Cuando se nos va nuestra madre, qué estela de silencio y dolor arrastra y se lleva, qué vacío tan hondo nos deja. Nuestro entorno se nubla como si una pesada y negra nube nos cayera encima y nos envolviera… Desde entonces ya nada es igual, aunque la vida sigua consumiendo nuestro tiempo y sigamos adelante, como obligados a caminar por los ensombrecidos atajos de la incertidumbre misma. Ese vacío que nos deja jamás va a llenarse, ni su añorado espacio, permanecerán en nuestro corazón para siempre. Y no nos acostumbraremos a vivir sin ella en este tortuoso mundo. A pesar de lo bella y hermosa que es la vida y de ella, todo cuanto Dios ha creado.
Solamente nuestra fe cristiana podría mitigar un poco el profundo dolor que sintamos, pensando que nunca estará sola y que nos esperará fielmente a que volvamos a su lado allá, en el Reino de los Cielos.
Cuando la tenemos en vida, todo lo que hagamos por verla feliz iba a ser muy poco, no acabaríamos de compensar sus desvelos y cuanto nos haya dado. Detengámoslos a pensar, desde la concepción de nuestro ser, fue siempre generosa y sufrida. Nos trajo al mundo dándonos la vida, a veces, a costa de la suya misma. Nadie iba a ser capaz de dar tanto, sólo a cambio de una sonrisa, la primera que acaricia teniéndole por primera vez en sus brazos. También, a veces, envejecemos juntos y hemos compartido juntos nuestra suerte.
Cogidos a sus manos aprendimos a dar los primeros pasos… Y entre sus amorosos brazos guarda nuestro gran amor queriéndonos con completa abnegación y cariño.
Todo cuanto hagamos por ella, también nuestros desvelos, lo tiene bien ganado. No le defraudemos jamás, que aunque nada nos pida a cambio de tanto amor suyo, sinceramente, creo que necesita sentimentalmente ese gesto nuestro y se sentiría más que compensada. Algunas agradecen una simple flor cortada con amor… Un cariñoso beso brotados de nuestros labios espontáneamente y que se sienta su calor… Una sentida oración desprendida desde nuestro corazón. Unas lágrimas jugosas que al rodar por nuestras mejillas les lleguen como emotivo ímpetu que delate nuestra paz y dolor; de profunda reflexión comprensiva... O, quizás, el silencio que a veces nos envuelve cuando le recordamos con religiosa devoción y nostalgia, cuando nos comunicamos…
Que no se repitan los sucesos que aquellos hijos descarriados protagonizan en determinados ambientes, que abusan de sus padre y demás familiares, que hasta acabar con ellos no dejan de mortificarles. Escalofriantes son las noticias que en algunos medios de divulgativos aparecen habitualmente, por ejemplo, de que un hijo mató a su madre porque no le daba dinero para sus vicios -madres mayores de edad- y por negarse acaban asesinadas. cruelmente.
A mí, personalmente, me parece, que para perder el tino en esos momentos, no tienen disculpa alguna esos delincuentes, son los bajos instintos que deben ser castigados con todo el peso de la justicia, pero no. Si la madre no ha muerto con tremendas palizas, es ella quien retira los cargos ante la ley para dejar tranquilo a su hijo. Y lejos de hacerle un favor a ese hijo del alma, nunca sabrán el daño que les hacen. Pero las madres son eso, lo dan todo, lo perdonan todo, se vuelcan con atenciones hacia ese retoño suyo, sin calcular las consecuencias, en esas tristes ocasiones. Sólo ellas saben perdonar y dan su propia vida, desde el comienzo feliz hasta un final doloroso. Pocas son las que le niegan a sus hijos su amor y protección, gesto que debiera ser reconsiderado por sus hijos siempre.
Hoy no es un día cualquiera, en el ambiente se percibe más calma que otras veces, una sensación nostálgica para algunos y en cambio para otros la bonanza propia de los acontecimientos familiares, cuando se reúnen todos los miembros de la familia para celebrar el “Día de la Madre” unidos todos para verle contenta. Los primeros hemos de resignarnos a sólo llorarla, llevarle algunas flores a su tumba y rezar por el descanso de su alma mientras le acompañamos un rato. ¡Qué otra cosas más se puede hacer! Sólo recordar épocas pasadas, momentos diferentes que jamás se olvidarán, cuando todos juntos compartíamos nuestro gran amor con ella y el calor familiar, con la alegría de poder estar celebrándolo en armonía…
Un año más para poder testimoniarle nuestra gratitud a ese ser tan querido, autora de nuestros días y luz permanente en nuestro corazón. Aquellos que la hayamos perdido, no olvidemos nunca tenerla presente, también, en nuestras oraciones. Que es, definitivamente, la mejor manera de estar cerca de ella. Y el mejor de los regalos es, un beso, una oración, una flor… Obsequios que pesan poco y más pronto llegan a su alma.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
Solamente nuestra fe cristiana podría mitigar un poco el profundo dolor que sintamos, pensando que nunca estará sola y que nos esperará fielmente a que volvamos a su lado allá, en el Reino de los Cielos.
Cuando la tenemos en vida, todo lo que hagamos por verla feliz iba a ser muy poco, no acabaríamos de compensar sus desvelos y cuanto nos haya dado. Detengámoslos a pensar, desde la concepción de nuestro ser, fue siempre generosa y sufrida. Nos trajo al mundo dándonos la vida, a veces, a costa de la suya misma. Nadie iba a ser capaz de dar tanto, sólo a cambio de una sonrisa, la primera que acaricia teniéndole por primera vez en sus brazos. También, a veces, envejecemos juntos y hemos compartido juntos nuestra suerte.
Cogidos a sus manos aprendimos a dar los primeros pasos… Y entre sus amorosos brazos guarda nuestro gran amor queriéndonos con completa abnegación y cariño.
Todo cuanto hagamos por ella, también nuestros desvelos, lo tiene bien ganado. No le defraudemos jamás, que aunque nada nos pida a cambio de tanto amor suyo, sinceramente, creo que necesita sentimentalmente ese gesto nuestro y se sentiría más que compensada. Algunas agradecen una simple flor cortada con amor… Un cariñoso beso brotados de nuestros labios espontáneamente y que se sienta su calor… Una sentida oración desprendida desde nuestro corazón. Unas lágrimas jugosas que al rodar por nuestras mejillas les lleguen como emotivo ímpetu que delate nuestra paz y dolor; de profunda reflexión comprensiva... O, quizás, el silencio que a veces nos envuelve cuando le recordamos con religiosa devoción y nostalgia, cuando nos comunicamos…
Que no se repitan los sucesos que aquellos hijos descarriados protagonizan en determinados ambientes, que abusan de sus padre y demás familiares, que hasta acabar con ellos no dejan de mortificarles. Escalofriantes son las noticias que en algunos medios de divulgativos aparecen habitualmente, por ejemplo, de que un hijo mató a su madre porque no le daba dinero para sus vicios -madres mayores de edad- y por negarse acaban asesinadas. cruelmente.
A mí, personalmente, me parece, que para perder el tino en esos momentos, no tienen disculpa alguna esos delincuentes, son los bajos instintos que deben ser castigados con todo el peso de la justicia, pero no. Si la madre no ha muerto con tremendas palizas, es ella quien retira los cargos ante la ley para dejar tranquilo a su hijo. Y lejos de hacerle un favor a ese hijo del alma, nunca sabrán el daño que les hacen. Pero las madres son eso, lo dan todo, lo perdonan todo, se vuelcan con atenciones hacia ese retoño suyo, sin calcular las consecuencias, en esas tristes ocasiones. Sólo ellas saben perdonar y dan su propia vida, desde el comienzo feliz hasta un final doloroso. Pocas son las que le niegan a sus hijos su amor y protección, gesto que debiera ser reconsiderado por sus hijos siempre.
Hoy no es un día cualquiera, en el ambiente se percibe más calma que otras veces, una sensación nostálgica para algunos y en cambio para otros la bonanza propia de los acontecimientos familiares, cuando se reúnen todos los miembros de la familia para celebrar el “Día de la Madre” unidos todos para verle contenta. Los primeros hemos de resignarnos a sólo llorarla, llevarle algunas flores a su tumba y rezar por el descanso de su alma mientras le acompañamos un rato. ¡Qué otra cosas más se puede hacer! Sólo recordar épocas pasadas, momentos diferentes que jamás se olvidarán, cuando todos juntos compartíamos nuestro gran amor con ella y el calor familiar, con la alegría de poder estar celebrándolo en armonía…
Un año más para poder testimoniarle nuestra gratitud a ese ser tan querido, autora de nuestros días y luz permanente en nuestro corazón. Aquellos que la hayamos perdido, no olvidemos nunca tenerla presente, también, en nuestras oraciones. Que es, definitivamente, la mejor manera de estar cerca de ella. Y el mejor de los regalos es, un beso, una oración, una flor… Obsequios que pesan poco y más pronto llegan a su alma.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
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