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Cámara fotográfica en mano me eché a la calle con el solo pensamiento de captar imágenes de los puestos de venta de castañas tostadas en los acostumbrados lugares de Puerto de la Cruz, cada mes de noviembre; y viví in situ el ambiente novelesco que genera esa antigua y siempre presente tradición… al rigor del frió y al intemperie, acompañados de sendos vasos de vino y la conversación cordial de los participantes. Algunos transeúntes, cuántos desconsuelos sufren por no poder quedarse un rato, por culpa de las prisas u otros asuntos. Lo mió era tomar varias fotos. Esta primera la hice en la plaza pública ubicada en lo alto de la Estación de las guaguas. Ahora voy al muelle pesquero, pero antes me detuve en casa de Lolo, en la calle San Felipe, a tomarme un vasito de vino del país, a granel y allí mismo escribí sobre el tema mientras duró el líquido elemento de las grandes inspiraciones lúdicas.
Se acerca el día de la víspera de San Andrés, la fiesta del “cacharro” tan popular en este municipio de Puerto de la Cruz, desde fechas inmemorables y que en nuestros recuerdos están tan cercas, desde cuando éramos unos muchachos hasta nuestros días. Antiguamente, muchos quebraderos de cabeza dimos a nuestras gentes del orden público, muchas porras vi. volar por los aires… Les voy a ser sincero, no tanto como debiera serlo, no soy quién para ensombrecer esas viejas costumbres, una de ellas, arrastrar por las calles neveras viejas, llantas de ruedas de coches, lavadoras en desuso, etc., hasta meterse en las Plazas, sinceramente, lo considero un atentado cívico en detrimento de la paz y armonía que tanto necesitamos en nuestra sufrida ciudad. Esa costumbre, si pensamos fríamente, daña más aun nuestras calles, aceras, pretiles, nuestras plazas…Aquel pueblo se convirtió en una atractiva ciudad de fama internacional, aunque algunos no quieran aceptarlo. Por un lado la estamos adecentando y por otro lado ¿vamos a dañarla? Esperemos que nuestra gente lo piense bien. Y, borren esa sonrisita, amigos, están sobrando.
Hay muchas formas de divertirse, chicos y grandes, y en nuestro derecho estamos, elijamos entonces la manera de no perjudicarnos, ni molestemos a los demás.
En el entorno de la Plaza del Charco, concretamente, en el muelle pesquero, como todos sabemos, se organizan los célebres puestos de venta de las castañas tostadas, pescado salado, papas guisadas, vino del país, etc. Es realmente una gozada participar de esa sana oportunidad que nos brinda nuestra idiosincrasia, nuestra natural forma de ser, compartida por tantos extranjeros que por nada se lo pierden y hasta nos estimulan aun más. Cuánto darían aquellos paisanos nuestros que se hallan fuera en estos días tan señalados. Los recordábamos, estando yo fuera, allá en Venezuela y nos entristecíamos al recordar y no poder participar, de no poder estar metidos en el jolgorio, comiendo, cantando, bebiendo y disfrutando al ver a tantas personas alegres, cómodamente sentados en torno a la mesa donde las castañas son la nota apetitosa del momento. Regocijados y recibiendo tan directamente el contacto suave de la brisa yodada, casi apoyados en las lanchas varadas cerca de los kiosquitos a modo de ventorrillos.
En Puerto de la Cruz, cada chiringuito, en los cómodos comedores, típicos restaurantes y descampados autorizados, el humo de las castañas al fuego, señalan esa bandera tradicional, como si de una mitificación se tratara y en solidario acuerdo respetamos esa corriente ancestral. Después de esos momentos compartidos vuelve la calma hasta nueva ocasión, Dios mediante.
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Cámara fotográfica en mano me eché a la calle con el solo pensamiento de captar imágenes de los puestos de venta de castañas tostadas en los acostumbrados lugares de Puerto de la Cruz, cada mes de noviembre; y viví in situ el ambiente novelesco que genera esa antigua y siempre presente tradición… al rigor del frió y al intemperie, acompañados de sendos vasos de vino y la conversación cordial de los participantes. Algunos transeúntes, cuántos desconsuelos sufren por no poder quedarse un rato, por culpa de las prisas u otros asuntos. Lo mió era tomar varias fotos. Esta primera la hice en la plaza pública ubicada en lo alto de la Estación de las guaguas. Ahora voy al muelle pesquero, pero antes me detuve en casa de Lolo, en la calle San Felipe, a tomarme un vasito de vino del país, a granel y allí mismo escribí sobre el tema mientras duró el líquido elemento de las grandes inspiraciones lúdicas.
Se acerca el día de la víspera de San Andrés, la fiesta del “cacharro” tan popular en este municipio de Puerto de la Cruz, desde fechas inmemorables y que en nuestros recuerdos están tan cercas, desde cuando éramos unos muchachos hasta nuestros días. Antiguamente, muchos quebraderos de cabeza dimos a nuestras gentes del orden público, muchas porras vi. volar por los aires… Les voy a ser sincero, no tanto como debiera serlo, no soy quién para ensombrecer esas viejas costumbres, una de ellas, arrastrar por las calles neveras viejas, llantas de ruedas de coches, lavadoras en desuso, etc., hasta meterse en las Plazas, sinceramente, lo considero un atentado cívico en detrimento de la paz y armonía que tanto necesitamos en nuestra sufrida ciudad. Esa costumbre, si pensamos fríamente, daña más aun nuestras calles, aceras, pretiles, nuestras plazas…Aquel pueblo se convirtió en una atractiva ciudad de fama internacional, aunque algunos no quieran aceptarlo. Por un lado la estamos adecentando y por otro lado ¿vamos a dañarla? Esperemos que nuestra gente lo piense bien. Y, borren esa sonrisita, amigos, están sobrando.
Hay muchas formas de divertirse, chicos y grandes, y en nuestro derecho estamos, elijamos entonces la manera de no perjudicarnos, ni molestemos a los demás.
En el entorno de la Plaza del Charco, concretamente, en el muelle pesquero, como todos sabemos, se organizan los célebres puestos de venta de las castañas tostadas, pescado salado, papas guisadas, vino del país, etc. Es realmente una gozada participar de esa sana oportunidad que nos brinda nuestra idiosincrasia, nuestra natural forma de ser, compartida por tantos extranjeros que por nada se lo pierden y hasta nos estimulan aun más. Cuánto darían aquellos paisanos nuestros que se hallan fuera en estos días tan señalados. Los recordábamos, estando yo fuera, allá en Venezuela y nos entristecíamos al recordar y no poder participar, de no poder estar metidos en el jolgorio, comiendo, cantando, bebiendo y disfrutando al ver a tantas personas alegres, cómodamente sentados en torno a la mesa donde las castañas son la nota apetitosa del momento. Regocijados y recibiendo tan directamente el contacto suave de la brisa yodada, casi apoyados en las lanchas varadas cerca de los kiosquitos a modo de ventorrillos.
En Puerto de la Cruz, cada chiringuito, en los cómodos comedores, típicos restaurantes y descampados autorizados, el humo de las castañas al fuego, señalan esa bandera tradicional, como si de una mitificación se tratara y en solidario acuerdo respetamos esa corriente ancestral. Después de esos momentos compartidos vuelve la calma hasta nueva ocasión, Dios mediante.
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