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Sus delicadas pinturas son los más bellos poemas que cantar pudiera, como culto a nuestra canariedad, los elegidos... Son versos que el poeta glosa para transmitir un sentimiento apasionado; sin palabras, sólo con el cálido lenguaje de sus artísticas y pictóricas exposiciones. Con el equilibrio justo de la tonalidad de sus sombras y la luz reflejada en sus refinadas pinceladas hasta lograr el equilibrio deseado en la temática de su obra, dando libertad a la extensa gama de colores que utiliza con envidiable maestría. Es la expresión, sin palabras, de su inspiración que llega a materializarse en imágenes naturales con singular espontaneidad; de tal manera, que expresa y convoca, con emocionado acento poético, al conocimiento de lo que fue y aún es nuestro mundo canario desde el punto de vista paisajístico. Nos insta a conocer, por ejemplo, cómo era nuestro campo, nuestros pueblos, nuestras costas y demás. Cómo debieron haber sido nuestros antepasados, cómo vivirían entonces, antes que la máquina del progreso nos anulara un tanto, casi por completo. Aún quedan lugares bellísimos; y es evidente, de que si están ahí es por que el hombre detractor de nuestros ancestrales patrimonios rústicos y arquitectónicos, no ha descubierto esos escondidos enclaves. Enrique González Herreros, conserva en su mente, cada una de las estampas paisajistas que el hombre sin escrúpulos ha destruido a lo largo del tiempo. Pero lo más interesante de este artista, es que las ha llevado al lienzo, escrupulosamente. Su técnica nos permite disfrutar con éxtasis de las excelencias de aquel ceremonial y lírico pasado: la esencia de nuestros tradicionales y remotos pueblos. Esos cuadros están diseminados por todo el mundo, desde hace medio siglo, aproximadamente. Y su nombre es tan familiar, allende los mares, que nuestros visitantes lo buscan con ávido interés cuando llegan a Tenerife, Puerto de la Cruz, lugar común del origen de su arte y profesionalidad; y saben distinguirlo por su sencillez e inteligentes perfiles. Si pudiéramos rehacer todo aquello que hemos perdido... Recordemos, desde la bocana de nuestro muelle pesquero, cómo era la entrada, bahía adentro, del Puerto de la Cruz frente al mar. Aquellas casonas tan emblemáticas de impresionante atractivo urbano; y aquellas calles adoquinadas, cuyas piedras eran firmes para que los años pasaran sobre ellas sin deteriorarlas: fieles testigos del tiempo que inexorablemente ha pasado y han quedado enraizadas para siempre en nuestro suelo las huellas de pretéritas y presentes generaciones. y las futuras impresiones de los pasos de nuestras gentes y multitudes de complacientes visitantes… Así eran todas nuestras calles y románticos callejones. Las casonas de anchas paredes y amplios patios, soleados y llenos del colorido de nuestra flora y el verde abundante de la vegetación de entonces, cual alfombra mágica que se extendía desde nuestras cumbres solitarias hasta las arenosas playas salpicadas de blanca espuma... Viendo sus cuadros, la nostalgia que inspira, es tan aguda para nuestro espíritu, que profundiza en lo más íntimo de uno, y deja un encantamiento tal, que cuesta reponernos y el deleite hace sentirnos sumamente gratificados. Así eran nuestros campos: pensemos, no sólo en la belleza de sus casas y sus huertas. Abundemos un poco en la fisonomía de sus caminos, calles estrechas y sombrías, sus callejones de pronunciadas pendientes, en aquellos inviernos reverdecidos en los intersticios, entre piedra y piedra; y las soleadas veredas y atractivos atajos accidentados y polvorientos, pero alegres. El verdor predominaba, la tierra era un manantial de riqueza, lo vemos en sus cuadros, son imágenes gratas, a la vez que entristecen por la evidencia del destino de tan triste suerte; también consuela y alegra, saber que así era, así vivían; y que tanta hermosura paisajista nos perteneció, que nuestras raíces son algo más de lo que estamos acostumbrados, en la actualidad a ver y a entender... Hay una civilización culta tras todo esto y los artistas y pintores como Enrique González Herreros, han sabido rescatar el encanto de esos insignes emblemas regionales, eternizados ya para el recuerdo en el mundo entero, a través de los lienzos que han emigrado para testimoniar nuestros valores culturales. Aquellos hombres que tanto trabajaron la tierra, nunca sospecharon lo que estamos viendo; y lo que hemos perdido, que pudo haberse respetado, pero la inteligencia de nuestros “representantes” no dio para algo mejor. Hoy nos recreamos viendo felices a los explotadores, como amasan fortunas y se las llevan para fuera, sigilosamente para no humillarnos más, lo que se agradece, ¿a cambio de qué? Hay varios motivos pictóricos que me seducen, en tal grado, que vivo con intensidad el pasaje, desde el comienzo hasta sus rincones más ocultos e intuyo, incluso, verme con los viejos del lugar platicando sobre nuestras cosas, las mismas preocupaciones y la influencia de los años que nos han tocado vivir a expensa del poderoso progreso, del capital extranjero y sus limitadas concesiones, viendo con tristeza la pérdida presurosa de nuestro poder adquisitivo y la renuncia obligada de nuestras pertenencias... Otros escenarios más alegres, en torno a la “era” con una pelota de gofio amasado, en una mano y en la otra un buen vaso de vino, viendo a los chiquillos jugando en la trilla... Despiertan en mí, una inevitable sonrisa, recordando cuando yo era un muchacho, en un lugar como ese. Entonces, tampoco yo sospeché que todo aquello iba a desaparecer, que sólo en el recuerdo estarían esas imágenes cuando fuera viejo. Que sólo volvería hallar esos maravillosos motivos, recreándome, en los lienzos enternecedores de mi hermano Enrique.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
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