nostalgia el único que había, ahora solitario, cubierto por la hierba que ha borrado nuestras huellas y al final del camino, sólo queda ya el retorcido y triste árbol, donde solíamos detenernos simulando cansancio y acabar de grabar el tatuaje en su duro tronco, de nuestros corazones en sólo uno fundido, lo único que he hallado… Mis manos temblorosas ahora lo acarician y siento, como si estuviera a mi lado, siento su cálido aliento traído también por esta suave brisa que acaricia.
Pasaron los años y las viejas costumbres cambiaron, se abrieron nuevos caminos y en su constante transformación, uno fue dejando anulados los infantiles conceptos, maduramos también por dentro y vimos más lejos buscando nuevas sensaciones y experiencias, nos instruimos con el tiempo, para luego volver, ya viejos nuestros cuerpos… Y andar por aquellos senderos en busca de las cosas perdidas de la infancia, e inútilmente, seguir sin hallar el consuelo de oír la voz amiga, la risa amada, en la alborada de cada domingo, despierta por las mismas campanas del rancio campanario.
Hoy veo muchos senderos que antes no existían. Contemplo con nostalgia el único que había, ahora solitario, cubierto por la hierba que ha borrado nuestras huellas y al final del camino, sólo queda ya el retorcido y triste árbol, donde solíamos detenernos simulando cansancio y acabar de grabar el tatuaje en su duro tronco, de nuestros corazones en sólo uno fundido, lo único que he hallado… Mis manos temblorosas ahora lo acarician y siento, como si estuviera a mi lado, siento su cálido aliento traído también por esta suave brisa que acaricia.
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