7/3/12

ENTRE DOS ABISMOS

Errabunda su cansada mirada se perdía hacia el lejano confín de sus sueños, se iba parsimoniosamente y desconcertada, sin saber a dónde. Igual que si huyera buscando en esa infinita lejanía los cauces perdidos de su felicidad... Sobre la hierba fresca pisaba como si no la tocara, pareciera que sobre ella volara y atrás fuera dejando el extenso remanso de pequeñas gotas de rocío irisadas, columpiándose en la alegre vegetación. En ese hálito profundo de sosiego, el entorno era pacífico, como la suave brisa primaveral que soplaba. Diría que todo ello fuera una fantasía; ver su rostro contraído, por no sé cuánto dolor, e ir tan solo, meditabundo y callado, hacía suponer que lo habría perdido todo.

Pasado algún tiempo, le volví a ver, ahora echado en la solitaria playa, sobre un pequeño banco de arena, mirando al mar. Otra vez peregrinaba su estática mirada sobre la superficie de las tranquilas aguas, cuando subían hasta llegar a la tibia arena, acercándose cada vez más a sus pies. Despreocupadamente, veía deshacerse las olas en espumas al chocar contra el firme de los acantilados, formando la brizna que se desparramaba en esa parte de la costa del ancho litoral y formaba la fina cortina que resplandecía en multicolor su imagen. En las negras arenas se reflejaban las sombras de las blancas gaviotas con sus acrobáticos vuelos, luchando por la subsistencia; desde lo alto caían al mar, limpiamente, en rítmicos juegos... Observé, que aquello despertaba un tierno deseo en su cansado espíritu, tal vez, ganas de volar, y sonrió levemente, para conservar su anterior mutismo; se levantó, tiró un par de pequeñas piedras al mar y se fue, alejándo hacia el acantilado, hasta que no le vi. más.

Una noche, por tercera vez, le volví a ver, entonces en el pueblo, al pie de la torre del campanario de la iglesia; miraba hacia la cúpula superior y alternativamente dejaba caer la vista, como algo que le pesara de súbito, luego volvía a elevarla, repasando la callada fisonomía que se perfilaba gallarda hacia el cielo. Y le vi retroceder y refugiarse bajo las esbeltas palmeras, con ademán sosegado y reflexivo, mirando con insistencia hacia arriba, buscando a las estrellas que parpadeaban en el firmamento. No tan sólo por curiosidad, más que eso, conmovido, esa vez me acerqué a él y so pretexto de animarle, le pregunté si sabía la hora, que había dejado olvidado el reloj... Me respondió lacónicamente, algo así, como:

-Para mí no cuenta el tiempo y he perdido la brújula de mi vida, cuando la perdí a ella. No siento mis pasos cuando camino, ni mi aliento cuando respiro, la vista se me escapa tras ella y no la veo... ¿Qué más da la hora, si se fue todo el tiempo aquel de ilusiones, alegrías y esperanzas? Todo se me fue con ella y ahora... Por favor, no me pregunte por la hora, que el reloj de nuestras vidas se ha detenido bruscamente y para siempre... Hoy sólo me queda recordar y buscar las huellas que habrán dejado sus pasos en esa fugaz huida. Quizás algún día las halle y las pueda seguir para estar nuevamente a su lado; mientras, seguiré errabundo, soñándola, buscándola en el monte, por los campos; he bajado a la playa y mi corazón ha ido en su busca infructuosamente, todo ha sido en vano. En cambio, cuando cierro los ojos, siempre la veo y en "mis dulces sueños" estoy con ella, como si fuera cierto que no se haya ido... Y me consuela su amada presencia cada noche, cada momento que cierro los ojos, bien para soñarla, o llorar por ella. ¿Sabe?, UD., ¿me asegura que volveremos a estar juntos?, ¡qué consuelo! Que no desespere; dice, que llegará ese día, cuando menos lo piense... ¡Que sea buen chico!.. Dice, también, que ella está en todas partes, jugando con la hierba, con la espuma del mar y entre las flores del campo.

Y, a veces, la siento, que roza mis labios sedientos de amor. En una ocasión, sentí tenerla cerca de mí, tendía sus brazos, como una blanca paloma agitando sus alas, y que se arrojaba hacia los míos que la llamaban desesperadamente, entonces, una ráfaga despiadada de aire frío, rompió mi sueño en mil pedazos.

-Vd., perdone que le cuente mis penas, yo no sé hablar de otra cosa que no sea de ella, estoy enloqueciendo. -

Cuando nos fuimos, en direcciones opuestas, quedé pensando en la tristeza de aquel hombre, nostalgia que contagiaba... Su timidez e inseguridad, sus incontenibles ganas de acariciarla y decirle cuánto le quería sin pedirle nada a cambio.

Un día, las campanas sonarán, y seguirán tañendo con fúnebres pausas hasta que todo quede en un silencio perpetuo; y cuando vea pasar el fúnebre cortejo de su óbito, por que lo veré, diré: Ahí quedan, en ese negro ataúd, los últimos sueños de aquel pobre hombre...

Celestino González Herreros

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