18/7/11

SEMBLANZA POÉTICA DE NUESTRO TEIDE

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Son muchos los años, toda una vida, que he sentido admiración mística por la presencia impresionante de nuestro Teide. Instintivamente, cada mañana corro las cortinas de mis ventanas, para verle allá, en su atalaya, vigilante y callado. A veces con expresión triste sus estáticos perfiles, recordándonos su lejanía, la soledad de su entorno paisajístico, amenazado siempre por los distintos embates climáticos que soporta.

Cerca de su placentero amasijo volcánico se oyen voces entrecortadas que van y vienen con las suaves brisas en el abandono de la noche, voces que nos recuerdan las de ángeles acariciándole, voces que adormecen en medio de tanta soledad… Hay ráfagas de vientos hirientes cuando la ventisca arremete con furia incontrolable en el lugar de Valle Ucanca, furia que muchas veces nos obliga a buscar refugio seguro por su temeridad. Luego la calma. Todo parece haber sido un sueño, cada amanecer, cada nueva aurora aparece sin previo aviso, de súbito y aún en la penumbra de la noche, la aurora matinal. Como rayos de luz vacilantes que llegan cautelosos alumbrando los distintos contornos de las aún adormecidas montañas y laderas; y se interna y penetra a través de los verdes pinares hasta lamer la húmeda tierra de los escarpados senderos.

Pero antes llega el claro fulgor al Teide, desde el naciente y en majestuosa proyección, acariciando la piel curtida del coloso. Vigía inamovible que entre golpes de suaves o recias brisas despereza su forma elevada y poética, cuya sombra proyecta sobre el mar y la isla de La Gomera, igual que, como un tierno abrazo mañanero que acaricia; y a las otras islas del archipiélago, también brinda con su matinal sonrisa, su protectora caricia.

Recuerdo, después de una larga ausencia, al llegar a Tenerife, justamente en el mes de diciembre, yendo a la altura de Santa Ursula y por los altos del Valle de La Orotava, el Teide de pronto apareció cubierto de nieve bajo nuestro cielo azul, más hermoso que nunca se me antojó, tanto que su blancura encandilaba. Fue tal la impresión y el sentimiento que me embargó, que sentí no poder contener las lágrimas más ardientes que nunca antes sintiera, no cesaban de rodar por mis mejillas. Alucinado le contemplé en silencio, sin decir palabras, con tal opresión en la garganta… Comprendí lo que para los canarios representa el Teide y la admiración y respeto que nos inspira. Siempre hemos esperado los inviernos para verle vestido con sus mejores galas y besamos sus pies cuando subimos para acariciarle de cerca. No quiero pecar, al decir que sentimos admiración religiosa. Si, existe en cada uno de nosotros un atractivo mágico hacia su figura, tal es, que sin reservas nos obliga a considerarle y amarle como algo único.

Hoy, como cada mañana, al asomarme en la ventana de mi hogar para verle y saludarle a mi modo, me sorprendió nuevamente, lo confieso. Después de tantos trastornos climáticos sufridos y verle ahora tan elegante, sentí una sensación indescriptible.

El Teide, cada estación del año tiene un aspecto diferente, aunque no cambie de lugar ni su forma. Cuando subimos a verle y nos vamos acercando, al pasar cada curva del trayecto ascendente, cuando le vemos aparecer, nos sorprenden sus distintas perspectivas. Y cada vez que asoma, al terminar las curvas de la carretera, está distinto, no parece el mismo, hasta su rugosa piel cambia de color y se pronuncia de distinta manera y su elegancia es cada vez más sorprendente. Cada nueva estación del año su entorno es más bello y nos inspira la sensación del pleno disfrute. Quienes lo ven por primera vez no hallan las palabras apropiadas para expresar adecuadamente la impresión que haya causado; parecen estar en otro Planeta, en otra dimensión... Su suelo volcánico, el cielo azul, el aire tan puro y grato, su flora, su fauna y el silencio que nos rodea, viéndole tan cerca, impresiona sobremanera, inspira, ante todo, respeto y amor. Mas, cuando le damos, al regreso, las espaldas, no podemos evitar cada instante mirar hacia atrás y hacer una triste mueca de despedida, por si no le volvemos a ver...

Celestino González Herreros
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