21/5/08

Playa jardín remanso de paz portuense

Pese a todo lo que se haya podido decir antes, yo haría un detenido esbozo, sin llegar a necesitar la mente despierta de un "genio", de lo que captan mis sentidos, saturados, hoy, de yodo y de salitre, gozando plenamente de los encantos que surgen en todas las direcciones; y que convocan a la meditación y a recoger, sin desperdicio alguno, todo lo que acontece a nuestro alrededor... Miento si no digo, que no hay estampa más bella y que recree tanto. Todo ello enmarcado dentro de unos parámetros mágicos, increíblemente seductores. Teniendo arriba la nitidez del azul celeste; y a mis pies, las arenas negras de Playa Jardín y el concurso abierto de esbeltas palmeras decorando el arenal junto a los espacios ajardinados, con influencias poéticas sorprendentes, que resaltan en todos sus niveles, magistralmente diseñados para agradar al usuario que los disfruta, por tantos detalles decorativos y sensiblemente exóticos... Sus parterres parecen lagunas multicolores que hubieran emergido del suelo libremente signados por la propia Naturaleza... Pero me consta, que sí ha intervenido el hombre en esta ejemplar manifestación artística, han sido capaz de convertir la desembocadura de un barranco en un lugar envidiable y está en su ánimo conservar dicha estructura ambiental y ecológica, contando con la preciosa colaboración de todos los beneficiarios, como no, para seguir mejorando y ampliando dichas instalaciones.



En ese cálido y ensoñador lugar, la flora autóctona emula a un perennal verano, bajo el mismo sol y con el arrullo de las olas que languidecen, al romper su furia cuando llegan a la orilla, tornándose mansas como una sutil caricia... propinando un verdadero remanso sus cálidas aguas, y que la suave brisa sobrenada en la luz que destella...



Viéndole desde el soleado paseo, abigarrado de gentes, la Playa Jardín, me obligó a glosar, animado por ese sentimiento romántico que nos atrapa tantas veces a los que gustamos escribir, como única expresión a nuestro alcance, cuando necesitamos manifestarnos de alguna manera especial. La mar, que puede uno acariciarla, también con serena mirada, nos la arrastra hacia su inmensidad y se pierde en su deliciosa huida hacia un confín de ilusionados sueños; a mi izquierda, tengo, desde la Ciudad Turística de Puerto de la Cruz, todo un vergel lleno de encantos, toda una visión paradisíaca, hasta llegar a la montaña y el coloso Teide al frente, que lo custodia todo, desde su atalaya. Es como si se corriera un mágico velo, para mostrarnos la exuberante armonía de realidades tangibles que no se escapan del asombro lírico y a la vez místico, en que nos deja sumidos ante su detenida contemplación. El palmeral, en su variedad de especies, anima aun más el ambiente sobresaliendo siempre nuestra palmera canaria.



Desde donde me hallo, atisbo tres mirlos jugando y desgranando sus cantos, junto a otras especies, volando entre las ramas en busca de los insectos apetecidos; ello imprime a mi espíritu tal bonanza y deleite...



Mientras seguía mi paseo, ese día a solas, mis familiares disfrutaban del baño. Llegué hasta el otro extremo de las atractivas veredas, contemplando sus exóticas y autóctonas plantas que me extasiaban en todo momento. Antes bien, debo añadir, que sentí, súbitamente, en determinadas ocasiones, una extraña sensación de nostalgia... A veces llegué a sentirme triste, cuando pensaba: -¡OH Dios, que uno tenga que dejar tanta belleza y para siempre! ¡Habrá tantas cosas hermosas que irán surgiendo! Porque esta Ciudad tiene muchos más proyectos, próximos a ejecutarse a corto, medio o largo plazo. Que Dios nos permita contemplar esas realidades que enorgullecerán "universalmente" el nombre de nuestras Islas Canarias; que no nos falten los sentidos, para poder deleitarnos, también entonces. Atrapado entre tantas bellezas, mi mente acoge con verdadero sentimiento de ternura, el recuerdo que el inexorable tiempo no borra, del que fuera "autor" material de esa gran Obra, nuestro inolvidable Cesar Manrique, cuyo talento está reflejado ahí, en esa diversidad de colores, cual si fueran los alegres colores que imprimían sus vivaces pinceladas de románticos trazos, hermanados entre la cumbre, los campos y el mar que intenta acariciar: Esa huella de amor que nos dejó antes de partir...



Extendiendo un poco más la mirada, se posa en el emblemático Barrio de María Jiménez, sobre sus blancas casas, apretujadas como para protegerse mejor de las inclemencias que pudieran surgir con una mar brava, colérica como suele acontecer en ciertos momentos del año y según la influencia de la Luna. Recuerdo, cuando ese lugar era una franja de roca basáltica y volcánica, todo un ancho pedregal. Había un sólo camino, el que cruzaba el Barranco de San Felipe, desde el Castillo del mismo nombre, hasta El Burgado, todo lo demás eran rocas inhóspitas, que descendían hasta los bajíos, los cuales servían de rompeolas. En realidad, no sabría nunca, plasmar sin dañar su delicada imagen, todo cuanto mi vista alcanza a ver desde un extremo a otro, alrededor mío, y buena parte del Valle de La Orotava sirve de colofón lírico a la humilde exaltación que hago, por lo demás, para mi desahogo espiritual. Respira uno, en este onírico lugar, salpicado por su deliciosa maresía y el aroma de las flores que en libertad se extienden sobre el fértil suelo de sus canteros, los cuales se ven desbordados en sus límites, por la abundante y bien cuidada flora, esencias de amores... Se siente uno, como si estuviera en lugar distinto a todo lo demás, por que nos sentirnos más libres, dominados por los influjos de la Naturaleza, hasta sentirnos prisioneros de tantas fantasías.



Voy a bajar a la orilla, para darme un chapuzón, a ver si consigo sosegar tantas emociones... No podemos permanecer indiferentes en este placentero recinto. Los que hemos viajado hacia afuera, valoramos lo que es aceptable, no es posible pasar desapercibidos por este enclave turístico de primera calidad, para propios y para extraños, el lugar idóneo para la meditación, él celas... Para el reencuentro, también, de sentimentales ausencias o dilatadas esperas. Playa Jardín nos da lo que buscamos, pero para hallar eso, que tan devocionalmente deseamos, antes, hay que abrir el corazón, que se cure con ese dientecillo yodado y los aromas de sus flores, y navegando por el proceloso mar de la poesía, dejarnos arrastrar por sus transparentes aguas, con rumbos de ensueños, por aureolados caminos de preeminentes excelencias: por los senderos imaginables de nuestra agradecida evocación sentimental, gozando las realidades que nos brindan los duendes de nuestra romántica inspiración, desde esta preciosa Playa Jardín.


Publicado en el Periódico EL DIA: 28.07.96
Escrito: 27.06.96




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