26/3/09

PENA DE MUERTE INJUSTA Y CRUEL

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Cuando las voces callaron supe que aún mi corazón seguía latiendo; había perdido la noción del tiempo y, en medio de la algarabía, me sentía desdichado por lo que mis ojos veían... Había sucedido algo poco corriente en ese lugar, aunque sepamos que en nuestra geografía esos desmanes proliferan sin pudor alguno. Literalmente hablando, están a la orden del día y en aumento, lo que pasa es que no podemos estar en todas partes a la vez para presenciarlo.

Se oyeron lamentaciones y blasfemias, la indignación creció por momentos, con estupor temí lo peor, que aquello se convirtiera en una lamentable tragedia entre unos y otros. Los hombres del lugar y algunas mujeres acompañadas de sus hijos, presos de la indefensión moral, ante las fuerzas del orden público que iban extraordinariamente equipados y que se limitaban a cumplir una orden superior a la de sus propias conciencias, protestaban por el atropello injusto que ante ellos se cometía, derribando con una pesada máquina, al hermoso árbol, el más viejo del pueblo que hasta esos momentos tristes y crueles, aún estaba lleno de vida y exuberante sabia. Y viendo cómo clavaban, los manipuladores del monstruoso artificio, los enormes dientes de la pala en su arrugado tronco, hubo gente que sintió en su propio cuerpo el dolor de las agresivas arremetidas, como si fueran en su corazón...

Fue casual que yo pasara por allí, y claro, atraído por el bullicio me acerqué a ver qué ocurría, hallándome junto a dos viejos, uno de los cuales, apretando sus desencajadas mandíbulas y los puños fuertemente, musitaba muy quedo, un balbuceo de palabras medio ahogadas por el sentimiento. El otro, más viejo aún, con su arrugado y sucio pañuelo enjugaba un par de lágrimas que rodaban por sus mejillas y limpiaba su nariz con ademán de rabia incontenible y a la vez queriendo disimular el terrible dolor que los recuerdos le traían. "A la sombra del viejo árbol, cuántas promesas"…

El árbol ya estaba en el suelo, mutilados sus gruesos brazos y ancho tronco, su hermoso ramaje disperso y sucio ahora con la tierra acumulada y su derramada sabia, mezclados como un amasijo de inclemencia e ironía, parecía la atribulada y desgreñada melena del desencanto, toda trenzada con la miseria burlesca del hombre. Herida y despellejada sobre el pavimento...Tuve que apartarme del sangriento lugar, no soportaba la escena, ni entendía cómo es posible que hayan personas capaces de dar ordenes para que arranquen un árbol sin buscar antes las alternativas idóneas que contenten a los vecinos por igual y dejar tranquila de una santa vez las cosas del pueblo, esos vestigios que despiertan tiernos recuerdos a todos aquellos que le vieron nacer y crecer, compartiendo sus sombra... Callados testigos de tantas historias que escucharon y apasionadas confesiones, - ellos- recostados en su firme tronco, amen de tantas promesas amorosas. ¡Y siempre callado! Otros que dieron frutos y abrigo bajo su verde follaje al caminante, o quizás algún noctámbulo y trasnochado pensador enamorado, o simplemente un currante que se sienta apaciblemente en el lugar más grato a consumir el almuerzo que lleva en su cestita de mimbre... Un árbol es algo sagrado que nadie tiene derecho a asesinarle, "quitarle del medio", para con ello satisfacer a unos terceros, o así mismo, en sus proyectos “progresistas” aunque arrasen tantas ilusiones, tantos recuerdos, que son vivencias también del alma. Se necesita ser insensible, inhumano, para decretar su muerte, a menos que estén amenazando la integridad física o supervivencia del hombre (eso hablando hipotéticamente), por que para todo hay soluciones, pero nunca comenzar recurriendo a las más drásticas por ser las más cómodas. Si amenaza con caerse, se apuntala. Si está completamente seco (vamos a pensar que no ha sido previamente envenenado), entonces se le sustituye por otro de su misma especie. Que esté siempre presente en el camino por si alguna vez retornaran los espíritus amados (¿quién sabe?!) y puedan orientarse, o detenerse como hicieran antes, al fresco de sus sombras y bajo el abrigo de sus ramas, por que sí, porque les apetece, o simplemente, para volver a soñar como antes, cuando esperaban se diera la hora de la cita amorosa... O, para recoger sus frutos deliciosos y frescos, y entre tanto, ¡tal vez!, charlar un poco.

No era necesario que le preguntara a aquellos dos viejos el por qué se iban tan heridos y tristes, ¿acaso no sufrían tanto o más de lo que pudo haber sufrido "aquel árbol?" Se habían quedado solos y sin la sombra de sus cariñosas ramas, donde solían ir para recordar y soñar caminos y montañas nuevas para ir en busca de la felicidad perdida... Ahora sin sus silenciosas sombras, donde cada tarde iban a oír el susurro de las brisas y el trino de los pájaros cuando regresaban a sus nidos y oír el piar de sus polluelos. ¿Qué harán ahora, aún más abandonados y más solos? Por que el acogedor árbol ya no está.

Pienso, si habrán sabido orientarse hasta alcanzar el camino, si es que ya partieron hacia donde estén tranquilos, sin tanta incomprensión y agravios. Que en el Edén habrá muchos árboles también seguros como los viejos de todos los pueblos, como todas las aves y sus crías, sin la persecución del progreso mal orientado, sin escrúpulos, ni sentimientos que lo detenga.

LA OROTAVA JARDIN DE MIS AMORES

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Sugerentes y atractivas son las imágenes del verde monte que sólo a unos kilóme­tros de distancia se me muestra, viéndole desde una céntrica calle de La Orotava. Como si acabara aquí la Muy Noble y Leal Villa. El pasado está ahí, asomado en sus viejas casonas y los balcones canarios que conservan aún para el recuerdo la huella indeleble de pretéritas generaciones en los vetustos callejones de umbríos perfiles, algunos de los cuales ahora casi intransitables, pero que deben decirle mucho a nuestros respetables ancianos, de cuando eran niños y jugueteaban en ellos con los juegos propios de la edad y de aquellas épocas superadas con notoria nostalgia. Seguramente que muchos se acuerdan y son felices por que las subsi­guientes progenies no han podido derribar algunos de esos alegóricos pilares y románticos escenarios que testimonian en nuestro presente la cultura e historia en cada una de sus clamorosas motivaciones.

Impresiona el contraste, entre la llanura alegre aunque escasamente culti­vada si recordamos cómo nos cuentan que eran antes, y el silencio de la gente que pasa por mi lado. El campesino canario en general y muy particularmente el oro­tavense, habrá sufrido una transformación psicológica en medio de la confusión que vive y que deriva, por consecuencias obvias de los desfases del tiempo que corre como un río de contradicciones en aras del progreso y la destrucción... Aquellos arrieros que bajaban a los pueblos con los productos del campo. ¿Quién no recuerda esas estampas memorables? Los caminos se alegraban con ellos, de todos los campos bajaban. Ya todo eso ha muerto poco a poco y asombra ver alguno, aunque le sigamos viendo con cariño y respeto. ¿Cómo nos identificaremos mañana, acaso como enemigos de nuestras propias tradiciones?

Las verdes lomadas de antaño están siendo sensiblemente afectadas. Antes, cuando subíamos hacia Las Cañadas del Teide, no había nada más bello e impresionante. Al llegar a Barroso tenía uno que detenerse y conversar con los viejos y las hermosas muchachas, era obligada esa consideración para los que no pertenecíamos a tan acogedor lugar, que como simples visitantes siempre éramos recibido con normal afecto y la cu­riosidad propia de la gente extraordinaria del campo. ¡Benditos recuerdos! Y hasta llegar a la más apartada casa todo era embeleso y gratitud... También hubo mucha penuria, que lamentablemente empañaban la realidad y belleza de todo aquello.

Estoy dentro del coche a unos metros de la amplia puerta de entrada al Cementerio. Ahí está el monte y antes, una pequeña plaza bien conservada y adornada con dos hermosos dragos, piteras, una fuente de agua funcionando en el centro y toda ella rodeada de frondosos hibiscos y cantidad ingente de lindos rosales; y mientras escribo, cuando levanto la vista del arruga­do papel para volver a mirar hacia el tupido follaje del elevado monte, son inter­minables los grupos de personas que bajan de los coches o van andando por la empinada calle, con deslumbrantes y multicolores ramos de flores para sus queri­dos familiares fallecidos... Y hoy es un domingo cualquiera, eso sí, muy soleado y el cielo de un azul impresionante todo despejado, del mes de diciembre. Si miro a través del espejo retrovisor veo varios balcones todos engalanados con vistosas macetas de barro, sembradas de geranios rojos, balcones antiquísimos de puro es­tilo canario con tejados de color rojo oscuro, desteñidos por el paso del tiempo y la humedad del lugar que alimenta a los berodes que despuntan y perduran en los mismos mientras sean tan favorables las condiciones climatológicas. Sigo viendo la calle de muy pronunciado desnivel que baja y al fondo de todo el mar azul igual que el cielo. Hoy se me antoja que también fuera de plata por la luz reflejada. Sobre él algunas pequeñas nubes, allá so­bre el estático horizonte, avisándonos que en breves días lloverá. Otro síntoma delei­tante es ver pasar en todas direcciones las acostumbradas plantitas de "flor de Pascua", limpias y exageradamente rojas, que se lleva la gente a sus respectivos hogares.

Siguen bajando encantadoras muchachas con sus ramos de flores; las más jóvenes dándose tono y sonrientes, las mayores más serias y pensativas, debe ser que la cuenta las entristece o cosa parecida.

Cuando ya me iba tuve que exclamar: ¡Verdaderamente La Orotava es bonita! .Sus calles, con los montes en segundo plano, si miramos hacia arriba, producen el hechizo confortable de la inspiración más sana que despierta senti­mientos poéticos.

Viéndola cada día quizás no despierte en "los villeros" este entu­siasmo mío. Es que, tal y como están acabando con todo lo nuestro, esos pocos testimonios de nuestras cosas canarias, que están casi intactos, son mi admiración. Siento apego por tan bellos entornos y en consecuencia por aquellos que han sabido imponerse en favor de tales reliquias. Las razones, fueran las que fueran, que hayan permitido esa prerrogativa afortunada de conservar gran parte del patrimonio artístico orotavense, deben tenerse en consideración. Yo disfruto viendo las viejas casonas y sus empinadas calles y me ilusiona poder manifestarlo. No ocurre como en otros pueblos y ciudades, que se han cargado todo lo que pudiera enriquecer al resto de nuestros patrimonios ar­tísticos y culturales, alegando que son pueblos pobres y necesitan realizarse ven­diendo... O la ingenua visión expansionista de muchos políticos mal iluminados y en consecuencia "depredadores", buscando el consuelo de sus beneficios previamente calculados y aún sabiendo que ello va en detrimento del resto de la sufrida sociedad canaria.

Antes de salir de La Orotava volví a mirar al monte, esa alargada y verde cordillera que le da al Valle todo su esplendor, entre brumas bajas que remontan como queriendo llegar al cielo.

Con el volante del coche entre las manos le dejaba, y en mi mente conservé largo rato la sensación de haber hallado el halago de la Naturaleza desde La Oro­tava, por que el monte parecía que bajaba para mí y me envolvía con sus magnificencias selectas y todos los aromas de sus verdes exuberantes y la tierra húmeda, deliciosamente fresca, bajo los altos pinares y entre pinochas y helechos, entre sueños y lánguidos despertares, entre las sombras que proyectan las exóticas nu­bes cuando caminan hacia el ancho mar empujadas por las suaves y cálidas brisas de Las Cañadas del Teide, alejadas y siempre presentes en el corazón del cana­rio.

Llegando al Puerto de la Cruz pensaba con cierta nostalgia: ¡Mira que también era bonito mi Puerto, el de los barquitos y nobles marinos!.. Y sentí de pronto un arrebato de rabia. Seguí pensando: ¡No haber respetado la parte vieja, lo más atractivo, que era la zona marinera con su tipísima Ranilla! Eso realmente es imperdonable desde todo punto de vista. Razón de más, que vaya a resarcirme de tantos y crueles desencantos a La Villa, cinco o seis kilómetros de distancia. Camino por sus calles y me deleito contemplándolas como estampas arquitectónicas de expresividad única y gran tipismo. Aunque algunas de las viejas casonas no están habitadas por ruinosas.

También creo que hay dos "Orotavas", a saber: La del rico, hecha y heredada desde generaciones atrás, y la otra, que a mí entender es, sorprendente y dinámica, que ha dado el auge económico y social que la difiere en cualquier lugar por su trabajo y resulta­dos. Considerando su crecimiento y el esfuerzo de sus hombres laboriosos y ver­daderos profesionales. Su pueblo se ve en el espejo de nuestra cultura y siempre ha contribuido al fomento de nuestras tradicionales dedicaciones: comercio, arte, artesanía, agricultura y ganadería, etc.,

Quisiera tener la elocuencia y fluidez escribiendo que tienen los grandes de la narrativa literaria, que fuera capaz de despertar el interés de los lectores y nunca el aburrimiento, para sentirme motivado a seguir, para activar lugares y recuerdos que yacen en el más abso­luto olvido. Que se aireen con el cariño y delicadeza que bien se merecen tantos acontecimientos anecdóticos e im­borrables vivencias. El hombre nunca muere mien­tras existan los recuerdos. Ni el hombre, ni los pueblos, a los que hay que seguir amando con sus virtudes y sus defectos. Todo a través del tiempo se torna más hermoso. No sólo cuando evocamos los recuerdos; también nos condiciona susceptiblemente y depara tiernas sensaciones, ver pasar por nuestro lado a la gente de a pié y no ser advertido, ver su caminar alegre y lisonjero, y sus fúlgidas mira­das irradiando calor y ternura, despreocupación y alegría. Son nuestros retoños, la juventud dulce y liberal. Y aunque nos recuerden que también fuimos jóvenes, ya lejos, nos conforma y distrae de alguna manera, ver la vida que pasa ante nuestros ya cansados ojos y nos permite saber que aún estamos sensiblemente inmersos en ella. Que cuando sale el Sol sale para todos por igual, "jóvenes y viejos", y que cuando llueve ocurre lo mismo. Vamos por la misma calle caminando en todos los sentidos y compartimos igual banco en las plazas públi­cas; a veces hasta nos hallamos conversando sobre el mismo tema sin tener en cuenta las edades... Nos buscamos mutuamente, por que yo pienso que nos necesi­tamos, los unos de los otros en cualquier momento de la vida, aunque difícilmente nos comprendamos.

La Orotava tiene el embrujo de devolvernos los ratos que hemos vivido, con una sutileza tal en el recuerdo, que acabamos despertándolos de sus letargos con la más exquisita ternura: por que nos llegan tan fielmente que no parece que el tiempo haya pasado, y sí, que estamos viviendo una realidad con toda su esencia y calor, como la vida misma. Cada cual sabe en qué consiste este misterio, y todos tenemos motivos diferentes. Quién no lo entienda debe ser por que no está motivado. Para mí, particularmente, es encantadora esa Villa y tiene mucha solera... Sé que en la Viña del Señor hay cosas buenas y otras que no lo han sido tanto... Muchas por hacer y otras por corregir... Sé que sólo debiera decir que me siento muy a gusto en ella y desde hace mucho tiempo. Tengo muchas cosas gra­tas que recordar del pueblo y su buena gente, verdad que sí.

La espesa bruma camina amenazante. Se me antoja que fuera un pesado telón entre el pueblo y el monte, que quisiera cegar mi romántica inspiración y me obligara a quedar en las tinieblas de la indefensión o atrapado en otros pensamientos.

Y a partir de Las Arenas, con otros aires más cálidos, me voy desabrochando la camisa, bajo los cristales e inspiro profundo un calor ambiental diferente. Atrás se queda la muñeca de mi Valle con expresión iluminada y su silencio habitual. Y los gratos aromas del brezo, las retamas... Entre el verde follaje, bajo el canto de sus brisas y el melancólico manto de su cielo. Siempre bella y callada, como una diosa enamorada.
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Publicado en el Periódico EL DIA: Año 1.99 3

7/3/09

TURBULENCIAS Y DESPRECIO ANTISOCIAL DE LAS LEYES A VECES

Enfrentadas las partes en litigio, ellas mismas han debido haber hecho grandes esfuerzos para no ceder ni un solo paso atrás, en cuanto a voluntad y coraje se refiere. Se trata de dos madres luchando por la misma niña, la cual conoce más de su madre adoptiva, que de la biológica y que ahora pretende, la segunda, ser la salvadora de la futura mujer cuando sea mayor, nuestra querida “Piedad”. ¿De donde saca esa señora tantas influencias que hasta una casa le facilitaron por el sólo hecho de estar siempre compinchada con la famosa jueza que tanto daño ha causado a la familia acogerte de la Villa de La Orotava en Tenerife?, la familia que le ha dado a “Piedad” a su corta vida más cariño que nadie y le tenía asegurado su futuro…

Todo esto es incompresible. Y mientras tanto sólo pregunto: ¿Qué hacía la madre biológica por su hija después de entregarla a un Centro por no poder hacerse cargo de ella, ni darle un techo? ¿Entonces para qué se la quitó a esa familia que se lo daba todo, desde el más puro cariño hasta un futuro garantizado? Ahora mismo tiene casa, al fin lograda… ¿Y eso no es tener un techo para ofrecerle a su hija? ¿Acaso es un estorbo? ¿Qué instintos maternales son esos? En realidad, ¿Qué es lo que pretenden? ¿No se da cuenta de que están atormentando a la niña? Y la Justicia, está mirando ¿A dónde?, ¿que buscan también?

Esa señora dormía en la calle con su hija de meses de nacida, ¿pero, qué locura es esa? Y hoy sale en los periódicos como una dama respetable, envanecida, aunque un tanto nerviosa y escurridiza, a pesar de que el gobierno y los respetables de nuestra Justicia la consideren tanto con tal de ganarle la partida a la madre adoptiva de “Piedad”, así descaradamente.

¡Mañana Dios dirá! Se acabarán los plazos, ni casa ni colegio, nada de nada, como siempre ocurre. Otros aires soplarán, el resplandor de la Justicia inundará nuestros corazones y las partes en litigio hallarán la paz y el sosiego necesario para seguir viviendo amparados por la razón y la ayuda de Dios.

Siempre he pensado que este caso es un modelo obsesivo, es lo que bien se podría llamar: Un ajuste de cuentas sentimentales. Odios personales que han ido creciendo desaforadamente, por la otra parte, mal aconsejados. Pero lo triste de todo esto es que sea la jueza… parte escénica del reparto literal y mediador, entorpecedora de las mismas voluntades, todo lo contrario que la justicia aconseja. Arte y parte importante hasta ver a Soledad Perera completamente derrotada. Y eso no va a suceder nunca. Este caso de la atribulada niña “Piedad” ha sentado un gran precedente –hasta en San Juan de Puerto Rico- se conocen la historia de esta pobre niña y se manifiestan contra la Justicia española, que no es responsable en absoluto, que hayan desgraciadas sombras en su respetables Instituciones Jurídicas.

La Justicia es de todos los españoles, debiera ser respetada, también por sus representantes más directos, pero como vemos, no es así. ¿Porqué comprometerla con decisiones personales que desagradan tanto y a veces sueles provocar la ira, que compromete y dañan la normal convivencia social, sin razón alguna?

¿Quieren que sea sincero? No soy capaz, y perdonen la comparación, de adoptar ni un gato, aunque me juren y perjuren que estaré amparado por nuestra justicia. Y si vienen como aves de rapiña y me lo quitan, argumentando lo que se les antoje y para más inri desoigan informes profesionales, recomendaciones clínicas, jurídicas, etc. Al diablo, ni gatos, ni niños, ni nada. No creo en las garantías constitucionales hasta cuando la misma justicia las respete. Mientras no haya palabras serias y conceptos legales respetados.

VOLVIENDO HACIA AQUEL PASADO...

Tocado con un sombrero de paja y los libros de texto bajo el brazo, acostumbraba a ir a la playa de Martiánez y subía a la Fuente, en el soberbio acantilado, a estudiar... Desde arriba y al amparo de la sombra, me acomodaba lo mejor posible, en alguna de las cuevas, pasando el tiempo sin que nadie me molestara. A veces iba solo o acompañado de algunos amigos de estudios. Abajo estaba la playa, las grandes extensiones de plataneras a cada lado del barranco, paralelamente al Paseo de las Palmeras. Más allá, aquel Puerto de la Cruz. Sus calles empedradas y las casitas terreras, y algunas casonas, no pocas, que, lejos de romper la armonía arquitectónica del entorno, le daban al Puerto un sello de distinción. Lo poco que nos queda debiéramos conservarlo, siquiera para cuando conversemos con nuestros descendientes y los hijos de estos, podamos indicarles, como referencia de partida, tantas leyendas y la pequeña historia, pero amena, de nuestros rincones y los caminos que nos conducían hacia ellos. Las casitas enjalbegadas de blanco, los tejados rojos, las brisas marinas, callejones pintorescos y solitarios... Todas las cosas del pueblo marinero, agrícola y comercial, hoy ciudad turística. Muy bonita e importante, pero a mí no me convence tanto como mi viejo Puerto de la Cruz.

Aquella sana costumbre de encontrarnos en la Plaza del Charco, dando vueltas sin cesar, en uno y otro sentido, para ver caras distintas; o llevados por el deseo de hallar lo que en realidad buscábamos. Yo he pensado que nunca fue el Puerto de la Cruz tan sociable. Se mantenía un orden cívico envidiable. Era tal el ambiente, con aquellos conciertos de música, los jueves y los domingos. Venían gentes de todas partes y lo pasábamos muy bien. Las calles que confluyen con la hermosa Plaza, eran ríos humanos en busca del vaso de buen vino y el taperío de aquellas famosas casas de comida. Los partidos de fútbol eran el plato fuerte. Los bailes del entrañable Circulo Iriarte y los “baños turcos” del Cinema Olímpica, nos mantenían ilusionados, muchos de nosotros ni nos dábamos cuenta de la lucha que libraban nuestros progenitores para que no nos faltara lo elemental. Como si estuviera todo hecho de manera que, no pensáramos en otra cosa que distraernos. Con cuatro perras en el bolsillo éramos felices. ¿Quién no recuerda los bancos de piedra, sin espaldar? Aún así, si estábamos bien acompañados, tampoco nos enterábamos, sólo cuando uno se levantaba, parecía que tuviera las posaderas de cartón. Los de madera eran otra cosa, parecían un nidito de amor... Lo más triste era cuando se acercaba la hora de recogerse, pero también era agradable acompañar a la “socia” hasta la esquina más próxima a su casa... La legendaria ñamera de la Pila, cuando cruzo la Plaza, me dice tanto... Cuántos secretos de amor sabe de todos nosotros! Testigo de falsas promesas que nunca se cumplieron y de otras que sí se realizaron. La Plaza era el centro neurálgico de aquellas generaciones, el lugar preferido por todos, aireado siempre por las suaves brisas del mar. Cuántas veces, uno acababa en el muelle, contemplado la luz de las débiles farolas reflejada en las movedizas aguas, cuando no acudían a la cita... Cuántas veces, sin poder conciliar el sueño, oíamos el golpe de la campana de la Iglesia, señalando las horas que iban pasando, pensando en ella. Qué bello es recordar todas esas cosas, y que, aunque estén muy lejos, podamos alcanzarlas con la evocación y vivirlas nuevamente sin que por ello se empañe nuestro presente; aquella inocencia y aquel civismo sólo puede repetirse en nuestros sueños. Ya ni las gentes son los mismos, todos hemos cambiado, no hemos podido quedarnos atrás, hemos sido obligados a caminar al mismo ritmo que anda el progreso; y habremos, también, contribuido a la destrucción de nuestros patrimonios, usos y costumbres; y sólo nos acordamos del daño que hemos ocasionado, cuando evocamos todo aquello que perdimos sin darnos cuenta de ello. Serán irrepetibles aquellos valores con los cuales nos identificábamos los canarios y eso debe entristecernos.

Puerto de la Cruz. Tenerife. 18 Sept. 1.998

BUSCARÉ... BUSCARÉ... Y BUSCARÉ

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Hoy es un día de esos, cuando uno se siente melancólico, con deseos de escribir, no cualquier cosa. ¿Será la música que estoy escuchando de Mendelssonhn, Liszt, Elgar, Mussorgsky o Sullivan? Al sentirme transportado a otro mundo espiritual, siento distinto. Hasta el aire que respiro tiene sabor poético. Como si estuviera encerrado en una burbuja traslúcida, y me sintiera transportado a un sueño. Como si se hubiera eclipsado todo ante mis ojos y quedara sólo una nebulosa azul, muy tenue, que se apaga poco a poco... Igual que si me sintiera aislado. Y, si, oyendo tan bellas partituras, aquello que hubiera podido escribir se trastocara en mi dulce confusión y en mí, naciera otra inspiración. No iba a conseguir estar feliz y triste a la vez, cuando yo quería sólo escribir algo distinto. Mas, oyendo “mi música”, capaz de abrirme las puertas de ese más allá, me sentí atraído por el poder delicioso que aleló a mi espíritu.

Los preludios de Liszt, independientemente de las obras de los otros magos del arte musical, me confunden, mi alma se enriquece. Quedo suspendido en esa cálida atmósfera, sólo a expensas de tal virtuosa fuerza envolvente que seduce; sedándome, cada vez más, sus nuevos poemas sinfónicos. Así he consumido largas horas, entre poemas y escritos, música de ángeles y evocaciones sentimentales, tratando de hallar la sensación de una emoción especial. En la intimidad apacible y frente al rítmico sun-sun del péndulo del reloj, pentagrama del tiempo que inexorablemente va pasando... Hasta mí llega en estos momentos, y a través de la ventana, medio entornada, un airecito perfumado de nostálgicas fragancias, como si llegara del desierto mundo donde yacen recuerdos de viejas vivencias que han quedado en el pasado. Uno va acumulando, a veces, detalles apasionantes que se resisten a morir y que parece llevamos muy adentro, cosas íntimas que forman parte de uno mismo, imborrables; y el sólo hecho de evocarlas nos dan la oportunidad de repetir, en el silencio de la meditación, aquellos momentos que nunca antes pensábamos se irían lejos de nosotros.

La música parece que limpiara el camino de sus habituales asperezas, nunca más clara su atmósfera ni el paisaje tan bello. Andar así implica placer, ganas de seguir andando sin detener el paso y llegar... Ya mi melancólica aflicción no es motivo de tristeza, ahora peréceme haber tomado el camino más acertado, después de pasada la encrucijada de la soledad; atrás han quedado los espectros, abandonados a su suerte. Ahora todo es diferente, ¿será la música que estoy escuchando?...

Buscaré en los lugares acostumbrados alguna señal que delate su presencia; buscaré entre las cosas que me recuerden del pasado sus encantos. La risa misma, que me llegara antaño como un eco de cristal, desde todos los rincones, hasta que se quebró un día en su garganta y no la escuché más. Buscaré, en el celaje del monte, la huella de sus pasos por los senderos soleados del pinar, atravesando la verde espesura, por si le encuentro allí, durmiendo sobre la húmeda pinocha, como una princesa... Y en la playa, también buscaré entre las caracolas. Que aunque no oiga su risa, podría traerme la suave brisa, el perfume aquel de aromas sugestivos... cuyo embrujo sensual me embriagó tantas veces. Buscaré... Buscaré... Buscaré...

Buscaré las penumbras de mi juventud, que, como las nubes han pasado presurosas; o bajo las mismas, mi sombra apesarada, que vaga por los senderos de la evocación, con ansias desmedidas. Queriendo revivir aquello que se nos fue y al recordarlo, siempre nos pone nostálgicos, sin poder evitarlo. Mientras dure la música seguiré soñando, no me apartaré del camino a ver si la encuentro; y en el lugar donde estuviera me quedaré, quién sabe si para siempre. Rodaré la pesada losa con cuidado, no se resquebraje del todo... Buscaré... Y volveré a dejarla como estaba...

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA PORTUENSE AÑO 2.004



Iglesia N.ª S.ª de La Peña de Francia

R e s u m e n

Analizando somera y cuidadosamente los acontecimientos pasados y presentes de la Semana Santa en Puerto de la Cruz, pese a la distancia del tiempo, los cambios en la forma de celebrar los actos religiosos y hasta los lúdicos, son considerables. Así pues, retrocediendo a finales del siglo XIX, hay testimonios escritos que señalan, por ejemplo, una factura de la compra de 1.550 palmas para la procesión del Domingo de Ramos, lo que indica lo asistida que era tal ceremonia eclesiástica. Entonces los acompañamientos eran muy concurridos de fieles de todas las edades. Y, aprovechando lo dicho, debo añadir que, en ningún municipio de la isla se han enramado los pasos e imágenes, mejor que en el Puerto de la Cruz. Sin entrar en otros pormenores de ornamentación floral, estética ambiental, colorido y buen gusto, la delicadeza en tal dedicación, ciertamente, ha llamado siempre la atención. Hay cierta avidez, cada año, por presenciar ese detalle artístico que sobrepasa el grado de admiración.

Aparte, barajando comentarios anecdóticos, digamos pues, que el Señor de Humildad y Paciencia, sustituye aquí, al Señor de la Cañita; es cuando está ya sentenciado y espera para ir al Calvario con la Cruz, cuando llega y espera el momento que lo crucifiquen.

La Verónica salía con la cruz de plata y con la urna antigua que era de madera, antes que llegaran a esta ciudad Los Agustinos.

La Dolorosa, en realidad llamada La Soledad, es uno de los Pasos que ha cambiado al pasar al nuevo trono, ahora con el carro. Antes iba vestida de viuda canaria; y como la nueva balsa es más ancha se le ha tenido que dar amplitud al perímetro del manto.

Con la llegada de Los Agustinos se organizó la Procesión Magna de forma cronológica. Hay trece pasos y uno más, en el domingo de Ramos, el de la Burrita, por primera vez desde el año pasado. Hermandades hay nueve. Y como primicia, este año saldrá por vez primera, junto con La Magdalena, San Juan de La Peñita.

El orden cronológico de los pasos que mencionábamos antes, es el siguiente:
San Juan; San Pedro; Gran Poder de Dios; La Columna; Humildad y Paciencia; La Virgen de los Siete Dolores; La Verónica; Nazareno; El Crucificado; La Piedad; La Magdalena con San Juan; La Urna; Y, La Soledad o Virgen de Los Dolores.

San Juan es quien escribe la Historia, va siempre primero, menos el Miércoles Santo que va San Pedro.

Normalmente, al pasar por la Iglesia de San Francisco, los Pasos no paraban, ahora si, hay una parada de “respeto” al Santísimo que está expuesto en dicho Templo.

En la madrugada del Viernes Santos, tenemos la Procesión del Crucificado, que viene a ser una de las más emotivas. Sobrecoge, verle pasar por el Muelle, sigiloso y jadeante, ya casi despuntando el alba matutina... Los cirios encendidos y movidos por la brisa, reflejan su tenue luz en el rostro amoratado del Cristo, descubriendo así las sombras de su agonía. Impone a su vez, el silencio del entorno pesquero, como si sus aguas callaran el musical acento de sus olas varando en las negras arenas... Las sombras de la noche ocultan el dolor del momento, todo está en silencio, sólo se oyen los pasos acompasados de los fieles que le acompañamos en ese doloroso trayecto. Y ni un suspiro, ni la cadencia sinuosa de nuestras calladas plegarias, rompen la majestuosidad de la noche que agoniza ya, entre los estertores y la angustia del Redentor Crucificado.

Fieles de todas las edades le acompañan por las calles del Puerto de la Cruz, dentro de un mutismo sacramental y bajo el manto triste de la noche, hasta llevarle a su destino...

Siempre fue fría la noche del Viernes Santo. Es la brisa misteriosa que baja del monte, cual soplo helado, lo que nos hiere tanto y sentimos frió en el alma; y nos intimida el silencio a nuestro alrededor... ¡Es la madrugada del Viernes Santo!


Inmersos en la Semana de la Pasión de Cristo, en la mente, sin querer se van desperezando recuerdos de la infancia, que no queremos olvidar, por lo que en sí nos dicen, por esa huella sentimental que han dejado de aquellas vivencias en esa edad y nuestra juventud ya lejana. Allá por los años 39, recuerdo esos días, entonces algo misteriosos para un niño, fechas que sólo se hablaba de pasión y muerte; y nos parecía latente esa tragedia sacra, esos crueles acontecimientos, tanta crueldad y ensañamiento contra un hombre bueno que nunca hizo daño y amorosamente diera la vida para enmendarnos del pecado. Así murió por cada uno de nosotros, para salvarnos ante Dios del castigo eterno.

Todos esos argumentos representados por La Santa Madre Iglesia, nos condicionaba de tal manera, que vivíamos la tragedia, como nos la mostraban en las distintas Procesiones y sus impresionantes Pasos y cada escena bíblica. La mirada angustiosa de Simón Siriné me aterrorizaba. Y la expresión de tristeza de La Dolorosa, sobrecogía de tal forma, que sentía, sin poder evitarlo, el ahogo propio de la emoción. Sólo veía a una madre sufriendo por la muerte de su hijo.

Esa semana todos nos sentíamos santos, entonces éramos niños buenos y no pecábamos ni con el pensamiento.
Entonces, los que podían, por razones obvias, en esas fechas tan significativas, estrenaban calzado y ropa. Eran días, también de júbilo. Las Iglesias se llenaban de niños que iban acompañados de sus familiares mayores y no se oía ni el ruido de una mosca volando. Las plazas públicas se alegraban con la presencia de las turroneras y aquellos que vendían los ricos caramelos de cuadritos, ¡a perra chica el paquete!.. El agua bendecida, los palmitos, la matraca y la figura bondadosa del señor cura, dando la bendición a todo aquel que se le acercara. ¡Qué distinto es hoy! Luego, de nuestra juventud también hay gratos recuerdos, era otra mentalidad y los años nos iban transformando, aunque sin perder el respeto por lo religioso.
Íbamos cayendo en la trampa de otras corrientes, nuestros sentidos cobraban madurez y nuestros sentimientos se debatían entre la fantasía y la propia realidad, los sueños eran diferentes... Mas, insisto, jamás abandonamos la Casa de Dios, éramos puntuales servidores de la Iglesia y lo seremos hasta el final de nuestros días.

Hoy, a pesar de los años, aún, y sin querer confesarlo, volvemos a sentirnos como niños, dejamos entrever en nuestra mirada, en determinados momentos, aunque diferentemente, otra vez el miedo a lo desconocido, llegando a sentirnos un tanto solos; y ya casi al final de nuestros días, nos acercamos más a Dios con nuestra habitual visita al Templo, con nuestra asistencia a los actos religiosos, con nuestras sentidas plegarias, con nuestro amor al prójimo y así nos desprendemos de nuestras inevitables miserias; y abrimos nuestro corazón para abrigar la esperanza de hallar la paz perdurable junto al Señor.

En los últimos años del anterior milenio, se han visto congratuladas todas las Iglesias del Puerto de la Cruz. Ha resurgido el interés por conservar nuestro patrimonio religioso, artístico y cultural de las mismas, restaurándolas en casi su totalidad y adecuándolas de acuerdo a las exigencias de la época en que vivimos. Asimismo, desde hace un par de décadas se observa con satisfacción el acercamiento de nuestros jóvenes y no pocos adultos, a la vida religiosa, después de que hayamos sufrido un notable receso a causa del impacto evidente de nuevas costumbres y culturas distintas, dado el importante número de personas foráneas recibidas, con ideas diferentes; y ello ha debido influir en nuestras propias transformaciones, tanto sociales como religiosas. En lenguaje coloquial, podemos asegurar que las aguas han vuelto a su cause normal, de hecho, las hermosas iglesias que tenemos se nos hacen cortas en algunas oportunidades y a los hechos me remito, cuando veo el Templo de Nuestra Señora La Peña de Francia, repleto de fieles, sin que quepan cuantos hay en la calle y aledaños, sin poder entrar.

Puerto de la Cruz, siempre se caracterizó por el amor que pone sus gentes en las cosas de la Iglesia. Tienen una forma muy peculiar de orar, entender y respetar la Semana Santa, así como cualquiera de los actos religiosos que se programen y se celebren a lo largo de cada año; y la juventud está dando, en todo momento, muestras de madurez religiosa, compartida en armonía con las personas mayores que participan.
No hay más que decir, no quiero cansar vuestra cristiana paciencia y tan noble atención. Sea pues, todo por amor a Dios

Elevemos los corazones y roguemos por nosotros pecadores y el eterno descanso del alma de nuestros seres queridos, ausentes.
Roguemos por nuestros enfermos, por la Paz del Mundo y por los más desposeídos, por los que carecen de alimentos, de techo y abrigo.
Uno, a veces, se imagina cosas, situaciones que ya existieron, tratando de situarnos en ese marco doloroso de la Pasión de Cristo. Uno busca en los caminos de Dios la huella de sus pasos y sólo halla flores sin espinas, quizás el tiempo las haya borrado y sólo quede el recuerdo; y las lágrimas de la Dolorosa, la madre dolida, tal vez se hayan secado; y las brisas pasajeras de entonces, a modo de caricias, también trajeran del monte los aromas del Huerto que aún florece... Y por más que imaginemos, jamás sabremos la magnitud del drama.

¡Señor, oye nuestras oraciones y perdónanos, no nos abandones nunca, aunque no seamos dignos de Ti! ; ayúdanos a seguir tu senda y apártanos de todo mal.

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Entre unos poemas que estuve hojeando al azar, este que transcribo, me afectó mucho.



Dolorosa
He aquí, helados cristalinos,
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
¡Qué soledad sin colores!
¡Oh Madre mía, no llores!
¡Cómo lloraba María!
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.

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Escrito en marzo del año 2.004
Pregón leído: 19.03.04

SI, YA HAN PASADO CINCUENTA Y CINCO AÑOS

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Viéndome las manos lastimadas por la dura tarea a la que no estaba acostumbrado, llagadas e inflamadas, opté por pedir consejos al tío Antonio, como todos, en la familia, le llamábamos; y fue rápido al prescribir el más eficaz de los remedios. Mira, -me indicó- si tienes ganas de "orinar" hazlo sobre tus manos y aguanta el escozor, que no hay nada mejor...
Me había obligado a levantarme de la cama a las cuatro de la madrugada, para ir, junto con otros, a regar unos terrenos de su propiedad en La Orotava alta, el lugar llamado Barroso y el que, antes fuera un sueño ecológico, por su conservación agrícola.

Nunca vi tantos frutales juntos, ni castaños y nogales más hermosos como los que abundaban, hasta en los mismos bordes de la antigua carretera que conduce hacia Las Cañadas del Teide. Por doquiera aparecían los típicos pajares, chozas con techumbre de paja y paredes anchas, de piedra y barro, donde encerraban y conservaban la paja y las hojas del millo, por el ambiente fresco que proporcionan; y almacenaban los distintos frutos que recolectaban, junto con las papas; nueces y castañas, etc. Aquellas peras y manzanas, limpias y olorosas hacían la boca aguas. Y la viña, con el peso de sus abultados racimos, impresionaba. Había ganado de calidad en cantidad y agua en abundancia. Desde arriba se veía El Valle como un sueño paradisiaco que llega desde la cumbre, hasta la blanca espuma, al morir las olas del mar, era cual falda verde que cubriera al valle; y se veían apenas, algunas casas escondidas entre las cuidadas plataneras, animadas con la presencia de circulares estanques de regadío, que refulgían desde la distancia bajo los rayos solares.

En aquellas tardes estivales eran obligados los paseos por la carretera, un tanto melancólicos, cuando la bruma bajaba y nos envolvía... Esas tardes de Barroso, las recordaré siempre, íbamos a veranear todos los años. Siempre había alguien que supiera rascar las cuerdas de una guitarra, y bajo la luz de la Luna peregrinábamos canturreando viejas melodías de amor o los aires musicales de nuestra tierra canaria. Entonces, nos quedábamos completamente aislados por la espesura de la neblina, entre un mar de nubes y la cumbre que se dilataba en sus cromáticas formas, bajo el cielo nublado y más allá tachonado de estrellas, que, parpadeaban mimosas en su lejanía; acariciados siempre por ese aire frío del campo que tanto embriaga y en soledad estimula los más recónditos sentimientos...


Por aquel entonces, yo era un chiquillo. Mi santa madre, sobrina legítima de “ tío Antonio ”, preocupada, porque yo quería emigrar a Venezuela, después de haberlo intentado, infructuosamente, tres veces consecutivas de polizón, sin su permiso ni el de mi padre. Acudió, entonces, al popular hacendado orotavense, su tío, para que me instruyera en las tareas del campo, cosa de que mañana me fuera útil en ese lejano país del que tantos horrores se decían, del que muchos iban y no regresaban... -Yo te lo hago un hombre, descuida - argumentaba con cierta seguridad. Esas fueron sus palabras, y en ningún momento dudé de su humana intencionalidad. Mi formación, para un viaje de esa envergadura, era casi nula. Aprendí a manejar las máquinas de su Imprenta lo mejor que pude y a conocer algo de tintas y papeles, y ello me valió mucho, en los primeros momentos, al llegar allá, a Venezuela. Lo de campesino, la verdad no fue de tal utilidad, como para vivir de ello, sin embargo conservé las experiencias que gratamente dejaron en mí ese bagaje cultural. En cambio, los estudios fueron un tesoro precioso que me sirvió para desenvolverme mejor, e incluso pude ampliarlos a la vez que trabajaba y al cabo del tiempo sostenía familia con hijos. Es increíble la tenacidad del hombre cuando “quiere” desafiar cuántos obstáculos se le presenten en el camino, donde están las posibilidades esperándole y para lograrlas ha de luchar por ellas. Nada se le interpondrá hasta lograr sus sanos objetivos.

Mas, retomando cual fue el objetivo principal de este escrito, lo que quería expresar, como anécdota, claro está, lo voy a narrar...

- Sobrino, mañana vas a vender frutas y maíz fresco al Puerto de la Cruz, con Gabriel - Este era un asalariado suyo desde mucho tiempo. No muy completo, por cierto y sí, pícaro como ninguno. Me triplicaba la edad.

- Saldrán de aquí, en la madrugada, con dos bestias cargadas y no regresen hasta haberlo vendido todo. Ah, y suban ligeritos, no se les haga tarde, que ya luego hablaremos de las perras. - .
Partimos, tomando algunos atajos y caminos entre platanales, callejones y tramos de carretera; y comenzamos la "atacada" por los barrios de la periferia del Puerto de la Cruz. No se si era la ilusión que me invadía, novedad o como quisiéramos llamarle, pero me sentía enormemente feliz a mis dieciséis años de edad, ¡me sentía tan importante! Esa mañana no la olvidaré nunca.
Aun quedaba mercancía para seguir gozando de la aventura, me prometí venderlo todo y así estuve, ofreciendo mis deliciosos frutos en todas las ventitas que hallé. Gabriel era tremendamente feliz viendo cómo me desenvolvía. Al llegar al casco urbano del Puerto, entramos por la calle Blanco y la primera puerta que toqué fue la casa de la familia Ojeda-Garcia, a quienes me unía un sentimiento especial y una amistad que aun conservamos. Las chicas me compraron unos kilos de manzanas y ya, a partir de ahí creció más mi entusiasmo y seguí adelante hasta que lo vendimos todo. Hubo escenas cargadas de emoción... Yo, convertido en un campesino, de la noche a la mañana; eso hacía sentirme ya un poco más hombre y me incentivaba enormemente. También estuve en la casa de mis padres y allí descansamos un poco. Los vecinos asomados en sus respectivas ventanas y postigos, observaban incrédulos, no daban crédito a lo que veían; ahora sí iban a creer que acabaría yéndome para Venezuela.
De regreso, al llegar a La Orotava, nos paramos en casa de Doña Eusebia. El lugar le llamaban "La Audiencia", sita en la Calle Colegio, detrás de la Iglesia La Concepción. Una tasca típica, donde paraban a “repostar” gran cantidad de gentes de los alrededores, y arrieros de la parte alta con sus burros y bestias, que ya se sabían el camino... y dicen las malas lenguas, que estos tenían a los animales mal acostumbrados, que como la estancia a veces se hacía larga les llevaban hasta panes enteros remojados con vino y eso les encantaba, como a cualquier animal. Nos tomamos un poco de vino y unas sardinas de lata con pan; un poco más de vino y, sin saber cómo, invitamos a todos los presentes, entre campesinos y más gentes, quedando como saldo final una simpática "ajumada". Cuando llegamos a Barroso después de las diez de la noche, con un concierto de risas, chistes y alegres canciones, allí, en la puerta de la casa de campo, estaba mi tío Antonio, cuan alto y flaco era, esperándonos. Yo, con la "chispa" que llevaba, mientras reía y reía, al intentar apearme del animal resbalé por toda su panza y caí al suelo de espaldas. El viejo, enfurecido con toda la razón del mundo, me indicó el camino hasta llegar a la cama. "¡Mañana hablamos!.." Oí como una sentencia que dejaba agudos ecos en mis aturdidos sentidos. Mañana... ¡Ay, mañana!...

A las cuatro de la madrugada ya me estaba despertando, me trajo una enorme taza de café y coñac y me ordenó que fuera a regar con otros más y que él también estaría allí. Y, que de las perras que no le trajimos de las mercancías, nos las descontaría...

AL DOCTOR OROTAVENSE LEONCIO W. ESTÉVEZ MERINO

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La misma Naturaleza nos condiciona cuando nos inclinamos con vocación hacia las corrientes artísticas en sus distintas vertientes. Nos dejamos influenciar por ese atractivo misticismo y cuantas seducciones más que nos asaltan oníricamente, cual si fuéramos llevados de la mano a esos causes emotivos de la inspiración poética, cómplices de nuestra sensibilidad. Y a tal grado llegan nuestras vocaciones que a la vez somos pintores, poetas, rapsodas y escritores. Es tal la vocación con la que nos identificamos, como el ancho océano cuyas aguas nos mecen y nos deparan los distintos espacios donde navegamos resueltamente y nos sentimos acogidos y realizados.

Es el caso de Leoncio w. Estévez hombre polifacético, un orotavence desenvuelto y equilibrado del que podrían escribirse miles de páginas y no acabaríamos de confeccionar la historia de su vida, quienes le conozcan bien.

Médico disciplinado e inteligente, sumamente humano y decidido. Poeta, pintor, escritor y gran conversador…

Casualmente, después de tanto tiempo sin vernos, coincidimos en el Salón de Arte de las oficinas de Correos en Puerto de la Cruz, donde estaba exponiendo una interesante colección de pinturas magistralmente realizadas, donde juega con nuestra mar inquieta y a la vez seductora, dejándonos después de detenida contemplación la sensación de un espíritu inquieto y del deseo de desafiarle rompiendo sus encrespadas olas…
Al mismo tiempo estaba mostrándonos un bello poemario autodidáctico suyo, que podemos hallarlo en las principales Librerías de la Isla.

Al amigo Leoncio Estévez le conozco hace muchos años, ambos trabajando en Venezuela, cada cual en lo suyo, él dirigiendo una Medicatura Rural, yo en Sanidad también, en los Servicios de Dermatología Sanitaria. Alguna vez coincidimos en el Estado Lara. Me lo presentó el portuense, recordado y añorado Dr. Felipe Hernández Hernández, ambos viejos amigos. De ahí nació nuestra amistad. Y como ocurre cuando uno está lejos del terruño amado, los paisanos nos buscábamos a veces.

Recuerdo que yo vivía en la Urbanización “Antonio José de Sucre”, en Barquisimeto, en un edificio de cinco platas concertado con el Banco Obrero de Venezuela. En un quinto piso vivía yo, y la ventana del comedor estaba orientada hacia el Campo de fútbol, a muy poca distancia y se veía completito los distintos enfrentamientos deportivos.
Había anunciado un partido entre un equipo italiano frente a otro equipo compuesto de puros canarios. En la Capital hubo gran expectación, pero nosotros, mi esposa y yo, ese día estábamos atravesando el más triste de los momentos. El primer hijo, apenas de unos meses de nacido, sufría una gastroenteritis rebelde, los médicos del Hospital Vargas, donde me lo estaban tratando no nos dieron esperanzas, que nos lo lleváramos a casa, que lo sentían mucho… Imagínense en qué condiciones estábamos, entonces éramos muy jóvenes, rotas todas nuestras ilusiones, sólo esperando…
Entonces sonaron en la puerta de entrada unos golpes inesperados y fui a ver de quién se trataba. Era el amigo Leoncio w. Estévez, acompañado de un campesino, deducción que hice al ver su vestimenta, ambos vestidos muy despreocupadamente y medio despeinados, con una botella de ron en una de las manos. Ay, le dije, perdóname Leoncio, mi situación actual no me permite… Después de explicarle qué sucedía, se puso serio, miró al niño y me dijo: Toma algo de dinero y vayamos la farmacia de guardia más cercana, rápido, está deshidratado… Para abreviar, compró lo que buscábamos, sueros, incluidos para inyectar y beber… De esto hace ya más de cuarenta años. Ya sé, hoy sería distinto. Lo sorprendente fue que nos aseguró que antes que comenzara el partido de fútbol el niño estaría recuperado. Fue así, gateando por todo el salón… ¡Bendita sea la hora que este amigo apareció por casa! Nunca me supo más un trago de ron como el que me tomé en esos instantes. Lo estoy escribiendo y me emociono sin poder evitarlo.
En el comedor nos acomodamos como pudimos y vimos el partido completo. Por supuesto, íbamos ganando los canarios. Pero todavía falta más, no recuerdo cual fue la razón, sería algún descuido del árbitro, lo cierto es que los veinte y dos jugadores más los suplentes se agarraron a la piña y el partido tuvo que suspenderse, la policía barrió…

Del amigo Leoncio Estévez podría escribir un libro. Un día, acompañados por Felipe Hernández, fuimos a su casa y aquello era digno de mención. La casa estaba llena de cuadros, hasta en el suelo habían algunos parados, los otros colgados. Sin darle importancia a tantas obras de arte suyas, nos dijo de pronto: Tengo una cabra en la nevera, que se la habían regalado unos amigos de un enfermo recuperado por él. También era Jefe de la Maternidad, y muy bueno, por cierto. Las gentes del lugar lo querían mucho.

Ahora vive en Puerto de la Cruz. De verdad, me alegró mucho volver a verle. Lo primero que hizo cuando me vio fue preguntar por mi hijo.

NOSTALGIAS Y GRATOS DESPERTARES PORTUENSES

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Aturdido aún, digamos, sin haber despertado del todo, al asomarme como hago cada mañana al dejar la cama, al asomarme en una de mis ventanas, más que por hábito, esta vez lo hice atraído por el acostumbrado concierto de ingente cantidad de aves de distinta especie que en el jardín público que colinda con nosotros, en determinadas épocas del año nos arrancan del alma las más poéticas sensaciones. Sobre todo esa algarabía de los mirlos saltando de rama en rama, como un ritual que celebraran... Cada amanecer el trinar de los pájaros, el canto de los mirlos, los arrumacos de las palomas y otras aves, nos hacen más grato el momento al despuntar el alba matutina, a coro parece como si orquestaran el canto a la vida del nuevo día; y muchas veces me quedo viéndoles y oyéndoles, tan extasiado que pierdo la noción del tiempo. Y si supieran cuanto echo de menos, al rayar el alba, aquel familiar canto del gallo y como el eco que se perdía en la lejanía buscando la respuesta familiar de aquellos que más lejos se hallaban... Esa dulce melodía mañanera ha sido relegada por ley lejos de nuestro entorno social.

Donde vivo, desde antes del amanecer, los árboles de los alrededores se llenan de distintas aves, más parece que quisieran agradecer a la vida, con sus cantos y trinos, la misma existencia del hombre.

¡OH, Dios, cuántas cosas hermosas ocurren en nuestro Puerto de la Cruz! Es costumbre, en nuestra ciudad, en nuestro reducido espacio, nos echarnos a la calle temprano. Todo el tiempo añoramos la calle y sus intrincados parajes, sin distinción de sexo, ni edades. En la calle se toma el pulso de nuestra dinámica ciudad y el vecindario sabe de lo que adolece y cuántas bellezas y excelencias prestigian cada rincón de la misma, quizás con el exacerbado valor de su historia tengamos más que decir, de lo que quisieran anotar mis humildes palabras.


Si, cada cual va a lo suyo, trabajo, deporte, paseos, tertulias, etc. Y caso curioso, muchas gentes convergen en los alrededores del muelle pesquero, hombres y mujeres, a gozar del ambiente que allí se vive, a ver entrar y salir los barcos o en busca del pescado fresquito, aún saltando y los ojos abierto... Puerto de la Cruz, antes de hablar de el, debiéramos pensar muy detenidamente, cómo somos los portuenses, cómo acogemos y mimamos a los que nos visitan, cómo dejamos que disfruten de sus encantos y del escaso tiempo que en vacaciones disponen. Los que vienen de fuera por tan reducido espacio de tiempo, para que gocen de esta paz insólita que invita también al descanso; y luego se lleven los mejores recuerdos a sus lugares de origen.

El Puerto de la Cruz y su generoso remanso de paz, bien merece el cálido abrazo de cada uno de sus felices visitantes, que a veces, algunos hasta vuelven otras veces más. Según ellos: ¡Qué suerte llegar a Las Islas Canarias! ¡Al Puerto de la Cruz!

Y siguen las aves con sus arrullos e inquietos arrumacos, despertándonos y a la vez, animándonos a salir afuera, donde todo es diferente, las plazas públicas, nuestra calles peatonales, el bullir de las gentes, la costa, el litoral portuense y su mágica dársena y el muelle pesquero.
La expresión más común cuando nos encontramos los conocidos es, decir: Amigos, “el Puerto es el Puerto y nada más”. En una ocasión de esas, un día hablando con un matrimonio, me decían: - Si, pero de vez en cuando necesitamos más limpieza y algunos detallitos más... Al instante les increpé: También, buena parte de nuestros visitantes, salvo muchísimas acepciones, debieran cuidar lo nuestro y no ensuciar tanto. Aquí ya somos los menos, nos superan en número los millones de visitantes, que como poco les duele, se despreocupan de respetar lo nuestro. Y, paradójicamente, son los primeros que protestan de las cuatro cosas “feas” que encuentran en nuestro entorno social. No niego tampoco, la decidía de muchos de nosotros, que sacamos los perritos a la calle para que hagan sus necesidades fisiológicas donde les apetezca. Luego dice: ¡Ah, no! Sacamos papel para recoger la caca... Si, y la orina, ¿como la recogen? El Sol la seca y en polvo virulento nos la tragamos. ¡Qué desgracia! Ya las Plazas y Paseos, no son para que disfrutemos tanta bonanza que nos brinda nuestra atractiva ciudad, si uno se descuida un poco, los chuchos nos lo echan sobre el zapato. Los niños no pueden ir a jugar ni a sus Parques Infantiles.
Todo hay que decirlo, ¡menos lo que se me queda atrás! Hay que pensar en los demás y muchas veces, “sujetar la lengua” antes de hablar o criticar...Tratemos de conservar la ciudad limpia, entre todos lo podemos lograr y por supuesto, los responsables del Área correspondiente, que hagan respetar las Ordenanzas preceptivas. No sólo multar a los dueños de los coches que necesitan contribuir con su trabajo a levantar lo que han dejado de nuestra envidiable ciudad, matándola poco a poco, sin pretenderlo, claro está...

Si se quiere que nuestras instalaciones turísticas de ocio y recreo estén mejor dotadas, las calles más limpias, las fachadas de nuestras casas y edificios más decentes, etc. todos, propios y visitantes, tenemos que contribuir a ello, ser más respetuosos con el medio ambiente y menos despreocupados con lo que con tantos esfuerzos y escaso dinero lo hemos acondicionado, con la mejor buena fe, para que estemos más contentos y mejor vistos. A buen entendedor pocas palabras bastan. Las aceras están que dan pena de excrementos y “meadas” de perros, porque nadie respeta las ordenanzas municipales respecto a la responsabilidad de los dueños. Ni se hacen respetar quienes están obligados a hacerlas cumplir. Los perros no tienen razón, no tienen culpas. Y así, sucesivamente. Contribuyamos, pues, todos por igual, cuidando lo poco que tenemos y sin culpar a nadie.

REPASANDO VIVENCIAS DEL PASADO

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Asomada en su balcón le vi, al pasar por su casa y hubiera querido que la tierra me tragara... La distancia, desde abajo, no me permitía verle tal y como estaba en esos momentos, mas, preferí pensar que estaba bien... Independientemente de que ahora somos otros. Sin embargo, nuestros ojos se miraron con vehemencia, absoluto respeto y consideración. Ya la vida nos había pasado facturas desconsideradas de nuestros involuntarios errores; y las pagamos "a plazos" pero todas, quizás quede el más doloroso saldo, aunque pensemos que nada nos debemos. Fuimos amigos en nuestra tierna edad, cuando nos creíamos huérfanos de todo lo bello que la vida nos deparara. Cuando comenzábamos a entender la capacidad sentimental del imprevisto amor, su firme proyección e insospechados desengaños. Cuando despertamos en el bello mundo de la entonación poética, generado entonces, de ciertas crisis emocionales y necesidades evidentes de afecto... Pero un afecto distinto, ya no el que necesitan los huérfanos de verdad, un afecto conductor de ese mágico e indescifrable lapsus afectivo y sentimental. Sin intrigas ni oscuras desviaciones. A pesar de ello, de esa manifiesta inocencia, sufrimos el castigo de lo imprevisible. El destino dijo su última palabra.

Fuimos amigos leales, amigos con el único compromiso de respetarnos siempre y, guardar nuestros recuerdos, aquellos recuerdos gratos de tal amistad, mientras Dios nos permita seguir viviendo. Vivir para vernos aunque sea de lejos, si hubieran inconvenientes en nuestro futuro, o que el destino nos desviara del camino que soñamos juntos. Así fue. Nuestras vidas cambiaron sus rumbos y divergieron nuestros pasos hacia derroteros distintos, sin que por ello, rompiéramos definitivamente aquel proyecto de adolescentes amantes, de no olvidarnos, pase lo que pase. De no olvidar nuestras quiméricas fantasías, nuestros infantiles deseos... Y los ratos vividos, sin escondernos nunca, porque en nuestra amistad sólo cabía el cariño y afecto de dos buenos amigos que se entendían y habían conocido juntos la noble sensación de saberse, a la par, correspondidos. Y a ese cariño nos aferramos, como quien se aferra a una mastodontica muralla de humo y al cabo del tiempo nos vimos con las manos vacías, pues aquel amor se había esfumado, fue el destino quien lo aleccionó...

Pero quedaron los recuerdos, aquellos párvulos e infantiles recuerdos, aquellos tiernos deseos de estar siempre juntos, aunque sólo sea en el pensamiento; y con el dignificar aquella amistad sin mácula alguna. Entonces nos necesitábamos mutuamente, sólo queríamos estar juntos, o muy cerca el uno del otro; y todo el tiempo posible.

Muchos años han pasado desde entonces y aún nos seguimos respetando. Nuestra madurez ha contribuído para que sin recelos entendiéramos que la vida es así, increíblemente difusa.

INVOLUNTARIA Y DISCRETA COMPLICIDAD

No me lo creerán, en un reducido espacio, en un bar. de Tapas, bebidas y café con leche, me detuve. Necesitaba matar por lo menos una hora del tiempo, pues tenía que esperar con el coche afuera para luego ir a una cita personal de obligado cumplimiento.

La TV funcionando con volumen alto, todo el mundo el mundo hablando a la vez sus asuntos, golpes en la cafetera, los coches que pasan por la calle, el choque de las tazas contra los platos y el de los vasos al descansarlos en las mesas y en el mostrador, la máquina de los cigarros, etc. ¡Lo que es esta vez salgo loco! Pero no podía seguir dando vueltas por la ciudad con el coche buscando donde aparcar después de media hora infructuosa. ¡Qué negocio! Ya falta menos para que sean las 20.00 p.m.

¿Qué les puedo contar aparte de lo que ya saben? Se me fue lo que les iba a decir, no inventaré nada. La verdad es que si apagaran la TV, por lo menos estaría más cómodo. No puedo negar que me he distraído oyendo –sin querer- las conversaciones del personal y algunas clientas y desaforados clientes. Todos, cada cual narraba una historia diferente. Estaba una con un perrito en brazos y que pensaba ir al veterinario, que sospechaba que su mascota se había tragado una pelota… ¡No le queda nada! Hasta me he reído y he participé en alguna de las conversaciones, como uno más. Oí una conversación de ciertas gentes, que hablaban de otros poniéndoles a parir… La soberbia brilló. Y la agresividad se puso de manifiesto. Se iba getando una ira colectiva bastante desagradable. Cada cual opinaba distinto acerca de los protagonistas ausentes. Que si le doy con esto… Que si le doy con lo otro…

Miré mi reloj y aún me faltaba casi media hora para irme, según había calculado.

El vino era criado en la parte alta de La Orotava y sus alrededores, no estaba malo y repetí un para de copas, mientras seguía consultando a mi reloj. Ya faltaba menos. Los ánimos en el reducido local ya se iban calmando, había más espacio libre, se respiraba otro aire… Y el volumen de la TV: lo redujeron un tanto. Se entendía mejor lo que hablaban los parroquianos. Luego volvió la conversación de los perros cuadrúpedos, que si uno lo tenía enfermo de “gripe” que estornudaba mucho. Nadie habló de la fantasmagórica “Crisis” ni del Gobierno. Las gentes pasan de todo, no dejan de vivir igual, ni se interesan de la realidad que estamos viviendo y de los problemas que se nos avecinan.

Pero bueno, dejemos que los más despreocupados vivan siempre igual, ya les llegará la hora, cuando tengan que pagar la luz, las hipotecas, la cesta de la compra, gasolina, etc. Entonces, si leyeron esto que con cariño les dedico, me entenderán mejor lo que quería decir en esta ocasión. No sigo porque se me acabó el tiempo. Otra copa más y hasta la próxima, amigos.