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Cuando creo que reposan mis sentidos y me abandono en la somnolencia de mi espíritu, recorro largos caminos, inmerso en un silencio tal, que sobrecoge a mi alma, la única que sabe de soledades cuando se detiene el tiempo material... En esa huida lenta, sin sentidos, me siento refugiado en los más remotos lugares como si estuviera perdido, sólo estoy huyendo del mundano ruido, buscando la paz espiritual tantas veces perdida.
No reposan mis sentidos, deliran mis sentimientos en ese peregrinaje amparado en las sombras de la inconsciencia; como en los sueños, no descanso. Y nada consigue librarme de las influencias de ese corto tiempo, a veces segundos, que se han detenido en el subconsciente; y parecen distancias enormes que hayamos recorrido, antes de despertar. Qué tranquilas aparecen las solitarias arenas de la playa, cuando las húmedas brisas se detienen y han dejado presente el cansino eco de sus anteriores ráfagas...
Las noches vividas en el tranquilo y grato entorno de mi valle, parecen llenarme de un contento embrujado, extra sensorial, de íntimas percepciones; todo parece animado por influjos poéticos que señalan esa dimensión romántica y sentimental que enajena, y sin voluntad indúceme, desarmado e inmóvil, a ir tras de si, por los atajos olvidados de la evidente realidad; por ese otro mundo de ensueños, de calladas promesas y abnegadas esperas... ¡Noches sin sombras que las delaten! Y en esa mítica percepción, aun sin sentidos, siento el palpitar del tiempo revelándose, queriendo truncar la paz de ese apacible estado que duró tan poco y nos dio tanto. Porque, ese privilegio gozamos nosotros, los mortales. Amamos y aunque nos escondamos seremos siempre descubiertos por nuestros propios sentimientos. Al tiempo que despertamos, nos identifican los inquietos duendes de nuestra fantasía espiritual ante el mundo que nos rodea.
Cuando creo que descansan mis sentidos, sin pensar en la ausencia física, cuando cierro los ojos ante el espejo de la vida y mis fuerzas desfallecen, adormecidas por el consiguiente abandono, lejos de aferrarme a la vida, busco soñando a mi distante pasado, y no duermo, me entrego conciliado, a horizontes tan lejanos que casi no les alcanzo, y no descanso...
Otra vez soñé mientras dormía, soñé que alguien me esperaba en el camino. Cuando me acercaba a ella, me dijo que desistiera, que no era a mí a quien esperaba. Que me fuera...
Entonces, en mi sueño, no comprendía que el verdadero amor nace entre dos, y, difícilmente, ese sentimiento se rompe así. Soñé que era ella, que ya no me quería o nunca me quiso. Entonces salí del sueño, desesperadamente, al haber vivido esa cruel pesadilla. Y, cuál no sería mi dicha, al despertar, tener a mi amada junto a mí, brindándome su amor con sus primeras caricias en tal risueño despertar...
Uno busca lleno de esperanzas, otras veces, en el letargo de los sueños, otros ansiados despertares, pero los sueños sueños son, sin llamarlos vienen a ocupar esa dimensión sentimental de nuestro inconciente, donde tantas íntimas vivencias y sentimientos se sienten proyectadas desde el subconsciente, cuando reposan sobre la mullida almohada nuestras sienes; y parece que a otro mundo hayamos ido, inconcientemente, en brazos de Morfeo.
No siempre son afortunados los sueños, ni obedecen a nuestra voluntad como quisiéramos. Ellos aparecen sin ser llamados, aunque siempre les hayamos deseado. Aprovechan nuestra indefensión, nuestro letargo, y se adueñan de todo lo que nos gusta y de lo que más nos aflige. Claro está, que no siempre consiguen hacernos felices, revivir en nosotros situaciones irrepetibles, enormemente deseables y que tanto nos consuelan, que nos hacen tan felices, aunque sólo sea soñando… Y no siempre, cuando de una pesadilla se trata, las que nos sobresaltan de forma cruel y nos hieren hasta hacernos llorar… Cuando despertamos con la duda de que si ha sido cierto, o no, el espejismo sufrido y si estamos realmente despiertos.
Despertar de un bello sueño es menos grato, volver a la realidad, al romperse ese onírico idilio cuando estamos o nos sentimos tan felices disfrutando de aquello que hayamos perdido por designios de la vida. Estar viviendo nuevamente con ese ser tan querido, oyendo su voz, acariciándole y entre ambos compartiéndonos de igual forma nuestros desvelos. Hablándonos, escuchando su voz y su risa. Escuchando sus pasos y siguiéndolos a donde fueran por temor de volver a perderles… Eso es vivir mejor que despertar de nuevo a la vida, donde volveremos a sufrir este cruel silencio y tan profundo vacío que nos han dejado. Eternas ausencias, tanta lejanía… Esperando siempre que vuelvan aparecer en otros sueños similares, de improviso, sin avisar, como sea, pero que vuelvan aparecer.
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