ECOS DE GRATAS VIVENCIAS VENEZOLALAS
No creo ser el único que se emociona cuando, oyendo música del lugar donde haya vivido algún tiempo como inmigrante, luego residente, en algún país distinto al suyo de origen, aparecen los recuerdos de tantas vivencias pretéritas que dieron vida a las páginas más dispares y a la vez hermosas de mi pequeña historia llena de satisfacciones –los ratos tristes mejor es olvidarlos-. La música de mi querida Venezuela llegó a cautivarme y hoy, a pesar de los años transcurridos, me impacta oírla y hace sentirme inmerso otra vez en aquel ambiente de gratas sensaciones.
Aquellas noches, tibias y sensuales y la brisa intermitente que acaricia, lleva consigo aromas inconfundibles de sus reverdecidas quebradas, como soplos melancólicos, olor a sus abundantes manglares. Dicho sea, también, que los cafetales abundan y cubren extensiones considerables que armonizan con el silencio de las sombras nocturnales; y el quejido hiriente del arpa cuyas cuerdas parecieran que agonizan en el desértico paraje de las junglas solitarias del campo venezolanos.
Desde lejos suele oírse como un eco triste y herido el lamento del cuatro tocuyano acompañado de los tambores que agudizan las notas musicales del canto que expira y apaga la suave brisa tropical.
Recuerdo ir por la calle caminando y quedar admirado viendo cosas diferentes que no las habían en mi pueblo natal; a diestra y siniestra me sorprendían motivos diferentes y sus gentes, como si las conociera de siempre. Las saludaba y me correspondían afablemente, como si fuera cierto que siempre hayan estado esperándome… Me ilusionaba seguir sus pasos, ver a donde iban, qué harían… Y así, poco a poco, fui integrándome a su forma de vida, hasta sentirme como uno más entre ellos. Les preguntaba por cosas simples, desconocidas por mí y siempre hallé una sonrisa como inicio de una contructiva conversación, una afable comunicación; de esa forma fue gestándose el comienzo solidario del entendimiento necesario para la mejor convivencia ciudadana.
Mis experiencias se remontan allá por la década de los cincuenta del siglo XX, siendo yo un muchacho todavía y tal vez, debido a mi escasa edad, magnificara esas vivencias, las viera desde mi escasa habilidad o pericia, desde esas sutiles perspectivas propias de la edad y a la vez pensara acerca de todo cuanto acontecía con la agudeza de las mismas fantasías como las vivía en esos especiales momentos. Pues no fue, expresamente, por esa razón, ya que desde entonces ha pasado mucho tiempo, sesenta años; y aún siento igual como si fuera ayer, cuando Venezuela me cautivo, pienso que para siempre. Aún hoy, repito, me emociona oír música de mi querida Venezuela. Siento y vivo, igual que ayer, intensamente, aquellos momentos de entrega y afecto por todo aquello que represente a mi Venezuela.
Aquí, en Tenerife, he participado y contribuido en programa de Radio y Televisión, divulgando, como mejor he podido hacerlo, el nombre de Venezuela. Precisamente, hace un buen rato, estuve oyendo cintas de las antiguas de cassette grabadas hace once años y no pueden imaginarse lo que disfruté oyéndolas nuevamente, algunos de aquellos programas radiofónicos y el calado social que imprimían en nuestras islas canarias, los que dichos eventos protagonizaron. La vida del emigrante, sus ilusiones, venturas y fracasos, tantos sufrimientos y la satisfacción del deber cumplido en pro de los pueblos que, tradicionalmente, se han sentido siempre unidos por los más fuerte lazos de la comprensión, la amistad y el más puro afecto.
Y, ahora digo yo. ¿Cuál poder tienen los recuerdos que son capaces de mantener viva la luz de la ilusión, sin tener en cuenta los años que transcurran, sin contemplar las circunstancias y las vivencias, las motivaciones, las distintas experiencias, que todo se perdona y siempre prevalece el cariño que nos dieron, cómo nos recibieron y en definitiva, por qué seguimos amando a un país que en la distancia del tiempo se va desintegrando y a la vez transformándose en otra cosa distinta que, a veces, ni nos atañe por sus diferencias naturales, políticas y sociales. Sólo queda en el subsconciente la primitiva imagen que nunca muere…
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
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