1/6/09

¡CON QUÉ IMPACIENCIA TE ESPERO!

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Cómo se ensancha el pecho viendo caer la lluvia. Cómo acaricia cuando salpica al asomarnos para contemplarla mejor, después de haber sufrido tanto calor. En la plaza pública que tengo cerca, los niños corren en todas las direcciones chapoteando los charcos que se han formado. Y, sobre el mojado pavimento, las aves que acuden cada instante, adoptan la postura habitual del baño, echadas de lado, abriendo sus alas para recibir la líquida caricia de su contacto, recibir de canto las gotas refrescantes de la lluvia. De rama en rama, dan sus saltos lisonjeros, ebrios de felicidad, los cantores ruiseñores y en los aleros de la iglesia se cobijan asustados los polluelos de las últimas echaduras. Aún la vegetación está exuberante. Y su verde acentuado no ha comenzado a sufrir los cambios climáticos de la nueva estación del año. No hay hojas caídas, no hojas muertas, a pesar de haber comenzado el curso del nuevo otoño; y siento lástima cuando pienso en la desnudez de los arbustos y la palidez degenerativa de la dispersa maleza. Aún hay flores en los jardines de mi pueblo. El Puerto de la Cruz sigue engalanado con el verde de sus múltiples arboles y demás arbustos y hierbales... Y las flores no quieren morir, como mis dilectos recuerdos que contemplo con todo mi corazón cuando me traen a la memoria tantas secuencias de mis días felices... Las flores que contemplo, animosamente, no quieren despedirse, están ahí, llamando nuestra atención y brindándonos sus encantos naturales, para que siempre recordemos sus delicados atractivos, cual mensajes de amor...

Tantas tardes apacibles bajo la lluvia otoñal, recuerdo con cierta nostalgia, caladas nuestras ropas hasta la cálida piel. Aquellas fantásticas promesas llenas de ternura. ¡Nos dijimos tantas cosas y que luego jamás cumplimos, cuando el corazón alucinaba!.. Así es en otoño, aún hoy, uno sueña despierto y nos sentimos tan generosos.

Viendo caer la lluvia, a través de mi ventana, cuánto daría por poder caminar bajo de ella y abrir los bazos - como era antes- para recibir sus nobles influjos. Recibir esa caricia deliciosa que despierta al somnoliente espíritu, hallarle en su regresión para volver a correr por los campos, bajo la lluvia, escuchar el eco de nuestras voces precipitadas en el abismo del tiempo. Sentir la caricia intempestiva de la lluvia que está cayendo y que golpea, celosamente, el frío cristal de mi estática ventana, como queriendo liberarme del silencio que me circunda.
¡Oh, lluvia otoñal de tantos recuerdos inolvidables, con qué impaciencia te espero, y con los brazos abiertos, tras los añosos cristales de mi silente ventana... ¡A veces tardas tanto en volver!..

Buscando los íntimos recuerdos dejo libre mi imaginación y voy con ella buscando en cada rincón, resquicios de quiméricas vivencias personales sin pretender profanar la privacidad de aquellos recuerdos. Cualquier resquicio por donde hayamos estado juntos y donde otras veces, pareciera estarle viendo… Aunque todo haya cambiado con el paso del tiempo, mi mente cual ave peregrina no se aparta de aquellos caminos; y siguiendo tantas huellas del pasado, vuelven a renacer con la evocación, aquella proyectada vida de gratos sueños, como si fueran realidades. Entonces es como si nada se hubiera perdido y en esa dimensión onírica está todo aquello que siempre ando buscando. Está la juventud perdida… Está el silencio y las tristes sombras de los otoños, como no he vuelto a verlos ni a sentir aquellas sensaciones tan deliciosas. Aquel aire frió que nos acariciaba… Nuestras playas no son como eran antes, nuestras playas… Aquel bullicio constante en la plazas, públicas, sobre todo en la Plaza del Charco, que si sumamos la algarabía de los niños y muchachos jugando, a el murmullote otras voces entrecortadas musitando palabras de amor los enamorado

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