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Los abuelos de la presente generación, siguen siendo iguales que los abuelos de antes, ambos son personas que, con suerte, han superado diferentes etapas de la vida y a tiempo han sido sorprendidos con el advenimiento de los nietos, para ser integrados a la tierna y dulce realidad de su mundo. Luego la tierna juventud de ellos y sus nuevos conceptos de la vida: reciclados dentro de esquemas adoptados por convicción, que no herencia; y donde los "viejos" nada tenemos que hacer, porque no nos lo permiten. Lo nuestro es callar, ni un consejo, como era antes... Sin embargo, aquí estamos para consolarles si la vida les castiga o si no les salen bien las cosas. Somos el pañuelo de lágrimas de todos cuantos nos necesiten, siempre estamos dispuestos ayudarles si existen posibilidades para ello. La abuela recuerda etapas pasadas que son inolvidables, todas son imborrables, vivencias que afloran inexorablemente en el recuerdo, y sonríe con ternura desairando los sinsabores sufridos y las horas de insomnio velando el sueño del ser amado. Los niños "otra vez" recostados en su cálido regazo, percibiendo el ritmo cansado de su viejo corazón de madre, de eterna madre, acurrucándole con ademán protector y fraterno, con todas las delicadezas que representa y sus inalterables encantos, que no hay nada más bello y hermoso que una madre. Ella quiere lo mejor para su hijo, desde antes de venir al mundo y cuando comienza su andadura vital, desde entonces le está procurando los caminos menos escabrosos para que pueda algún día, seguir solo por los senderos de la vida sin necesidad de tanto amparo maternal que siempre lo tendrá... La buena madre nunca intercederá en la felicidad conyugal por propio egoísmo, ni perturbará la felicidad de la nueva pareja y los hijos, que son los verdaderos perdedores.
La abuela, y el viejo un poco más distante, con otras preocupaciones diferentes, hasta poder tener dedicación entera, así como se desviven por sus hijos del alma, sólo viven por condición natural, pendientes de la suerte de esos entrañables nietos, indefensos, a veces, y juguetes de la mala intención y egoísmo de la otra parte, cuando hay injerencias de terceros en la pareja, separación conyugal o diferencia marital, pues, asumen un difícil papel en los respectivos conflictos. Entienden que, aquellos que no cavilan dentro del raciocinio elemental, dañan la integridad conceptual de los hijos acerca de los padres, que repercutirá, en un próximo futuro en ambas partes. Los niños, difícilmente podrán ser engañados por los padres, cuando han superado un índice equidistante de su propia madurez infantil, llegando a ser justos jueces del destino de sus progenitores y de la suerte que han de vivir ellos mismos. ¡Cuidado con los niños!
Estoy contento de haber abordado este candente tema, que, afortunadamente, ya no es tan complejo. La sociedad actual está "mentalizada" después de haber sufrido muchos escarnios vergonzosos, tanto el hombre como la mujer. Y, los hijos están siempre en el triste plano de la justicia representativa, justicia tan fría como los sombríos atajos del escabroso camino que a tientas, en la lobreguez del miedo y las tenaces dudas, a punta de pié, hemos andado, sin hacer ruidos para no levantar el vuelo de la vergüenza, de la pena, más tarde casi siempre injustificada.
Hoy día, cuando las madres pueden acceder a un puesto de trabajo, existen razones infundadas de descontentos por parte de algunos esposos egoístas.
Hay una cosa que es muy cierta: cuidado con los hijos pequeños, que muchos de ellos se dan cuenta del dramático proceso del distanciamiento familiar entre los conjugues y saben valorar las distintas conductas; y no se dejan embaucar con falsas atenciones, regalos inútiles, ofrendas y fiestas, que saben, sólo buscan conquistar a la pobre víctima, al inocente que mañana no va a perdonar.
Hay, para todos los problemas conyugales, soluciones aceptables, altruistas - si se quiere la expresión- y convencionales. Pero ante todo, debe prevalecer el respeto a esas indefensas criaturas, que son los hijos, ya que por poca edad que tengan se dan cuenta de todo y sufren las desavenencias entre los adultos. Suerte si existen los abuelos. Si los padres reparan en el respeto mutuo que se deben, si aceptan con valor, después de meditarlo concienzudamente, la evidencia de sus propios problemas, si llegan a entenderlo con la razón que asiste a los civilizados, con esa suerte irían mejor las cosas. Hombres y mujeres, una vez liberados de los equivocados lazos que les unen, a través del divorcio, vuelven a ser libres - ante los hombres, no ante Dios- y pueden conservar, asimismo, el amor de los hijos, como si nada hubiera pasado, sólo que hubieron divergencias conyugales, etc. y a ellos, eso, poco les va a importar., si se ha mantenido el respeto mutuo, la consideración personal y el maravilloso cariño hacia esas criaturas que la esposa trajo al mundo, muchas veces con riesgo de su propia vida si las cosas no vienen bien. Nadie tiene derecho a romper lo que el amor y Dios unió para siempre con los lazos del matrimonio. A mí, personalmente, me cuesta entenderlo, pero ahí está. Yo diría: ¡No permitan que terceras personas vilmente intervengan para destruir vuestra joven familia, nunca más va a ser igual; y el arrepentimiento llega un día u otro! Mejor es pensarlo bien y oír al propio corazón, ser justos con uno mismo y los demás, ver dónde está el fallo y solventar los problemas de la intimidad sin hacer partícipes de ellos a nadie más, solamente a la conciencia de cada cual.
Celestino González Herreros
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