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Cuando las voces callaron supe que aún mi corazón seguía latiendo; había perdido la noción del tiempo y, en medio de la algarabía, me sentía desdichado por lo que mis ojos veían... Había sucedido algo poco corriente en ese lugar, aunque sepamos que en nuestra geografía esos desmanes proliferan sin pudor alguno. Literalmente hablando, están a la orden del día y en aumento, lo que pasa es que no podemos estar en todas partes a la vez para presenciarlo.
Se oyeron lamentaciones y blasfemias, la indignación creció por momentos, con estupor temí lo peor, que aquello se convirtiera en una lamentable tragedia entre unos y otros. Los hombres del lugar y algunas mujeres acompañadas de sus hijos, presos de la indefensión moral, ante las fuerzas del orden público que iban extraordinariamente equipados y que se limitaban a cumplir una orden superior a la de sus propias conciencias, protestaban por el atropello injusto que ante ellos se cometía, derribando con una pesada máquina, al hermoso árbol, el más viejo del pueblo que hasta esos momentos tristes y crueles, aún estaba lleno de vida y exuberante sabia. Y viendo cómo clavaban, los manipuladores del monstruoso artificio, los enormes dientes de la pala en su arrugado tronco, hubo gente que sintió en su propio cuerpo el dolor de las agresivas arremetidas, como si fueran en su corazón...
Fue casual que yo pasara por allí, y claro, atraído por el bullicio me acerqué a ver qué ocurría, hallándome junto a dos viejos, uno de los cuales, apretando sus desencajadas mandíbulas y los puños fuertemente, musitaba muy quedo, un balbuceo de palabras medio ahogadas por el sentimiento. El otro, más viejo aún, con su arrugado y sucio pañuelo enjugaba un par de lágrimas que rodaban por sus mejillas y limpiaba su nariz con ademán de rabia incontenible y a la vez queriendo disimular el terrible dolor que los recuerdos le traían. "A la sombra del viejo árbol, cuántas promesas"…
El árbol ya estaba en el suelo, mutilados sus gruesos brazos y ancho tronco, su hermoso ramaje disperso y sucio ahora con la tierra acumulada y su derramada sabia, mezclados como un amasijo de inclemencia e ironía, parecía la atribulada y desgreñada melena del desencanto, toda trenzada con la miseria burlesca del hombre. Herida y despellejada sobre el pavimento...Tuve que apartarme del sangriento lugar, no soportaba la escena, ni entendía cómo es posible que hayan personas capaces de dar ordenes para que arranquen un árbol sin buscar antes las alternativas idóneas que contenten a los vecinos por igual y dejar tranquila de una santa vez las cosas del pueblo, esos vestigios que despiertan tiernos recuerdos a todos aquellos que le vieron nacer y crecer, compartiendo sus sombra... Callados testigos de tantas historias que escucharon y apasionadas confesiones, - ellos- recostados en su firme tronco, amen de tantas promesas amorosas. ¡Y siempre callado! Otros que dieron frutos y abrigo bajo su verde follaje al caminante, o quizás algún noctámbulo y trasnochado pensador enamorado, o simplemente un currante que se sienta apaciblemente en el lugar más grato a consumir el almuerzo que lleva en su cestita de mimbre... Un árbol es algo sagrado que nadie tiene derecho a asesinarle, "quitarle del medio", para con ello satisfacer a unos terceros, o así mismo, en sus proyectos “progresistas” aunque arrasen tantas ilusiones, tantos recuerdos, que son vivencias también del alma. Se necesita ser insensible, inhumano, para decretar su muerte, a menos que estén amenazando la integridad física o supervivencia del hombre (eso hablando hipotéticamente), por que para todo hay soluciones, pero nunca comenzar recurriendo a las más drásticas por ser las más cómodas. Si amenaza con caerse, se apuntala. Si está completamente seco (vamos a pensar que no ha sido previamente envenenado), entonces se le sustituye por otro de su misma especie. Que esté siempre presente en el camino por si alguna vez retornaran los espíritus amados (¿quién sabe?!) y puedan orientarse, o detenerse como hicieran antes, al fresco de sus sombras y bajo el abrigo de sus ramas, por que sí, porque les apetece, o simplemente, para volver a soñar como antes, cuando esperaban se diera la hora de la cita amorosa... O, para recoger sus frutos deliciosos y frescos, y entre tanto, ¡tal vez!, charlar un poco.
No era necesario que le preguntara a aquellos dos viejos el por qué se iban tan heridos y tristes, ¿acaso no sufrían tanto o más de lo que pudo haber sufrido "aquel árbol?" Se habían quedado solos y sin la sombra de sus cariñosas ramas, donde solían ir para recordar y soñar caminos y montañas nuevas para ir en busca de la felicidad perdida... Ahora sin sus silenciosas sombras, donde cada tarde iban a oír el susurro de las brisas y el trino de los pájaros cuando regresaban a sus nidos y oír el piar de sus polluelos. ¿Qué harán ahora, aún más abandonados y más solos? Por que el acogedor árbol ya no está.
Pienso, si habrán sabido orientarse hasta alcanzar el camino, si es que ya partieron hacia donde estén tranquilos, sin tanta incomprensión y agravios. Que en el Edén habrá muchos árboles también seguros como los viejos de todos los pueblos, como todas las aves y sus crías, sin la persecución del progreso mal orientado, sin escrúpulos, ni sentimientos que lo detenga.
Se oyeron lamentaciones y blasfemias, la indignación creció por momentos, con estupor temí lo peor, que aquello se convirtiera en una lamentable tragedia entre unos y otros. Los hombres del lugar y algunas mujeres acompañadas de sus hijos, presos de la indefensión moral, ante las fuerzas del orden público que iban extraordinariamente equipados y que se limitaban a cumplir una orden superior a la de sus propias conciencias, protestaban por el atropello injusto que ante ellos se cometía, derribando con una pesada máquina, al hermoso árbol, el más viejo del pueblo que hasta esos momentos tristes y crueles, aún estaba lleno de vida y exuberante sabia. Y viendo cómo clavaban, los manipuladores del monstruoso artificio, los enormes dientes de la pala en su arrugado tronco, hubo gente que sintió en su propio cuerpo el dolor de las agresivas arremetidas, como si fueran en su corazón...
Fue casual que yo pasara por allí, y claro, atraído por el bullicio me acerqué a ver qué ocurría, hallándome junto a dos viejos, uno de los cuales, apretando sus desencajadas mandíbulas y los puños fuertemente, musitaba muy quedo, un balbuceo de palabras medio ahogadas por el sentimiento. El otro, más viejo aún, con su arrugado y sucio pañuelo enjugaba un par de lágrimas que rodaban por sus mejillas y limpiaba su nariz con ademán de rabia incontenible y a la vez queriendo disimular el terrible dolor que los recuerdos le traían. "A la sombra del viejo árbol, cuántas promesas"…
El árbol ya estaba en el suelo, mutilados sus gruesos brazos y ancho tronco, su hermoso ramaje disperso y sucio ahora con la tierra acumulada y su derramada sabia, mezclados como un amasijo de inclemencia e ironía, parecía la atribulada y desgreñada melena del desencanto, toda trenzada con la miseria burlesca del hombre. Herida y despellejada sobre el pavimento...Tuve que apartarme del sangriento lugar, no soportaba la escena, ni entendía cómo es posible que hayan personas capaces de dar ordenes para que arranquen un árbol sin buscar antes las alternativas idóneas que contenten a los vecinos por igual y dejar tranquila de una santa vez las cosas del pueblo, esos vestigios que despiertan tiernos recuerdos a todos aquellos que le vieron nacer y crecer, compartiendo sus sombra... Callados testigos de tantas historias que escucharon y apasionadas confesiones, - ellos- recostados en su firme tronco, amen de tantas promesas amorosas. ¡Y siempre callado! Otros que dieron frutos y abrigo bajo su verde follaje al caminante, o quizás algún noctámbulo y trasnochado pensador enamorado, o simplemente un currante que se sienta apaciblemente en el lugar más grato a consumir el almuerzo que lleva en su cestita de mimbre... Un árbol es algo sagrado que nadie tiene derecho a asesinarle, "quitarle del medio", para con ello satisfacer a unos terceros, o así mismo, en sus proyectos “progresistas” aunque arrasen tantas ilusiones, tantos recuerdos, que son vivencias también del alma. Se necesita ser insensible, inhumano, para decretar su muerte, a menos que estén amenazando la integridad física o supervivencia del hombre (eso hablando hipotéticamente), por que para todo hay soluciones, pero nunca comenzar recurriendo a las más drásticas por ser las más cómodas. Si amenaza con caerse, se apuntala. Si está completamente seco (vamos a pensar que no ha sido previamente envenenado), entonces se le sustituye por otro de su misma especie. Que esté siempre presente en el camino por si alguna vez retornaran los espíritus amados (¿quién sabe?!) y puedan orientarse, o detenerse como hicieran antes, al fresco de sus sombras y bajo el abrigo de sus ramas, por que sí, porque les apetece, o simplemente, para volver a soñar como antes, cuando esperaban se diera la hora de la cita amorosa... O, para recoger sus frutos deliciosos y frescos, y entre tanto, ¡tal vez!, charlar un poco.
No era necesario que le preguntara a aquellos dos viejos el por qué se iban tan heridos y tristes, ¿acaso no sufrían tanto o más de lo que pudo haber sufrido "aquel árbol?" Se habían quedado solos y sin la sombra de sus cariñosas ramas, donde solían ir para recordar y soñar caminos y montañas nuevas para ir en busca de la felicidad perdida... Ahora sin sus silenciosas sombras, donde cada tarde iban a oír el susurro de las brisas y el trino de los pájaros cuando regresaban a sus nidos y oír el piar de sus polluelos. ¿Qué harán ahora, aún más abandonados y más solos? Por que el acogedor árbol ya no está.
Pienso, si habrán sabido orientarse hasta alcanzar el camino, si es que ya partieron hacia donde estén tranquilos, sin tanta incomprensión y agravios. Que en el Edén habrá muchos árboles también seguros como los viejos de todos los pueblos, como todas las aves y sus crías, sin la persecución del progreso mal orientado, sin escrúpulos, ni sentimientos que lo detenga.
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