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Viéndome las manos lastimadas por la dura tarea a la que no estaba acostumbrado, llagadas e inflamadas, opté por pedir consejos al tío Antonio, como todos, en la familia, le llamábamos; y fue rápido al prescribir el más eficaz de los remedios. Mira, -me indicó- si tienes ganas de "orinar" hazlo sobre tus manos y aguanta el escozor, que no hay nada mejor...
Me había obligado a levantarme de la cama a las cuatro de la madrugada, para ir, junto con otros, a regar unos terrenos de su propiedad en La Orotava alta, el lugar llamado Barroso y el que, antes fuera un sueño ecológico, por su conservación agrícola.
Nunca vi tantos frutales juntos, ni castaños y nogales más hermosos como los que abundaban, hasta en los mismos bordes de la antigua carretera que conduce hacia Las Cañadas del Teide. Por doquiera aparecían los típicos pajares, chozas con techumbre de paja y paredes anchas, de piedra y barro, donde encerraban y conservaban la paja y las hojas del millo, por el ambiente fresco que proporcionan; y almacenaban los distintos frutos que recolectaban, junto con las papas; nueces y castañas, etc. Aquellas peras y manzanas, limpias y olorosas hacían la boca aguas. Y la viña, con el peso de sus abultados racimos, impresionaba. Había ganado de calidad en cantidad y agua en abundancia. Desde arriba se veía El Valle como un sueño paradisiaco que llega desde la cumbre, hasta la blanca espuma, al morir las olas del mar, era cual falda verde que cubriera al valle; y se veían apenas, algunas casas escondidas entre las cuidadas plataneras, animadas con la presencia de circulares estanques de regadío, que refulgían desde la distancia bajo los rayos solares.
En aquellas tardes estivales eran obligados los paseos por la carretera, un tanto melancólicos, cuando la bruma bajaba y nos envolvía... Esas tardes de Barroso, las recordaré siempre, íbamos a veranear todos los años. Siempre había alguien que supiera rascar las cuerdas de una guitarra, y bajo la luz de la Luna peregrinábamos canturreando viejas melodías de amor o los aires musicales de nuestra tierra canaria. Entonces, nos quedábamos completamente aislados por la espesura de la neblina, entre un mar de nubes y la cumbre que se dilataba en sus cromáticas formas, bajo el cielo nublado y más allá tachonado de estrellas, que, parpadeaban mimosas en su lejanía; acariciados siempre por ese aire frío del campo que tanto embriaga y en soledad estimula los más recónditos sentimientos...
Por aquel entonces, yo era un chiquillo. Mi santa madre, sobrina legítima de “ tío Antonio ”, preocupada, porque yo quería emigrar a Venezuela, después de haberlo intentado, infructuosamente, tres veces consecutivas de polizón, sin su permiso ni el de mi padre. Acudió, entonces, al popular hacendado orotavense, su tío, para que me instruyera en las tareas del campo, cosa de que mañana me fuera útil en ese lejano país del que tantos horrores se decían, del que muchos iban y no regresaban... -Yo te lo hago un hombre, descuida - argumentaba con cierta seguridad. Esas fueron sus palabras, y en ningún momento dudé de su humana intencionalidad. Mi formación, para un viaje de esa envergadura, era casi nula. Aprendí a manejar las máquinas de su Imprenta lo mejor que pude y a conocer algo de tintas y papeles, y ello me valió mucho, en los primeros momentos, al llegar allá, a Venezuela. Lo de campesino, la verdad no fue de tal utilidad, como para vivir de ello, sin embargo conservé las experiencias que gratamente dejaron en mí ese bagaje cultural. En cambio, los estudios fueron un tesoro precioso que me sirvió para desenvolverme mejor, e incluso pude ampliarlos a la vez que trabajaba y al cabo del tiempo sostenía familia con hijos. Es increíble la tenacidad del hombre cuando “quiere” desafiar cuántos obstáculos se le presenten en el camino, donde están las posibilidades esperándole y para lograrlas ha de luchar por ellas. Nada se le interpondrá hasta lograr sus sanos objetivos.
Mas, retomando cual fue el objetivo principal de este escrito, lo que quería expresar, como anécdota, claro está, lo voy a narrar...
- Sobrino, mañana vas a vender frutas y maíz fresco al Puerto de la Cruz, con Gabriel - Este era un asalariado suyo desde mucho tiempo. No muy completo, por cierto y sí, pícaro como ninguno. Me triplicaba la edad.
Me había obligado a levantarme de la cama a las cuatro de la madrugada, para ir, junto con otros, a regar unos terrenos de su propiedad en La Orotava alta, el lugar llamado Barroso y el que, antes fuera un sueño ecológico, por su conservación agrícola.
Nunca vi tantos frutales juntos, ni castaños y nogales más hermosos como los que abundaban, hasta en los mismos bordes de la antigua carretera que conduce hacia Las Cañadas del Teide. Por doquiera aparecían los típicos pajares, chozas con techumbre de paja y paredes anchas, de piedra y barro, donde encerraban y conservaban la paja y las hojas del millo, por el ambiente fresco que proporcionan; y almacenaban los distintos frutos que recolectaban, junto con las papas; nueces y castañas, etc. Aquellas peras y manzanas, limpias y olorosas hacían la boca aguas. Y la viña, con el peso de sus abultados racimos, impresionaba. Había ganado de calidad en cantidad y agua en abundancia. Desde arriba se veía El Valle como un sueño paradisiaco que llega desde la cumbre, hasta la blanca espuma, al morir las olas del mar, era cual falda verde que cubriera al valle; y se veían apenas, algunas casas escondidas entre las cuidadas plataneras, animadas con la presencia de circulares estanques de regadío, que refulgían desde la distancia bajo los rayos solares.
En aquellas tardes estivales eran obligados los paseos por la carretera, un tanto melancólicos, cuando la bruma bajaba y nos envolvía... Esas tardes de Barroso, las recordaré siempre, íbamos a veranear todos los años. Siempre había alguien que supiera rascar las cuerdas de una guitarra, y bajo la luz de la Luna peregrinábamos canturreando viejas melodías de amor o los aires musicales de nuestra tierra canaria. Entonces, nos quedábamos completamente aislados por la espesura de la neblina, entre un mar de nubes y la cumbre que se dilataba en sus cromáticas formas, bajo el cielo nublado y más allá tachonado de estrellas, que, parpadeaban mimosas en su lejanía; acariciados siempre por ese aire frío del campo que tanto embriaga y en soledad estimula los más recónditos sentimientos...
Por aquel entonces, yo era un chiquillo. Mi santa madre, sobrina legítima de “ tío Antonio ”, preocupada, porque yo quería emigrar a Venezuela, después de haberlo intentado, infructuosamente, tres veces consecutivas de polizón, sin su permiso ni el de mi padre. Acudió, entonces, al popular hacendado orotavense, su tío, para que me instruyera en las tareas del campo, cosa de que mañana me fuera útil en ese lejano país del que tantos horrores se decían, del que muchos iban y no regresaban... -Yo te lo hago un hombre, descuida - argumentaba con cierta seguridad. Esas fueron sus palabras, y en ningún momento dudé de su humana intencionalidad. Mi formación, para un viaje de esa envergadura, era casi nula. Aprendí a manejar las máquinas de su Imprenta lo mejor que pude y a conocer algo de tintas y papeles, y ello me valió mucho, en los primeros momentos, al llegar allá, a Venezuela. Lo de campesino, la verdad no fue de tal utilidad, como para vivir de ello, sin embargo conservé las experiencias que gratamente dejaron en mí ese bagaje cultural. En cambio, los estudios fueron un tesoro precioso que me sirvió para desenvolverme mejor, e incluso pude ampliarlos a la vez que trabajaba y al cabo del tiempo sostenía familia con hijos. Es increíble la tenacidad del hombre cuando “quiere” desafiar cuántos obstáculos se le presenten en el camino, donde están las posibilidades esperándole y para lograrlas ha de luchar por ellas. Nada se le interpondrá hasta lograr sus sanos objetivos.
Mas, retomando cual fue el objetivo principal de este escrito, lo que quería expresar, como anécdota, claro está, lo voy a narrar...
- Sobrino, mañana vas a vender frutas y maíz fresco al Puerto de la Cruz, con Gabriel - Este era un asalariado suyo desde mucho tiempo. No muy completo, por cierto y sí, pícaro como ninguno. Me triplicaba la edad.
- Saldrán de aquí, en la madrugada, con dos bestias cargadas y no regresen hasta haberlo vendido todo. Ah, y suban ligeritos, no se les haga tarde, que ya luego hablaremos de las perras. - .
Partimos, tomando algunos atajos y caminos entre platanales, callejones y tramos de carretera; y comenzamos la "atacada" por los barrios de la periferia del Puerto de la Cruz. No se si era la ilusión que me invadía, novedad o como quisiéramos llamarle, pero me sentía enormemente feliz a mis dieciséis años de edad, ¡me sentía tan importante! Esa mañana no la olvidaré nunca.
Aun quedaba mercancía para seguir gozando de la aventura, me prometí venderlo todo y así estuve, ofreciendo mis deliciosos frutos en todas las ventitas que hallé. Gabriel era tremendamente feliz viendo cómo me desenvolvía. Al llegar al casco urbano del Puerto, entramos por la calle Blanco y la primera puerta que toqué fue la casa de la familia Ojeda-Garcia, a quienes me unía un sentimiento especial y una amistad que aun conservamos. Las chicas me compraron unos kilos de manzanas y ya, a partir de ahí creció más mi entusiasmo y seguí adelante hasta que lo vendimos todo. Hubo escenas cargadas de emoción... Yo, convertido en un campesino, de la noche a la mañana; eso hacía sentirme ya un poco más hombre y me incentivaba enormemente. También estuve en la casa de mis padres y allí descansamos un poco. Los vecinos asomados en sus respectivas ventanas y postigos, observaban incrédulos, no daban crédito a lo que veían; ahora sí iban a creer que acabaría yéndome para Venezuela.
De regreso, al llegar a La Orotava, nos paramos en casa de Doña Eusebia. El lugar le llamaban "La Audiencia", sita en la Calle Colegio, detrás de la Iglesia La Concepción. Una tasca típica, donde paraban a “repostar” gran cantidad de gentes de los alrededores, y arrieros de la parte alta con sus burros y bestias, que ya se sabían el camino... y dicen las malas lenguas, que estos tenían a los animales mal acostumbrados, que como la estancia a veces se hacía larga les llevaban hasta panes enteros remojados con vino y eso les encantaba, como a cualquier animal. Nos tomamos un poco de vino y unas sardinas de lata con pan; un poco más de vino y, sin saber cómo, invitamos a todos los presentes, entre campesinos y más gentes, quedando como saldo final una simpática "ajumada". Cuando llegamos a Barroso después de las diez de la noche, con un concierto de risas, chistes y alegres canciones, allí, en la puerta de la casa de campo, estaba mi tío Antonio, cuan alto y flaco era, esperándonos. Yo, con la "chispa" que llevaba, mientras reía y reía, al intentar apearme del animal resbalé por toda su panza y caí al suelo de espaldas. El viejo, enfurecido con toda la razón del mundo, me indicó el camino hasta llegar a la cama. "¡Mañana hablamos!.." Oí como una sentencia que dejaba agudos ecos en mis aturdidos sentidos. Mañana... ¡Ay, mañana!...
A las cuatro de la madrugada ya me estaba despertando, me trajo una enorme taza de café y coñac y me ordenó que fuera a regar con otros más y que él también estaría allí. Y, que de las perras que no le trajimos de las mercancías, nos las descontaría...
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