6/9/08

Siguiendo la huella de otros pasos...


Una enorme y bellísima aguililla, con su armonioso vuelo, proyectaba sombras negras que se movían sigilosamente sobre los alineados viñedos, celosamente cuidados y prietos de brillantes y pulposas uvas en sus alargados racimos de boyante espesura y en cuyas resistentes vayas pendían exuberantes como queriendo descolgarse... Los virajes en el transparente aire que hiciera el rapaz animal en su artístico planear, yo los seguía con la mirada somnolienta por el cansancio, dejando escapar las sombras que me llegaban y, que se escurrían sobre la verde alfombra vegetal.

Siguiendo por el camino, alcancé a ver al otro lado del mismo, los bordes del barranco contiguo, que se abrían a medida que me acercaba a su profundo abismo de sinuosas pendientes en sus bellísimos márgenes, siendo escurridizos los pronunciados declives, hasta llegar abajo, a la pedregosa y sombría oquedad de su oculto suelo. Tiré una piedra al vacío, como queriendo medir la distancia y sólo alcancé su lejanía a través de un espontáneo silbo que hice para buscar su perdido eco, y esperé hasta quedar satisfecha mi curiosidad, cuando rompió el silencio de tan atractivo y oculto lugar.

En la bifurcación del terreno, tuve ocasión de preguntarle a un campesino que se cruzaba conmigo, si quedaba mucho y cuál era la ruta indicada para llegar al pueblo más cercano. Informado debidamente, seguí adelante, por la vertiente de la derecha, y a tan sólo unos minutos más, comencé avizorar las lejanas siluetas de las primeras casas que surgían entre la gigantesca arboleda y la abundancia de la abrupta maleza. En el mismo trayecto, un mozo de mediana edad y contextura fuerte, bajaba vivaz sorteando los obstáculos impertinentes del inhóspito y árido tramo de ese corto trayecto, el cual, llevaba consigo un par de hermosas vacas y allá venían dos vecinos más, acompañados de un corpulento perro, que resultó ser, un precioso ejemplar presa canario de tentadora belleza y elegancia indescriptible. Uno de ellos, deteniendo su marcha, se me acercó y me pidió si tenía con qué encender un cigarrillo, y en la parada obligada hablamos algo, sin que fuera nada concreto, simplemente monólogos y el correspondiente saludo. Al llegar al pueblo, lo primero que pregunté fue, si había otro sendero para no regresar por el mismo que me llevó hasta allí... Efectivamente, así era, ello me brindaba la satisfacción de ver más y disfrutar del paseo subsiguiente, después de que hablara con alguien del pueblo y viera algo de nuevo interés.

A lo lejos resplandecían las lejanas montañas, envueltas en algunas nubes dispersas que alegraban el panorama campestre. En el pequeño poblado, las calles estaban desiertas y su única plaza, el ambiente balsámico y soberbiamente pasmoso, daba a su vez cierta sensación de paz, hasta el punto de agradar sobremanera, después del largo camino, por lo que opté por sentarme en el próximo banco de piedra que hallé, y que, como todos los demás, estaba libre y esperé a reponer las energías gastadas en el incesante caminar desde las primeras horas de la fresca y prometedora mañana. Luego fui en busca del calor de las gentes, que aún no asomaban de sus disimulados escondrijos, en previsión instintiva propia de los lugares apartados. Y así, fueron apareciendo, no sin sigilo, obsequiándome, primero sus sonrisas, mas tarde los acostumbrados saludos y como nota simpática, algunos perros que salieron a mi encuentro, ladrándome desaforadamente y el clásico niñito que se me queda mirando con expresión interrogante... ¡ Qué diáfano y limpio estaba el cielo ese día!..¡ Y que dulzura al alma daba tanta paz en un paraje como ese!

Hasta mí se acercaron dos personas mayores, que, reverentemente se libraron de sus respectivos sombreros de tela negra, y se me brindaron para lo que yo mande -así dijeron- invitándome, si quería ir a sus casas y conocer, sin reservas, las cosas del pueblo y sus costumbres rurales. Aquello me gustó mucho, ya dentro de la vivienda de uno de ellos y después de saludar a toda su encantadora familia, veo llegar a una muchacha joven, con, en una mano una botella de vino y en la otra un queso blanco casero que olía a eso, al verdadero queso. Y así aparecieron los vasos y sin darnos cuenta, mientras hablábamos, acabamos con la botella; entre tanto. Ya me sentía uno más entre ellos y dijimos de salir, para conocer cosas de la calle, la iglesia, al manda más del pueblo, en fin, familiarizarnos. Fueron tres horas y media de camino, sin hablar con nadie, que al llegar a esto todo cambia y el espíritu de uno se siente de otra forma, más animado, seguro que sí.

El cura, como es natural, se apuntó al almuerzo que, entre un pequeño grupo de "nuevos amigos" improvisamos: Sacrificaron unos conejos y los arreglaron para degustarlos a la brasa, con mojo y papas guisadas, y una bimba de gofio amasado con almendras y miel de palma. Frutas había de todas las que da el campo y el vino, no digamos nada, caldo de dioses... Después de la comida, unos viejos trajeron sus guitarras y aquello fue "pa" qué les cuento. Luego el envite con la baraja, más vino, que al final tuvieron que llevarme en una bestia media arisca la condenada, hasta el final del camino y allí tomé la guagua...

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