27/4/13

AQUELLOS TIEMPOS DIFICILES PUEDEN VOLVER






Recordemos aquellos años cuarenta y los siguientes, cuando se reunían las familias entorno a una mesa y dialogaban, los niños con los niños y los adultos aparte conversando sus cosas hasta que se hacía de noche y todo el mundo a la cama.

La verdadera protagonista era la radio, aquellas novelas y teatros y a veces se oían las noticias de la época desde alguna emisora clandestina para compararlas con las nacionales, muy quedamente, por si se oía en la calle, a media voz, casi imperceptible para llevar un minúsculo control de las verdaderas incidencias políticas. Las señoras haciendo vestiditos, prendas de estambre, punto cruz, rositas, croché, etc., para venderlas luego y sacar algunas perritas que siempre eran necesarias. Los hombres, desde las siete de la tarde en los lugares acostumbrados, tomando su vasito de vino y comiendo chochos. Los novios recogiendo velas temprano. Y las señoras mayores rezando el Santo Rosario. Las gallina en el gallinero subidas al palo mayor, rejuntaditas para darse calor y el gallo abajo esperando que caiga alguna y en cuanto despierta el alba cantaba dándonos los buenos días.

Eran sanos aquellos tiempos y la nostalgia que nos produce no nos priva de reconocer que la crisis que estamos sufriendo es más preocupante que aquellos tiempos, nos acostumbramos a vivir  a cuerpo de rey y lo estamos notando, estamos viendo las penurias de tantos millones de personas y por ende, familias enteras sin recursos económicos, muchos viviendo en la extrema pobreza y cada día que pasa peor. Aunque muchos no lo quieran reconocer y quieran vivir como en los mejores tiempos. El orgullo les ciega.


¡Es tal el confucionismo que existe! Unos dicen que estamos mejorando y los demás dicen que vamos a peor. ¿Quién dice la verdad? Lo que es evidente es que cada vez hay más parados. Eso quiere decir que estamos mal, muy mal.


Celestino González Herreros
           celestinogh@teleline.es


Y VOLVERÁN LAS OSCURAS GOLONDRINAS





 ¿Volveremos a ver los rebaños de cabras patear por las calles de nuestros modernos pueblos, incluyendo las peatonales? ¿Volveremos a comprar la leche en la misma puerta de nuestra casa al pasar los cabreros o el carro de la lechera? ¿El guardia dirigiendo el poco tráfico, en las cuatro esquinas principales, como antaño? Nuestras respetables gangocheras, ¿volverán a llamar a nuestras puertas ofreciendo su pescado fresco, o iremos a la pescadería?.. Como fuera sana costumbre, antes, ¿volverán los señores curas a repartir bendiciones y algunas estampitas al ser interceptados por la chiquillería en plena calle? ¿Volverán los médicos a ver a los enfermos a domicilio, complacidos al ser solicitados sus servicios profesionales, a la hora que fuera? ¿Volveremos a bañarnos en nuestras playas como era antes, y volveremos a montar las casetas de caña y tela? ¿Volveremos a mandar a los niños a las escuelitas particulares?.. ¿Volveremos a comprar en las ventitas y usaremos la libretita para apuntar los fiados? ¿Volveremos a usar los servicios de los señores zapateros? ¿Volveremos a usar cholas de esparto o de gomas, para andar? ¿Volveremos a criar gallinas en el patio trasero de la casa y alguna cabra?

Sólo pregunto, dada las circunstancias y lo que se nos avecina. No obstante, es posible ser más optimistas, pienso a la vez, que superaremos esta crisis, según superamos otras anteriormente. Con dignidad y no pocos sacrificios… Al comienzo, acostumbrados a vivir en la abundancia y sin mirar hacia atrás, costará asumir el reto que nos espera.

Quienes lo van a tener más difícil son los jóvenes, ya que no están acostumbrados a otra forma de vida, como aprendimos nosotros, los viejos de hoy. A nosotros no nos dieron tanto como les hemos dado a nuestros hijos y a los hijos de los hijos, que realmente no les ha faltado nada desde que vinieron al mundo. Indiscutiblemente, la culpa ha sido nuestra al no querer que conozcan  y sufran privaciones, sin sospechar el daño que les estábamos haciendo.

Yo digo, si esto que en realidad está comenzando, a corto o medio plazo, no se arregla, va a ser un verdadero calvario; sospecho que las nuevas generaciones no van a saber resignarse a sufrir tantas limitaciones que nos esperan, hasta que vayan comprendiendo la magnitud del problema y de que, sin sacrificios no habrá salida. Se acabarán las pretensiones de niños de papá y si no hay trabajo lo tendrán que buscar, aunque sea debajo de las piedras. De todas formas, trabajo siempre habrá, sólo que hay que ejercerlo de la forma que sea, para llevar algún dinerito a la casa y poder comer caliente.

Mas de cuatro van aprender a valorar las oportunidades que les brindó la vida y fueron desaprovechadas, por aquello de que se les caen los anillos… Se va acabar ese complejo de creerse ricos sin más… Paradójicamente, quienes lo van a tener mejor serán los que tengan un trocito de tierra, el agricultor. Siempre lo he dicho. La tierra es muy generosa, sólo que hay que trabajarla como lo hicieron nuestros antepasados, sin gafas de sol, cadenitas colgando, anillos,  ni relojes de oro, doblando la cintura de sol a sol y dándole al suelo el cariño que se merece, trabajando con ilusión.
Del mar vendrán los peces como una bendición del Cielo, las papas del campo y los granos.
¿Otra vez las colas en los molinos del gofio? Y las Oficinas de Extensión Agraria. Los gallos cantarán en el casco de los pueblos y ciudades. Y los perros harán sus necesidades fisiológicas en las esquinas de la casa de su dueño. Y el lacero acechándoles… Los chochos en las tascas y volverán las moscas a invadirnos y no hablemos de las cucarachas y ratones.
Tampoco es para asustarse tanto, la Humanidad así lo ha querido. Habrá más guerras por el petróleo y más hambre. Mas, habrá gente que casi no notarán estas crisis, porque van a seguir viviendo bien, acaparando lo poco que haya, pero son los menos. Los que si aumentará es el porcentaje de pobres y habrá más indigentes que cuando la pos guerra española. Lo que si puedo augurar, que habrá menos enfermedades. Los cementerios tienen más cruces expuestas por haber comido mucho que por haber comido poco. Se acabarán las porquerías y los niños obesos se corregirán, aunque aumenten las anemias... Los nuevos ricos van a tener que desayunar con leche y gofio, si quieren sobrevivir. Y sus señoras aprenderán administrar la moneda, privándose de tantos gastos superfluos…
Con todo lo dicho no pretendo ser derrotista, ni asustar a nadie, así son las cosas. ¡AH!, los políticos verán la forma de estudiar la posibilidad de ir quitando impuestos y multar al prójimo, menos, si no, no alcanzará para comer, vestir y muchas y perentorias necesidades más.

Habrá menos coches circulando y ni tantos funcionarios públicos. Y, en cambio, habrá más burros por las calles y mulas cargando mercancías de acá para allá, para abaratar los precios. Volveremos a usar el carbón y la leña…Volveremos a fabricar las bebidas gaseosas y el sifón para brindar en las fiestas. Todo va a convulsionarse y los nostálgicos como yo, volveremos a recrearnos en los efectos de la Globalización, el Medio Ambiente y nuestras tradiciones, que ya casi las habíamos perdido.

Así pues, demostremos de cuántos esfuerzos cívicos somos capaces de hacer. Venceremos esta crisis y cuántas quieran venir, a fin de cuenta, siempre hemos vivido infravalorados, en desventaja respecto a las demás comunidades españolas, vistos como aventajados por el resto de la Europa a la cual pertenecemos y afortunados, ellos sabrán porqué.
Saldremos adelante, pongámonos las pilas y apretemos nuestros cinturones, así el viaje será más seguro y llegaremos.



Celestino González Herreros
         celestinogh@teleline.es





26/4/13

HUYENDO DEL FANTASMA DE LA SOLEDAD







En los márgenes del polvoriento camino, abunda la vegetación y las flores de muchos de los árboles, daban un toque poético al paisaje. La irregular alineación de las montañas circundantes, definen a la cordillera dorsal en un plano soberbio de belleza; y al otro lado, el mar abierto que se pierde en el lejano horizonte, cuando se confunden, extraordinariamente, en su diáfana distancia, con el azul limpio del cielo produce una sensación evidente de paz y sosiego.

El sol al medio día, cae sobre el caserío, inclemente y el aire se hace sofocante hasta en la propia sombra, aunque las suaves brisas marinas, refrescan el ambiente con amagos intermitentes de espontáneos soplos alisios; y ello complace, cuando llegan de súbito, sus suaves ráfagas. Eran los meses más fuertes del año y, obviamente, conocidos por anteriores experiencias, el equipaje había de ser ligero de peso. La vestimenta, lo más suelta y suave posible.

Al llegar a un llamativo promontorio de una amplia lomada que le era familiar, acercó el automóvil al andén del camino, en la calzada. Paró el motor del desvencijado coche y abrió la puerta correspondiente al lado del volante; parsimoniosamente descendió con la calma propia del veterano, aunque tímido visitante, que, llega a ese lugar siempre callado, donde sólo le delata la algarabía que protagonizan las aves del lugar, con sus trinos, gorjeos y sus solemnes arrumacos amorosos, cuando canta la brisa a su paso entre la sombría maleza, sobre su verde espesura... Realmente, imprime cierto respeto ser capaz de romper tal encanto, sobrecogido; entre el murmullo de las ramas abatidas por el aire, mezcla de silencio y caricias.

Ya, al borde del acantilado basáltico, la panorámica sorprende, cual estampa inimitable de hermosura deleitante, viendo abajo las playas de aguas tranquilas que reflejaban las distintas tonalidades de colores, entre el verde marino y el azul turquesa, reflejado del nítido claror del  cielo. En algunos puntos estratégicos de la solitaria costa, aparecían generosos bajíos que alegraban más aún el celaje costero, donde rompían las escasas olas y se desintegraban contra los peñascos que sobresalían de la superficie marina, para morir lamiendo la negra arena de las sedientas orillas. No puede ser más bello el lugar ni más saludable la perspectiva que ofrecía, para disfrutar unas vacaciones envidiables. Como en repetidas ocasiones, en ese lugar extraordinario, donde uno recupera las energías perdidas por el constante e incesante esfuerzo sufrido en la cotidiana lucha por subsistir en este mundo conflictivo y agitado.

Del coche sacó una botella de agua y acercándose nuevamente al borde de la vía, bebió plácidamente; y sin poder evitar una leve sonrisa, exclamó:  ¡a ver si esta vez me va igual, no necesariamente mejor que la vez anterior y encuentro caras conocidas, sin preocuparme demasiado de alguna determinada! Consumir las horas de alguna manera, en ese rincón paradisíaco y no llevarme malos recuerdos, contrariamente de lo que ansío, sólo un poco de felicidad es todo lo que busco.

Alisando sus desordenados cabellos, con ademán despreocupado, subió de nuevo a su vehículo, conduciéndolo pista adentro y dejando atrás una estela de polvo infernal que impedía ver lo que había recorrido. Como una concesión más al proyecto ilusionado de olvidar al pasado, al menos mientras duren sus contados días de vacaciones. Despertó de sus cavilaciones, al escuchar el ruido del motor de una minúscula avioneta deportiva que pasó volando muy cerca de él, elevándose nuevamente; quien la pilotaba sacó una mano saludándole y se alejó sin aminorar la velocidad, más allá de donde alcanzaba a verle, lejos, muy lejos de allí. Mientras, él seguía adelante, hasta llegar a una aldea de pescadores muy próxima a la playa más exótica; aparcó debidamente y dirigió sus pasos, al salir presuroso del coche, hacia una casa hecha de bahareque y techo hecho con ramas secas de los árboles y hojas de palmas del entorno. El habitáculo estaba bien ambientado en su interior, la temperatura era deliciosa y la atmósfera seca. Al verle llegar, alguien se le acercó solícito, seguramente fuera el dueño, quien inquirió, qué se le ofrecía. Si, cobijo, comida o la tranquilidad del lugar garantizada a lo sumo. Llegaron a un acuerdo, dueño y cliente, como en años anteriores, a pesar de las aseveraciones oportunas acerca del precio. Todo había encarecido, respecto al año anterior.
Lo importante era descansar del largo viaje y comer algo, antes de ir a dar un paseo por la playa.

Habían transcurrido dos horas, aproximadamente, cuando se hallaba apoyado en un pequeño mostrador de madera, tomándose un café tradicional, para despertar la somnolencia producida por el calor reinante, la hora bochornosa de la tarde y la interrupción  del reparador sueño de la siesta. Eran las tres de la tarde, cuando consultó su reloj. La tarde comenzaba, prácticamente y había que hacer planes. Iría a pescar, cuando consiguiera la carnada necesaria, allá, donde le esperaban los peces, cada año. Para ser repartidos, luego, entre los curiosos que le observaban. Su optimismo era tal, que no concebía dedicarles su tiempo y no capturar nada. Mientras esperaba a que la boya, que controlaba la tensión de las plomadas y que estas no llegaran al fondo, si se moviera e indicara que algo había picado; se mantenía firme en su propósito. Claro, que, a veces, su mirada se perdía sobre la superficie de la mar ondulada por la suave brisa que soplaba y a la vez acariciaba el sudoroso rostro del intrépido visitante. Sus pensamientos volaban y se perdían en el confín de la distancia, para encontrarse en el lugar de partida, donde estaban los suyos y sus escasas pertenencias. Donde se desenvolvía cotidianamente, y se consumían los días de su existencia. Su mente, progresivamente, se iba poblando de recuerdos del pasado, de todo aquel “intervalo” y sus vivencias alejadas en el tiempo; aquellas primeras experiencias que le marcaron y prometían ser tan duraderas, como lo fuera la misma vida... Un fuerte tirón del sedal, le despertó bruscamente, y viéndole tenso, lo recogió con maestría y tiento a la vez, hasta tener a buen recaudo una hermosa pieza de admirable belleza; la primera de la tarde y con ella, la emoción incontenible de sentirse capaz de competir con el más experto de los pescadores.

Así transcurrió, buena parte del periodo dedicado a la pesca, hasta que la carnaza fue consumiéndose y los peces multiplicándose. Entre lance y lance, su calenturienta mente no cejaba de trabajar, se le volvía a ir, ahora por otros derroteros, aunque siempre rozándole el corazón. Era un hombre realmente sentimental, la vida no le perdonaba esa  acusada virtud que le mantenía siempre inmerso en sus más íntimos sentimientos.


Ahora, en su mente, vino aparecer las imágenes de la madre y la linda abuelita, las cuales ocupaban un espacio muy importante  en su memoria, que le inducían a sonreír y a cambiar la mueca de su gesto, cuando aparecían las distintas secuencias en emocionados estadios de  contemplación. Ambas, ya  ausentes, hace algún tiempo, le dejaron una profunda huella de dolor que difícilmente consigue disipar. ¡La vida con ellas fue tan dulce!.. La ternura de una madre, cuando se nos va, no puede ser sustituida nunca; es un afecto distinto, que nos obliga a conservar el recuerdo de su adorable “estancia” vital, como un relicario en el corazón, un sentimiento especial de amor y reconocimiento que nos acompañará siempre. A veces pienso, que, hasta hacen de ángeles que cuidan de sus hijos, cada paso que damos, y nos transmiten valor en momentos especiales, cuando en verdad les necesitamos. Saben escucharnos cuando les llamamos para hacer de su compañía un refugio amoroso. Los abuelos y el padre, representan la imagen del amigo incondicional, el más sabio, el protector más sincero y comprensivo. Sabemos entender el destino de los sentimientos y los causes que siguen, desde que salen del corazón. Sabemos, no lo negamos, que el calor de una madre, además de ser consolador y espiritual, es sumamente gratificante; y nos gusta que nuestros vástagos, sean consecuentes con ellas, como lo fuimos nosotros con las nuestras. Parecen sensiblerías lo que pienso, pero hay tiempo suficiente, para los niños y jóvenes, para sopesar el contenido de mis pensamientos... Cuando hayan pasado los años, hasta ese momento, habremos estado evocando tiernamente, ¡como los primeros días!  la imagen y el amor de ellas, lo que han sido o fueron para con nosotros. Todos, nos iremos pronunciando sus amados nombres con vehemencia... Cuando así reflexionaba mentalmente, nuevamente su conciencia fue turbada y despierta por un fuerte tirón del sedal y la boya había desaparecido de su vista. Recogió con pericia y otro más para el saco; entonces, ya comenzó a sentirse incómodo y decidió abandonar la pesca y caminar un poco por la playa, también para liberarse del tedio que sentía. Los primeros días de sus vacaciones, suelen ser así, los vivimos con cierta inquietud y desasosiego, hasta que comenzamos a habituarnos y hablar con las gentes.

En esta ocasión, pudo ver a viejos conocidos de jornadas anteriores; y entre el cambio de impresiones, entre unos y otros, acababan siempre, con una futura cita para jugar unas partidas con las cartas o con el dominó y beber algunas copas. Promesas, que muchas de ellas, no se cumplen porque surgen imprevistos inevitables o las intenciones se desvanecían consecuentemente. Lo espontáneo era diferente, las cosas suceden porque si; los momentos se disfrutan como vienen.

Ya de noche, el silencio lo envolvía todo. La luz tenue de las farolas en la calle, daban la impresión desfavorable de un ambiente de pobreza evidente, tal, que entristecía asomarse a ella.


Caminando por el paseo de palmaras típicas, deambuló cabizbajo y meditabundo, hasta llegar al lugar obligado de encuentro. Desde afuera, se oía el lamento de la gramola, cuya música sentimental empobrecía más aún el salón, donde varias mesas, atestadas de jugadores y los inevitables observadores, completaban la nutrida asistencia del sencillo local público. Tras la barra, despachando a los asiduos clientes, sonreía el amable dependiente, a la vez que le preguntaba, qué iba a tomar, antes de ubicarse cómodamente, para disfrutar  de la paz de la noche. Sólo interrumpida por la música preferida de algún despechado amoroso, que seguramente, satisfacía sus ansias, ocultando la pena que en realidad le afligía y le pesaba como un fardo lleno de recuerdos, que, inexorablemente, consigue arrastrar hasta el lugar. Buscando calmar a su corazón herido, ahogando sus penas en el alcohol...




Celestino González Herreros
         celestinogh@telelie.es




25/4/13

NO GANAN UNA NI CON PINZAS







Nuestra situación, tanto social como política, siempre ha sido un tira y encoge sin llegar al límite y sus consecuencias. Desde que tengo uso de razón he observado en las distintas posiciones políticas una predisposición antagonista y autoritaria, como queriendo comerse el mundo y a la hora de abrir la boca no poder degustar tremenda porción por miedo a la indigestión… Y con los mismos desconsuelos renunciar a tiempo perdido, porque le sirven muy lleno el plato que pretendieron paladear. Comen más con los ojos que con la boca. Y hablan más que lo que discurren, total, que acaban en el limbo y el tiempo pasa inexorablemente; y no se progresa, ni en uno, ni en el otro sentido La Oposición igual., que si bla… bla… bla… Pero a la hora de la verdad nada de nada. Bueno, cuando las mayorías mandan.

En la calle es donde se oye y se aprende. ¡Ay, si los políticos caminaran un poco más y se fijaran y oyeran en su entorno social! Entonces iba a ocurrirles lo que me sucede a mí, en la calle he aprendido lo mucho que sé. No hay desperdicios.

A veces se oyen temas que llevan una gran carga de verdad. Otras veces se pasan y no aciertan una. Hay lenguas viperinas que sólo anidan rencor y malas intenciones, los recelos  y conceptos equivocados.


Cada cual que piense lo que quiera, pero que al hablar calculen las consecuencias y ese daño que hagan piensen que se les puede virar en su contra. Que distinto fuera desahogar sus criterios frente a la persona aludida para verle defenderse como es justo alegando su defensa… Así no vamos avanzar ni un paso, es necesario aunar criterios y entre todos empujar el pesado carro de nuestra economía, usar la mente con más juicio y buscar el consenso social necesario para salir de esta plural crisis que la incomprensión de nuestros políticos ha generado. El protagonismo nefasto de nuestros hombres ha dañado considerablemente nuestra imagen social.

No quisiera morir sin antes comprobar que nuestra gente vale y que al fin han logrado ese consenso que nos iba a permitir sacar la cabeza del agua y respirar libremente la bonanza cívica y laboral como primer eslabón social y con ello dar comienzo a las demás exigencias que el pueblo español demanda y lleva muchos años reclamando.

Celestino González Herreros
       celestinogh@teleline.es


20/4/13

LOS MUCHACHOS CANARIOS BUSCAN NUEVOS HORIZONTES




Es lamentable que nuestros jóvenes tengan que emigrar a otros lugares o países en busca de nuevos horizontes, al menos más alentadores, dada las graves dificultades que existen aquí, en nuestras Islas Canarias y que los foráneos no cesan de llegar y hasta consiguen donde trabajar, que es a lo que vienen y me alegro que lo hallen, Claro, más barato para algunos y no así con nosotros que estamos hartos que nos exploten.

Recuerdo cuando emigré a Venezuela, que en el Pasaporte  era obligado señalar el oficio que ejercía… Yo fui como estudiante debido a mi edad y de hecho, estudié revalidando el Bachillerato español allá y superando las materias nacionales, por las noches, mientras trabajaba por el día. Entonces, la emigración se abría según la demanda que hubiera, la más amplia era la de agricultor, luego los demás oficios, como carpinteros, albañiles, ebanistas, etc., respectivamente. Así pues, si pedían sólo agricultores los que fueran llegando al país iban para el campo. No se en Europa y demás Continentes, cómo era el asunto. Lo que si sé es que se nos van al extranjero los mejores profesionales y no todos tendrán la misma suerte.

Siento lástima, de verdad, cuando sé que se van muchachos casi sin preparación, algunos de ellos, a la deriva y a la suerte de su destino. Muchos para sufrir los peores desengaños…

Canarias siempre ha sido la pionera, con peor preparación, no lo pongo en duda y con menos medios económicos se nos hace muy cuesta arriba llegar a la cumbre de nuestras ambiciones. Lo que si nos sobra es coraje y constancia; y la honradez que nos caracteriza, luego un factor muy importante, saber integrarnos al medio donde viviéramos. Así como hablo de los más jóvenes, también me refiero a nuestros adultos, hombres y mujeres. Tanto nos integramos a ese diferente ambiente social, que muchos nos quedamos allá para siempre y si no, esas experiencias las guardamos con cariño en el corazón. Bueno, eso era antes. Hoy sólo pensarlo, el tener que ir a Venezuela, por ejemplo, habría que pensarlo mucho. Aquello está muy mal, en todos los sentidos. Me ahorro más lamentables comentarios.

Sudamérica es muy grande y hay países donde se puede vivir y trabajar con más garantías. Antiguamente era Venezuela el país más prometedor, desde todo punto de vista... Cuando yo llegué allá había ochocientos mil parados, o sin trabajo; y aquello era un hervidero de extranjeros trabajando duro, como decimos aquí, de sol a sol y hasta con la luz eléctrica prendida. Todas las noches trabajando en la construcción, italianos y portugueses. De nuestras Islas abundaban los campesinos, aunque hubo un número considerable de personas ilustres en todas las ramas del Arte y las Ciencias y un amplio círculo de distinguidos de las ramas políticas y económicas.

Resumiendo, el que quería trabajar podía escoger, prácticamente, después de escalar oportunidades, aquello que más le gustara. Repito, eso era antes, cuando no se viajaba como hoy, con billetes de ida y vuelta, por si no les gusta el nuevo ambiente poder retornar. No viajábamos en avión y a veces los barcos eran poco recomendables, pero no había otra forma y lo soportábamos todo con tal de cambiar de calidad de vida.

Salir de casa con el equipaje necesario para ir algún lugar desconocido es una aventura imprevisible, ir a donde no sabemos lo que nos espera desde que partimos… Eso lo saben quienes hayan viajado, no de vacaciones, a trabajar si es que consiguen trabajo y si no, luchar contra las distintas adversidades que reserve la vida, esas sorpresas inesperadas que a veces  marcan para toda la vida. Salir de casa lleno de ilusiones y proyectos, queriendo coger al Mundo con nuestras propias manos, si no hay buena suerte ese Mundo se vira en contra de las escasas posibilidades que surgieren. Por eso digo y repito, siento lástima al saber que tantos muchachos y no tan muchachos, se vean obligados a salir de su tierra a probar esa hipotética suerte de la que tantos otros presumen. Es evidente que hay que moverse y desafiar a todas esas negaciones que nos cuestionan. No tirar la toalla sin antes haber agotado todas las posibilidades y hasta las contrariedades que hubieran surgido. Lo realmente cierto e importante, es que si no hay constancia nada se puede esperar de nuestros esfuerzos. Lo que se consiga poco a poco es más seguro que aquello que te viene a las manos sin habértelo esperado ni propuesto. Lo que cueste mucho conseguir le damos el verdadero valor que tiene. Y lo cuidamos más que nada. No hay momentos malos que duren toda la vida del hombre y la esperanza es nuestra mejor consejera.



Celestino González Herreros
         celestinogh@teleline.es

LOS MUCHACHOS CANARIOS BUSCAN NUEVOS HORIZONTES





Es lamentable que nuestros jóvenes tengan que emigrar a otros lugares o países en busca de nuevos horizontes, al menos más alentadores, dada las graves dificultades que existen aquí, en nuestras Islas Canarias y que los foráneos no cesan de llegar y hasta consiguen donde trabajar, que es a lo que vienen y me alegro que lo hallen, Claro, más barato para algunos y no así con nosotros que estamos hartos que nos exploten.

Recuerdo cuando emigré a Venezuela, que en el Pasaporte  era obligado señalar el oficio que ejercía… Yo fui como estudiante debido a mi edad y de hecho, estudié revalidando el Bachillerato español allá y superando las materias nacionales, por las noches, mientras trabajaba por el día. Entonces, la emigración se abría según la demanda que hubiera, la más amplia era la de agricultor, luego los demás oficios, como carpinteros, albañiles, ebanistas, etc., respectivamente. Así pues, si pedían sólo agricultores los que fueran llegando al país iban para el campo. No se en Europa y demás Continentes, cómo era el asunto. Lo que si sé es que se nos van al extranjero los mejores profesionales y no todos tendrán la misma suerte.

Siento lástima, de verdad, cuando sé que se van muchachos casi sin preparación, algunos de ellos, a la deriva y a la suerte de su destino. Muchos para sufrir los peores desengaños…


Canarias siempre ha sido la pionera, con peor preparación, no lo pongo en duda y con menos medios económicos se nos hace muy cuesta arriba llegar a la cumbre de nuestras ambiciones. Lo que si nos sobra es coraje y constancia; y la honradez que nos caracteriza, luego un factor muy importante, saber integrarnos al medio donde viviéramos. Así como hablo de los más jóvenes, también me refiero a nuestros adultos, hombres y mujeres. Tanto nos integramos a ese diferente ambiente social, que muchos nos quedamos allá para siempre y si no, esas experiencias las guardamos con cariño en el corazón. Bueno, eso era antes. Hoy sólo pensarlo, el tener que ir a Venezuela, por ejemplo, habría que pensarlo mucho. Aquello está muy mal, en todos los sentidos. Me ahorro más lamentables comentarios.

Sudamérica es muy grande y hay países donde se puede vivir y trabajar con más garantías. Antiguamente era Venezuela el país más prometedor, desde todo punto de vista... Cuando yo llegué allá había ochocientos mil parados, o sin trabajo; y aquello era un hervidero de extranjeros trabajando duro, como decimos aquí, de sol a sol y hasta con la luz eléctrica prendida. Todas las noches trabajando en la construcción, italianos y portugueses. De nuestras Islas abundaban los campesinos, aunque hubo un número considerable de personas ilustres en todas las ramas del Arte y las Ciencias y un amplio círculo de distinguidos de las ramas políticas y económicas.

Resumiendo, el que quería trabajar podía escoger, prácticamente, después de escalar oportunidades, aquello que más le gustara. Repito, eso era antes, cuando no se viajaba como hoy, con billetes de ida y vuelta, por si no les gusta el nuevo ambiente poder retornar. No viajábamos en avión y a veces los barcos eran poco recomendables, pero no había otra forma y lo soportábamos todo con tal de cambiar de calidad de vida.


Salir de casa con el equipaje necesario para ir algún lugar desconocido es una aventura imprevisible, ir a donde no sabemos lo que nos espera desde que partimos… Eso lo saben quienes hayan viajado, no de vacaciones, a trabajar si es que consiguen trabajo y si no, luchar contra las distintas adversidades que reserve la vida, esas sorpresas inesperadas que a veces  marcan para toda la vida. Salir de casa lleno de ilusiones y proyectos, queriendo coger al Mundo con nuestras propias manos, si no hay buena suerte ese Mundo se vira en contra de las escasas posibilidades que surgieren. Por eso digo y repito, siento lástima al saber que tantos muchachos y no tan muchachos, se vean obligados a salir de su tierra a probar esa hipotética suerte de la que tantos otros presumen. Es evidente que hay que moverse y desafiar a todas esas negaciones que nos cuestionan. No tirar la toalla sin antes haber agotado todas las posibilidades y hasta las contrariedades que hubieran surgido. Lo realmente cierto e importante, es que si no hay constancia nada se puede esperar de nuestros esfuerzos. Lo que se consiga poco a poco es más seguro que aquello que te viene a las manos sin habértelo esperado ni propuesto. Lo que cueste mucho conseguir le damos el verdadero valor que tiene. Y lo cuidamos más que nada. No hay momentos malos que duren toda la vida del hombre y la esperanza es nuestra mejor consejera.



Celestino González Herreros
         celestinogh@teleline.es




18/4/13

LA PAZ DEL MONTE Y LOS BARRANCOS




Pocos lectores se habrán preocupado en pensar cómo discurre  la vida íntima del poeta, escritor, narrador, pintor, músico, etc. Posiblemente, muy pocos adivinan el calvario que sufren algunos si ven entorpecida su inspiración por agentes extraños que les asaltan e interrumpen, muchas veces alevosamente. El hombre creador, bien de fantasías o de evidencias, realidades configuradas por él, a veces, no halla el clímax necesario para culminar o desarrollar su inteligencia. Es fácil entenderlo, aunque pueda parecer escabroso explicar la situación.

El verdadero compositor necesita, mejor, estar solo para poder trabajar y dar de sí el  caudal que atesora, mientras lo libera. Es cuando la inspiración aflora cual si emanaran  aromas poéticos con sutileza singular dada su influencia lírica. Imaginémonos que en esos momentos especiales, algo trepidante, inoportuno, se moviera a nuestro alrededor y nos despertara de ese ensueño para involucrarnos en el vulgar laberinto de la realidad espontánea. ¡Sería desolador!..


Tantas veces pienso: ¿Cómo es posible que, en tales circunstancias, aún existan seres capaces de llegar a la meta de sus firmes propósitos? No cabe duda alguna, que, para llegar a ser alguien bien reconocido en el mundo de la inspiración, el del creador, poético, etc., estando obligado, también a atender otras obligaciones, como es, la familia o el ambiente soterrado en el anonimato en que se vive, es realmente meritorio. Muchas veces se sufre, pues hay que correr en busca del extremo de la débil hebra que la madeja ha soltado, para poder alcanzarla y seguir el hilo de la trama descuidada. Gentes que gritan, otros que pelean, niños que lloran, perros que ladran, cotorras que no callan ni un instante todo el día... El claxon de los coches y los anuncios parlantes de verduras, pescado o helados. Hay que ser de oídos impermeables a los ruidos para poder concentrarse y nadar en las aguas quietas de la inspiración para el relato que se quiera tratar. No todos los narradores disponen de un ambiente adecuado a sus necesidades. Para escribir, algunos nos refugiamos en el monte, en la callada hondonada de algún lugar donde sólo se oyen, desde el solitario barranco, el eco sigiloso del sutil paso  de las brisas susurrando arriba, sobre el verde valle, mientras recorren la campiña... Abajo se está mejor, aunque la soledad nos sobrecoja sobremanera de cuando en cuando. Sentimos la brisa, también, cuando pasa presurosa rozando los bordes del abismo. Sentimos latir nuestro corazón cuando escribimos sin interrupción alguna. El aire transmite su melodioso aleteo y sus tímidos soplos con singular denuedo y uno llega a embriagarse con los propios sentimientos; y cuales báquicos respingos soltamos las palabras henchidas de ese algo  tan sublime que llamamos amor. En la hondonada del profundo barranco se oyen voces que acarician, junto al retumbo del aire que se desliza y se filtra por el accidentado declive de sus húmedas paredes; y el quejumbroso graznido del ave agorera que se aleja asustada de la ladera. El alma y la mente, también, parece que vuelan queriendo liberarse cuando escribimos, cuando nos entregamos en cuerpo y alma, cuando abrimos nuestro corazón.

Abajo, en la silente hondonada, en el desértico espacio del recogimiento, también se oyen voces, se oye el llanto lastimero de nuestro abandono y entrega y soltamos en su busca todos nuestros afanes, nuestras ilusiones heridas, los deshechos aquellos desperdigados en el injusto descuido… Abajo están ocultos, soterrados y literalmente lapidados, tal vez. los mejores sentimientos y por eso bajo, a su encuentro y a compartir su silencio. Qué profundas son, a veces, las tristes fosas… Qué extensa la distancia que no alcanzo vencer, su impuesta ausencia, su dolorosa lejanía por muy profundos que sean los barrancos y solitarios. Sólo los sinceros rezos, intuye mi único consuelo, pueden llegar, ni las lágrimas, ni las flores que le llevemos, para poder estar, aunque sea virtualmente, con ella.




Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
                                      celestinogh@teleline.es








        










17/4/13

¡MADRE HÁBLAME AL OÍDO!





Qué extraño el silencio de aquella noche, cuando nos miramos frente a frente, y no pudimos articular palabra alguna. Sólo nuestras lágrimas delataban la tragedia del momento. Recuerdo que tus manos temblaban como palomas asustadas; y que había en tu mirada tal expresión de dolor... Y no pude consolarte de ninguna manera. Por eso quedamos mudos, frente a frente el uno del otro. ¿Qué podía yo decirte? ¿Y tú a mí, cómo ibas a convencerme, si no hubo palabras, para que no sufriéramos tanto? Te ibas para siempre, madre, y no pude hacer nada... Intuyo, que tu última mirada me buscaría, para transmitirme un poco de sosiego... No sé, madre, porqué no estuve allí, como hubiera sido mi deseo.

Habías transpuesto el divino umbral de la paz eterna, allá en el Edén soñado, cuando nos dieron la noticia. Desde entonces van mis pasos a ciegas, dando tumbos desordenados, de un lado a otro, por los caminos acostumbrados. Buscándote, con el desconsuelo propio del caminante que no halla el descanso de sus limitadas fuerzas; mientras voy buscando entre las sombras del yermo sendero lo que me recuerde tu entrañable existencia... Caminos que no se detienen. Yo digo: ¡es el eterno trayecto sembrado de soledad, húmedo de las lágrimas que voy dejando atrás!

¿Cuántas veces muere el hombre?, me he preguntado. Ni yo ni nadie sabe responder a mi súplica. Uno muere de pena cada vez que algún ser querido se nos va para siempre. Cuando muere la madre, uno muere casi del todo. Es que, sin vosotras todo parece tan desierto, nada está, ni en su sitio ni completo. Faltan cosas que antes vibraban por la alegría que transmitían, por aquello del calor humano; y presencia de amor que irradiaba la proximidad, la ternura y el espíritu amable de cada uno de vuestros movimientos. Yo pienso que nos falta todo, nos dejan huérfanos de cariño. Sólo nos sustenta, y por ello vivimos, el recuerdo de los desvelos y aquellas miradas de consuelo que nos lo daban todo... Nos quedamos solos, sí, irremediablemente solos, tanto, que pasan los años y no  nos sobreponemos de esa falta vuestra.

Si me estás viendo, madre, desde el Cielo, sólo deseo que escuches mi llanto y que sepas... Bueno, una madre lo sabe todo de sus hijos; nada voy a decirte que tú, antes, no supieras. Mas, necesito decirte que te quiero, que te echo mucho de menos; necesito que me oigas cada vez que te lo diga. ¿Sabes?, me siento sano de espíritu. Eso es importante, ¿verdad, viejita? Todos tus consejos los conservo en mi alma, como un relicario generoso que guardo de ti. Tú me distes la razón de ser y en memoria a ese afán cristiano tuyo, voy hacer por vivir mucho para amarte cada día más. Y, sólo a mis hijos les ruego, que quieran mucho a su madre, como yo te he querido a ti, y te seguiré queriendo, aunque te hayas ido...

Apagué la luz un rato, necesitaba estar a oscuras. En silencio repasé todo aquel pasado, desde mi niñez; caminé por todos los rincones de la casa; le veía llegar sonriente, y abría sus brazos para recibirme cariñosamente... Como si me tuvieras compasión, pienso ahora. Es que nos quería tanto, se desvivía por todos nosotros, cuando estábamos juntos. Ese algo especial que nos unía es lo que más echo en falta hoy. ¡Me sentía tan protegido! Cuando los hijos vamos haciéndonos mayores, independientemente de los caracteres de cada cual, cambiamos mucho y nos hacemos más humanos; entendemos mejor el verdadero sentido del amor que a una madre le debemos. Ya no nos creemos con derecho a independizar esos sentimientos y cuidamos más no hacerles daño, entendemos su extraordinaria sensibilidad. Habremos sido, algunas veces, crueles e injustos, sin entenderlo, pero nunca he renunciado a tu amor.

¡Qué grande es el desierto de las injustas ausencias, y qué largos los caminos!.. ¡Qué distantes y qué cerca, a la vez, está el calor de los sentimientos de esa madre que se nos va para siempre!

Les veo en mis sueños, al viejo y a ti, tan contentos en esa dimensión maravillosa, que siento verdaderos desconsuelos de estar allá, aunque sólo fueran unos minutos. Pero, eso ha de ser sólo cuando llegue el momento, cuando Dios lo disponga, porque “está escrito, que así será  nuestro cristiano destino”...

Madre, háblame al oído, lo más próximo que puedas y abrásame muy fuerte. Yo te siento, madre, cuando estás a mi lado. No te importe si me hallaras triste, eso se me pasará cuando estemos para siempre juntos, verás que  cambio. Mientras, cuando me acuerdo de ti, cuando besas mi frente y acaricias mis blancos cabellos, me consuelas mucho... Mira, es que ha pasado tanto tiempo... Oye, seré como siempre. Pero ven, madre, ven a mi lado, aunque sólo sea un feliz instante... Yo necesito decirte, madre, cuanto te quiero; y oírte decirme lo mismo: ¡Hijo mío, hijo de mi alma, todo tú, en el Paraíso, estás conmigo! Y no me des las gracias por recordarte con tanto amor, madre, porque yo soy así; y tú bien lo sabes.


Celestino González Herreros
         celestinogh@teleline.es




                                     



16/4/13

CUANDO LE DIJO ADIÓS A LA VIDA

Hay momentos en la vida que la casualidad nos juega importantes papeles sin esperarlos. Ayer me estuvieron hablando de un común amigo, que estaba de vuelta al pueblo después de algunos años de ausencia, que estaba destrozado, depresivo y solitario, que recientemente había enviudado y no se resignaba a vivir sin ella. Toda una tragedia.
 


Si será o no una casualidad, en la calle coincidimos y fue muy emotivo el encuentro después de tanto tiempo…

Había caminado un buen trecho y estaba cansado cuando vi. donde sentarme, en la histórica Plaza del Charco, en la ciudad turística, a la sombra de un frondoso laurel de India. Dejé que transcurrieran los minutos sin importarme para nada, todo cuanto acontecía a mí alrededor. Veía, con la mirada distante, que la vida seguía su curso normal,  que las gentes se movían como hormigas de un lugar a otro y con pasmosa tranquilidad, como si no hubiera espacio suficiente para correr; daba la sensación de que estaban frenados por circunstanciales fuerzas individuales en cada uno de ellos. Iban apáticos o resignados. ¿Quién sabe?, cada cual llevaría ocupada su mente; y mientras, caminaban, sin rumbo fijo la mayor parte de ellos, otros buscarían liberarse de sus tediosas situaciones. Algunos llevarían a cuesta algún dolor o pesar. Entre tantos que veía moverse no podían faltar los más felices, aquellos que no cabrían en sí de contentos y lo iban dejando entrever con sus inconfundibles sonrisas de felicidad que no podían ocultar.

Me incorporé un poco para contemplar a un grupo de aves que picoteaban un trozo de pan en el suelo, cerca de mis pies, despreocupadamente, tanto que tuve la sensación  de sentirme ausente, como si no estuviera donde en realidad estaba, o fuera invisible para los demás. Evidentemente, no fue así, yo estaba allí, cuando vino a saludarme el buen amigo, uno de esos, de los que siempre hay, y que se sinceran sin el menor de los reparos. A quienes inspiramos confianza, y a veces nos necesitan para darles un poco de apoyo moral. Ese fue el caso...


Después de tanto tiempo sin vernos (ambos estuvimos ausentes, fuera de este país) y encontrarnos en esa ocasión, cuando estaba allí sentado, relajándome y sin prisas, me cogió sorpresivamente. Hablamos más de sus cosas que yo de las mías. Poco a poco fue apoderándose de mi atención y fui todo oído para él; sin interrumpirle le escuché mientras hablaba, él con la mirada fija en el pavimento, sin apenas levantar la cabeza.

“Claras son las noches de plenilunio; y no tan claras cuando pasan lentas las horas del insomnio… Nadie nos devuelve ese tiempo perdido, ni nada compensa el cansancio sufrido, cuando se ha visto turbada la paz del sueño. Ese remanso compensador de las incesantes energías perdidas durante el día, buscando el equilibrio necesario para ir por la vida lo más despierto posible y poder seguir luchando”.

Con voz entrecortada por la emoción, hablaba sin parar. Conociendo su problema todo el tiempo estuve atento, que hablara, que desahogara sus pesares, decidí.

“Noches sin claro-oscuros, yo las prefiero y si dormir no puedo, busco los caminos que me lleven a otra paz distinta, refugiándome en los recuerdos. No necesito la luz, sólo el camino  que me conduzca al lugar apetecido que pueda conducirme a lugares y vivencias tan lejanas en el tiempo y tan íntimas en la mente. Entonces,  ya todo me conforma, me siento protegido, con luz propia, compartiendo de nuevo aquellos momentos del pasado, los ensueños de horas transcurridas en el ceno cálido de la evocación, cuando el amor desbordó sus límites y transformó cada entorno en algo sublime, maravilloso; cuando cada mirada transmitía aquel mensaje enternecedor, lleno de calor y ternura. Entonces, las brisas eran conductoras de apasionados poemas de amor, cual tiernas caricias; de suspiros contenidos, de llantos; y alegres reacciones que se fraguaban y nos golpeaban con fuerzas en el pecho, despertando en el corazón la sensación de triunfo y placer irreprimible.
¿Quién no ha sentido alguna vez la grata sensación del amor? ¿Quién, aunque parezca impertinente decirlo, no vive hoy gracias al amor? Y, ¿quién no ha sufrido al perderlo para siempre? “

“Vamos a la playa, a la gruta de los sueños ocultos... Corramos sobre la arena hasta agotar las fuerzas que nos queden. Vayamos sin demora, que el tiempo pasa presuroso y puede anochecer pronto”.
“Mirábamos a la mar y oíamos el requiebro de las olas rompiendo su furia sobre la arena, para llegar frígida y descompuesta donde nuestros desnudos pies esperaban su frescura. Subíamos a los acantilados y corríamos ascendiendo hasta llegar a “la cueva” donde antes nos besábamos, una y mil veces, ocultos en el silencio. Divisando a lo lejos las barcas que sorteaban el oleaje buscando vencer las mareas, hasta llegar a la orilla. Íbamos por los senderos ocultos que alimentaban de ilusiones el fluido río de nuestras fantasías amorosas; llevándose las aguas cristalinas de la fuente mágicas nacidas en nuestras mentes y que entonces desbordaban en su cause amoroso todo nuestro caudal...
Vayamos por los mismos rincones, aquellos que antes transitábamos cogidos de las manos, ocultos entre las sombras del tupido follaje que nos envolvían y perfumaban deliciosamente el aire gratificante del entorno.
No era necesario que la luna transmitiera su luz ni que las estrellas, al unísono, parpadearan, nos bastaban nuestras miradas para alumbrar los senderos aquellos”...

“Desde el día que se fue, quedó en mi vida un tremendo vacío; lo disipo algunas veces, pero hay momentos que no puedo resistir pensar que fue para siempre cuando le dijo adiós a la vida. Antes, ¿cuántas veces nos dijimos adiós?, sabíamos que volveríamos a vernos y esa ilusión nos mantenía unidos. Nada me conformaba si no estaba a mi lado, me sentía solo, incómodo; como que su compañía formaba parte de mi vida. Son tantos los recuerdos que asaltan a mi mente. Aquella mirada suya de interrogante expresión, más parecía la párvula mirada de una criatura suplicante, atemorizada a causa de las dudas que nos obligan a pensar seriamente en lo que podría sucedernos si todo cambiaba negativamente. A veces le escuché decir cosas extrañas que no comprendía, hoy si las comprendo. Temía que nos sucediera lo peor, que la vida nos separara o la misma muerte, y que uno de los dos se viera solo.
No hay rincón donde ella no aparezca; y hay risas que las confundo con la suya. Por las noches, cuando tratan de reposar mis sienes sobre la mullida almohada, pensando en nosotros, cuántas veces vencido por el sueño, he dormido con el llanto y cuántas lágrimas habré bebido. Mas, creo que es aún más triste el despertar y no hallarle a mi lado. Entonces, mis primeras oraciones se las dedico y le pido a Dios, que si es cierto que me espera, que no se olvides de mí, si es que vamos a estar nuevamente juntos”.

“Y así me reincorporo, con esa esperanza, viendo transcurrir las horas e imaginándome su mirada, su voz, cada movimiento suyo. ¡Y si supiera lo feliz que fui con ella!

“Mi cansancio se torna en alegría; mi esperanza sigue siendo ella. También anoche mientras dormía estuvimos juntos, todo el tiempo nuestras manos enlazadas muy fuertemente, e íbamos en el sueño, caminando por un sendero muy singular, habían flores por doquiera, las más bellas, tanto, como las que jamás había visto; y las acariciaba con delicadeza y las miraba con su expresión noble, esa que no podía disimular. Siempre le ocurría cuando algo le cautivaba, por sutil que fuera, expresión que no se borra en mi mente; y de cuando me miraba… A ratos corríamos como dos chiquillos jugando con la maleza. Otras veces, se me iba de las manos como una silueta de humo y desaparecía, para hallarle más tarde sobre un pequeño montículo de tierra, con los brazos abiertos en ademán de súplica y su bonita sonrisa. Volvía a tenerle mientras durase el sueño; igual los dos de contentos, ajenos de la realidad; viviendo engañados y tan distantes a pesar de ello.
No hay rincón donde no aparezca. Si cierro los ojos le veo, tal y como era; escucho su voz y siento el calor de sus caricias. Es como si no se hubieras ido para siempre.
Cuando miro al cielo, entre las nubes le busco; y si es de noche, si hay estrellas, le busco igual entre ellas e intuyo que vigila cada uno de mis movimientos y sabe lo que pienso. Y cuando me ahoga el llanto contenido viene a calmar mi angustia y me alienta.
Todo cuanto me dice el corazón ella lo ha dictado, todo parece conformarle con tal de verme feliz. Es innegable que el amor que en vida me dio fue sincero, si no, no fuera así”

Tuve que interrumpirle, algo tenía que decirle, pero no hallaba las frases apropiadas, mi mutismo fue tal, que sólo acerté a decirle: Amigo mío, ¿te apetece una cervecita bien fría?, anda, acompáñame. Y, créeme, no sé qué decirte. Me imagino que de momento no hallas consuelo, pero cuenta con mi compañía. Luego vamos a casa para que conozcas a mi familia. No te voy a dejar solo mientras estés por aquí. Tenemos mucho tiempo para hablar. ¡Anímate hombre!


Celestino González Herreros
        celestinogh@teleline.es