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Los caminos no se acaban para el pensador iluso y equivocado que vaga como un intruso por sendos atajos, sin mirar hacia arriba, caminando a la deriva sin que le cueste trabajo; deambulando, como si estuviera buscando entre cosas inexistentes. Que se esfuerza solamente en investigar sin pensar en parar. En ese intento permanente se obstina como un obtuso penitente.
Para llegar a la verdad sólo hay que asomarse a ella; escuchar el canto del manantial cuando bajan sus aguas. Ver las sombras andar cuando pasa el tiempo y aparecen los fulgores del sol radiante, cuando raya el alba y empieza amanecer y viene alimentar con su cálida luz y sus esplendidos albores los rincones sombríos de nuestra soledad llena de tristes temores. Basta escuchar el trinar y cantos de las aves cuando regresan a sus nidos y aquel mágico silencio que se rompe súbitamente… Cuando se ven asomarse las flores del jardín, como si volvieran para saludarnos cada nuevo amanecer, cuando se asoma la aurora con su luz difusa, o con destellos fúlgidos que lo iluminan todo, que llegan hasta el alma y apagan las sombras hasta ocultarlas, cuando llegan las tristes penumbras de la tarde…
Parece como si se desbordara sobre la vida un río de ilusiones e inesperadamente se expandieran como el agua que contiene y en el agónico espacio de la desesperanza se volatizara, se perdiera. Parece como si en prosa y poesía se convirtieran, en coros alentadores anunciando ese nuevo día, cada nueva aurora. Que el dilatado camino, sí se acabara, hubiera un feliz final que anunciara, no un fracaso del hombre, pero sí que evidenciara que la fatiga llegó a su final. No es una oclusión, es una verdad cierta que no entiende el iluso equivocado. Al otro lado hay más, pero sólo el alma puede trasponer ese sagrado umbral que se eleva en espiral, dejando atrás los caminos pedregosos, los abismos insinuantes y profundos de este confuso mundo.
Mis cansados pasos, por que tengo sed, se detienen en la ruta, pero no hay fuente cerca. Aún así, camino y en el trayecto consigo a un cansado peregrino. -¿A dónde vas, buen hombre, llevas agua? No, hermano. Y tengo sed como tú. ¿Qué hacemos, maldecir? Mira, piensa en la fuente -me dijo- te veo más sediento que yo. Piensa que cuando cae el agua, te dice un mensaje de ternura tal… Piensa… ¿Te lo mereces?, ¿o quieres que te diga más? Mira, la sed se calma, también, con la esperanza… “Dios guía mi mano, lo presiento”… La sed, antes que nadie y con mayores fatigas, la sufrió Cristo en la Cruz por nuestra salvación. Tengo que decirlo, no puedo callarlo, además, todos lo sabéis bien.
Y, ¿tú me hablas de sed “la que estamos padeciendo”, la que todos sentimos durante el largo camino? ¿Qué pensaba el iluso pensador? ¿Qué no habría espinas en el trayecto, que no habría un final, que todo iba a ser soñar? Al otro lado está la fuente de cristalinas aguas que calmará nuestra sed. Sed de paz y descanso eterno.
Celestino González Herreros
www.celestinogh.blogspot.com
Los caminos no se acaban para el pensador iluso y equivocado que vaga como un intruso por sendos atajos, sin mirar hacia arriba, caminando a la deriva sin que le cueste trabajo; deambulando, como si estuviera buscando entre cosas inexistentes. Que se esfuerza solamente en investigar sin pensar en parar. En ese intento permanente se obstina como un obtuso penitente.
Para llegar a la verdad sólo hay que asomarse a ella; escuchar el canto del manantial cuando bajan sus aguas. Ver las sombras andar cuando pasa el tiempo y aparecen los fulgores del sol radiante, cuando raya el alba y empieza amanecer y viene alimentar con su cálida luz y sus esplendidos albores los rincones sombríos de nuestra soledad llena de tristes temores. Basta escuchar el trinar y cantos de las aves cuando regresan a sus nidos y aquel mágico silencio que se rompe súbitamente… Cuando se ven asomarse las flores del jardín, como si volvieran para saludarnos cada nuevo amanecer, cuando se asoma la aurora con su luz difusa, o con destellos fúlgidos que lo iluminan todo, que llegan hasta el alma y apagan las sombras hasta ocultarlas, cuando llegan las tristes penumbras de la tarde…
Parece como si se desbordara sobre la vida un río de ilusiones e inesperadamente se expandieran como el agua que contiene y en el agónico espacio de la desesperanza se volatizara, se perdiera. Parece como si en prosa y poesía se convirtieran, en coros alentadores anunciando ese nuevo día, cada nueva aurora. Que el dilatado camino, sí se acabara, hubiera un feliz final que anunciara, no un fracaso del hombre, pero sí que evidenciara que la fatiga llegó a su final. No es una oclusión, es una verdad cierta que no entiende el iluso equivocado. Al otro lado hay más, pero sólo el alma puede trasponer ese sagrado umbral que se eleva en espiral, dejando atrás los caminos pedregosos, los abismos insinuantes y profundos de este confuso mundo.
Mis cansados pasos, por que tengo sed, se detienen en la ruta, pero no hay fuente cerca. Aún así, camino y en el trayecto consigo a un cansado peregrino. -¿A dónde vas, buen hombre, llevas agua? No, hermano. Y tengo sed como tú. ¿Qué hacemos, maldecir? Mira, piensa en la fuente -me dijo- te veo más sediento que yo. Piensa que cuando cae el agua, te dice un mensaje de ternura tal… Piensa… ¿Te lo mereces?, ¿o quieres que te diga más? Mira, la sed se calma, también, con la esperanza… “Dios guía mi mano, lo presiento”… La sed, antes que nadie y con mayores fatigas, la sufrió Cristo en la Cruz por nuestra salvación. Tengo que decirlo, no puedo callarlo, además, todos lo sabéis bien.
Y, ¿tú me hablas de sed “la que estamos padeciendo”, la que todos sentimos durante el largo camino? ¿Qué pensaba el iluso pensador? ¿Qué no habría espinas en el trayecto, que no habría un final, que todo iba a ser soñar? Al otro lado está la fuente de cristalinas aguas que calmará nuestra sed. Sed de paz y descanso eterno.
Celestino González Herreros
www.celestinogh.blogspot.com
http://celestinogh@teleline.es
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