21/6/08

Voces en el silencio del monte

A medida que me adentraba en la tupida y frondosa maleza, por los difíciles atajos de las agrestes lomadas, me fueron absorbiendo mis profundas meditaciones. Nunca otra mañana de mis acostumbradas salidas al monte, me pareció tan esplendorosa. Como si para mí, se hubieran abierto en ese ideal lugar, nuevos senderos jamás transitados, que me ofrecieran las más diversas impresiones. Lo que antes nunca vi: el paisaje amenizado por infinidad de atractivas especies de mariposas que libaban en las flores silvestres con pasmosa tranquilidad, sin preocuparles mi callada presencia; y en las ramas menos distantes del follaje trinaban algunos pájaros entonando extraños cantos, sólo para mí, que llegaron a extasiarme, de tal manera que, en ocasiones tuve que contener la natural emoción que me invadía... Y entre los distintos tonos de tan dulces cantos, pude distinguir los entrecortados acentos musicales del gracioso mirlo, dulcemente interpretados.

Nunca el bosque me pareció más bello. A través del ramaje de los esbeltos pinos el espléndido sol rielaba su fantástica luz, atravesando la verde espesura del atractivo follaje con el resol de la mañana, que lamía, al unísono, las cálidas pinochas allí acumuladas, tan tentadoras y llamativas, manteniendo la tierra húmeda para la fertilidad...

Entonces no me sentía tan sólo; veía las ramas moverse agitadas por los alegres saltos de las diminutas aves del monte que en ellas se balanceaban. Había tanta vida ante mí, tanto espacio virgen, que no fueron pocas mis exclamaciones, alertado continuamente por los encantos que iba descubriendo a medida que avanzaba, monte adentro, pisando la resbaladiza hierba y abundantes pinochas por doquiera desparramadas. Arriba había más silencio, apenas se oía, de pasada, alguna ventada de aire tibio que se extinguía a lo lejos; y allá abajo, la albura impresionante del mar de nubes separando la majestuosidad de nuestro Valle de La Orotava, de este otro mundo de ensoñaciones palpitantes y seductoras y el embrujo abrasador, que ciertamente estremece, de nuestras montañas y verdes pinares de encendida sabia y soledades infinitas, donde paso las horas más emotivas de mi vida en mis solitarios momentos de paz, renovando mi espíritu y consultando al Creador de todo ese embeleso sobrenatural, mis furtivas dudas... Donde mis pensamientos se liberan y mi alma; a veces, siento mi espíritu alborotado en la quietud de mi transportado ser y en el silencio sobrecogedor de estos parajes apartados.

Ya en medio de aquel silencio, sólo escuchaba el graznar del ave agorera cruzando el solitario firmamento, sentenciándome e indicándome otros senderos de interminables distancias... Entonces opté por descender hacia mi Valle, entre pinochas, hierbales y un mar de nubes infranqueable por su mágica espesura, alejándome del infausto eco del grito de las alturas...

Puerto de la Cruz, a 23 de agosto de 1997
Publicado en el Periódico EL DIA: 14.10.97

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