30/10/08

Desenganchado el vagón del mal el tren marcha mejor...


-Escuchar al subconsciente fue mi acierto, no entendía nada hasta entonces, todas esas cosas que van sucediendo a nuestro alrededor y a las que, muchas de ellas, no les hallamos sentido. Confuso atravesé el umbral de mis dudas dejando atrás lo incomprensible, lo vago... ¡Todo era trivial, insustancial, hueco y sin dimensión alguna!-

-Al escuchar esa voz interior, como salida desde la tumba de mi conciencia, detuve con suerte la marcha de tantas y estériles meditaciones para fijar mi atención al hacer un detenido análisis de todo aquello que me estaba ocurriendo. Y oí los consejos implacables de la razón, había que elegir otro camino, ya que, por el que iba no hallaría la salida, estaba viviendo un laberinto emocional, estaba atrapado y hubiera sido definitivamente fatal seguir por esos derroteros.-

-Desde entonces he alimentado la esperanza de haber sabido elegir por donde hoy voy, y me consuela decir que soy feliz en gran medida, aún reconociendo que nadie lo es del todo. Veo muy lejos de mí, aquellos momentos de desazón y desconsuelos, de aquel aislamiento obligado, como si estuviera incomunicado e interponiéndose otra voluntad que no fuera la mía, entre la realidad y el miedo.-

Pero bueno, lo importante es que estás cambiadísimo, ¿quién iba a decírmelo? Si no lo veo no lo creo. Has vencido muchacho, te lo garantizo. No puede ser de otra forma, has logrado desterrar al enemigo infernal que tanto daño te hacía y que no respetó el terrible dolor que también causó a tus familiares y tantos buenos amigos que tienes. Ayer lo supe por tus padres y vine cuanto antes pude a verte. La verdad es que me alegro, ya sabes que yo les aprecio mucho y que te conozco desde cuando eras un mocoso.

Las amistades hay que saber escogerlas. Nadie es más tonto que aquel que se hace pasar por tonto; ese cae fácilmente. La calle está llena de "golfos" ¡Ay, si pudiéramos acabar con todos ellos! Luego, también están los "grandes", ellos ocultos en sus lujosas madrigueras, tirando la piedra y escondiendo la mano, se aprovechan de la parte débil de nuestra juventud harto desorientada, sin trabajo, ni perspectivas que les den la esperanza incentivadota, a corto o largo plazo que sea, de hallar la solución de sus más elementales aspiraciones, saber que serán atendidas (sin tantas demoras) sobre sus futuros, de alguna manera. No, no estoy justificando la conducta equivocada y lamentable de esos desalmados sin escrúpulos, que por un puñado de pesetas están asesinando a tantas criaturas cada día, eso nunca. Bueno sería buscar entre todos la solución a tantísimos problemas que sufre la Sociedad y que no habrá Gobierno capaz de superarlos mientras no exista trabajo para todos y para las siguientes generaciones: "cultura", desde el ceno de las familias, los colegios y las distintas Administraciones jurídicas, políticas y sociales. Es trabajo de todos, si no nada positivo se conseguirá, la vida será un desastre.

Pero bueno, esperemos que tú no vuelvas a caer, podría costarte la vida, tenlo siempre presente. Búscate una ocupación, y si no la hay la inventas. Lo importante es, que no vuelvas a las andadas, no caer en las redes del mal...

Como quien ve desenganchado el vagón, que se aleja con su inercia del fantástico tren de la vida, donde va el enemigo aterrador de la droga y se aleja, en sentido opuesto, como una pesadilla y para siempre...

¿Qué queda entre la vida y la muerte?


A veces cavilo en mis vagas ausencias empíreas, pensando que voy ascendiendo desde la hondonada, ladera arriba, hacia la frondosa paz de mi valle, que voy en busca de aquellos tiernos resquicios que tanto sustentaron las bellas ilusiones que tanto alentaron a mi joven vida. Desdeñando estoy el mundanal ruido de las grandes concentraciones, las ciudades colapsadas. Hoy todo parece distinto, en estos instantes la fuente generosa de mi inspiración me lo dice, hubo algo difícil de conseguir hoy, serán los años o será que estamos algo desplazados de nuestro mundo ideológico, de nuestras formas y aquellos esquemas sociales tan añorados, no sólo por mí, son muchos los nostálgicos…

En aquella discrecional reserva de viejas tradiciones y aquel modo vivendis al que estábamos tan acostumbrados cuidamos siempre nuestros principios cívicos y aquel concepto nato de nuestra solidaridad y respeto hacia nuestros semejantes. Nunca fue una condición obligada, sabíamos elegir sin dañar nuestros prioritarios principios, en ese añorado mundo suelo refugiarme, hoy como ayer, ocultándome en las sombras quiméricas del pasado; quiero ser ignorado, también, por mis propias fuerzas, escapar de mi mismo y perderme en el ancho espacio de la lejanía. Ocultarme en la oscura maleza de mi campo espiritual. Ladera arriba, desde la cumbre de mis sueños, hacia la sombría angostura, buscando a mi dulce compañera: la eterna soledad...

Y al despertar, no es malo, sentir en los labios el dulce y suave roce de la brisa mañanera; y el aire matinal bañando a los sentidos y llenando a los pulmones de vida natural. Sí, doy gracias a Dios por tanto bien recibido, no le pediré más, y rogaré, eso sí, que no me quite lo que me ha dado. Es cuando pienso en los demás. Y me entristece saber los desconsuelos que sufren aquellos que no tienen ni eso, mi fiel vocación.
Hago acopio de mis excentricidades y un somero resumen de mis pesares, porque, ¿quién no sufre en esta vida, decepciones, desengaños o traiciones?.. ¿Quién no conoce el lado cruel de su destino? ¿Y, quién no ha tenido que resignarse tristemente ante lo evidente?

Antes de salir afuera, asomado en la ventana, mirando hacia la alameda, recreé la vista pasándola sobre los rojos geranios y el esbelto palmeral perfectamente alineado en dirección al Campo Santo y hacia el sorprendente litoral, Castillo San Felipe y la monumental Playa Jardín. Capté el silencio del aire yodado y el grato aroma salitroso que llega desde la orilla marinera. Y pensé, viendo hacia abajo: ¡Qué solos deben sentirse nuestros muertos, en su lugar santo, algunas veces!.. ¡La eterna soledad!.. Abismo sepulcral entre la vida y la muerte. Silencio y sueño eterno...

Como un pasaje onírico vi la ciudad desierta, anduve caminando hasta llegar al muelle pesquero, no vi a nadie conocido durante el trayecto, muchos turistas si, cual río humano, como ilusas marionetas gesticulando entre ellos mismos, con sus propios lenguajes y modo de pensar y sin advertir mi presencia... Tuvo que haber sido un sueño, de otra manera no sabría explicar mi confusión... Dios mío, también, a veces, qué solos nos sentimos los vivos.

¿Por qué en los sueños se ama distinto? ¿Por qué son más tiernas las caricias en esa dimensión onírica? ¿Y las palabras? Mudas son, aunque las articulemos con énfasis y ternura. ¿Porqué son tan lentos los besos, interminables?.. En los sueños, ¿porqué somos tan espontáneos y sinceros?, ¿porqué lo damos todo?, a veces sin esperar nada a cambio. ¿Cuál es el profundo misterio de ese silencio angustioso y a la vez delicioso, donde el amor se siente distinto?

Son dos mundos diferentes y entre ambos el silencio se hace infinito, infranqueable hasta el punto más remoto. Es como el eco de una voz que se hace imperceptible en la distancia... Entre lo uno y lo otro, entre la vida y la muerte, todo es desierto, sólo en esa fría magnitud caben los sueños y los mágicos recuerdos, a través de la evocación más íntima: el mundo de los sueños e intuiciones espirituales.

21/10/08

Como en los viejos tiempos


Alineados en el suelo esperaban los bultos, a que fuera la hora de la partida. Antes debía llegar el grupo de amigos, según lo convenido y al lugar que se divisaba desde una de mis ventanas. Lukas yacía echado ante la puerta que conduce a la calle, yo como siempre, dando vueltas y más vueltas para dejarlo todo en orden.

Eran las seis de la mañana cuando me percaté de que habían llegado. Sin demorar un instante más, recogí mi morral, la garrafita con agua, un par de bolsas más y acompañado de Lukas, mi inseparable cocker, sigilosamente abrí la puerta. Ya en la calle, en sendos coches, nos distribuimos para ir lo más cómodos posible y enfilamos la ruta desde el Puerto de la Cruz, en la dirección acordada. Para darle más esplendor al viaje decidimos desechar la autopista del Norte y nos fuimos, aún con las luces de los coches encendidas, por toda la carretera vieja. El Botánico, Barranco La Arena, San Pablo, Cuesta de la Villa, Santa Ursula, La Victoria de Acentejo, La Matanza de Acentejo, etc. El aire era fresco en esas horas de la mañana, aún no había despertado el alba, y sin embargo, los caminos estaban animados. Claro, había coches circulando en ambos sentidos; mas, con deleite, pude comprobar lo atractivo del momento. En determinados lugares y en los márgenes del camino, se veía, también en ambos sentidos, carretas tiradas por bueyes que transportaban la hoja del maíz; otras, llevaban pinochas o hierbales para el ganado. Y las hermosas bestias cargando los olorosos frutos del campo y la verdura fresca... Me sentía tan halagado y complacido, que, emocionado paré el coche e hice señales al resto del grupo para poner pie en tierra y gozar del singular momento charlando con las gentes de nuestro campo que animosamente nos saludaban; e incentivados por el grato ambiente, decidimos entrar en una ventita alumbrada por un par de antiguos artilugios de carburo, a la vieja usanza y allí pedimos, a pesar de lo prematuro de la hora, un poco de vino, queso de cabra, pan del día anterior y para quién apeteciera rosquetes del lugar. Con esas mismas personas hablamos del campo y ellos comentaban lo de la influencia absorbente del turismo en las ciudades, con el consiguiente abandono de la tierra por los muchachos de hoy, ese éxodo preocupante que trata de buscar nuevos horizontes llamados por la codicia y el bienestar, sin darse cuenta que podrían perder una cosa y la otra, que la tierra es firme y generosa si se la trata con amor y sacrificio, también con inteligencia. Lo del turismo es cuestión de prepararse bien, yendo a Escuelas especializadas a tal efecto. Ahora es solo una ocasión que tiene alas, como las aves de paso, hoy se da bien aquí, mañana no sabemos. Puede surgir un mañana difícil para esa rica fuente de trabajo. Pienso que la tierra es un don de la Naturaleza, es la verdadera promesa de la vida hasta el final de nuestros días, nos dará cobijo y alimentos y será la cuna perdurable de todos nuestros sueños, donde descansarán para siempre nuestros huesos, que aunque sean materia muerta están ahí abrigados por esa noble masa señalando nuestro paso por la vida...

Embebidos estuvimos, en la grata compañía y la sana alegría de esa gente noble del campo, que al expresarse transmitían confianza, la sensación de ser amigos de siempre: de estar entre familia celebrando un feliz encuentro. Y es que no se puede saborear "lo nuestro" sin detenernos en ese ambiente, aunque sea sólo por un momento. Gastamos media hora en la acertada parada y aprendimos la lesión más hermosa de esa grata mañana ya aclarada por el celestial lucero del alba, que ascendía a través de las montañas saludando con su espléndida presencia, cuando acababa de correrse el gris velo de la madrugada, anunciándonos el nuevo día...

A las once de la mañana todavía estábamos de jarana según entrábamos en los pueblos, donde también hacíamos compras de frutos frescos y secos y verduras, para recogerlos al regreso y mientras tanto, pues, comíamos algunas truchas rellenas de mermelada de membrillos o de dulce de batatas. Hablando con nuestra encantadora gente del campo a los cuales envidiaba en esos gratos momentos, me sentía influenciado por sus costumbres, por su forma de ver la vida, tanto, que llegué a desear ser uno de ellos y olvidar tantos perjuicios y estúpidas limitaciones que nos impone nuestra confusa sociedad. Llegué a sentirme tan a gusto y relajado que no deseaba otra cosa que continuar entre ellos, sin ir más lejos. Pero lo hermoso era, que si seguías adelante ocurría lo mismo, todo era igual de hermoso... Lástima, cuando uno sale así, con el tiempo programado, sin opción para cambiar los esquemas acordados y tienes que dejarlo por imperativos de orden... Luego surge la promesa que no vamos a cumplir, cuando decimos que hay que repetir y de que entonces será por más tiempo, etc. etc.

Después de tanto deambular de un lugar a otro, decidimos llegar hasta el impresionante y bello Monte de La Esperanza y dijimos de terminar la última comida del presente día allí. Fueron momentos inolvidables.

Llegamos hasta el verde y soberbio monte ya entrada la tarde, aunque la bruma baja aún no había hecho acto de presencia y, aunque el Sol declinaba hacia su inmediato poniente, pensé que era el momento justo de extender el arrugado mantel sobre la fresca hierba, y, sacamos lo que habíamos llevado o lo que ya quedaba de ello y lo fuimos depositando sobre la estampada tela, en cuyo centro coloqué la garrafa de vino que compramos en La Matanza de Acentejo. La comida toda fue en frío, no hicimos fuego, no fue necesario. Ya lo habíamos acordado antes de organizarnos para gozar este día, siempre ante el temor y el propio riesgo que ello podría suponer en el monte si hacíamos fuego para calentar... Con el vino y nuestras vitales energías sobraban calorías. Fue un rato delicioso el que vivimos, a los postres siguieron los chistes salpicados de sano humor y alguna que otra balada... Cogidos de las manos, algún matrimonio se alejaba un poco, muy caramelizados y se perdían entre el ramaje espeso de la frondosa vegetación. Y yo acariciaba la cabeza de mi perro, sintiéndome algo melancólico, y mi mente también se alejaba por derroteros diferentes, perdiéndome en la maleza y sin saber a dónde iba, sólo buscaba distanciarme hasta llegar a un pasado ya lejano que me hablaba de otros momentos vividos con la tierna y espléndida lucidez de la juventud, en aquellos años apasionados, llenos de fantasías y clamores incontenibles... Y sólo hallé las sombras de mis sueños en la espesura del bosque, sin escuchar apenas un eco... estaban muy lejos, en los recuerdos, en el tiempo y la distancia. Mas, tuve que conformarme acariciando nuevamente al perro que insistentemente me miraba y con expresión triste parpadeaba viéndome tan callado... Así estuve un buen rato, hasta despertar envuelto en el jolgorio y la natural algarabía que entre los demás habían organizado, la que armaban los amigos mientras se disponían a recoger las cosas y "dejar todo limpio" como lo habíamos encontrado al llegar a ese entrañable y paradisiaco lugar... Haciendo un razonable esfuerzo me sobrepuse imitando a los demás, todo el mundo felices y contentos... No había otra opción que fingir que estaba del todo alegre, obviando la identidad de aquel pasado que en mí no muere...

16/10/08

HA FALLECIDO EN EL PUERTO DE LA CRUZ UN HOMBRE BUENO (Luís Francisco González Herreros)

A veces sorprende la capacidad solidaria de las personas de bien y hasta donde llega.

Uno no alcanza a saberlo hasta que te sientes disminuido, atravesando un doloroso trance, como es, perder a un ser muy querido, que se lo van a llevar, aún presente y sin vida su cuerpo. Cuando adivinan el dolor que sentimos se vuelcan para darnos su cariño, su sentida condolencia, su sano afecto antes oculto o ignorado todo el tiempo y que se descubre al vernos abatidos por la desesperación, angustiados, presos del dolor, de cansancio… Ese vuelco emocionado de las personas que se acercan a acompañarnos y que quieren darle el último adiós al finado, es cuando se confirma la evidente realidad… ¡Quien siembra amor sólo recoge amor!

Y en consecuencia, toda nuestra familia, no sabemos cómo agradecer a esas buenas personas que pudieron acercarse a despedir a mi hermano Luís Francisco, que lo hicieran tan cariñosamente rogando por su eterno descanso, la paz de su alma.

A pesar del dolor que nos embargaba en esos tristes momentos, al menos yo, aquello para mí fue, aparte de una sentida manifestación de duelo, también un exponente más de sensibilidad humana y ante todo, de fe cristiana. Todos estábamos unidos en lo divino, implorando en silencio compasivo y amor con nuestro hermano Luís, hermano de sus amigos y amigo de sus hermanos. Luego al concluir la santa Misa de corpóreo in sepulto, celebrada en la Parroquia de la Virgen de los Dolores, apenas habíamos traspuesto la puerta principal hacia la Plaza, aquella suelta de palomas y “su alma” entre ellas, en armonía volaron hasta remontar el vuelo y ya no verles más. Aquel momento fue impresionante y a la vez, la más expresiva realidad. Alcanzó su alma las Alturas rumbo fijo le acompañaron y le dejaron a la diestra de Dios Padre, donde otros tantos familiares y amigos le esperaban.

Luís era un hombre tranquilo, respetuoso con los demás, escurridizo, noble y consecuente. El estaba conforme con su destino y lo único que ambicionó siempre fue ver a las gentes felices, no tenía enemigos.

Su óbito fue súbito; y hasta pacífico, no molesto a nadie. Según vivió, así murió, sin hacer aspavientos, sin proferir queja alguna, cumpliendo su destino acá, en este convulsionado mundo, con ilusión callada, sin querer sobresalir en nada, pero si, convencido de que una vida le debía a Dios y renunció a esta porque así tenía que ser… Sabemos que nacimos para esto, para algún día buscar a Dios donde con amor nos espera.

Gracias a cuantos nos acompañaron en las dos Misas de duelo que se oficiaron, el lunes y el martes siguiente, la primera, otra vez en la Parroquia de la Virgen de los Dolores y el martes en la Iglesia Nuestra Señora de la Peña de Francia, con gran asistencia de fieles en prueba de solidaridad y amor por el finado y familiares, gracias, de corazón.

¡Lo que no sabía él, era el dolor que nos iba a dejar, porque todos le queríamos mucho!


Celestino González Herreros

2/10/08

Vida y obra de un médico ejemplar

Ya recuperado del duro golpe que supuso la trágica noticia de la muerte del paisano y amigo de todos, del doctor FELIPE HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ, en Barquisimeto (Venezuela); o al menos, al sentirme en condiciones optimas, para poder hacer de él una semblanza personal, comenzaré certificando que fue una gran persona y mejor médico, hijo natural de Puerto de la Cruz, amante de su pueblo marinero y su singular gente.

A grosso modo, tal y como prometí hacerlo, les voy a dar a conocer una ínfima parte de su vida y obra, algo elemental, porque la suya es muy fructífera y grande, tan dilatada que no habría espacio suficiente para narrarla. Así, pues, para no extenderme mucho, por imperativo de espacio, en esta ocasión glosaré lo más brevemente posible.

Allá quedó su desconsolada esposa, también hija de Puerto de la Cruz, rezando por él. Lo único que ya podemos hacer.
Ella vivió muchos años en la antigua casa de la Real Aduana, con sus padres y hermanos.

Felipe trabajó en Venezuela el resto de su vida, unos cincuenta años, en el Estado Lara, como Médico Jefe del Servicio Dermatológico del Estado. División de Lepra. Cosechando multitud de premios, condecoraciones e importantes homenajes en el trascurso de su ejercicio profesional y por los Trabajos Médicos, a nivel nacional y para el Exterior. Todo un bagaje profesional que ya está archivado en las ilustres páginas de la medicina nacional de la República.

Primero aquí, en su pueblo natal, pese al acoso político de que fue objeto sin consideración alguna, hasta por sus propios compañeros de profesión, pero ya eso pasó... Y tendrían que haberle visto trabajando, cómo se desvivía por sus enfermos y familiares, donde quiera que estuviere. Primero aquí, luego estuvo trabajando un par de años en una Naviera italiana, como médico y luego emigró a Venezuela. No voy a entrar en detalles, por ahora, sólo decir que donde más le han llorado ha sido allá, en ese país que le brindó la más hermosa oportunidad de su vida, trabajar libremente la medicina, entregándose a ella con devoción y el máximo respeto hacia sus enfermos. Pacientes que siempre les consideró la razón de su vida; y lo digo con conocimiento de causa, pues tuve la suerte de haber trabajado con su Equipo unos ocho años ininterrumpidos, los más felices de mi vida... Y puedo asegurarles que cada día que vivía tenía en sus labios al Puerto de la Cruz y en sus pensamientos. Y lo expresaba con la palabra más elocuente, como nadie creo pueda pronunciarse. Sus protagonistas más íntimos, cuando recurría a los recuerdos y que nombraba más en sus cuentos y narraciones eran nuestros pescadores y sus familiares, la gente de la mar, a quienes ayudó siempre que solicitaran sus servicios profesionales.

Y hoy me dicen en la calle, aquellas personas mayores que le trataron como médico y como amigo, cuánto lamentan su perdida. Muchos de ellos me narran sus experiencias con él y, verdaderamente, son expresiones emotivas, tanto que te marcan el corazón para siempre.

Como amigos de él, sólo les pido a esas personas tan agradecidas de su trato profesional y su conducta ejemplar, que se acuerden alguna vez,, de elevarle a Dios, una sentida oración por el eterno descanso de su alma, que él desde donde esté ahora, lo va agradecer y rogará por todos nosotros.

Falleció el día 29 de agosto de este año, 2.008, a la edad de 84 años, en Barquisimeto (Venezuela). Se le ofrendó una Misa el jueves día 4 a las siete de la tarde p.m., en la parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia, a la que asistió gran número de fieles.

Qué rápido se trunca una vida, apenas da tiempo de organizar el cortejo fúnebre, ni prender las cuatro velas... Todo acontece con precipìtación, las prisas crecen cuando de la muerte se trata. A veces ni tenemos tiempo de oír pronunciar el último deseo, sólo queda en los labios la mueca apagada de la despedida y la mirada ausente...

Las hojas de las ventanas cerradas, apenas dejan llegar la luz al lecho del dolor y el aire se hace irrespirable. ¿Por cual entresijo habrá escapado el alma si todo estaba cerrado? Dios está en todas partes, sin vallas ni fronteras que le detengan; y así es el alma, traspone todos los umbrales... Y con el alma, nuestro querido amigo Felipe se nos fue. Que él era todo alma. Acá sólo dejó su despojo y los recuerdos. También a su desconsolada familia, sus conocidos y sus amigos. Partió con él, sus buenas acciones, sus humanos sentimientos. ¡Hermoso bagaje! Valioso tesoro andante ya que a la vez se dejaba querer. Elevó su vuelo en busca de nuevos enfermos para ayudarles a soportar y mitigar sus dolencias. Se fue, posiblemente, donde se fueron quienes como él, aquí, en este polémico mundo, dejaron mejores ejemplos de amor y solidaridad humana.

26/9/08

La taberna de los nostálgicos


La lisonjera bulla se acentúa, cada cual a su aire, progresivamente elevando el tono de su voz y así se tornan colectivos los ánimos dentro de la taberna. Una forma muy particular de las gentes de “costa”, como si al hablar quisieran anular el concierto habitual de los distintos fenómenos marinos junto al rugir de las olas… Era evidente que estaba rodeado de marinos y pescadores, gente de a pié todos ellos.

Aún quedan lugares en Puerto de la Cruz que no han perdido el sabor marinero que en realidad les caracteriza y les distingue en muchas de sus manifestaciones sociales. Ciudad moderna como pocas, con infraestructuras envidiables y atractivos turísticos por doquiera, que progresa a un ritmo reposado y eficaz. Pero lo nuestro, en cualquier lugar y momento nos sorprende cuando menos lo esperamos, es nuestra identidad que nunca muere.

Mientras escribo, con una cuartita de vino tinto del norte de Tenerife, delante, me acuerdo de todos aquellos hijos de este lugar que por imperativos de la vida, muy justificables algunos, otros porque eligieron la aventura de cambiar de aires y emigraron, se que nunca olvidan sus raíces y todo aquello que dejaron atrás, sé que tienen el corazón dividido y que sus pensamientos vuelan, a veces, buscando a través de ese hilo conductor de los recuerdos, caminar por los amados lugares, detenerse en determinados rincones y rendir emocionado afecto, homenaje nostálgico y evocador a esos motivos tan entrañables. Cuando estamos lejos de lo nuestro, necesariamente, también el subconsciente se nos divide, estamos allá y a la vez estamos acá, reviviendo viejos momentos, tan añorados... O estamos haciendo cálculos, pensando siempre en aquel día que Dios nos permita volver y poder estar, ante todo, con los seres queridos. Mas, curiosamente, todos los buenos deseos, casi siempre se cumplen. Y más curioso aún, cuando hayamos regresado, al poco tiempo contamos las horas pensando en el día, ahora a la inversa, que podamos volver a emigrar o simplemente viajar al lugar de donde hayamos venido, donde habremos dejado una buena parte de nuestro aventurero corazón.

Se supone que no hay palabras que definan exactamente el verdadero sentido del amor, que sólo hay alientos entrecortados, largos suspiros y a veces, el dolor más profundo, cuando ese amor nunca fue correspondido. Que no hay palabras ni elocuencia poética alguna que sea capaz de aliviar ese dolor que tanto daña interiormente, ni egos valientes que puedan disimular esa tragedia, esa huella en el corazón, aunque el curso del tiempo parezca borrarlo todo. Que donde hubo siempre queda y las lágrimas del desamor van por dentro, ocultas para que no las vea nadie. Se que a veces, nos delatamos sin poder evitarlo cuando las fuerzas flaquean ante la misma evidencia, cuando los sentimientos se encuentran, cuando las miradas se cruzan y se buscan y aunque no se pronuncien esas prohibidas palabras de amor, los pulsos se agitan y se siente más fuerte el dolor…

Nuestro Puerto de la Cruz nos dice tanto, si atendemos los diversos mensajes de sus nostálgicos silencios, si nos detenemos ante tanta expectación y sus abundantes posibilidades, si andamos al paso de sus cadencias y generosidades… El Puerto de la Cruz, todo el es un mensaje de amor en sus diversas manifestaciones. No existe un momento en mi vida que deje de darle gracias a Dios por estar aquí, inmerso en este embrujo influyente que me obliga hablar como me expreso, reconociendo que no hay lugar como este, donde nací y estoy viviendo, ni gente mejor. Y aunque estuviera ausente, lejos de todo esto, iba a sentir siempre igual e iba amarle como le estoy amando.

La bulla en este concurrido lugar persiste, ayuda a que uno pueda aislarse para escribir y poder expresar los pensamientos con deleite.

Ya acabé la cuarta de vino, un vasito más y ya me voy, quiero ser puntual a la cita…

Adivino que las palabras, a veces, sobran, que la imaginación las suple en la evocación, cuando deseamos sentir el calor de la cercanía, de las manos que acarician y el silencio que confiesa la misma lealtad con que se sueña sin dejar secuelas, ni testimonio alguno, sin arañazos, sin huellas delatoras, ni humedad de las lágrimas que ellas solas brotan. Las palabras, creo que nunca hablan por si solas, que están supeditadas al convencionalismo y a la moderación de la sociedad que compartimos.

El lugar no importa, desde donde haya salido tanta inspiración, lo que en realidad cuenta es la intención con que se envían estos mensajes a los seres queridos, máxime si están lejos de nuestro terruño amado. Lo realmente valioso en esta y demás ocasiones, es la sinceridad con que se dicen los argumentos sin romper jamás el encanto de la comunicación. Gracias por estar ahí, escuchándome a través de este medio. Diría más, imaginándome tal y como soy: un sentimental incorregible, nada engreído y lo más humilde que nadie pueda sospechar. Generoso cuando halla apoyo, comprensión y cariño en los demás.

¡Cómo suceden las cosas en la vida, y el hombre, cómo cambia su forma de ser, sus sentimientos!.. ¡Cómo se va haciendo mejor persona a medida que entra en años y cómo acaba siendo ejemplar ante los demás aunque haya sido peor!.. Y es que la vida es así, una callada escuela que al cabo del tiempo nos va moldeando y corrigiéndonos, haciéndonos más aceptables. La vida siempre ha sido leal consejera, siempre nos ha brindado la oportunidad de poder llegar a ser felices y si en algunos casos no ha sido así, no le culpemos, habremos sido nosotros los desleales por no haber tenido confianza en nosotros mismo.

Eternamente felices


La enorme capacidad del ser humano, que nos permite volver al pasado de nuestra vida sentimental, hace que el mensaje traiga consigo todos los elementos aquellos que nos motivaron sin perder ellos la calidez o crudeza del momento. Somos capaces de sufrir con la misma intensidad, cualquier desengaño, o el haber vivido cualquier tragedia o desventura, al despertar esos recuerdos… La evocación nos permite detener el tiempo y recorrer el camino antes andado, como si al comienzo del mismo nos esperaran los acontecimientos que ayer nos movieron. Aún se mantienen vivas las lozanas flores que juntos sembramos a cada lado de esa ruta idealizada, como las gardenias del amor… Aún el perfume de las mismas consigue embriagarme hasta tenerle a mi lado radiante de felicidad, ofreciéndome sus manos que pronto alcanzo para abrazarle de nuevo.

Cualquier edad nos permite soñar, sólo necesitamos la complicidad del silencio o la misma soledad que nos aparte de la realidad, sin llegar a despreciarla, mientras nos quede camino por recorrer.

Los claros de Luna, también son cómplices de esas emotivas fantasías y embelesos, cuando su luz asoma y cae sobre los transparentes senderos del fantástico trecho a seguir y borran las sombras de las mágicas noches de la dulce evocación, donde volvemos hallarles, siempre esplendorosas y frágiles como las rosas del huerto de aquellas ilusiones.

Poder imaginarnos con todo sigilo, los pasos del ser amado pisando el amplio cobertizo y oír que sus tímidas pisadas se nos acercan, inquietan el ritmo del corazón; y oír la voz, más lejos o más cerca, musitando palabras de amor, llamándonos con la cadencia acostumbrada; y oír la risa que llena todo el espacio hogareño, nos llena el alma de consuelo, pese a la nostálgica verdad, como en los sueños… Despertamos sonrientes, aunque quede el corazón oprimido. Pero hemos sido felices y volveremos a serlo cuantas veces se nos antoje o sintamos necesidad de ello. Los ratos amargos son menos afortunados, acabamos desechándolos sin que hayamos probado la hiel de sus encuentros en el marco onírico de tan deseadas apariciones.

La felicidad hay que buscarla, de la forma que sea, unos evocando los recuerdos, otros en un nuevo amor, los que más olvidando el pasado; y algunos, esperando que todo acabe, con la ilusión del más allá. La gran promesa del Creador. Pero ello requiere sacrificios que no debemos obviar. Esperar sí, pero preparados para el Encuentro Divino, sin la menor preocupación, estando en bien con nosotros mismos y con nuestros semejantes, como preludio de la eterna felicidad. Hallándonos nuevamente entre tantos seres queridos que se nos han ido… ¡Eternamente felices!

Pienso que ese será nuestro verdadero destino, lo que presiento sin riesgo a equivocarme.

Ahora mismo te siento tan cerca

Mi mundo, ¡qué pequeño es de un extremo a otro! A mis cansados ojos nada se le escapa, por doquiera te veo hasta extasiarme, todo está a mi alcance; y siento tu aliento donde quiera que te halles… Todos los senderos son iguales. Y cuando cae la lluvia, con los pequeños arroyuelos que se forman en el árido pavimento, con ellos suelo jugar distraídamente y te veo igual si miro sus aguas cristalinas, sonriéndome; y tu voz navega con la suave brisa que va y viene de un extremo a otro. Mi mundo sin ti cabe en mis temblorosas manos y bebo como agua fresca la miel de tus besos hasta saciar la sed de mis labios.

No sé si mis caricias te llegan, yo si siento el calor de tu cuerpo si te aproximas a mí y en tus ojos veo, como la luz del cielo, un fulgor de luminarias que no se apagan, sólo parpadean, o el tenue resplandor de cada nueva aurora que asomara a este mundo mío de fantasías y añoranzas, donde vivo y te busco cada noche, cada día… Donde nada ni nadie turba mi prolongado sueño todo el tiempo, sin tregua alguna. Tan largo es mi letargo que no sé de las horas que van pasando. Todo está a oscura y sólo veo la luz de tus ojos y oigo tu voz llamándome desde la distancia que nos separa.

Los senderos más escabrosos son aquellos donde quedaron sepultadas las desafortunadas vivencias del desamor, en esas sendas ocultas quedaron para siempre las ilusiones rotas, yermas en el más absoluto olvido. Sólo recuerdo los momentos felices que el destino nos deparó y los conservo con devoción infinita, de tal forma, que he llegado a vivirlos nuevamente a solas al evocarte. Rayito de luz, dulce melodía de mis sueños, en mi mundo tú vives en mí, sin pretender profanar la paz de tu distanciamiento… Ahora mismo te siento tan cerca. Mira como se me pone la piel, cómo late mi corazón, cómo al cerrar los ojos te veo mejor y puedo ir a tu encuentro…

Amor, ¿acaso no oyes mi voz, cuando te llamo, aunque te lleve dentro de mí? Sólo puedo soñarte, delirante, apasionadamente y en silencio, para no turbar la paz que nos une cada instante de mi vida. Soñarte desde este pequeño mundo que alberga mi corazón sin cerrojos, donde puedas ser libre a pesar de ser mi prisionera, donde tu libertad te permita estar siempre conmigo, recorriendo aquellos hermosos caminos que en mi mente atesoran los recuerdos de tantas horas vividas juntos… Libre como mis pensamientos, como la cálida brisa que tantas veces nos acarició y que ya sólo percibo en mis sueños de amor cuando estás a mi lado.

A veces siento que ya, más no puedo quererte y he llegado a pensar, que en nuestro pequeño y onírico mundo soy más feliz teniéndote así, siempre acompañándonos, sin descuidarnos. Hallándonos más cerca de Dios en cada mirada… En cada amorosa caricia. Diciéndonos tiernas palabras de amor en silencio, con nuestras miradas…

6/9/08

Luces y sombras en mi agónico Valle


Me había absorbido el silencio de la noche; por momentos llegué a sentirme cómplice de los duendes nostálgicos que deambulaban sentimentalmente, evadidos de su habitual recogimiento, evocadores de pretéritas vivencias. Muchas de ellas desterradas en el mundano olvido y en las distancias... Que el tiempo ha pasado con sus prisas acostumbradas, dejándonos esa sensación de abandono cuando se nos han ido de las manos buena parte de la vida y la intimidad de los sueños de aquella dulce edad...

Mientras me asomaba en la orilla del camino vi, abajo en la hondonada del Valle y al filo de la costa, los destellos de las luces del Puerto de la Cruz, cual si fueran una constelación fúlgida compuesta de fantásticas formas luminosas, diamantes conectados al negro manto, sí, que refulgieran en la oscuridad y en el silencio de la lejanía. Como una visión quimérica de sueños y luces que parpadearan... Adiviné, en esos instantes, fulgores sublimados de la Ciudad convulsionada por los atractivos que en ella concurren y por la multiplicidad de motivos sugerentes en cada uno de los encuentros fascinantes de su entorno cosmopolita. Tal vez, esa atracción idílica hizo que me detuviera largo tiempo en su contemplación; y busqué, en tal embrujo sensitivo, algo que siempre esperé ver aparecer: el milagro de una visión entrañable perteneciente a ese pasado que se remonta muy lejos de mí.

La embriaguez sensorial quebró mis sentidos, enturbiando el paisaje melancólico de mi Valle, ahora sepultado en el inmenso silencio de la noche, que sólo las luces de los pueblos a mi alcance visual, delataban la intempestiva metamorfosis de nuestros suelos, desde las montañas hasta la costa, como una cascada luminiscente, ladera abajo, hasta llegar al mar que baña nuestras costas y, en ese atisbo hallé las diminutas embarcaciones ahora asistidas por sus lánguidos mechones encendidos que se reflejan en las tranquilas aguas, rielándolas con su luz proyectada sutilmente también hacia la escollera y los salpicados riscos de sus exóticos bajíos... La vista se me extasiaba viendo tantos resplandores y sentía que el corazón, de puro regocijo, se me inflamaba. Me sentía deliciosamente atrapado, como si fuera la última vez que iba a ver todo aquello que objetivamente aparecía ante mis ojos. No sentía prisas por abandonar el lugar y poseído por esa eminente sensación me fui rindiendo, sin ganas de hacer esfuerzo alguno; sólo el pensamiento quería iniciar el peregrino deslizar en busca de las tiernas sensaciones de la emoción que uno experimenta al evocar aquellas cosas que sucedieron y que evolucionaron paulatinamente con el paso del tiempo. ¡Oh, dulce sinfonía la de los sueños que dejan las estelas imborrables del amor, u otras harto deliciosas y placenteras, las cuales transcurren silenciosas trasponiendo todos los umbrales de la ilusión, reflejando así mismo el calor de la pasión contenida, hacia ese infinito, morada eterna de los recuerdos, ahora liberados en mi mente.

Los caminos estaban solitarios, apenas las brisas transmitían sus suaves caricias; no como fuera antes, cuando corríamos por el campo, o abajo en la tranquila playa... Ahora están desiertos, no se oyen los pasos, ya se apagó la risa que antes se oyera... Ahora siquiera oigo cuando las aguas del manantial se mueven sobre los salientes de las rocas, ni cuando corren por los causes de las quebradas; todo parece haber enmudecido en los barrancos, sólo se oye la algarabía de los grillos, que también se apaga ante mi presencia; y, sin detenerme aún, sigo buscando en la noche a que aclaren los caminos, que se quiebren las tinieblas de mi sueño y se rompa el silencio...

Sobre la pesada piedra donde estaba apoyado descargué mi dolor, allí quedaron mis lamentos, mis desencantos y todos mis fracasos mientras miraba a mi Valle de La Orotava. Había penetrado en la oscuridad de la noche recordando todas las cosas bellas que en ese encantador entorno la vida me había dado y entre tantas y emotivas meditaciones, también surgieron las decepciones y no pocas desventuras acumuladas que entonces afloraron entre los desvaríos míos cuando sentí el temor que la soledad nos depara al evocar con los recuerdos el pasado.

Mi mente, poblada de tantos recuerdos, siguió taciturna por todos esos senderos, entre luces y sombras; y la imaginación mía que en vigilia constante sondeaba esa barrera luminiscente buscando a mi verde Valle, sin querer aceptar la tragedia como una luctuosa realidad oculta en la noche... Abajo había gritos y estertores que la noche con la mordaza de su silencio trataba de callar, ahogando así su último aliento... Nunca una noche fue tan larga para mí y al despertar, sobresaltado, corrí hacia la ventana, sudoroso y mi corazón agitadísimo: ¡mi Valle aún vivía!.. Entre sus escombros, esta mágica Primavera, veremos florecer la hierba en su fértil tierra y las aves revolotear entre los caídos matojos... No habrá muerto mi Valle mientras dure este lapso vernal y en tanto, sus caminos estén alegres noche y día, a pasar de tantas luces y sombras... Volverán otra vez a florecer los geranios en sus hoy maltrechos patios y las buganvillas con sus retoños primaverales... Mientras viva mi Valle cantaré hasta que el Cielo oiga mis plegarias... ¡Rogándole a Dios que no muera mi Valle!..

Puerto de la Cruz, a 08 de marzo de 1.995
Publicado en Los Realejos: Agosto 1.995

Siguiendo la huella de otros pasos...


Una enorme y bellísima aguililla, con su armonioso vuelo, proyectaba sombras negras que se movían sigilosamente sobre los alineados viñedos, celosamente cuidados y prietos de brillantes y pulposas uvas en sus alargados racimos de boyante espesura y en cuyas resistentes vayas pendían exuberantes como queriendo descolgarse... Los virajes en el transparente aire que hiciera el rapaz animal en su artístico planear, yo los seguía con la mirada somnolienta por el cansancio, dejando escapar las sombras que me llegaban y, que se escurrían sobre la verde alfombra vegetal.

Siguiendo por el camino, alcancé a ver al otro lado del mismo, los bordes del barranco contiguo, que se abrían a medida que me acercaba a su profundo abismo de sinuosas pendientes en sus bellísimos márgenes, siendo escurridizos los pronunciados declives, hasta llegar abajo, a la pedregosa y sombría oquedad de su oculto suelo. Tiré una piedra al vacío, como queriendo medir la distancia y sólo alcancé su lejanía a través de un espontáneo silbo que hice para buscar su perdido eco, y esperé hasta quedar satisfecha mi curiosidad, cuando rompió el silencio de tan atractivo y oculto lugar.

En la bifurcación del terreno, tuve ocasión de preguntarle a un campesino que se cruzaba conmigo, si quedaba mucho y cuál era la ruta indicada para llegar al pueblo más cercano. Informado debidamente, seguí adelante, por la vertiente de la derecha, y a tan sólo unos minutos más, comencé avizorar las lejanas siluetas de las primeras casas que surgían entre la gigantesca arboleda y la abundancia de la abrupta maleza. En el mismo trayecto, un mozo de mediana edad y contextura fuerte, bajaba vivaz sorteando los obstáculos impertinentes del inhóspito y árido tramo de ese corto trayecto, el cual, llevaba consigo un par de hermosas vacas y allá venían dos vecinos más, acompañados de un corpulento perro, que resultó ser, un precioso ejemplar presa canario de tentadora belleza y elegancia indescriptible. Uno de ellos, deteniendo su marcha, se me acercó y me pidió si tenía con qué encender un cigarrillo, y en la parada obligada hablamos algo, sin que fuera nada concreto, simplemente monólogos y el correspondiente saludo. Al llegar al pueblo, lo primero que pregunté fue, si había otro sendero para no regresar por el mismo que me llevó hasta allí... Efectivamente, así era, ello me brindaba la satisfacción de ver más y disfrutar del paseo subsiguiente, después de que hablara con alguien del pueblo y viera algo de nuevo interés.

A lo lejos resplandecían las lejanas montañas, envueltas en algunas nubes dispersas que alegraban el panorama campestre. En el pequeño poblado, las calles estaban desiertas y su única plaza, el ambiente balsámico y soberbiamente pasmoso, daba a su vez cierta sensación de paz, hasta el punto de agradar sobremanera, después del largo camino, por lo que opté por sentarme en el próximo banco de piedra que hallé, y que, como todos los demás, estaba libre y esperé a reponer las energías gastadas en el incesante caminar desde las primeras horas de la fresca y prometedora mañana. Luego fui en busca del calor de las gentes, que aún no asomaban de sus disimulados escondrijos, en previsión instintiva propia de los lugares apartados. Y así, fueron apareciendo, no sin sigilo, obsequiándome, primero sus sonrisas, mas tarde los acostumbrados saludos y como nota simpática, algunos perros que salieron a mi encuentro, ladrándome desaforadamente y el clásico niñito que se me queda mirando con expresión interrogante... ¡ Qué diáfano y limpio estaba el cielo ese día!..¡ Y que dulzura al alma daba tanta paz en un paraje como ese!

Hasta mí se acercaron dos personas mayores, que, reverentemente se libraron de sus respectivos sombreros de tela negra, y se me brindaron para lo que yo mande -así dijeron- invitándome, si quería ir a sus casas y conocer, sin reservas, las cosas del pueblo y sus costumbres rurales. Aquello me gustó mucho, ya dentro de la vivienda de uno de ellos y después de saludar a toda su encantadora familia, veo llegar a una muchacha joven, con, en una mano una botella de vino y en la otra un queso blanco casero que olía a eso, al verdadero queso. Y así aparecieron los vasos y sin darnos cuenta, mientras hablábamos, acabamos con la botella; entre tanto. Ya me sentía uno más entre ellos y dijimos de salir, para conocer cosas de la calle, la iglesia, al manda más del pueblo, en fin, familiarizarnos. Fueron tres horas y media de camino, sin hablar con nadie, que al llegar a esto todo cambia y el espíritu de uno se siente de otra forma, más animado, seguro que sí.

El cura, como es natural, se apuntó al almuerzo que, entre un pequeño grupo de "nuevos amigos" improvisamos: Sacrificaron unos conejos y los arreglaron para degustarlos a la brasa, con mojo y papas guisadas, y una bimba de gofio amasado con almendras y miel de palma. Frutas había de todas las que da el campo y el vino, no digamos nada, caldo de dioses... Después de la comida, unos viejos trajeron sus guitarras y aquello fue "pa" qué les cuento. Luego el envite con la baraja, más vino, que al final tuvieron que llevarme en una bestia media arisca la condenada, hasta el final del camino y allí tomé la guagua...

Puerto de la Cruz desde la Plaza de Europa


Me aislé involuntariamente de cuanto me rodeaba; fueron pues, las circunstancias y las sensaciones vividas en esos momentos.

Eran las diez de la mañana, mi entorno veía concurridísimo, con gran número de extranjeros y no menos, de españoles peninsulares, cuyas naves ilusionadas recalaron en este acogedor puerto, que es la Isla de Tenerife. Sus destinos eligieron las plácidas brisas de nuestro clima templado casi todo el año; se veían contentos, quizás alguno de ellos, fueran ya como las aves migratorias que sobre vuelan nuestro mar para volver nuevamente con nosotros.

Después de algunos días de molestos efectos climatológicos, - circunstancia que sólo se da aquí en determinadas fechas por razones obvias y naturales - al soportar las influencias atmosféricas acostumbradas y disipadas prontamente por los vientos alisios que siempre nos acompañan y nos llegan cual suaves brisas llenas de dulzura y melancolía, que acarician indefinidamente... Esta vez, la calina y los vientos calientes y secos que soplan del desierto africano hacia nuestro litoral durante un par de días, cubrían como un tupido celaje las cumbres de nuestros valles, ocultando tierra, mar y cielo tras ese velo mutable cuando llegan los alisios; y es como si el cortinaje cediera la luz azul de nuestro cielo y se extendiera a todo lo largo y ancho de nuestros pueblos...

Hoy amaneció el cielo claro y limpio. Luego, contradictoriamente, se hicieron presentes dispersas nubes que amenazaban lluvias desde el poniente. El temor a ser invadidos por la devastadora langosta africana había desaparecido. Y así, tan rápido, la mar se tornó menos rizada y el Sol penetrante, cálido y radiante, nos abrazaba pletórico de esplendor. El tiempo había cambiado, y yo estaba, por pura casualidad, en la preciosa Plaza de Europa. Mientras caminaba en ella, me sentía nostálgico, tanta transformación en tan corto plazo...

Instintivamente me asomé buscando al mar, en el borde oriental de la muralla, que más parece la réplica de una fortaleza de la época medieval, por su acondicionamiento estético y ambiental, muy aceptable por ser un reclamo sentimental de evocadores recuerdos. Las tranquilas aguas, en mí intuían, como espectros esos recuerdos que me volvieran la mar, en esa cálida orilla.

Más allá, recorriendo el largo y espumoso litoral, admiré el blanco cinturón de sus orillas de negras arenas acariciadas por las inquietas y risueñas olas llegando a sus diminutas playas, celebrando la luminosidad reflejada en la cortina lluviosa, y por el sol en irisados colores cuando han embestido las encrespadas olas contra los mudos acantilados; o se ven en sus rizadas crestas su encendida blancura al remontar la mar con su furia y embestir luego contra los inmóviles riscos de la firme escollera.

Mirando al mar el alma se inunda de gratas sensaciones que navegan como las ilusiones y los pensamientos, mirando al mar, donde no existen sombríos rincones, sólo las distancias, parece que uno se perdiera, se deslizara en pos de sus sueños y hallara en su inmensidad toda complacencia vital.

Y cuántos caminos se abrieron a través de sus inquietas aguas, senderos hacia el Nuevo Mundo... Senderos de dolor, y otras veces de felicidad. Vía crusis del hombre aventurero, del visionario y también de los valientes marineros de mis inigualables costas iluminadas por los luceros de la esperanza de esos hombres soñadores.

La Plaza de Europa, en su silencio acostumbrado y en esta bella ciudad norteña, entroniza nuestro sentir cosmopolita, es otro patio más en nuestros jardines portuenses, orgullo de Tenerife, lugar de recogimiento y para reflexionar respecto a la mar y el tiempo. Es, quizás, el lugar más tranquilo y acogedor y a la vez inspirador de los sueños más nobles, quizás por que está a la orilla del mar y sólo se oyen los cantos de las caracolas en complicidad con el mismo silencio e invitan a corear los cálidos susurros de sus idílicos arrumacos...

La mente por los oscuros senderos...


Qué lentos son los pasos de mi regreso, que no me ayudan. Y cómo ha cambiado todo desde el día que partí. Como si yo fuera el muerto que muere otra vez, así me siento... Como si ya hubiera olvidado el corto camino, el único atajo de ilusionada distancia que me llevara siempre hacia ti, como si hubiera envejecido también mi alma. ¡Qué lentos siento hoy mis cansados pasos, qué larga se me ha hecho la noche! ¡Y qué corto mi sueño!.. Ya no sueño más si quiero, no hay caminos en mi subconsciente y me hiere el silencio de tantas soledades... Aunque quisiera no sueño, estoy muerto.

Se me va la mente por ocultos senderos buscando el elixir de la compañía alejada ah tiempo. Mis sentidos amordazados no reaccionan como fuera antes, las cosas bellas de la vida las veo, si, deslumbrar en mi agonía, pero no son mías, las veo y sólo con mi apagada mirada las acaricio; como si pasara de largo por viejos caminos que antaño recorriera, pero que ya no me pertenecen; y me obligara el desconsuelo del abandono, a no poder quedarme para vivirlo todo como antes, más aún, como nunca lo habré vivido... La vida es todo cuanto nos rodea, es la gente, la tierra, el mar y el cielo.

Mientras vivimos estamos de paso, es corta la permanencia, pero sin embargo los encantos que nunca valoramos, las cosas pequeñas, las cosas que llaman... Esas no se nos van, están ahí perennemente. Las sutilezas que tanto despreciamos, son como las simientes para el alma, de ellas nace el verdadero amor, la verdadera grandeza y otras tantas manifestaciones que culminaron desde ese sentimiento sublime y embrionario, como el mismo hombre...

Cuánto diera, si pudiera, que ya nada tengo material, por oír las voces amigas, de los seres queridos. Por besar una sola violeta, por llorar entre tus manos el llanto de mi silencio apasionado.

Sólo si tu recuerdo me llama estaré vivo; y mientras tu plegaria dure estaré contigo, y si te "alejaras" como yo me fui, estaremos juntos. Ya no importa el olvido... Tú estarás conmigo y entonces no habrán silencios sepulcrales ni llantos ocultos, habrá un nuevo amanecer para los dos con aires perfumados, con aromas de nuestros campos y muchas violetas teidíferas, habrá un canto angelical para nuestro amor que nos unirá más, eternamente, y tu voz será mi voz, y tu alma y la mía será una sola y en torno a nosotros tendremos siempre todo aquello que hayamos perdido...

¿Sabes?, volveremos de nuevo a rehacer nuestras vidas, y me dirás: ¡Te quiero!, cuantas veces lo desees, y reirás conmigo... Pero nunca más llorarás, porque entonces estaremos juntos, quién sabe donde, ni cómo, en aquel lugar prometido... Aquel lugar soñado...

Veremos pasar el tiempo sin importarnos su frecuencia ni las prisas que lleve, ni cómo se lleva tantas ilusiones, tantas vidas que apenas han comenzado a liberarse, en un brusco arrebato suyo, como si eso fuera justo, uno tras otro, sin consideración alguna. deliberadamente. Pero estaremos juntos, sin soltarnos las manos, para siempre juntos.