24/4/09

VIEJOS RETALES PORTUENSES Y LA REALIDAD ACTUAL

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(I)
En el mes de noviembre se van acumulando los grises nubarrones, desde el ancho mar hasta la cumbre, para estacionarse sobre la parte alta del Valle; pasando primero por toda la ladera desde Punta de Teno, cubriendo la cordillera norte hasta ocultar por completo al Lance de Icod El Alto, del Municipio de Los Realejos, y vertiginosamente hacia arriba hasta el Teide, visto desde el Puerto de la Cruz, que no llega a ensombrecerse y permanece su cielo limpio mirando al mar casi todo el año bañado del sol radiante que alegra indescriptiblemente su cálida orografía. Se mantiene con modernas instalaciones hoteleras y asentamiento recreativos y de ocio, tan necesarios para complacer y armonizar la demanda turística a la cual se debe y que acoge cada año senturias de miles de forasteros que vienen amparados de nuestras excelencias urbanísticas. Curioso, antes se ganaba más dinero, comparativamente, y los visitantes se iban contentísimos, e incluso volvían. Hubo menos lujo y mejor atención al cliente... Recordemos, simplemente, los Bares y Restaurantes, siempre estaban llenos, la gente manejaba dinero porque lo ganaban bien, los trabajadores se hicieron sus casas, los negocios eran rentables, los Bancos prestaban dinero a intereses bajos. El sector de la construcción se movía ilusionado. Las tiendas de comestibles y de tejidos, lencería, peleterías, todo el mundo trabajaba. Los taxistas eran felices, no me digan que no, ni me vengan con el cuento de que la ambición mató a la Vaca de Oro, ella acabó de muerte natural y otros factores que no podemos obviar y que fueron imperativos ajenos a nuestros deseos y escasas posibilidades económicas. Pero, que habrá vacas gordas, no lo duden, hoy se perfilan nuevos horizontes y alentadores aires... No hay mal que dure cien años… esta “natural” crisis pasará como antes superamos otras tantas crisis. Aún no se le han tensado suficientemente las cuerdas de la Banca para que de una vez revienten y renazca la confianza en el sector empresarial sin necesidad de ayuda de nadie. Confianza es lo que falta para que genere la inversión privada y hasta pública y el motor de nuestra economía arranque. Pero aún hay que apretar algunas tuercas más. Mientras esperamos pacientemente, no bajemos la guardia, cuidemos lo poco que nos queda y no olvidemos que la impertinente crisis es mundial sólo que todos no saben luchar igual para poder contener sus nefastos efectos.

El Puerto de la Cruz, aunque siga siendo el lugar por excelencia y "puerto seguro" de la avalancha turística internacional existente, tiene otra importancia añadida. Es un lugar entrañable y acogedor, con tipísmo y solera y una condición social poco común. Pero, sólo eso no le basta al turismo, que con cuatro perras en los bolsillos, quieren conquistar el Paraíso; sin que jamás se les haya negado nada, y a ese precio, ¿que más podemos darles nosotros?, sin embargo dejamos abiertas nuestras puertas...

El Puerto de la Cruz de los años de la fama como Meca Internacional del Turismo, que por suerte, aún hoy sigue siendo apetecible por sus variados encantos era como un sueño... Hoy, sólo recordándole podemos recrearnos en él, con sus casitas terreras próximas al mar unas, las otras dispersas por los campos formando núcleos de familias de agricultores y ganaderos, o asalariados que fueron constituyendo los barrios. Aún quedan algunos vestigios de aquellos primeros años de laborioso empuje de esa época. Las casas enjalbegadas de blanco y las que no tenían azoteas lucían los rojos tejados, que hacía resaltar el verde de las ventanas a las que se les adjuntaban los pequeño y disimulados postigos abiertos hacia arriba y afuera, las puertas de doble hoja y ventana adosada. Los geranios crecían como por encantamiento por doquiera, los sembraban en macetas, en los muros o simplemente en cacharros de latón que luego colgaban en los lugares idóneos para alegrar el entorno con sus expresivos colores que comunicaban alegría y personalizaban las viejas costumbres. ¡Y cómo olían entonces los geranios aquellos! Luego las calles, todas ellas empedradas con piedras de nuestras canteras de la zona sur contorneadas con estilo y maestría, guarnecidas por los altos adoquines que bordeaban las aceras peatonales.

De la unión entre piedra y piedra nacía la pequeña hierba que en su conjunto y en los días invernales daban ese toque primitivo de las cosas viejas que agradan por su simplicidad, algunas, otras por su espontanea presencia y abandono, como un signo natural propio del lugar... Los rebaños de cabras bajando por los callejones, igualmente empedrados, sirviéndose de la hierba más crecida y dejando atrás, como los burros y las bestias, los inevitables excrementos que perfumaban junto al olor del orín la corriente suave del aire que cruzara el transitado camino.

Y aquellos carros de tracción humana, algunos, otros arrastrados por el animal, el medio de transporte más usual, tanto para el reparto de la leche, el pan, la leña, el carbón, mercancías, como los productos del campo. También para la recogida de los desechos, basuras, etc. Entonces era normales esos usos y costumbres y daban tal encanto al ambiente que al evocar hoy esas circunstancias valoradas como únicos recursos para la supervivencia nuestra, yo le doy un valor extraordinario, aparte del sentimental ante nuestro alejamiento en el tiempo.

(II)
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Cuando hablamos de un pueblo marinero, debemos siempre tener en cuenta esa peculiar circunstancia que no puede ser omitida, por que al final se delata... es esencia particular que emana de un sentimiento íntimo y racional, y por supuesto, que estamos obligados a respetar. Por su historia, ese tiempo que pasó y representa para sus protagonistas algo tan sagrado, como el más exigente culto, por que forma parte de una época memorable para ellos, por que en esas páginas están impresos muchos sacrificios, muchas lágrimas y sinsabores... El hombre de la mar, ¡Por Dios! pienso, debe ser intocable, en el sentido de su descrédito, y sí, por el contrario aceptados con sus defectos, con sus escasos niveles culturales (eso era antes) con sus escasas capacidades intelectuales, y premiarles por su valentía, que es suficiente como para recordarles con especial ternura. Que nadie difame, ni haga reprobaciones cretinas de los hombres de la mar. Y en el caso de mi pueblo, de mi respetable Ranilla, mucho menos, por que peca de grosero y sucio y no debe tener buenos sentimientos para con los demás... ¡Cuánto menos, si es un hijo del Puerto de la Cruz!

Volvamos pues, a dónde nos quedamos en el anterior episodio.

¿Y quién no recuerda a los vendedores del Periódico, gritando la última noticia por las calles a la salida de los primeros ejemplares, que llegaban aquí dos o tres horas más tarde, por las distancias, desde los talleres de impresión?

Falta el canto del gallo en las apacibles madrugadas. Qué grato oírles desde la cama, el eco se repetía y se perdía en la lejanía. Aquí ya no hay gallos (de pico corvo y cresta, se entiende) molestaban al turismo y alguien dio la orden de acabar con ellos, como con los cochinos de rabo corto, otros en cambio fueron disculpados... Y también prohibieron aquellas extasiadas parrandas bajo la luz de la luna, al pie del balcón o la pequeña ventana, dedicada a la muchacha amada... Su música llegaba como una suave caricia hasta la almohada, como no queriendo turbar el sueño y sí, despertar un sentimiento tan profundo como los deseos del galante trovador. A veces, hasta en pleno mes de septiembre "llovía" algún cubo de agua, pero sólo saber que lo habían logrado admitía con placer la refrescante mojada, súbita e inoportuna. A la misma hora comenzaban a oírse el ruido de las escobas de hojas de palmera de los barrenderos de entonces, que junto al sonido agudo, impertinente y monótono del grillo macho, que con sus inquietas alas, duras y cortas producen ese molesto y típico canto que quita el sueño, trastocando como una queja melancólica el silencio de la noche. Cuando el pueblo amanecía estaba tan limpio de basuras que se podía uno sentar en el borde de las aceras sin ensuciarse el pantalón. Han visto como están las aceras hoy día y el pavimento de las plazas públicas, de los odiosos chicles, ello da verdadera pena, y eso no ocurre solamente en Canarias y nos vino de afuera...

Había menos porquería que hoy, o tal vez más espacios abiertos, donde a falta de urinarios públicos y propagandísticas papeleras, la gente a la salida del cine o de los bailes se cuidaban de hacer sus necesidades fisiológicas donde no fuera luego a pasar alguien. Hoy nos orinan hasta en las ruedas de los coches aparcados, y no hay quién los pille...

Y el señor cura era respetado, como los señores carteros, barberos, maestros de escuela, boticarios, etc., todos. Por que antes había "urbanidad". ¡Eso hoy no se conoce! -Y perdonen que emplee palabras raras al expresarme así: “Urbanidad”.

¡Qué diferencia, respetables lectores, es que asombra el cambio!
Volviendo a nuestro pasado, acerquémonos a él, a través del tiempo, a las costas marinas, desde las playas El Ancón, siguiendo luego por la de Martín Alonso (Los Patos), a continuación la de El Bollullo, la de Martiánez, San Telmo, El Penitente, El Muelle Pesquero del Puerto de la Cruz, los bajíos del Peñón, Punta Brava, Los Roques, El Socorro, San Juan de la Rambla, San Marcos y Los Roques de Garachico, etc. El olor de las algas llegaba hasta los pueblos colindantes. No había mayor ilusión que bajar a la playa, la prole completa, con sus casetas de campaña improvisadas con sábanas de dormir y unas cañas... ¡También han sido prohibidas! Y aquellas excursiones a los montes de Las Mercedes y La Esperanza, o a las mismas Cañadas del Teide, a las que íbamos con toda la familia, primero en camiones acondicionados a tal fin, a pasar un día de recreo, tanto viejos, jóvenes, como niños. Llevando la comida hecha y los garrafones de vino y todas esas cosas nuestras indispensables para sentirnos a gusto. No podían faltar las guitarras y los timples, el sombrero de paja ni el paquetito de la baraja para el envite, la mala y la perica, partidos animados con sendos vasos de buen vino. Esos usos y costumbres, también han sido prohibidos. Yo no recuerdo que hubiera incendios en nuestros montes, la pinocha se recogía para su uso, también doméstico, camas para los animales, elaboración del estiércol y otros usos, Pero lo más importante es que no había gente capaz de provocar intencionalmente, algún incendio. Había mucha y buena conciencia a pesar de las diferencias políticas y de clases...

Al cabo del tiempo uno se va sintiendo nostálgico, yo no sé si a todos les pasará igual. Así como recordamos, con tristeza que no ocultamos, de nuestra niñez, cosas ya perdidas en el largo caminos, vivencias de un ayer lejano que dejaron una huella imborrable en nuestra conciencia; también nos vienen, con el mismo sentimiento del recuerdo, todo lo que hicimos ayer, lo bueno y lo malo, por que es así de cierto, y nos sentimos acompañados en los momentos de soledad, como el niño aquél con su primer juguete o el joven que sueña poder llegar a viejo. La vida nos condiciona, a veces duramente para que podamos aceptarla como es, con sus perspectivas halagüeñas y esas otras consecuencias indeseables que nos vienen, avatares infructuosos, desmedidos y crueles, que decimos han sido sin razón alguna, pero que nadie nos oye... Aceptar todo lo que nos viene parece que fuera nuestro destino. Y así, frente a este panorama irreversible sólo nos resta la prudencia, esperar... Y entre tanto, nosotros los que antes hemos vivimos otras situaciones humanas y de diferente reciprocidad social, tenemos un gran consuelo que nadie nos lo puede quitar: los recuerdos.
Si, hoy todo es diferente, más abundancia, lo que genera más complicaciones. El hombre es más egoísta y tiene más de donde echar mano, más oportunidades para robar, engañar al incauto y adulterar la verdad. Hoy la vida más parece un interminable carnaval, aquellos que no llevan caretas puestas la llevan en el corazón. El honor y la vergüenza casi se han perdido. Los pobres cada día que pasa son más pobres. Los Bancos son más usureros cada vez y la vida más difícil vivirla. Con un panorama así, hay que ser muy optimista y fuerte para salir adelante. Sin embargo, aconsejo no tirar la toalla, esto tiene que cambiar para bien. Unamos esfuerzos y seamos un poco más austeros y racionemos un poco el gasto. Nos hemos acostumbrado a vivir como ricos y gastamos más que ellos.

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