GRATA COMPAÑIA
En el más puro recogimiento, mirándole siento, ¡OH, Gran Poder de Dios!, su infinita bondad que me invade devolviéndome las fuerzas perdidas. Viéndole siento hasta ganas de llorar, por que no hay nada más dulce y noble que la expresión de su mirada.
Todos queremos compartir con EL estos momentos, más, viéndome postrado a sus pies... Todos sabemos que a su lado no estaremos perdidos, y le clamamos para que nos dé el valor necesario y poder sobrellevar esta corta permanencia con dignidad para merecer mañana SU REINO.
Mis plegarias fueron más íntimas que otras veces, necesitaba hallarme a mí mismo, deshacerme de tantos temores encontrando la esperanza en su profunda mirada; y sentir el calor de mis lágrimas, ahora que estaba solo con EL y nadie perturbaría mis calladas oraciones... Necesitaba revivir mi fe estando tan cerca al Nazareno, participar de su calvario para enriquecer mi espíritu con su gracia infinita y el ejemplo de su fortaleza, viéndole sufrir en silencio por todos nosotros. Eterna deuda de
¡Señor, perdónanos! ¡Que no sabemos lo que hacemos! Cada instante de nuestra corta vida está en peligro si estamos lejos de TI.
Ese día había pocos fieles en
Luego, viendo la fortaleza, edificada en piedra de nuestras canteras del sur, la torre de
Sin dejar de pensar, después de recrearme en todo mi entorno, acaricié, como quién se despide para siempre, todo aquello que me traía tantos recuerdos. En mi subconsciente, vi. aquellas gentes que hoy no están entre nosotros, que ya se fueron... Y sentí tales desconsuelos, que tuve la necesidad de ahuyentar mi dolor yendo a los pies del GRAN PODER DE DIOS. Cerré los ojos. Y no querían abandonarme los recuerdos que seguían mortificándome y mi dolor aumentando... ¡Cuántos años han pasado desde entonces!
Señor, tu Reino es grande, ¿hay cabida para todos? Quisiera verles nuevamente. Y, ¡cuántos de ellos habrán venido a verte cuando te encuentras solo entre estas silenciosas paredes!
Esa tarde acompañé al Viejito, no sé el tiempo, parecía que estaba con todos aquellos que nos han dado la triste despedida de aquel viaje inevitable.
Y, advertido ya, de lo tarde que era, me persigné y salí del Templo. La lluvia había cesado y el cielo descubierto por completo me ofrecía el azul aún perceptible de su celestial bóveda, todo había cambiado de aspecto.
Desde algún lugar cercano me llegaba el eco de acordes musicales, algo sonaba que me agradaba al tiempo que caminaba hasta llegar a la calle Quintana. Parecía como si la gente fuera más sonriente, o era yo que estaba alegre, feliz de haber vivido el grato placer de acompañarle unos momentos en esa comunión espiritual que tanto necesitaba... Me sentía el más feliz de todos los presentes; fui calle abajo, hacia
Celestino González Herreros
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