Cuan grato es, esperar a que surjan los místicos elementos de la imaginación, si, antes de rescatar la expresión del pensamiento. Mientras, continuamos esperando el paso de las aves migratorias, que, como notas musicales siguen su curso señalado que las lleva guiadas por el pentágrama de su orientación a un confín sin fronteras, dejando atrás, hasta nuevos encuentros, la ruta idealizada. Esperamos a que surja la voz callada del subconsciente y se aclare la mente y la frágil introducción haga etérea la elocución verbal.
Esperamos a que surja la voz del alma, ese poemario a veces tristón, que nos posesiona, y cuando no, el otro, atractivo y jocoso, inquieto y feliz como el corcel brioso, que sacude a la tierra con sus incontrolados ímpetus hasta hallar su ansiada libertad; y corre por los verdes campos para perderse en la espesura del follaje...Y entre claros y cálidos parajes, entre cadencias musicales y el murmullo de las brisas que llegan a través de la entreabierta hoja de la ventana, oigo como un vendaval la pasión de ese argumento aún indescriptible, manso como la quietud de la noche que se avecina. Aún sin llegar el momento de su preludio, se ha encendido el mar y el cielo, conjugándose la luna también con el sol, en el novilunio oportuno, cuando siento desvanecerse los cortinajes de mi mente que lucha por despertar el flujo emocionado de las palabras, después de un largo e inexpresivo soliloquio sin revelación alguna. Que aunque no muera el deseo inspirado por el lucernario instante, yo veo como el ocaso fenece, declinando paulatinamente en tanto se acercan las penumbras primeras de la noche que inexorablemente se hacen presentes, engalanando el melancólico espectro con su negro manto que va dominando los fulgores encantados de toda sinfonía ambiental. Los caminos se tornan sombríos, despidiendo un halo sin perfume a medida que asoman, como las sombras de un frágil sueño que se pierden sin dejar huellas. Los clamores matinales de cada ilusionado día, también mueren con su inocente esplendor, reprimiendo los aromas de sus verdes campos y de los profundos y callados barrancos... Paredes empizarradas de soledades y entrecortados lamentos que agonizan bajo el enlutado manto que trae recuerdos de ausencias, de fugaces huidas por sus fríos y oblongos senderos... En la noche no hay distancias, no sabemos dónde se recuesta el cielo, dónde termina el mar, ni cuál es la ruta de los pensamientos que vuelan a la deriva y a su loco albedrío. Sólo, sí tiene de grato la noche su silencio poético donde se encuentra esa atracción espiritual, y que, pese a las distancias impuestas, y hasta que nuevamente se prendan las luces del alba, los sueños pernoctan y vagan entrelazados en íntima comunión: son como los recuerdos que vuelan adonde les lleve el deseo... La noche es siempre expiatoria de esos duendes del piadoso impulso sentimental que cabalga calladamente perdido en el laberinto de la dulce evocación. La noche es el talismán profuso y callado de una dilatada dimensión, es la gruta de los sueños que cabalgan sin detener su apasionada marcha hasta que despertamos...
Esperamos a que surja la voz del alma, ese poemario a veces tristón, que nos posesiona, y cuando no, el otro, atractivo y jocoso, inquieto y feliz como el corcel brioso, que sacude a la tierra con sus incontrolados ímpetus hasta hallar su ansiada libertad; y corre por los verdes campos para perderse en la espesura del follaje...Y entre claros y cálidos parajes, entre cadencias musicales y el murmullo de las brisas que llegan a través de la entreabierta hoja de la ventana, oigo como un vendaval la pasión de ese argumento aún indescriptible, manso como la quietud de la noche que se avecina. Aún sin llegar el momento de su preludio, se ha encendido el mar y el cielo, conjugándose la luna también con el sol, en el novilunio oportuno, cuando siento desvanecerse los cortinajes de mi mente que lucha por despertar el flujo emocionado de las palabras, después de un largo e inexpresivo soliloquio sin revelación alguna. Que aunque no muera el deseo inspirado por el lucernario instante, yo veo como el ocaso fenece, declinando paulatinamente en tanto se acercan las penumbras primeras de la noche que inexorablemente se hacen presentes, engalanando el melancólico espectro con su negro manto que va dominando los fulgores encantados de toda sinfonía ambiental. Los caminos se tornan sombríos, despidiendo un halo sin perfume a medida que asoman, como las sombras de un frágil sueño que se pierden sin dejar huellas. Los clamores matinales de cada ilusionado día, también mueren con su inocente esplendor, reprimiendo los aromas de sus verdes campos y de los profundos y callados barrancos... Paredes empizarradas de soledades y entrecortados lamentos que agonizan bajo el enlutado manto que trae recuerdos de ausencias, de fugaces huidas por sus fríos y oblongos senderos... En la noche no hay distancias, no sabemos dónde se recuesta el cielo, dónde termina el mar, ni cuál es la ruta de los pensamientos que vuelan a la deriva y a su loco albedrío. Sólo, sí tiene de grato la noche su silencio poético donde se encuentra esa atracción espiritual, y que, pese a las distancias impuestas, y hasta que nuevamente se prendan las luces del alba, los sueños pernoctan y vagan entrelazados en íntima comunión: son como los recuerdos que vuelan adonde les lleve el deseo... La noche es siempre expiatoria de esos duendes del piadoso impulso sentimental que cabalga calladamente perdido en el laberinto de la dulce evocación. La noche es el talismán profuso y callado de una dilatada dimensión, es la gruta de los sueños que cabalgan sin detener su apasionada marcha hasta que despertamos...
Mirando al mar ya no le veo, como si no hubiera horizontes. Mi estática mirada más parece que cayera en un profundo abismo de soledades, y si miro al cielo atisbo las primeras y aisladas estrellas languideciendo nerviosas e intermitentes, como si anunciaran el encuentro en el apagado espacio de la evocación... Son las voces emocionadas que en el silencio noctámbulo contagian extrañas sensaciones y que, a través de la palabra tratamos de anunciar. Es, ese encantamiento, la espontánea revelación poética de la emoción...
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