31/5/08

La Paz, su bella ermita de San Amaro y el Valle...


Es cierto, cuando digo que entonces hubo un esplendor muy singular en los bellos rincones de nuestras Islas Canarias, en general y muy particularmente en nuestro Valle de La Orotava. Aunque lejos estén las vivencias, ellas se han perpetuado con la presencia de los perdurables recuerdos.

La Ermita, hoy acogedora Iglesia de San Amaro en La Urbanización de La Paz, antes estaba circundada por exuberantes y bien cuidadas plataneras y floridos árboles juntos a los impresionantes cipreses muy abundantes en esa privilegiada zona agrícola y, un tanto reservada, por lo que no era transitada habitualmente por cualquiera, a excepción de un núcleo determinado y de algunos extranjeros curiosos y celosos estudiosos traídos por los encantos de su entorno.

Su denominación transmitía acopio de ternuras, sugerencia de sosiego y tranquilidad, solo alterada con cierta armonía, cuando al caer la tarde cientos de aves de diferentes especies regresaban a sus nidos y sus gorjeos, arrullos e instintivos juegos, alegraban ese silencio a veces prodigioso de aquella tranquilidad sorprendente. Cada amanecer, ante que sonaran los clarines del alba los gallos ya correteaban entre la maleza y se oían desde los más apartados lugares el eco de sus viriles y alegres cantos. Los caminos cobraban vida, se animaban por la presencia de las hermosas vacas y becerras que eran llevadas por los gañanes de un lugar a otro en sus tareas campestres cada mañana. Y las bestias transportaban cestas repletas de verduras frescas y olorosos frutos tan abundantes en la época cuando el Valle reverdecía en toda su extensión; había agua por doquiera y hasta parece que sus gentes fueran diferentes, más amables y generosas. Cuando cualquier rincón canario era un vergel de inagotables recursos y bucólico esplendor. Estas consideraciones que me hago como glosa de una nostálgica adhesión en los tiempos que, según la evolución social nos están dado vivir, me incita a revelarme ante la evidencia...

Ante el ruinoso desastre perpetrado desde estos últimos decenios en el Valle de La Orotava, pienso que no habrá reposo en sus conciencias, ni descanso en nuestras protestas, todos hemos sido injustos con el patrimonio rural, hemos preferido la suntuosidad urbana imitando a las grandes ciudades turísticas, en detrimento de nuestras bellezas naturales. La verticalidad del suelo, en su vertiginoso ascenso, anuló la fértil fisonomía en nuestros campos y en nuestras costas mutilaron los románticos bajíos que tanto deleitaron a nuestros primeros visitantes, que esos sí, entendían de turismo ecológico y ambiental. Recordemos, cuantos estudiosos e insignes investigadores universalistas recalaban en nuestras costas con ilusión altruista y cuantos cientos de libros en el mundo entero hablan de las Islas Afortunadas... Esta fue la meta de algunos eruditos que me vienen a la memoria y, a los que debemos el más respetuoso homenaje... Hoy el turismo es otra cosa, pan para hoy y hambre para mañana, no lo olviden.

Se han quedado atrás otras épocas, que nunca han podido ser superadas por que el hombre se degrada paulatinamente, tornándose inconsciente e irresponsable ante sus propios hechos y cuando dispone de mejores recursos los desaprovecha deliberadamente buscando otros derroteros egoístas donde cebarse y sacar sus propios beneficios. Pero la dignidad de aquellos luchadores rurales, en el recuerdo de algunos de nosotros no muere.

La Paz y su Ermita de San Amaro, están hoy dentro de mi alma; qué extraña sensación al imaginarme los tranquilos lugares, desviando el pensamiento hacia el pasado, de aquella tierra fresca y sombreada por el verde platanar y los angostos senderos por el florido abundante de su exuberante flora... Los caminos que señalan mi exaltada imaginación, me llevan con atribulada inspiración a todos esos rincones idealizados, quizás si, pero amados hasta la saciedad, por ser ellos fuente evocadora e histórico pulso poético, de todo aquello que, "miserablemente" hemos destruido. Ya de nosotros, sólo quedan los recuerdos: lamentable sentencia que hemos de sufrir eternamente. Mi viejo y lindo Puerto de la Cruz, ¿qué hemos hecho contigo, cuántos jirones en tu piel ya existen?. Lo mismo digo de los demás municipios del Valle y todo su histórico entorno rural, indudablemente más afectados que la acogedora ciudad turística. Y se sostienen y alimentan esperanzas de ser cada vez más bellos sus atractivos pueblos. Sin olvidar que antes eran todo un vergel, eran un sueño, de irresistibles encantos.

Desde lo alto se extasiaba la vista contemplando la verde extensión del Valle y sus bellezas naturales, la alfombra de su epidermis reverdecida se deslizaba hasta llegar a la costa, desde los otros extremos de La Orotava y se prolongaba, pasando por Los Realejos, lamiendo montañas y costas, queriendo besar todo el cono norte de la isla. Dejaba ver sólo las profundas hendiduras de sus tranquilos barrancos de escabrosas paredes y pronunciadas pendientes, en cuyo silencio y allá, en sus peñas más altas, el águila y las demás rapaces vigilaban la actitud confiada de las sumisas especies que adormitaban bajo el sol abrasador entre las ramas de los hierbales...

Caí en la trampa de mis debilidades, una vez más, y atrapado entre los recuerdos siento como herida mía los zarpazos que hoy sufre el pelaje alborotado de mi pobre Valle..
Nunca tan cierta la locución verbal que dice: <> Sólo que, dentro de mí queda una rabia que no contengo, y quisiera alentar mi ánimo dando un grito que llegue a las conciencias de nuestros pueblos... ¡Por favor, piedad..! ¡Que no muera lo poco que ya nos queda...
Y en la paz y su Ermita, decir, que en ese sagrado recinto, a veces me he refugiado, y disfrutando esa tranquila sensación de aplomo que su recogimiento inspira, he oído mis íntimos lamentos respecto a los destrozos ecológicos que sufren nuestros pueblos y sus campos, al mismo tiempo he sentido la vergüenza de mi impotencia física ante tales atentados; todos visibles, que no se trata de una simple pesadilla, están ante nuestras impávidas miradas cuando va muriendo nuestro Valle, donde trabajaron aquellos viejos campesinos, entre sudor y lágrimas, para que hoy lo linchen despiadadamente como lo están haciendo... Y que valiente es mi Valle, que aún no muere, a pesar de todo el daño que cada día le hacen... Como si en las noches calladas las cálidas brisas le alentaran con sus reconfortantes caricias, ese mágico aliento que baja desde las Cañadas del Teide. Parece que intenta resistirse, pero no puede.

Puerto de la Cruz, a 07 de enero de 1995
Publicado en el Periódico EL DIA: 14.01.96

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