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Siguiendo el curso indeclinable del tiempo, un tanto poseído por sus severas influencias, paso sin detenerme por los senderos de la vida; atrás va quedando el silencioso murmullo, con evidentes énfasis de otras horas vividas, algunas de ellas, caídas en el olvido y el abandono. Aquellas cadencias que dejaron las brisas que nos acompañaron en el largo trayecto fueron como dulces notas de sutiles sinfonías, que nos trajeron, a priori, recuerdos de lejanas vivencias y despertaron en nuestro espíritu clamorosos momentos irrenunciables. Sólo evocándoles podemos identificarnos con ellos y repasarlos, cual si fueran hojas de un viejo manuscrito, ya amarillentas y carcomidas...
En esa aventura nos enrolamos cautelosamente, como si no fueran nuestros los episodios que hemos vivido a lo largo de tanto tiempo. Mas, hoy mendigamos esas vivencias con el irresistible deseo de los profundos sentimientos. Ahora todo parece más turbio y difuso, igual que los cristales de mi vetusta ventana, como las aguas del solitario manantial y la línea divisoria, entre el mar y el cielo... Y en las páginas sueltas de tu diario, cuando intento leerlas una vez más, siento la sensación de que tu inconfundible letra es, como lo son las arenas movedizas abatidas por el viento y confundo en mi negligente empeño, cuando hablas de nosotros, en ese laberinto fónico que no acierto a comprender la transformación, pues, son todo tus signos, como todo cuanto me rodea... Mi vida, al cabo del tiempo, va traduciéndoseme sólo a eso, caminar por los viejos senderos que me brinda la imaginación; ir buscando inútilmente los causes amados, el familiar silbido de aquellas brisas imantadas de notas sentimentales que tratan de alegrar nuestro entorno. Y, aquellos claros de Luna... Y las lluvias, cuando nos brindaban la oportunidad de estar más juntos y sentir el calor de nuestros cuerpos...
Si, entiendo que todo tiene un límite, que nada es perecedero y nada nos pertenece, que vivimos engañados… Que si estamos en este mundo, debe ser por pura casualidad, sólo nos resta desenvolvernos de la manera que mejor podamos, crecer y crecer, luego sufrir la transformación e ir marchitándonos y caer, como la flor que lo ha dado todo y que nada ni nadie le consuela. Las brisas, quizás nunca nos abandonen, nuestro espíritu se sostendrá en sus ondas etéreas de transparencias celestiales y nos llevarán hacia el Infinito, flotando en su cálido remanso de perfumadas somnolencias.
A veces me aterra mirar con insistencia las cosas que me rodean, máxime cuando veo derrumbarse tantas pertenencias del pasado y transformarse, según se les antoje a los "cerebros" sociales de turno; luego nos están rompiendo los senderos que tantas veces, antes, hemos andado... Y echan abajo verdaderas joyas arquitectónicas, como son, las pintorescas y representativas casonas de pretéritas generaciones. También la gente se va, cada vez con más frecuencia, y así mismo, nos vamos sintiendo irremediablemente solos. Entonces, la agonía que siento es gradual, a medida que insisto en mis reflexiones, y la pena me abruma. Viendo hacia afuera, ni las calles son las mismas, ni aquellos típicos rincones, ni la propia gente, ¡todo ha cambiado tanto! Sólo me queda el consuelo, entre tantas dudas y confusión, de saber que Dios no nos abandonará en nuestra desesperación final. Considerando todas las cosas buenas de esta vida: hay que luchar por conseguirlas, debemos estar consciente de ello, y la verdad es, que, si no estamos con Dios ahora, no lo estaremos nunca. Y, ¿qué sería de nosotros entonces? ¿A dónde iría nuestra alma?
Veamos, con resignación y objetividad, tantas razones y vivamos sin apartarnos de EL, vivamos todos los momentos de nuestra vida -insisto- amándonos, que la divinidad del amor es la fuente milagrosa de nuestra salvación. Resignémonos al ver, cómo todo se nos ha ido alejando, que nos vamos quedando solos en este mundo, sin nada que nos pueda servir de algo. El alma es infinitamente frágil, ligera de todo peso para poder llegar al Edén, más ligera que las brisas, para poder ir con ellas. Y todo lo que hayamos amado y cuantos recuerdos gratos tengamos, tu viejo diario, tus sonrisas y las lágrimas derramadas, todo ese sentimental bagaje, estará esperándonos en la nueva morada.
Ahora, sólo nos resta prepararnos para ese viaje inminente. Amémonos, pues, los unos a los otros, perdonemos las ofensas de nuestros enemigos y a nuestros deudores y que seamos perdonados. Elevemos, pues, nuestras oraciones al Cielo y esperemos...
En esa aventura nos enrolamos cautelosamente, como si no fueran nuestros los episodios que hemos vivido a lo largo de tanto tiempo. Mas, hoy mendigamos esas vivencias con el irresistible deseo de los profundos sentimientos. Ahora todo parece más turbio y difuso, igual que los cristales de mi vetusta ventana, como las aguas del solitario manantial y la línea divisoria, entre el mar y el cielo... Y en las páginas sueltas de tu diario, cuando intento leerlas una vez más, siento la sensación de que tu inconfundible letra es, como lo son las arenas movedizas abatidas por el viento y confundo en mi negligente empeño, cuando hablas de nosotros, en ese laberinto fónico que no acierto a comprender la transformación, pues, son todo tus signos, como todo cuanto me rodea... Mi vida, al cabo del tiempo, va traduciéndoseme sólo a eso, caminar por los viejos senderos que me brinda la imaginación; ir buscando inútilmente los causes amados, el familiar silbido de aquellas brisas imantadas de notas sentimentales que tratan de alegrar nuestro entorno. Y, aquellos claros de Luna... Y las lluvias, cuando nos brindaban la oportunidad de estar más juntos y sentir el calor de nuestros cuerpos...
Si, entiendo que todo tiene un límite, que nada es perecedero y nada nos pertenece, que vivimos engañados… Que si estamos en este mundo, debe ser por pura casualidad, sólo nos resta desenvolvernos de la manera que mejor podamos, crecer y crecer, luego sufrir la transformación e ir marchitándonos y caer, como la flor que lo ha dado todo y que nada ni nadie le consuela. Las brisas, quizás nunca nos abandonen, nuestro espíritu se sostendrá en sus ondas etéreas de transparencias celestiales y nos llevarán hacia el Infinito, flotando en su cálido remanso de perfumadas somnolencias.
A veces me aterra mirar con insistencia las cosas que me rodean, máxime cuando veo derrumbarse tantas pertenencias del pasado y transformarse, según se les antoje a los "cerebros" sociales de turno; luego nos están rompiendo los senderos que tantas veces, antes, hemos andado... Y echan abajo verdaderas joyas arquitectónicas, como son, las pintorescas y representativas casonas de pretéritas generaciones. También la gente se va, cada vez con más frecuencia, y así mismo, nos vamos sintiendo irremediablemente solos. Entonces, la agonía que siento es gradual, a medida que insisto en mis reflexiones, y la pena me abruma. Viendo hacia afuera, ni las calles son las mismas, ni aquellos típicos rincones, ni la propia gente, ¡todo ha cambiado tanto! Sólo me queda el consuelo, entre tantas dudas y confusión, de saber que Dios no nos abandonará en nuestra desesperación final. Considerando todas las cosas buenas de esta vida: hay que luchar por conseguirlas, debemos estar consciente de ello, y la verdad es, que, si no estamos con Dios ahora, no lo estaremos nunca. Y, ¿qué sería de nosotros entonces? ¿A dónde iría nuestra alma?
Veamos, con resignación y objetividad, tantas razones y vivamos sin apartarnos de EL, vivamos todos los momentos de nuestra vida -insisto- amándonos, que la divinidad del amor es la fuente milagrosa de nuestra salvación. Resignémonos al ver, cómo todo se nos ha ido alejando, que nos vamos quedando solos en este mundo, sin nada que nos pueda servir de algo. El alma es infinitamente frágil, ligera de todo peso para poder llegar al Edén, más ligera que las brisas, para poder ir con ellas. Y todo lo que hayamos amado y cuantos recuerdos gratos tengamos, tu viejo diario, tus sonrisas y las lágrimas derramadas, todo ese sentimental bagaje, estará esperándonos en la nueva morada.
Ahora, sólo nos resta prepararnos para ese viaje inminente. Amémonos, pues, los unos a los otros, perdonemos las ofensas de nuestros enemigos y a nuestros deudores y que seamos perdonados. Elevemos, pues, nuestras oraciones al Cielo y esperemos...
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