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Ver pasar el tiempo desde la apacible soledad implica tener sapiencia, que saber esperar dice más que la imprudencia... Nos demuestra nuestra justa capacidad de aceptar lo que va pasando...
Disfruté de la amena compañía de don Luis Matheu Muñoz, hombre muy querido en esta acogedora ciudad del Puerto de la Cruz, donde reside hace más de cincuenta años y que procede de la encantadora Cádiz de España. Aquí la gente buena y trabajadora tiene un puesto privilegiado " venga de donde venga " y como la virtud de la bondad siempre ha escaseado, no queremos desprendernos de ellos si tenemos la suerte de descubrirles.
Permítanme hablar de este hombre, un señor bueno y sencillo.
Fue por pura coincidencia que le viéramos cuando íbamos, mi esposa y yo, hacia la maravillosa Plaza de Europa, recientemente inaugurada, y obviamente nos acercamos a él para saludarle. Por esas razones que nos obligan a distanciarnos involuntariamente: el trabajo, no transité como lo hiciera antes, su recordada casa a pocos metros de donde yo vivía en la calla Esquivel, la del referido amigo calle Benjamín J Miranda núm. 7. Era nuestro barrio un núcleo urbano donde todos nos conocíamos y nos respetábamos. Desde cuando yo era un muchacho, las familias que vivían en ese señalado entorno siempre me inspiraban respeto que a posteriori se traducía en cariño incondicional hacia pequeños y adultos que nos mantenía unidos... Creo que ese sentimiento me lo transmitieron todos por igual y me lo inculcaron también, sin lugar a dudas, los magníficos y rectos consejos " y ejemplos " que recibiera de mis queridos y añorados padres.
Recuerdo que uno tenía en la calle tantas oportunidades de aprender el bien como lo hallara en la mejor de las Escuelas. En la calle estaba la otra cara de la moneda, la verdad iba completamente desnuda, dando tumbos en todas direcciones; y podíamos calcular las privaciones y el desencanto de algunos, los problemas de tantos y satisfacciones de otros viviendo en la opulencia... Luego, podíamos hacer esas valoraciones que también contribuían, de alguna manera, a una toma de conciencia estimable y práctica, que eran lecciones para aprenderlas y no olvidarlas jamás. Se respetaba el dolor ajeno y con espíritu solidario se prestaba la ayuda posible y de acuerdo a las circunstancias y posibilidades de cada uno. La caridad y el amor al prójimo eran como un eco persistente que llegaba suplicante de todas partes... Hoy en día nadie quiere oír hablar de estas cosas que les resultan repugnantes, prefieren olvidarlas, pero en el subconsciente de cada cual existe el temor que nadie confiesa...
Don Luis, por decir un ejemplo, como cualquier otro padre de familia en nuestros pueblos, podía " enseñarnos " desde buenas formas de comportamiento, hasta el respeto que le debemos a todos los demás. Había un concepto del amor hacia los viejos, fueran de la condición social que fueran, ya inimitable. Hasta los mendigos tenían que ser respetados y si fuera posible, como ya dije antes, asistidos con la ternura y el cariño que a ellos tanto les hacía falta. Todos éramos dignos de consideración y por todos había siempre que luchar, hacer algo positivo o reparador: Un saludo sociable cuando correspondiera. Una reverencia si era oportuna. Una sonrisa justificada. El borde interno de las aceras... Un puesto para sentarse en los medios de transportes públicos... En los salones de espectáculos cedíamos la butaca o la silla a las damas o personas mayores... En la iglesia... En las plazas públicas o centros de recreo... En las colas para comprar localidades... A los accidentados o enfermos. Con los animales y las plantas. Había sensibilidad. Los niños se dejaban querer... En verdad, no había tanta maldad como hoy, tantas competencias. Y no es otra cosa que la lucha por la subsistencia en un mundo que agoniza y que ha perdido los estribos en su alocada carrera hacia el fracaso, ello inevitablemente. Se han perdido los valores éticos y espirituales. Todos lo sabemos.
Viendo hacia el mar, desde la amplia terraza, nos parecía que estuviéramos navegando sobre sus aguas y a la vez, que fuéramos anclados en la misma orilla, cerca de la escollera próxima al muelle, típico y viejo, muelle pesquero que tanto nos dice su pequeña dársena; y cuando suben las olas a bañar las arenas negras de su atractiva playa.
La mar estaba serena y el cielo azul, se reflejaba en ella, transmitiéndole el calor y su luz clara y celeste. Los tres fuimos deshilando anécdotas sucesivamente, una tras otra... Mientras, y al mismo tiempo, yo vivía un sentimiento de placer y angustia, no queriendo repetir esas vivencias de antaño, y disimulaba mi profunda emoción fijándome con insistencia en el mar que se alargaba, parecía infinito y enorme hasta llegar al lejano horizonte. Como queriendo seguir los pasos de mis pensamientos que huían e inexorablemente arrancaban del pasado. Tantas cosas bellas " tanta inocencia " mas, insistimos, queríamos observarlo todo, rememorando determinadas secuencias en esos instantes evocadas con transparente ternura. Queríamos seguir recordando, a pesar de querer evitar entrar en determinados episodios del pasado... Esa es la diferencia entre unos y otros recuerdos (aunque hoy para las personas mayores ese sea el pulso de nuestras vidas), y les reservamos un lugar preferido, donde por nada, ni nadie, sean perturbados. Los otros no importa verles aireados en las tertulias entre viejos amigos y al amparo de la ilusión perdida, o buscándola tal vez entre añoradas quimeras, entre protesta y cariño. Como buscando aquel calor otra vez en cada uno de los recuerdos. Que cuando vienen son como las brisas que nos acarician tan deliciosamente... Pero los otros son los recuerdos del alma... Que nadie turbe su dulce sueño, que un día " cuando sea el encuentro, al final de estos pobres día...", se volverá a reanudar allá en la otra vida, el compromiso amoroso de estar siempre juntos, indefinidamente... Qué bello amanecer nos espera. Y qué grato vivir con nuestra fe cristiana, sabiendo esperar y con el consuelo enternecedor de saber que no estamos delirando... Cuando nos separamos, pues don Luis tenía que hacer otras cosas (aunque fuera domingo), me quedé pensando: - Qué viejo y hermoso es el mar y qué testigo tan fiel... La brisa apacible, como un airecillo riente y fresco, me rozó el cuerpo. Con vehemente ternura me acarició dejándome pues, en la indefensión y solo, con mis recuerdos y los temores que uno siente en estas ocasiones, cuando se piensa " seriamente " en la soledad de los demás y en todas esas cosas que se nos pasan por la mente.
Agarré fuertemente a mi esposa y fiel compañera del brazo y tratando de animar a mis pasos, nos echamos andar, interrumpiendo el paseo por el hermoso litoral... Nos fuimos en silencio, sin pronunciar palabra.
Publicado en el Periódico El Día: 09.o4. 1993
Disfruté de la amena compañía de don Luis Matheu Muñoz, hombre muy querido en esta acogedora ciudad del Puerto de la Cruz, donde reside hace más de cincuenta años y que procede de la encantadora Cádiz de España. Aquí la gente buena y trabajadora tiene un puesto privilegiado " venga de donde venga " y como la virtud de la bondad siempre ha escaseado, no queremos desprendernos de ellos si tenemos la suerte de descubrirles.
Permítanme hablar de este hombre, un señor bueno y sencillo.
Fue por pura coincidencia que le viéramos cuando íbamos, mi esposa y yo, hacia la maravillosa Plaza de Europa, recientemente inaugurada, y obviamente nos acercamos a él para saludarle. Por esas razones que nos obligan a distanciarnos involuntariamente: el trabajo, no transité como lo hiciera antes, su recordada casa a pocos metros de donde yo vivía en la calla Esquivel, la del referido amigo calle Benjamín J Miranda núm. 7. Era nuestro barrio un núcleo urbano donde todos nos conocíamos y nos respetábamos. Desde cuando yo era un muchacho, las familias que vivían en ese señalado entorno siempre me inspiraban respeto que a posteriori se traducía en cariño incondicional hacia pequeños y adultos que nos mantenía unidos... Creo que ese sentimiento me lo transmitieron todos por igual y me lo inculcaron también, sin lugar a dudas, los magníficos y rectos consejos " y ejemplos " que recibiera de mis queridos y añorados padres.
Recuerdo que uno tenía en la calle tantas oportunidades de aprender el bien como lo hallara en la mejor de las Escuelas. En la calle estaba la otra cara de la moneda, la verdad iba completamente desnuda, dando tumbos en todas direcciones; y podíamos calcular las privaciones y el desencanto de algunos, los problemas de tantos y satisfacciones de otros viviendo en la opulencia... Luego, podíamos hacer esas valoraciones que también contribuían, de alguna manera, a una toma de conciencia estimable y práctica, que eran lecciones para aprenderlas y no olvidarlas jamás. Se respetaba el dolor ajeno y con espíritu solidario se prestaba la ayuda posible y de acuerdo a las circunstancias y posibilidades de cada uno. La caridad y el amor al prójimo eran como un eco persistente que llegaba suplicante de todas partes... Hoy en día nadie quiere oír hablar de estas cosas que les resultan repugnantes, prefieren olvidarlas, pero en el subconsciente de cada cual existe el temor que nadie confiesa...
Don Luis, por decir un ejemplo, como cualquier otro padre de familia en nuestros pueblos, podía " enseñarnos " desde buenas formas de comportamiento, hasta el respeto que le debemos a todos los demás. Había un concepto del amor hacia los viejos, fueran de la condición social que fueran, ya inimitable. Hasta los mendigos tenían que ser respetados y si fuera posible, como ya dije antes, asistidos con la ternura y el cariño que a ellos tanto les hacía falta. Todos éramos dignos de consideración y por todos había siempre que luchar, hacer algo positivo o reparador: Un saludo sociable cuando correspondiera. Una reverencia si era oportuna. Una sonrisa justificada. El borde interno de las aceras... Un puesto para sentarse en los medios de transportes públicos... En los salones de espectáculos cedíamos la butaca o la silla a las damas o personas mayores... En la iglesia... En las plazas públicas o centros de recreo... En las colas para comprar localidades... A los accidentados o enfermos. Con los animales y las plantas. Había sensibilidad. Los niños se dejaban querer... En verdad, no había tanta maldad como hoy, tantas competencias. Y no es otra cosa que la lucha por la subsistencia en un mundo que agoniza y que ha perdido los estribos en su alocada carrera hacia el fracaso, ello inevitablemente. Se han perdido los valores éticos y espirituales. Todos lo sabemos.
Viendo hacia el mar, desde la amplia terraza, nos parecía que estuviéramos navegando sobre sus aguas y a la vez, que fuéramos anclados en la misma orilla, cerca de la escollera próxima al muelle, típico y viejo, muelle pesquero que tanto nos dice su pequeña dársena; y cuando suben las olas a bañar las arenas negras de su atractiva playa.
La mar estaba serena y el cielo azul, se reflejaba en ella, transmitiéndole el calor y su luz clara y celeste. Los tres fuimos deshilando anécdotas sucesivamente, una tras otra... Mientras, y al mismo tiempo, yo vivía un sentimiento de placer y angustia, no queriendo repetir esas vivencias de antaño, y disimulaba mi profunda emoción fijándome con insistencia en el mar que se alargaba, parecía infinito y enorme hasta llegar al lejano horizonte. Como queriendo seguir los pasos de mis pensamientos que huían e inexorablemente arrancaban del pasado. Tantas cosas bellas " tanta inocencia " mas, insistimos, queríamos observarlo todo, rememorando determinadas secuencias en esos instantes evocadas con transparente ternura. Queríamos seguir recordando, a pesar de querer evitar entrar en determinados episodios del pasado... Esa es la diferencia entre unos y otros recuerdos (aunque hoy para las personas mayores ese sea el pulso de nuestras vidas), y les reservamos un lugar preferido, donde por nada, ni nadie, sean perturbados. Los otros no importa verles aireados en las tertulias entre viejos amigos y al amparo de la ilusión perdida, o buscándola tal vez entre añoradas quimeras, entre protesta y cariño. Como buscando aquel calor otra vez en cada uno de los recuerdos. Que cuando vienen son como las brisas que nos acarician tan deliciosamente... Pero los otros son los recuerdos del alma... Que nadie turbe su dulce sueño, que un día " cuando sea el encuentro, al final de estos pobres día...", se volverá a reanudar allá en la otra vida, el compromiso amoroso de estar siempre juntos, indefinidamente... Qué bello amanecer nos espera. Y qué grato vivir con nuestra fe cristiana, sabiendo esperar y con el consuelo enternecedor de saber que no estamos delirando... Cuando nos separamos, pues don Luis tenía que hacer otras cosas (aunque fuera domingo), me quedé pensando: - Qué viejo y hermoso es el mar y qué testigo tan fiel... La brisa apacible, como un airecillo riente y fresco, me rozó el cuerpo. Con vehemente ternura me acarició dejándome pues, en la indefensión y solo, con mis recuerdos y los temores que uno siente en estas ocasiones, cuando se piensa " seriamente " en la soledad de los demás y en todas esas cosas que se nos pasan por la mente.
Agarré fuertemente a mi esposa y fiel compañera del brazo y tratando de animar a mis pasos, nos echamos andar, interrumpiendo el paseo por el hermoso litoral... Nos fuimos en silencio, sin pronunciar palabra.
Publicado en el Periódico El Día: 09.o4. 1993
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