Con su pasito apurado le vi perderse entre las sombras de la noche; y me quedé pensando en las prisas que llevaba. Dicen las gentes habladoras, que va puntual siempre a enamorar con su elegida, linda trigueña de mirada penetrante y labios frescos que desvelaban todos sus exuberantes encantos. Dicen, que llega puntual a la cita, devorado por sus ansias irrefrenables. Mas, me quedé pensando, cuando yo era joven. De algo me acuerdo, aún. Hay cosas y vivencias que nunca se olvidan, están latentes en el alma, forman parte de nuestra vida. Cuando uno se hace mayor echa de menos la juventud pasada. Es un constante recuerdo de momentos irrepetibles, pero que alimentan al espíritu en la nostalgia y también, suele transmitirnos la sensación de poder abrazarla con el pensamiento, hasta ver traslucir de ella, la imagen que guardamos adentro como un santuario venerado que encerrara aquellos mágicos sueños e ilusiones... También los desamores sufridos y cuantos avatares nos deparó el destino.
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Me quedé pensando en las prisas que siempre le llevan a sus brazos, cada noche, al verle cruzar la línea imaginaria que les separa, hasta verle perderse entre las sombras de la noche.
Y siempre me ocurre igual, me quedo en silencio, pensando largo rato, inmóvil ante la evidencia, ya casi sin fuerzas ni ilusiones que me animen. Meditando y al borde del espinoso camino, alelado y absortos mis pensamientos…
Es imposible olvidar la lozanía de aquellos años y las fuerzas sensacionales que transmitía aquel entusiasmo delirante que nos arropaba, como si nadie pudiera nunca torcer nuestros caminos y nos considerásemos invencibles. Hasta que fuimos cayendo en la cuenta, de que la vida es como un sueño... y la realidad es otra cosa bien distinta. Que el tiempo no se detiene y los golpes duelen. Que las heridas sangran, a veces, indefinidamente. Que no todo es dulzura. Que la hiel es amarga y que el corazón también llora.
Y siempre me ocurre igual, me quedo en silencio, pensando largo rato, inmóvil ante la evidencia, ya casi sin fuerzas ni ilusiones que me animen. Meditando y al borde del espinoso camino, alelado y absortos mis pensamientos…
Es imposible olvidar la lozanía de aquellos años y las fuerzas sensacionales que transmitía aquel entusiasmo delirante que nos arropaba, como si nadie pudiera nunca torcer nuestros caminos y nos considerásemos invencibles. Hasta que fuimos cayendo en la cuenta, de que la vida es como un sueño... y la realidad es otra cosa bien distinta. Que el tiempo no se detiene y los golpes duelen. Que las heridas sangran, a veces, indefinidamente. Que no todo es dulzura. Que la hiel es amarga y que el corazón también llora.
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